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hombre se rebela contra su voluntad de salvarle, hace que sirvan á otros fines altísimos de su providencia, ha permitido esta nueva inmolación de los nuestros á manos bolivianas, para que quede en la region de los delirios y se haga imposible por siempre, la unión de estos dos pueblos: y que Gamarra fuese la primera víctima, en ese sangriento sacrificio, á fin de que no tomer su nombre por pretexto los enemigos de nuestra independencia. ¿Quién lo sabe? La incomprensibilidad es el primer carácter de los juicios del Señor, hasta que tiene á bien revelarlos. Por ahora, un castigo es lo que vemos: un castigo inesperado, asombroso, ejemplar, con que la voz del Omnipotente amonesta á todas las Repúblicas Americanas, al cumplimiento de las leyes, que bajo pena de ignominia y destrucción, ha querido respeten las sociedades; y á nosotros nos dice, que si somos libres para amar ó nó, los abundantes dones que con paternal mano ha esparcido en este suelo y para seguir ó desechar sus disposiciones inmutables, no tenemos medio como escapar de su justicia vencedora.

¿Y qué podré decir yo, señores, que nos consuele? Veintiun años hemos vivido abandonados á unos mismos pecados. No han sido parte á volvernos al camino del órden las contínuas amenazas del Señor. Quiso al fin castigarnos: y, para que el dolor y la vergüenza nos fueran mas sensibles, escogió el brazo sin vigor, el miserable brazo de Bolivia. ¿Qué podré decir que nos consuele? El espíritu secreto de partido había usurpado el amor á la Patria: y la Patria, que solo es visible para los corazones que le presentan el tributo de su amor, no existía para muchos. El hábito de no obedecer las instituciones ni la autoridad pública estaba inveterado. Una parte de la tropa desobedeció, pues, á sus jefes; careció de entusiasmo, para defender á la Patria; no la vió y volvió caras, ¿á presencia de quién? de soldados bolivianos. ¿Qué podré decir que nos consuele? Los supremos poderes de la Nación no eran por todos amados, respetados y honrados, como una ley divina lo manda: y el Presidente de la República, feliz en haber muerto cumpliendo su importante deber, y ofreciéndose á Dios, no lo duda la Iglesia, en sacrificio propiciatorio por la República, fué insultado, ajado y vilipendiado cuando ya la persona de Gamarra estaba en la eternidad, y en su cadáver nada había que ofender sino las insignias del Jefe del Perú. ¿Qué podré decir que nos consuele? Lloremos, señores. Del seno del llanto nacerán tal vez la cordura, el arrepentimiento y la felicidad: lloremos, y desháganse en agua nuestros párpados al resonar la lamentación. "¿Cómo hemos sido desolados y confundidos tan vergonzosamente?"

No puedo mas, Dios mío. Perdónalo á mi turbacion, si falta algo todavía. Acepta los dolores que me ha costado pronunciar cada una de las palabras que has puesto en mi corazón; y los que mis oyentes han sufrido. Ahora, Señor, que diste á la

República la existencia rodeada del esplendor glorioso de Ayacucho, ¿sería solo para hacer mas atormentadora la ignominia en que nos has hundido? ¿Con la pena estrepitosa de Incahue se habrán consumado todos tus designios acerca de esta malhadada Nación? ¡Oh! No: ¡Padre misericordioso del Perú! Harto nos manifiestas tus bondadosas intenciones. Por una parte, castigo sin igual: por otra, veneros sorprendentes de riqueza y de ventura. Este es el momento de crisis en que quieres hagamos la elección, que de una vez decida nuestra suerte. Buen Dios! nunca has hablado con una voz mas clara á las Naciones. ¿Pero qué elegiremos sin tu gracia? Luz y ayuda, Señor, para los ojos ciegos, y los corazones extraviados. Cesen ya los terrores de la justicia. "Nos has castigado por nuestras iniquidades: sálvanos por tu misericordia." (1) "Acuérdate Señor! de lo que nos ha acaecido: repara y mira nuestro oprobio." (2) Mira al Presidente de la República inmolado en medio de raudales de sangre y de raudales mas copiosos de infamia, de entre los cuales voló su alma azorada á refugiarse en tu gloria. Acógela, Señor: oye sus ruegos. Recibe su sacrificio: sacrificio de la Nación entera: sacrificio inmenso, que en sentir y gemir nos hace agotar toda la capacidad de padecer, sin que podamos alcanzar á sentir y gemir cuanto conviene. ¿Tamaño mal no bastará á aplacarte, buen Dios? No: "no eres Dios de los muertos sino de los vivos;" (3) "ni quieres la muerte de los pueblos," como no quieres la de los individuos, "sino que se conviertan de sus malos caminos y que vivan." (4)

