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píritu providencial que lo corona; á la verdad humana por el sello de realidad impreso en la pintura de caracteres y pasiones; á la verdad histórica por el colorido, y á la poética por la riqueza descriptiva, tal vez podría incluirse en el número de los que hoy se nombran epopeyas nacionales. La unidad del plan, el fiel retrato de la vida íntima y de las costumbres públicas de dos razas y pueblos de diverso origen, el contraste que resulta de dos civilizaciones contrarias engendradas por distintas religiones y que se desarrollan simultáneamente en un suelo mismo, son, sin duda, elementos épicos; porque los hechos lejanos adquieren con el tiempo cierto barniz que los hace parecer semi-fabulosos, y los hombres vistos á distancia con los ojos de la fantasía toman proporciones casi sobrenaturales. Pero la falta de concentración de los fundamentos

del poema, la excesiva independencia de algunos cuadros secundarios, y otros pormenores y circunstancias, desvirtúan su carácter épico, alejándolo, no ya de las grandes epopeyas de Oriente con las que no tiene conexión ninguna, sino también de la homérica ó virgiliana en su genuina pureza. Y como no es tampoco una mera novela poética al modo de El Lord de las Islas y de La Dama del Lago de Walter Scott ú otras semejantes, digan lo que

quieran ciertos críticos, tal vez no sea impropio calificarlo de leyenda épica.

El trágico fin de los siete Infantes de Lara y el castigo providencial de Ruy Velázquez sirven de fundamento á la acción, que se desarrolla naturalmente y despierta sumo interés, parándose á veces ó distrayéndose en episodios á cuál más galano y atractivo. Las escenas que el poeta describe con variedad y esplendor inimitables, nos transportan al remoto siglo que trata de resucitar. Leyéndolas se nos figura haber nacido con Mudarra en opulentos alcázares entre el fausto y magnificencia oriental de los califas de Córdoba, ó vivir en la aridez y pobreza de Castilla bajo el techo inhóspite de aquellos hombres de hierro tan duros é implacables en sus venganzas.

Al analizar este poema han dicho algunos en son de censura que el desenlace está poco meditado y mal traído, que deja ver en sus efectos la mano de ciega fatalidad (1). Pienso que se engañan. La rapidísima catástrofe con

(1) Ce dénouement imprévu est trop prompt; il est peu motivé, mal amené. Si l'on s'y arrête un peu cependant, pour en chercher le sens, ne voit-on pas la fatalité s'y montrer avec un caractère particulier?» CH. DE MAZADE: Le Duc de Rivas.-D. Nicomedes Pastor Díaz había dicho antes algo parecido á esto mismo en su excelente biografía de nuestro insigne po eta, quizás tomándolo de D. Enrique Gil, que fué el primero en apuntar esa idea por los años de 1841.

que concluye El moro expósito es complemento racional de su idea generadora, reducida á patentizar simbólicamente que la maldad y los excesos de la pasión nunca se libran del justiciero castigo de la Providencia. Este simbolismo se pone á cada paso de manifiesto en el proceso de la obra por medios sencillos y naturales, sacados casi siempre del libre ejercicio de las pasiones humanas. ¿Cómo no percibirlo en el errado flechazo del diestro esclavo de Giafar, ó en la infelicidad doméstica de Ruy Velázquez, ó en la pérdida de su hijo abrasado en el incendio de su palacio? Sin ser muy lince puede cualquiera descubrirlo en el frustrado envenenamiento de Mudarra, héroe del poema; en las imprecaciones de Elvida, que roban serenidad y esfuerzo al señor de Barbadillo, y principalmente en la peripecia final, que arrebata al hijo de Gonzalo Gustios la dicha de enlazarse con la mujer á quien adora. ¿Y qué tiene que ver con la fatalidad, cuyos efectos son ineludibles é independientes de la voluntad del hombre, el voluntario sacrificio de Kerima en el momento de arrodillarse ante el altar para desposarse con Mudarra? ¿Hay cosa más propia de un corazón tierno y delicado que el remordimiento que se despierta en el alma de la apasionada joven cuando, al tender mano de esposa al que va á ser

su marido, se figura ver la que él le presenta manchada en sangre del padre que la engendró, á quien Mudarra ha dado muerte? Alucinación tan natural en espíritu que no desoye el grito de la conciencia, y por la cual resuelve Kerima súbitamente sofocar su amor y perder la felicidad que ansía, es de gran belleza mo¬ ral y causa honda impresión en el ánimo. Al dar muerte al padre de Kerima se dejó Mudarra llevar de sentimientos que han vivido y vivirán siempre en el corazón del hombre; armó el brazo para vengar á su familia. Pero la venganza, aunque sea justa, no puede menos de producir en el que se venga frutos amargos y dolorosos. Semejante desenlace, extraño á toda idea fatalista, me parece que no tiene nada de mal traído. El moro expósito, síntesis de lo que fué la Edad Media española en uno de sus más turbulentos periodos de lucha y de reconquista, lo retrata fielmente con sus vicios y virtudes, con sus preocupaciones y creencias, con su heroismo y su barbarie, con toda su poesía. ¿Qué espectáculo más eficaz para despertar de su letargo á los que por tantos años habían dormido el sueño de la amanerada imitación exótica?

XVI

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VIII.

NTES que Alcalá Galiano escribiese en París el sesudo proemio que va al

frente de El moro expósito para exponer la nueva poética del autor y mostrar los frutos que el romanticismo iba produciendo en Italia y Francia, en Alemania é Inglaterra; en tanto que Toreno, Burgos, Trueba y Cossío, Martínez de la Rosa, Canga-Argüelles y otros españoles ilustres endulzaban los sinsabores de la emigración preparando con estudios y trabajos útiles el renovamiento político y literario de España, un escritor sabio, modesto, lleno de entusiasmo por el arte procuraba en Madrid deslindar las diferencias esenciales de ambas escuelas, esforzándose por infundir en nuestro teatro el aliento de su antigua originalidad.

El Discurso sobre el influjo que ha tenido la crítica moderna en la decadencia del Teatro Antiguo Español, y sobre el modo con que debe ser con

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