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número mayor de catorce (1). Del opúsculo donde en 1861 recogió Corpancho algunas poesías inéditas del vate del Guayas no tengo otra noticia que las que da el Repertorio colombiano, quien no dice cuántas sean aquéllas, y sí que apenas merecen atención, excepto la que se titula Á un árbol. Añadiendo ésta á las que contiene la edición suelta de Valparaíso, reimpresa incorrectamente en París por D. Ignacio Boix y Compañía en 1853, llegan á quince las obras poéticas de aquel peregrino ingenio de que tenemos noticia exacta, sin contar con que las ediciones de Gutiérrez y Boix estampan también bajo un mismo epígrafe las epístolas segunda y tercera del Ensayo sobre el hombre, del cual no se había coleccionado anteriormente más que la primera.

Del carácter que distingue á las poesías de Olmedo hay varias y hasta encontradas opiniones: citaré las más importantes y expondré

(1) Son las siguientes: Victoria de Junín.-Canción indiana (inédita).-Ensayo sobre el hombre, por Pope (epístolas I, II y III). -A un amigo en el nacimiento de su primogénito (Lima, 1817).— Oda á Horacio, XIV del libro I.—En la muerte de mi hermana, soneto (1842).-Alocución pronunciada por la actriz Doña Carmen Aguilar en el nuevo teatro de Guayaquil, en la noche de su apertura, 20 de agosto de 1840.—Al General Flores, vencedor en Miñarica (1835). -Mi retrato (Lima, 1808).—Para un álbum.-En la muerte de Maria Antonia de Borbón, Princesa de Asturias (Lima, mayo, 1807). -Fragmento del Anti-Lucrecio (1816).—Alfabeto para un niño.— Inscripción para el teatro de Lima.

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luego la mía con entera imparcialidad, sintiendo mucho no conocer directamente la de Don Juan León Mera, grande admirador de nuestro poeta, por no haber logrado hallar en parte ninguna su Ojeada sobre la Poesía ecuatoriana.

El Sr. Torres Caicedo se expresa de este modo en el tomo primero de sus Ensayos biográficos:

«Todo se halla en las poesías de Olmedo: inspiración, fuego, sentimiento, profundidad, elevación, delicadeza, cultura y riqueza de lenguaje, armonía. En ellas campean las galas y flores más bellas de la imaginación, las más sabias máximas de una sana filosofía y los principios de la moral cristiana. Si el estilo es el hombre, como dice Buffón, Olmedo está reflejado, vaciado en sus escritos: en ellos se exhibe el poeta, el filósofo, el cumplido ciudadano.»

Menos apasionados y entusiastas, los señores Amunáteguis discurren de esta manera en su laureado Juicio crítico:

«Todo en él es pensado; todas sus producciones llevan el sello visible de la lima. Olmedo es lo que se llama un poeta verdaderamente clásico. Tiene más habilidad que inspiración, más ciencia que pasión. Es gobernado, no por el arrebato poético, sino por el cálculo de los efectos que pueden producir ciertos pro

cedimientos. Pone en juicio una táctica poética, como un General emplea la estrategia. Arregla las figuras, las comparaciones, los pensamientos, según un plan meditado con mucha detención. Coloca aquí un apóstrofe, allá una máxima; por un lado una antítesis, por otro una exclamación; prepara la venida de una reflexión profunda por medio de una descrip- ` ción amena y florida; toma la precaución de colocar junto á los tintes oscuros otros más suaves para diversificar las impresiones; procura que las palabras tengan armonía imitativa correspondiendo á los sonidos, movimientos y afectos que ellas expresan; en una parte amontona las erres, destierra de otras las consonantes. Hace con sus ideas y con sus frases lo que hace un General con sus cañones, sus caballos y sus hombres. Pero todo eso lo ejecuta con talento; sabe su arte con perfección; es un Sucre, un San Martín, un Bolívar en la poesía. »

Á estos diversos pareceres cumple agregar el autorizadísimo de Caro, persona de vasta y sólida instrucción, crítico sagaz desnudo de engañosas preocupaciones, castizo escritor en prosa, elegante poeta y versificador, apto, en fin, como muy pocos para conocer y aquilatar el mérito de toda producción literaria. Refiriéndose al vate del Guayas en el precioso es

tudio que publicó acerca de él en el Repertorio Colombiano (1), dice que era de escuela clásica genuinamente española, y añade:

«No sólo por la peculiaridad de su gusto, por su castiza y briosa versificación, sino también por las ideas filosóficas y sentimientos revolucionarios, es evidente que Olmedo procede de la escuela literaria presidida por Quintana. Y esas ideas y sentimientos no distan sino un paso de la exaltación patriótica á que se entregó el cantor de Junín.

En otro lugar escribe: «Empapado en la lectura de los clásicos latinos, familiarizado con sus pensamientos, revolviendo de continuo en la memoria sus frases, veníansele éstas á la pluma como expresión de sus propias ideas. No se explican de otro modo las reminiscencias clásicas en que abundan sus escritos, aun aquéllos que debió trazar muy de ligero. No las solicita; le persiguen ellas. Parece, sobre todo, identificado con Horacio. >>

Y más adelante: «El dialecto poético, que era en Olmedo casi habitual lenguaje, difiere en mucho del usual y corriente, y lo que es desusado y raro se confunde y equivoca con lo antiguo. En las literaturas de origen latino hay una poesía culta de aristocráticas tradi

(1) Tomo II, perteneciente al año de 1879.

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ciones, y una poesía popular: cada cual tiene su mérito respectivo, y no deben juzgarse por unos mismos principios. Olmedo es de la escuela de Quintana, y esta escuela pertenece á la nobleza de la sangre.»

Refutando algo de lo expuesto por los distinguidos críticos chilenos en el párrafo que he transcrito arriba para dar á conocer su dictamen, Caro establece una doctrina que importa mucho recordar, porque me parece incontrovertible. He aquí sus palabras: «Cuando los citados críticos concedieron á Olmedo ciencia y no pasión, anduvieron-y permítannos aquellos ilustrados escritores que les apliquemos invertida su frase-más apasionados que científicos. Es un error, á nuestro juicio, pensar que la originalidad y la imitación viven reñidas y divorciadas. Cabe cierta originalidad aun en una traducción, cuando el traductor, calentando la fantasía al contacto de los pensamientos que traslada, los interpreta con sentimiento y los expresa con novedad. Pues qué, ¡si se trata de un no breve poema, en que las imitaciones, aunque frecuentes, son adornos accesorios! Nadie imitó con más originalidad que Olmedo; nadie tuvo mayor originalidad en el estilo, sin vulnerar la propiedad del lenguaje ni emanciparse de las tradiciones de escuela. Y error es, aún más notable, confun

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