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lo que podria suceder, ó ya lo hizo por salir de entre sus manos, y no miró en mas, ó por ser criada, que era lo mas cierto. En fin, concluyó su plática la traidora con decirle que viviese con cuenta, porque le habian de llevar, cuando menos se pensase, su hacienda. Yo le he dicho á usted lo que me toca y mi conciencia me dicta; aliora, repetia Marcela, haga usted lo que fuere servido, que aquí estoy para cumplir todo lo que fuere su gusto. A buen tiempo, replicó don Márcos, cuando no hay remedio, porque la traidora y el ingrato mal nacido se han ido, llevándome cuanto tenia; y luego juntamente él contó todo lo que habia pasado con ellos desde el dia que se habia ido de su casa. ¡ Es posible! dijo Marcela. ¡Ay tal maldad! ¡Ay señor de mi alma! y cómo no en balde le tenia yo lástima, mas no me atrevia á hablar, porque la noche que mi señora me envió de su casa quise avisar á usted viendo lo que pasaba, mas temí; que aun entonces, porque le dije que no escondiese la cadena, me trató de palabra y obra cual Dios sabe. Ya, Marcela, decia don Márcos, he visto lo que dices, y es lo peor que no lo puedo remediar, ni saber dónde ó cómo puedo hallar rastro de ellos. No le dé eso pena, señor mio, dijo la fingida Marcela, que yo conozco un hombre, y aun pienso, si Dios quiere, que ha de ser mi marido, que le dirá á usted dónde los hallará como si los viera con los ojos, porque sabe conjurar demonios y bacer otras admirables cosas. ¡Ay, Marcela, y cómo te lo serviria yo y agradeceria si hicieses eso por mi! Duélete de mis desdichas, pues puedes. Es muy propio de los malos, en viendo á uno de caida, ayudarle á que se despeñe mas presto, y de los buenos creer luego; asi creyó don Márcos á Marcela; y ella se determinó á engañarle y estafarle lo que pudiese, y con este pensamiento le respondió que fuese luego, que no era muy lejos la casa. Yendo juntos, encontró don Márcos otro criado de su casa, á quien pidió cuatro reales de á ocho para dar al astrólogo, no por señal, sino de paga; y con esto llegaron á casa de la misma Marcela, donde estaba con un hombre que dijo ser el sabio, y á la cuenta era su amante. Habló con él don Márcos, y concertáronse en ciento y cincuenta reales, y que volviese de allí á ocho dias, que él haria que un demonio le dijese dónde estaban, y los hallaria; mas que advirtiese que si no tenía ánimo, que no habria nada hecho, que mejor era no ponerse en tal, ó que viese en qué forma lo queria ver, si no se atrevia que fuese en la misma suya. Parecióle á don Márcos, con el deseo de saber de su hacienda, que era ver un demonio ver un plato de manjar blanco. Y así, respondió que en la misma que tenia en el infierno, en esa se le enseñase, que le veia llorar la pérdida de su hacienda como aunque mujer, que en otras cosas era muy hombre. Con esto y darle los cuatro reales de á ocho se despidió de él y Marcela, y se recogió en casa de un amigo, si los miserables tienen alguno, á llorar su miseria. Dejémosle aquí, y vamos al encantador, que así le nombrarémos, que para cumplir lo prometido y hacer una solemne burla al miserable, que ya por la relacion de Marcela