Tu misericordia comienza ya á brillar sobre nosotros. Ese grito de unión que, bañados en llanto, han lanzado todos los peruanos, obra es tuya, Señor. Y aquí delante de este fúnebre aparato; después de haber gemido sobre el sepulcro del último Presidente y sobre los pecados que nos hicieron objeto de tu colera en Incahue, te protestamos solemnemente renuncia completa del espíritu de partido; respeto inalterable á la legítima autoridad; y adoración á tus Santas Leves. Confirma con tu auxilio, Señor, estas resoluciones. ¡Ah! No se burlen de nosotros nuestros enemigos. Oye los suspiros de nuestros desgra ciados hermanos, que ya sufren la tiranía extranjera. Mira á los invasores, que sin advertir que tu justicia tremenda arroja de ordinario al fuego el azote que ha empleado en castigar, marchan engreídos por nuestro territorio. No me es lícito desear, que su caudillo sea traspasado como Sennacherib, aun

[1] Tobias 13, 5 y Lament. 5, 19

[2] Lament. 5. 1.°

[3] San Lucas 20, 38.

[4] Ezech. 33, 11.

que ello es natural, por las mismas armas que le obedecen. Pero honor, Dios mío, honor para mi patria! Que los elementos de poder y de felicidad que nos has dado, no sean mas tiempo por nuestra culpa comprimidos! Que los vean nuestros enemigos, que tiemblen, que huyan! Que la sangre del Generalísimo Presidente nos recuerde siempre hasta donde puede conducir á las Naciones el abandono de sus hijos: que él vea desde el Cie. lo, elevarse de nuevo en el Perú la GLORIA y las bendiciones á tu nombre Santo.

"Levántate, levántate Jerusalen, que has bebido hasta las heces el cáliz de la ira del Señor!" (1)

1 Isai 51, 17.

República Peruana

Secretaría del Consejo de Estado

Lima, á 3 de Enero de 1842.

Señor Ministro de Estado del Despacho de Gobierno y Relacio nes Exteriores.

Señor Ministro:

Por disposición del Consejo de Estado, tengo el honor de dirigir á US. la adjunta proclama que hace el mismo á la Nación, para que, poniendola en conocimiento del Supremo Gobierno, se sirva disponer su publicación.

Dios guarde á US.

Juan Távara.

EL CONSEJO DE ESTADO

Á LA NACIÓN

Peruanos:-El jefe que hoy dispone de la suerte de Bolivia, lleno de un vano orgullo, acaba de añadir á la lista de los agravios que nos ha irrogado, el mas enorme que podía hacernos invadiendo el territorio. Los pueblos meridionales que sufren sus estragos, estimando menos su vida que su honor, se han lanzado á defenderlo con el coraje que inspira al patriotismo y la desesperación. Su ejemplo será seguido do quiera que pongan su planta los invasores; porque en todos los ánimos arde el deseo de repelerlos, y en todos los corazones prevalece el sentimiento de la integridad nacional.

Conciudadanos:-El plan que se ha propuesto el enemigo en su precaria ocupación de parte de los departamentos de Pu

no y de Moquegua, es el mismo de usurpación y de tiranía que forjó por largos años el corifeo del bando que capitanea en su ausencia Ballivian. Impotente para restablecerlo con las armas, y atónito con la resistencia que ha encontrado en sus primeros ensayos, se promete consumar su obra de maldición alhagando aspiraciones que llevan consigo el anatema de la ley, é insinuando intereses que envolverán en su ruina al temerario que se arroje á abrazarlos.

Peruanos:-La duplicidad y la perfidia del jefe de Bolivia justifican la decisión del Gobierno en continuar la guerra has ta reducirlo á la raya de sus deberes, para arrancarle seguridades de ajustar una paz honrosa y sólida que nunca hemos podido obtener por la razón ni las negociaciones. Un ejército moralizado y respetable se prepara á cumplir este propósito, y si se renovasen nuestros desastres, no por eso abandonaremos nuestros esfuerzos. La causa en que nos hallamos empeñados tiene en su apoyo la justicia y la opinión; y su triunfo será cierto, si nos mantenemos obedientes al Gobierno que es el centro de nuestra unidad y de nuestra fuerza.

Pueblos del Sur:-Mientras vuestros enemigos, que son los de la Nación, trabajan en derrocar sus instituciones, vuestro Consejo de Estado, fiel á sus comprometimientos, las custodiará en los peligres con el mismo celo y energía que las ha conservado en las épocas de tranquilidad. Orden y unión os encarece, y si lo guardáis, como lo espera de vuestra lealtad y de vuestro patriotismo, no dudéis que desaparezcan los invasores, y que vuestras injurias serán ampliamente reparadas.

Sala de sesiones del Consejo, en Lima, á 3 de Enero de 1842.

JUSTO FIGUERola,
Vice-presidente.

Juan Bautista Navarrete.-Benito Lazo.-Santiago Ofelan. -Pascual del Castillo.-Lucas Pellicer.-Manuel del Río.-Gregorio Cartajena.-José Manuel Echegoyen.-Pedro Astete.Juan Távara.

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