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XII.

LA ODA AL GENERAL FLORES, VENCEDOR

EN MIÑARICA. »

ESPUÉS del Canto á Bolívar, la composición más importante de Olmedo es la oda cuyo título encabeza los

presentes renglones. Y digo después, porque la mayor importancia del asunto y del héroe de aquel poema ha conseguido despertar más vivo interés en todo pecho americano; mas no porque su bondad intrínseca ni su forma poética sean inferiores á las que resaltan en La Victoria de Junín. Cuando el vate del Guayas, pintando en ésta el júbilo de los vencederes, decía:

«Victoria, paz, clamaban,

Paz para siempre. Furia de la guerra,
Húndete al hondo averno derrocada.

Ya cesa el mal y el llanto de la tierra,

Paz para siempre. La sanguínea espada,

Ó cubierta de orín ignominioso

O en el útil arado transformada,

Nuevas leyes dará. Las varias gentes

Del mundo que, á despecho de los cielos

Y del ignoto ponto proceloso,

Abrió á Colón su audacia ó su codicia,
Todas ya para siempre recobraron
En Junín libertad, gloria y reposo,»

desgraciadamente no fué profeta. Si pudiera ponerse en duda que aquellos paises, dignos de mejor suerte y dotados de tantos elementos de prosperidad, no han conseguido paz ni reposo duraderos desde la época de su emancipación, la oda Al General Flores vendría á desmentir el bien intencionado pronóstico del poeta con los inspirados versos del poeta mismo. Esto deja conocer á primera vista por qué la oda de que ahora se trata no ha tenido entre los escritores de América tanta resonancia ni tanto encomio como el canto á Junín, á pesar del relevante mérito que la distingue. Testigos irrecusables lo demuestran en términos á que en otro lugar he aludido (1).

(1) Véanse las palabras de los hermanos Amunáteguis y de Torres Caicedo concernientes á este particular (tomadas del Juicio crítico de los primeros y de los Ensayos biográficos del segundo), que anteriormente he puesto por notas al narrar la vida de Olmedo y referirme á la época y á las circunstancias en que compuso la oda

Al General Flores.

Triste es sin duda que la ceguedad ó la ambición promuevan guerras civiles y hagan derramar sangre de hermanos. Pero cuando llegan á empeñarse tales guerras, por una causa ó por otra, y hombres superiores se arrojan á defender la que estiman justa, dispuestos á sacrificar por ella la vida; si á fuerza de valor y con la intuición propia del genio logran terminar la contienda venciendo obstáculos que se creían insuperables, fuera cosa impropia de un corazón generoso desconocer su heroismo y negarles aplauso, porque las circunstancias les obligaron á dar testimonio de grandeza en ocasión menos lucida y simpática de lo que hubiera convenido á su propia gloria. Olmedo no incurrió en tal injusticia, y al cantar los triunfos del vencedor en Miñarica encontró acentos dignos de un gran poeta lírico.

Así lo reconoce en el más reciente juicio de las altas calidades del insigne poeta el entusiasta Secretario de la Academia Colombiana D. Rafael Pombo (juez muy competente y apasionado admirador de aquél), bien que coincidiendo en algo con el dictamen de Torres Caicedo y de los Sres. Amunáteguis respecto á la índole y carácter de la oda en cuestión, copiado literalmente en otro lugar. Traslado aquí las calorosas palabras textuales de Pombo, porque á vueltas de ciertas exagera

ciones que la nacionalidad y elevadas miras del autor fácilmente disculpan y explican, merecen particular atención.

«Del asunto del canto al vencedor en Miñavica (dice Pombo) nadie habla, como por convenio tácito de correr sobre él un velo en honor del prócer y poeta que lo escribió: baste saber que él mismo deploró haberlo escrito. Pero ¿por qué no hablar tampoco de la obra de arte, si es el espejo más diáfano en donde el patriotismo, el buen sentido de nuestros pueblos debiera verse cada día y horrorizarse del extravío moral é intelectual á que las disensiones civiles con sus pérfidos señuelos y menguados intereses nos conducen? Bajo este aspecto, el Canto de Miñarica, en conjunto con la vida de su héroe y la de su autor, constituye un drama nacional y edificante. Para tales guerras, para tales glorias se fraccionó Colombia, suprimiendo á los actores titanes y cortando la escena á la medida de los provinciales; todo se empequeñeció en proporción, inclusive los gigantes que no fueron suprimidos; y en tanto, el genio, irreductible por naturaleza, se degradó, ó murió en el silencio, ó en martirio, sin luz y sin horizonte. Cerrado el circo de los leones é ida la concurrencia, entraron las hienas á lamer su sangre y disputarse sus cuartos palpitantes; alumbró allí

el genio, por capricho, por pasión, por falta de pábulo más digno, y la odiosa y melancólica merienda se transformó en epopeya. Eso es el Canto de Miñarica. ¿Y estamos seguros de que la Iliada, la Eneida, la Divina Comedia, el Paraíso Perdido procediesen de orígenes mejores que simple liviandad, filibusterismo, fanatismo en sus muchas variedades, codicia y orgullo carniceros? Sobre tales cimientos edificó primero el pueblo y luego el poeta. Y por desgracia, resulta de nuestra degenerada naturaleza que las furias suelen inspirar mejor que las gracias; y sea por esto, sea por la sencillez del asunto comparado con el de Junín y Ayacucho, ello es que desde Píndaro hasta Manzoni y D. José Mármol (1), dudo que hoy exista un trozo lírico heróico más merecedor que el de Miñarica del timbre de la perfección en su género. La mayor grandeza de su predecesor está sólo en el argumento; éste es, al contrario, la magnificación de un pequeño tema, parodia al revés, pero inmensa. Escrito á los cincuenta y cinco años de edad, diez años después del de Junín, es de la misma escuela, de

(1) Excesivo encomio de Mármol es sin duda el de equipararlo á Manzoni. Entre el admirable vate lombardo, que en su oda In morte di Napoleone rayó en la mayor altura de la perfección poética, y el vigoroso, pero desaliñado cantor de Buenos Aires, flagelador enérgico de la inicua tiranía de Rosas, hay mucha distancia.

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