Imágenes de páginas
PDF
EPUB

X.

ECLARADA mayor de edad Isabel II poco después de haber caido Espar

tero á impulso de los mismos deplo

rables medios que le encumbraron, reconocida al fin como Reina de España por el Monarca de las dos Sicilias, el Duque de Rivas, á la sazón Vicepresidente del Senado, recibió el nombramiento de Ministro plenipotenciario en Nápoles. Poco favorable impresión le causó la antigua Parténope, de la cual su fantasía, la lectura de los clásicos antiguos y las descripciones encomiásticas de escritores españoles como Quevedo y Cervantes le habían hecho concebir halagüeña idea. Descubren esa mala impresión de su ánimo las amenas epístolas en varios metros compuestas al correr de la pluma y dirigidas á su cuñado el diplomático D. Leopoldo Augusto de Cueto, ahora Marqués de Valmar, residente en Lis

boa por aquel entonces. En una de las primeras le decía:

[ocr errors]

"Estoy desesperado, pues fallidas
Todas las esperanzas me han salido
Sobre esta tierra allende concebidas.

Y en llegando á, Madrid, su merecido
He de dar á la turba charlatana
De tanto embaucador y fementido,

Que, como acordarás, por la mañana
Nos tuvieron con tanta boca abierta,
Y de venir aquí dándonos gana.

"No hay región en el orbe descubierta
>>Cual Nápoles,» decían... (¡Embusteros!
No volverán á atravesar mi puerta.)

"¡Qué clima! ¡Qué placeres! Los eneros

» Son cual los mayos son de Andalucía;
Las mujeres palomas y corderos.

»Alli producen flores los abrojos,

»Y en banquetes, teatros y funciones
»No hay nunca pesadumbres, nunca enojos.>>
Todas eran mentiras é invenciones;

Que es Nápoles país abominable,

Y el peor que hay del Sur á los Trïones.

El clima, caro hermano, es detestable;

Ni un solo día he visto el cielo puro,

Ni un momento de sol claro y estable.

Sopla contínuamente el viento duro;
Llueve dos ó tres veces cada día;
Si no te abrigas, toses de seguro.

Hoy, primero de Abril, de nieve fría

Están cubiertos los vecinos montes,

Y el mar montes de espuma al cielo envía.
Ni un árbol solo en estos horizontes
Descubrirás con hojas verdeantes,

Aunque á las altas cumbres te remontes.

¡Cómo estarán de nardos y jazmines,
Á estas horas, poblados los paseos
Que adornan de Sevilla los confines!...>>

Este cariñoso recuerdo de su predilecta ciudad andaluza explica el mal efecto que le causó al pronto la que se mira en el poético golfo azul arrullada por las sirenas.

Como toda imaginación acalorada y vehemente, la del Duque se había forjado respecto de Nápoles ilusiones á que no llega nunca la realidad, por grande que sea su hermosura. Y como al pisar aquel suelo privilegiado carecía en él de amistosas relaciones, indispensables á las almas comunicativas; como le recibieron con aspereza los rigores de la estación, y había soñado encontrar allí perpetua y florida primavera, el desencanto superó á lo que en cierto modo habría sido razonable. Poco tardó, no obstante, en mudar de bisiesto, trocándose á sus ojos aquella tierra en una especie de abreviado paraiso. La ilustre alcurnia del Duque y sus nobles prendas personales obtuvieron

desde luego lisonjera acogida en la alta sociedad de la corte. La gran reputación literaria de que iba precedido le hizo contraer fina amistad con los sabios y artistas célebres del país, tales como el escultor Angelini, los pintores Marani y Smargiazzi, los eruditos Volpicella, Blanch y Carlos Troya, y los egregios poetas Campagna y Duque de Ventignano. Apreciando entonces como era justo los singulares atractivos de aquella espléndida naturaleza У la amabilidad y cultura de sus habitantes, se convenció de que los había juzgado mal y convirtió en entusiasmo el disgusto, merced á la movilidad de impresiones propia de su fogoso y vivaz carácter. Acusándole su cuñado de inconsecuente por tan radical mudanza, discúlpala el Duque en estos desenfadados ter

cetos:

«Vino después la primavera; el cielo,
Antes de plomo bóveda pesada,
De nácar y zafir tornóse un velo.
Brotó feraz la pompa engalanada

De

vegas, de montañas, de jardines;
Quedó la mar risueña y sosegada.

Admiré en su esplendor estos confines;
Del Vesubio trepé las altas cumbres;
Bosques ví de naranjos y jazmines.

De un purísimo sol gocé las lumbres;

Aprendí este lenguaje, y poco a poco

Me aficioné á esta gente y sus costumbres.

Ni amistad santa me faltó tampoco
De hermosísimas damas. Sin peluca,
Ni tos, ni panza, ni tabaco y moco,
Puede un anciano verde alzar la nuca,
Y logré que dijeran muchas bellas:
¡Quanto é simpaticone questo Ducu!!
Pinté con dicha los retratos de ellas;
Les hice y publiqué sonoros versos,
Y víme encaramado en las estrellas.

He encontrado también hombres diversos
De ciencia, erudición, buen gusto y fama,
En esta grata sociedad dispersos.

Un célebre escritor hay que se llama
Blanch, y en ciencias políticas merece
De la inmortalidad la noble rama.

Y un tal Campagna, calabrés, parece
El hijo predilecto del Parnaso,
Según su claro ingenio resplandece.

Estos y otros, en número no escaso,
Hombres de letras, mi amistad procuran,
Y horas con ellos deliciosas paso.

Con tan buenos influjos, consiguiente

Era mudar de la opinión primera,

Sin tacha merecer de inconsecuente.

Antes me honra en verdad sobremanera

El escribir según mis sensaciones,

Y no aferrado á una opinión cualquiera.»

Era, en efecto, el Duque de Rivas hombre espontáneamente sincero, aborrecedor de hipocresías, y tan alegre y jovial como digno y

« AnteriorContinuar »