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prender y seguir el impulso de las corrientes regeneradoras.

Los cinco años que Saavedra permaneció en Malta, durante los cuales experimentó transformación tan radical en sus creencias artísticas, fueron para él como un oasis de felicidad en medio de las tempestades y amarguras de la emigración. Allí nació su primogénito, que debía proporcionarle un día gozo indecible me→ reciendo, y ocupando á su lado un sillón en la Real Academia Española. Allí tuvo además otros dos hijos. Allí recibió el impulso que le llevó á considerar el arte desde nuevos puntos de vista, y fué también donde encontró la verdadera originalidad, no fundada, como algu-) nos ignorantes suponen, en decir lo que nadie ha dicho, sino en combinar los elem entos que existen en la naturaleza, en la historia ó en el mundo de las ficciones consagradas por la fama, infundiéndoles nuevo sér, haciéndo→ los servir á distintos fines, revistiéndolos de un carácter cuyos elementos vitales sean hijos exclusivamente del poeta.

"De luchar fatigado

Con las rugientes ondas del Tirreno

Y con los huracanes bramadores,»

como él dice en La sombra del trovador, compo

sición llena de fuego é inspirada por la dolorosa pérdida de la Duquesa de Frías, llegó

"..... á las verdes olas

Que reciben del Ródano tributo.>>

Pero no cansada la suerte de serle madrastra, la caida del ministerio Martignac y la política intolerante del que le sucedió en el poder le forzaron á detenerse en Marsella, donde á poco recibió terminante orden de establecerse con su familia en Orleans. Falto allí de recursos utilizó sus conocimientos para ayudarse á vivir, abriendo escuela de pintura y vendiendo las obras de su pincel.

Á los cuatro meses acaeció la revolución de Julio y pudo marcharse á París. Allí encontró á Galiano y á Istúriz, no menos persuadidos que ya él lo estaba de la engañosa vanidad del principio revolucionario á que habían rendido tributo del año 20 al 23, é igualmente aleccionados por la experiencia. Esta maestra de la vida, cuya enseñanza suele ser tan amarga como costosa, le apartó de los emigrados españoles que ni en el destierro dejaban de luchar entre sí con sañudo encono. Extraño á las descabelladas conspiraciones que dieron por fruto el fusilamiento de Torrijos, sólo conspiró entonces D. Ángel en pro de su fama, ya pintando retratos, ya consagrándose en Tours,

donde buscó refugio contra los estragos del cólera morbo, á terminar El moro expósito y escribir el D. Álvaro, drama que por sí solo bastaría para asegurarle renombre imperecedero.

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Lhombre que nunca fué avaro de su propia sangre si era necesario verter

la por defender la independencia de la patria ó las libertades públicas (y que se mostró constantemente galán, valiente y discreto, como el héroe de la comedia famosa de Mira de Amescua), amaestrado ahora por la adversidad, engrandecido su espíritu en los azares de la proscripción, halló el secreto de su propia fuerza en el libre desahogo de la fantasía y en su acendrado españolismo. Cualidad que tanto le caracteriza resalta mucho en la Leyenda en doce romances impresa en París por el editor Salvá en 1833 y publicada á principios de 1834. El autor la rotuló «El moro expósito, ó Córdoba y Burgos en el siglo décimo.» Este poema, sin precedentes en nuestra literatura, único de su clase hasta hoy día en el parnaso castellano, fué, por decirlo así, la bandera de

nuestra revolución literaria, el primero que abrió campo á la regeneración de la poética nacional.

No sacaré de nuevo á plaza la debatida cues→ tión de clásicos y románticos. Acepto esas denominaciones, porque es imposible revocar la existencia de lo que realmente ha sucedido. Pero como no ignoro cuán perjudicial ú ocasionada á graves yerros es la exageración de principios artísticos ó literarios que presumen de absolutos, creo que por muy varios caminos se puede llegar al fin del arte, que es realizar belleza, y juzgo que todas las formas son buenas si expresan bien el pensamiento. Fuera de que, si cada ingenio tiene su índole particular en armonía con el fin á que la Providencia lo destina, el Duque de Rivas, llamado á reanimar nuestra poesía y nuestra escena, debía inflamarse y engrandecerse al calor de las teorías y creaciones románticas que luchaban á la sazón por el predominio en aquel gran centro de la civilización del mundo.

Término medio entre la epopeya y la novela, El moro expósito tiene poca semejanza con nuestros poemas clásicos á la manera de Ercilla ó de Valbuena, de Lope ó de Valdivielso; pero no va tampoco en busca de la originalidad por el camino del Fausto ni de los imitadores de Goethe. Ligado á la verdad divina por el es

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