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siderado para juzgar convenientemente de su mérito peculiar, publicado en 1828, es un documento preciosísimo, porque contiene en breves páginas lo más fundamental y sustancioso de las teorías regeneradoras. Habíase anticipado á traerlas á España (cuando hablar de ellas era para casi todos nuestros literatos como hablar en turco) el sabio alemán D. Juan Nicolás Böhl de Fáber, correcto escritor en nuestra lengua y profundo conocedor de nuestra literatura, el cual se adelantó en Cádiz á exponer doctrinas muy parecidas á las del Discurso de D. Agustín Durán, en unos cuadernos que dió á luz en 1818 y 1819. No hicieron éstos por el pronto el efecto que debía esperarse; mas tampoco fueron estériles, si se considera que la semilla que arrojaron germinó y principió á florecer en el Discurso de Durán (1). Con él se elevó éste como crítico á una altura en que no lograron rayar posteriormente ni el inolvidable maestro D. Alberto Lista, ni Larra, tan aplaudido y encomiado bajo el seudónimo de

(1) El Diario Mercantil de Cádiz correspondiente al domingo 30 de Noviembre de 1828 publicó una epístola en tercetos, correcta y esmeradamente versificada, en la cual se hace justísimo encomio del escritor germano-andaluz, tan inteligente apreciador de la antigua comedia española. El autor de la poesía, firmada L. G., se muestra en ella partidario de las doctrinas de Böhl. Así lo prueba cuando dice al hablar de Shakespeare:

Y á pesar de Boileau brilla en la escena.

Figaro, ni ninguno de los que al triunfar entre nosotros la revolución poética se encargaron de dirigir la opinión ó de aleccionar á los fervorosos é inexpertos sectarios de la nueva ley. Sin los heróicos esfuerzos de tan decidido campeón del teatro español de los siglos de oro y del espíritu nacional y libérrimo que lo produjo, habría sido más difícil á la dramática de la regeneración ahogar la rutina y establecerse sobre los escombros del clasicismo francés. Por ello quizás escandalizó menos de lo que habría parecido lógico entonces, la aparición de un drama como Don Álvaro.

No bien Saavedra lo compuso durante su residencia en Tours, escribiéndolo todo en prosa, Galiano se apresuró á traducirlo al francés con intento de que se representase en algún teatro de París. Pero la amnistía que decretó Fernando VII en 1833, aunque exceptuaba al autor y al traductor del drama, por haber sido de los que votaron en Sevilla la suspensión del Rey, despertó en el corazón de D. Ángel la esperanza de volver á pisar pronto el suelo patrio. Desde entonces no soñó en otra cosa ni vivió para otra idea. La convicción de que había de suceder así fué tan íntima, que envió inmediatamente su familia á España, él tan cariñoso, tan apegado siempre al amor de los suyos y á las delicias del propio hogar. No le

engañó el corazón. Muerto el Rey Fernando á fines de Setiembre, su augusta viuda la Reina Cristina decretó nueva amnistía, sin excepción de ninguna especie, y tuvo Saavedra la dicha de pisar tierra española el dia 1.o de Enero de 1834, después de diez años y tres meses de suspirar por ella. Desde entonces cambia completamente de faz la vida de nuestro héroe. El fallecimiento de su hermano mayor, acaecido en 15 de Mayo de aquel mismo año, le puso, como antes he dicho, en posesión de los títulos de su casa. El proscripto necesitado de apelar en país extranjero á los recursos de su inteligencia para ganarse la vida, se vió elevado por su calidad de Grande de España á la más alta dignidad de nuestra nación, y llamado á tomar asiento por derecho propio en el Estamento de Próceres.

No seguiré todos los pasos del nuevo Duque de Rivas en el terreno político, donde entró no enteramente curado de las exageraciones liberales que tan costosas le habían sido. Diré, no obstante, que en el Estamento de Próceres dió como orador altas pruebas de elevado espíritu al discutirse varios asuntos de interés público, y muy señaladamente en los debates relativos al proyecto de ley que excluía para siempre al infante D. Carlos y á su familia de la sucesión al trono.

Como había nacido poeta y las aficiones literarias ejercían en su alma influjo preponderante, ni los halagos de la ambición y de la gloria política le apartaron del principal objeto de sus amores, cifrados por aquel tiempo en corregir y hacer representar el Don Álvaro. Al poner nuevamente mano en su obra predilecta no se concretó á corregirla, sino hizo en ella muchas variaciones y versificó la mayor parte de sus escenas en el breve plazo de quince días. El efecto que causó en el público esa obra fué verdaderamente extraordinario. Los adeptos del imperante clasicismo francés recibieronla con verdadero estupor. La inmensa mayoría de los espectadores se sintió arrastrada y seducida por la grandeza y variedad de tan imponente cuadro. ¿Qué es, pues, esa peregrina creación dramática, la más importante del moderno teatro español como símbolo del espíritu y creencias, de los sentimientos y costumbres nacionales? Lo diré con la mayor brevedad posible.

D. Álvaro, rico, apuesto, generoso, bien que de misteriosa procedencia á los ojos de todo el mundo, se enamora ardientemente en Sevilla de la hermosa Leonor, hija del Marqués de Calatrava, y aspira á la dicha de ser su esposo.

El Marqués, de ilustrísimo linaje y mal satisfecho de tales amores, saca á su hija de Se

villa para evitar los progresos de una pasión que no estima conveniente. D. Álvaro entonces rinde con oro á los criados de Leonor, y dispone robarla de su hacienda del Aljarafe para desposarse con ella en el pueblo más inmediato. Leonor vacila; pero en el momento en que, fascinada por su amante, decide arrostrarlo todo y partir con el que idolatra, los sorprende el Marqués, oportunamente avisado de cuanto ocurre. La indignación del anciano llega á su colmo viendo al advenedizo en la estancia de su hija. D. Álvaro saca una pistola para tener á raya á los criados que le amenazan. Tiembla Leonor por su padre, tiembla por su amado; y en el momento en que éste, reconociendo que aquél tiene derecho para todo, se postra á sus plantas arrojando en tierra la pistola, dispárase el arma fatal y hiere mortalmente al anciano, que espira maldiciendo á la hija desventurada.

Recobrado de las heridas que recibió luchando con los criados del Marqués difunto, D. Álvaro sigue las banderas españolas á Italia, persuadido de que Leonor murió aquella terrible noche y anhelando sucumbir en los combates. Allí, bajo el supuesto y ya famoso nombre de D. Fadrique de Herreros, salva la vida al mayor de los hijos del Marqués, el cual había ido á buscarlo ocultando su propio nom

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