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EDUCIDO por el mérito del poema que acabo de examinar, me he detenido mucho hablando de él. Seré, pues, muy breve al discurrir sobre los otros. De algunos tiene ya conocimiento el lector por los varios trozos citados en la parte biográfica. Mas si bien es cierto que las obras en que principalmente se funda la reputación de Olmedo son La victoria de Junín y la oda Al General Floves, sería injusto dejar olvidadas, entre otras piezas de menos valer, composiciones como la titulada Á un amigo en el nacimiento de su primogénito, y el Ensayo sobre el hombre, de Alejandro Pope, vertido gallardamente á nuestro idioma.

Aunque de índole más sujetiva, no es aqué

lla inferior en calidades poéticas á las famosas odas marciales. Los excelentes escritores chilenos, cuya opinión desfavorable al cantor del Guayas me he visto precisado á contradecir por rendir tributo á la verdad, reconocen paladinamente que no pueden negarse las bellezas externas de tan hermosa poesía; pero exajeran el rigor de la censura en cuanto hace relación á lo sustancial de los conceptos. Sensible es para quien aprecia en mucho á los Sres. Amunáteguis encontrarlos en esta ocasión tan extremados en su falta de benevolencia. En prueba de ello, véanse las palabras en que formulan tal juicio: «Considerad que Olmedo se encuentra junto á la cuna de un niño, el hijo único de dos esposos que por diez años han estado pidiendo al cielo esa bendición de su amor. El padre y la madre se hallan presentes, con el oído atento á la voz del poeta. Aguardan sin duda un horóscopo de felicidad. Pero Olmedo no sabe pronunciar más que palabras lúgubres, no sabe expresar más que presentimientos de desgracia... Es cierto que después de estos pronósticos de desgracia, de estas blasfemias contra la vida, el poeta encuentra acentos para estimular á su amigo Risel á que sepa á fuerza de talento y de virtud, no sólo encaminar al bien la índole tierna de aquel niño, sino también purificar de algún modo el aire infecto que va

á respirar... Pero el golpe estaba ya dado; los funestos vaticinios de Olmedo debían haber herido en lo más vivo del corazón á sus dos amigos; el tono más calmado de la última parte de la silva no debió alcanzar á desvanecer la amargura de la primera. No pretendemos seguramente que sea vedado llorar y mostrarse desengañado del mundo al lado de una cuna; pero creemos que es intempestivo, poco delicado, cruel, manifestar á un padre y á una ma— dre que os piden una bendición para su primero y único hijo, el deseo de que ese niño que principia á vivir vuelva á la nada. »

Cruel en demasía me parece tan infundado dictamen. Para contradecirlo y anularlo basta oponer á las durísimas observaciones del crítico los sentidos versos del poeta.

«¡Tanto bien es vivir, que presurosos

Deudos y amigos plácidos rodean

La cuna del que nace!

¡Y en versos numerosos

Con felices pronósticos recrean

La ilusión paternal! Uno la frente
Besa del inocente,

Pero ¿será feliz, ó serán tantas
Hermosas esperanzas, ilusiones?
Ilusiones, Risel. Ese agraciado
Niño, tu amor y tu embeleso ahora,

Hombre nace á miseria condenado.*

Viendo que el vicio discurre por todas partes con la frente erguida, que la discordia sacude su ominosa tea, Olmedo siente oprimido el corazón por tan odioso espectáculo; pero no muestra en absoluto el deseo que le suponen de que vuelva á la nada el niño que empieza á vivir; antes bien codicia para él más felicidad y tiempos mejores, apostrofándole de esta

suerte:

"¡Oh si te fuera dado al seno oscuro,
Pero dulce y seguro,

De la nada tornar!... y de este hermoso

Y vivífico sol, alma del mundo,

No volver á la luz, sino allá cuando

Ceñida en lauro de victoria, ostente Six

La dulce patria su radiosa frente!»

Entre estos conceptos y la afirmación de los censores descontentadizos, encuentro gran diferencia. Pero oigamos de nuevo á Olmedo:

"Traed, cielos, en ala presurosa
Este de expectación hermoso día.
Entre tanto, Risel, cauto refrena
El vuelo de esperanza y de alegría.
¡Oh cuántas veces una flor graciosa
Que al primer rayo matinal se abría,
Y gloria del verjel la proclamaba
La turba de los hijos de la aurora,
Y algún tierno amador la destinaba
A morir perfumando el casto seno

De la más bella y más feliz pastora;
Oh cuántas veces mustia y desmayada
No llega á ver el sol! Que de improviso
La abrasa el hielo, el viento la deshoja,
Ó quizá hollada por la planta impura

De una bestia feroz ve su hermosura!»

Conociendo los deberes que impone á su amigo el verse alzado á la dignidad paterna, el vate procura esforzar su ánimo para que se contraponga con pecho fuerte á la avenida del mal y dirija al bien la índole de su hijo:

"Aprenda de tu ejemplo

Prudencia, no doblez; valor, no audacia;

Moderación en próspera fortuna;

Constante dignidad en la desgracia;

Porque cuando en el monte se embravece
Hórrida tempestad, el flaco arbusto
Trabajado del ábrego perece,

Mas al humilde suelo nunca inclina

Su excelsa frente la robusta encina;
Antes allá en las nubes señorea

Los elementos en su guerra impía,
Y al fulgurante rayo desafía.»

No añadiré nuevos ejemplos. Los citados bastan para acreditar mi opinión y demostrar que tan inspirada y bien sentida poesía compite con las mejores castellanas en nitidez y

tersura.

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