conocia el sugeto, hizo lo que diré. Tomó un gato y encerróle en un aposentillo, al modo de despensa, correspondiente á una sala pequeña, la cual no tenia mas ventana que una, del tamaño de un pliego de papel, alta Cuanto un estado de hombre, en la cual puso una red de cordel que fuese fuerte; y entrábase donde tenia el gato, y castigábalo con un azote, teniendo cerrada una galera que hizo en la puerta, y cuando le tenia bravo, destapaba la gatera, y salia el gato corriendo, y saltaba la ventana, donde cogido en la red, le volvia á su lugar. Hizo esto tantas veces, que ya sin castigarle, en abriéndole, iba derecho á la ventana. Hecho esto, avisó al miserable que aquella noche en dando las once le enseñaria lo que deseaba. Habia, venciendo su inclinacion, buscado nuestro engañado lo que faltaba para los ciento y cincuenta reales prestados, y con ellos vino á casa del encantador, al cual puso en las manos el dinero, para animarle á que fuese el conjuro mas fuerte; el cual despues de haberle apercibido el ánimo y valor, se sentó de industria en una silla debajo de la ventana, la cual tenia ya quitada la red. Era, como se ha dicho, despues de las once, y en la sala no habia mas luz que la que podia dar una lamparilla que estaba á un lado, y dentro de la despensilla, todo lleno de cohetes, y con el mozo avisado de darle á su tiempo fuego y soltarle á cierta seña que entre los dos estaba puesta. Marcela se salió fuera porque ella no tenia ánimo para ver visiones. Y luego el astuto mágico se vistió una ropa de bocací negro y una montera de lo mismo, y tomando un libro de unas letras góticas en la mano, algo viejo el pergamino, para dar mas crédito á su burla, hizo un cerco en el suelo, y se metió dentro con una varilla en las manos, y empezó á leer entre dientes, murmurando en tono melancólico y grave, y de cuando en cuando pronunciaba algunos nombres extravagantes y exquisitos, que jamás habian llegado á los oidos de don Márcos, el cual tenia abiertos, como dicen, los ojos de un palmo, mirando á todas partes si sentia ruido para ver el demonio que le habia de decir todo lo que deseaba. El encantador heria luego con la vara en el suelo, y en un brasero que estaba junto á él con lumbre echaba sal, azufre y pimienta, y alzando la voz decia: Sal aquí, demonio Calquimorro, pues eres tú el que tienes cuidado de seguir á los caminantes, y les sabes sus designios y guaridas, y di aquí en presencia del señor don Márcos y mia qué camino lleva esta gente y dónde y qué modo se tendrá de hallarlos; sal presto, ó guárdate de mi castigo; estás rebelde, y no quieres obedecerme, pues aguarda, que yo te apretaré hasta que lo hagas, y diciendo esto, volvia á leer en el libro; á cabo de rato tornaba á herir con el palo en el suelo, refrescando el conjuro dicho y zahumerio, de suerte que ya el pobre don Marcos estaba alogándose. Y viendo ya ser hora de que saliese, dijo: Oh tú que tienes las llaves de las puertas infernales, manda al Cerbero que deje salir al Calquimorro, demonio de los caminos, para que nos diga dónde están estos caminantes, ó si no, te fatigaré cruelmente. A este tiempo ya el mozo que es

ba abrasado y muerto; y trayendo tambien dos ó tres libros que en su casa tenia, dijeron á don Márcos conociese cuál de ellos era el de los conjuros. El tomó el mismo, y le dió á los señores alcaldes, y abierto vieron que era el de Amadis de Gaula, que por lo viejo y letras antiguas habia pasado por libro de encantos; con lo que enterados del caso, fué tanta la risa de todos, que en gran espacio no se sosegó la sala, estando don Márcos tan corrido, que quiso matar al encantador, y luego hacer lo mismo de sí, y mas cuando los alcaldes le dijeron que no se creyese de ligero ni se dejase engañar á cada paso. Y así, los enviaron á todos con Dios, saViendo tal el miserable, que no parecia el que antes era, sino un loco. Fuése á casa de su amo, donde halló un cartero que le buscaba con una carta, que abierta, vió que decia de esta manera:

«A don Márcos Miseria, salud. Hombre que por »>ahorrar no come, hurtando á su cuerpo el sustento »necesario, y por solo interés se casa, sin mas infor>>macion que si hay hacienda, bien merece el castigo »>que usted tiene y el que le espera andando el tiempo. >>Vuesa merced, señor, no comiendo sino como hasta »aquí, ni tratando con mas ventaja que siempre hizo á »sus criados, y como ya sabe, la media libra de vaca, >>un cuarto de pan y otros dos de racion al que sirve y >>limpia la estrecha vasija en que hace sus necesidades, »vuelva á juntar otros seis mil ducados, y luego me »avise, que vendré de mil amores á hacer con usted »>vida maridable; que bien lo merece marido tau apro>>vechado.

