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to, El desengaño en un sueño me parece la más original y encumbrada obra poética de nuestro autor. Acaso en ninguna otra de las suyas atesora tan gran número de pensamientos sublimes, versos tan robustos y sonoros, tanta ni tan superior elocuencia. El desengaño en un sueño es exactamente lo que su título indica. Lisardo vive en un pequeño islote con el sabio Marcolán, su padre, suspirando por volar al mundo y dar empleo á la actividad juvenil de su corazón. Pero Marcolán, en comercio con espíritus sobrenaturales, conoce el alma de Lisardo, sabe que el ímpetu de sus pasiones puede perderlo, y quiere á toda costa impedir que se lance en el torbellino social. Para lograrlo forma un conjuro que postra y adormece al joven; le hace pasar mientras sueña por todos los placeres, grandezas ó amarguras de la realidad, y le despierta cuando, caido en una cárcel desde un trono, horrorizado de los crímenes á que le arrastra su ambición, penetrado de la vanidad de humanas grandezas, se encuentra dispuesto á comprender que la serena paz del alma es el mayor gozo de la vida. En este rápido viaje por la ardiente imaginación de Lisardo ha derramado el autor los más ricos tesoros de su fantasía. No parece sino que el drama ha surgido de la mente del poeta como Minerva de la cabeza de Júpiter: tan ló

gico y fácil se precipita el asunto desde la poética exposición hasta el imponente desenlace; tan llena de interés dramático está la fábula desde la primera escena hasta la última.

La historia de Lisardo, personificación varonil del pensamiento del drama, es la historia de la humanidad: siempre codiciando, para menospreciar lo codiciado, no bien lo consigue, y codiciar en seguida cosa mayor. Nuevo Sísifo condenado á levantar incesantemente el peñasco del deseo, para verlo rodar, apenas logrado, al abismo del hastío. La gradación de estas aspiraciones que empiezan por el amor y que á impulsos de ambición indomable llegan á todo, menos á la felicidad, por el camino del crimen, está diestramente concebida y con singular belleza realizada. Para hacerla más visible aún, encerrando en muy breve espacio el cuadro completo de la vida, penetra el autor en las regiones de la conciencia y personifica los móviles de las acciones humanas. Esta intervención del mundo interior materializado, principal elemento de la acción en El desengaño en un sueño, no es nueva en nuestro teatro; pero jamás se la había hecho servir á tan altos fines ni sistematizado con tanta elevación y grandeza. El Duque de Rivas procura hermanar en tan bello poema el sombrío individualismo de Shakespeare con el lujo poético de

Calderón; los tenebrosos pensamientos de Macbeth con los impensados arrebatos de Segismundo; y aunque no sigue servilmente la forma de Fausto y de Manfredo, á que Jorge Sand da el nombre de metafísica, busca y halla recursos para realizar por el camino de El condenado por desconfiado, El mágico prodigioso, El ermitaño galán ó El Anticristo (dentro siempre de las condiciones propias del tiempo en que vive) el drama filosófico del Mediodía, profundo en esencia como el del Norte, brillante y lozano en su aspecto como el sol ardiente que nos ilumina.

Cierto que la idea generadora de El desengaño en un sueño no es completamente original del Duque de Rivas. Desde que el turbulento Príncipe D. Juan Manuel, nieto de San Fernando y sobrino del sabio autor de Las Partidas, tomándolo quizá de libros ó tradiciones orientales, escribió en el capítulo XIII de su Conde Lucanor (impreso en Sevilla por Argote de Molina el año de 1575) la historia de don Illán el Nigromántico, esa idea ha ido echando raices en nuestra literatura, reapareciendo en ella de vez en cuando, bajo una ú otra forma, según el objeto y el gusto de los diversos ingenios que han tenido á bien utilizarla. Aun sin salir del antiguo teatro español pudiéramos encontrarle puntos de semejanza, no sólo

con La prueba de las promesas, cuyo pensamiento dice Ruiz de Alarcón estar tomado de la obra de D. Juan Manuel, sino con las dos comedias de Cañizares que tienen por héroe á D. Juan de Espina, casi un siglo posteriores á la de Alarcón, y con el pensamiento capital de La vida es sueño; pues harto es sabido que los medios adoptados para hacer patente el fondo de esta maravillosa creación ideal traen á la memoria el cuento del mendigo á quien embriagan y tratan como á rey durante un día, devolviéndolo después á su primitiva esfera y haciéndole creer que ha soñado cuanto en realidad le ha sucedido.

El no ser enteramente original la idea de El desengaño en un sueño, circunstancia que la envidia ha tenido muy buen cuidado de recordar, en nada disminuye á mis ojos el mérito de la obra. Ni la originalidad ni la verdad son patrimonio exclusivo de ningún ingenio, por grande que sea. Todas las verdades, todos los caracteres, todas las pasiones, hasta la idea de todas las formas expresivas existen más o menos vagamente en el mundo espiritual y son del dominio de todos los hombres. El que tiene bastante fuerza en sí mismo para descubrirlas y formularlas apropiándose lo que le conviene, usa de un derecho, tanto más legítimo, cuanta mayor sea la parte de vida

propia que comunique á los elementos ajenos de que se apodere. De no ser así, la historia del ingenio humano se convertiría en un proceso criminal donde ningún hombre ilustre podría justamente librarse del ignominioso título de ladrón. Lo que importa en esta materia no es saber si se ha tomado algo de otro, sino si se ha tenido la habilidad de asimilárselo. No si tal situación, tal carácter ó tal idea semejan á otra idea, otra situación ú otro carácter, sino conocer si han recibido nuevo aliento en la distinta combinación que les han dado. Un mismo raudal contribuye á producir en unos sitios verdura y flores, y en otros desaparece infructífero entre arenales. El quid no está en el agua, está en el terreno; y todos los plagios del mundo juntos serán ineficaces para lograr que pensamientos extraños arraiguen y florezcan en una cabeza estéril. Por el contrario, hasta reproduciendo á veces cosas ajenas se puede llegar á la originalidad, si se les presta el fuego invisible que las reviste de aquel inapreciable matiz signo seguro de belleza.

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