taba por guardian del gato habia dado fuego á los cohetes y abierto el agujero, que como vió arder, salió dando aulidos y truenos, brincos y saltos, y como estaba enseñado á saltar en la ventana, quiso escaparse por ella, y sin tener respeto á don Márcos, que estaba sentado en la silla, pasó por encima de su cabeza, abrasándole de camino las barbas y cabellos y parte de la cara, y dió consigo en la calle, con cuyo suceso, pareciéndole que no habia visto un diablo, sino todos los del infierno, dando muy grandes gritos, se dejó caer desmayado en el suelo sin tener lugar de oir una voz que se dió en aquel punto, que dijo: Eu Granada los hallarás. A los gritos de don Márcos y aullidos del gato, viéndole dar bramidos y saltos por la calle, respecto de estarse abrasando, acudió gente, y entre ellos la justicia; y llamando, entraron, y hallaron á Marcela y su amante procurando á fuerza de agua volver en sí al desmayado, lo cual fué imposible hasta la mañana. Informóse del caso el alguacil, y no satisfaciéndose, aunque le dijeron el enredo, echaron sobre la cama del encantador á don Márcos, que parecia muerto, y dejando con él y Marcela dos guardas, llevaron á la cárcel al embustero y su criado, que hallaron en ia despensilla, dejándolos con un par de grillos á cada uno á título de hombre muerto en su casa. Dieron á la mañana noticia á los señores alcaldes de este caso, los cuales mandaron salir á visita los dos presos, y que fuesen á ver si el hombre habia vuelto en sí, ó si habia muerto. A este tiempo don Márcos habia vuelto en sí, y sabia de Marcela el estado de sus cosas, y se confirmaba el hombre mas cobarde del mundo. Llevóles el alguacil á la sala, y preguntado por los señores de este caso, dijo la verdad, conforme lo que sabia, trayendo al juicio el suceso de su casamiento, y cómo aquella moza le habia traido á aquella casa, donde le dijo que sabria los que llevaban su hacienda dónde los hallaria, y que él no sabia mas, sino que despues de largos conjuros que aquel hombre habia hecho leyendo en un libro que tenia, habia salido por un agujero un demonio tan feo y tan horrible, que no habia bastado su ánimo á escuchar lo que decia entre dientes y los grandes aullidos que iba dando; y que no solo esto, mas que habia embestido con él y puéstole como veian; mas que él no sabia qué se hizo, porque se le cubrió el corazon, sin volver en sí hasta la mañana. Admirados estaban los alcaldes, hasta que el encantador los desencantó contándoles el caso como se ha dicho, confirmando lo mismo el mozo y Marcela y gato que trajeron de la calle, donde esta

>>DONA ISIDORA VENGANZA.»

Fué tanta la pasion que don Márcos recibió, que le dió una calentura, que en pocos dias le acabó los suyos miserablemente. A doña Isidora, estando en Barcelona aguardando galeras en qué embarcarse para Nápoles, una noche don Agustin y su Inés la dejaron durmiendo, y con los seis mit ducados de don Márcos y todo lo demás que tenia se embarcaron, y llegados que fueron á Nápoles, él asentó plaza de soldado, y la herinosa Inés puesta en paños mayores se hizo dama cortesana, sustentando con este oficio en galas y regalos á su don Agustin. Doña Isidora se volvió á Madrid, donde, renunciando el moño y las galas, anda pidiendo limosna, la cual me contó mas por entero esta maravilla, y me determiné á escribirla, para que vean los miserables el fin que tuvo este, y viéndolo, no hagan lo mismo, escarmentando en cabeza ujena.

LA FUERZA DEL AMOR,

POR DOÑA MARIA DE ZAYAS Y SOTOMAYOR.

EN Nápoles, insigne y famosa ciudad de Italia por su riqueza, hermosura y agradable sitio, nobles ciudadanos y gallardos edificios, coronados de jardines y adornados de cristalinas fuentes, hermosas danias y gallardos caballeros, nació Laura, peregrino y nuevo milagro de naturaleza, tanto, que entre las mas gallardas y hermosas fué tenida por celestial extremo; pues habiendo escogido los curiosos ojos de la ciudad entre todas ellas once, y de estas once tres, fué Laura de las once una, y de las tres una. Fué tercera en el nacer, pues gozó del muudo despues de haber nacido en él dos hermanos tan nobles y virtuosos como ella hermosa. Murió su madre del parto de Laura, quedando su padre por gobierno y amparo de los tres gallardos hijos, que si bien sin madre, la discrecion del padre supiió medianamente esta falta. Era don Antonio, que este es el nombre de su padre, del linaje y apellido de Carrafa, deudo de los duques de Nochera, y señor de l'iedrablanca. Criáronse don Alejandro, don Cárlos y Laura con la grandeza y cuidado que su estado pedia, poniendo su uoble padre en esto el cuidado que requeria su estado y riqueza, enseñando á los hijos en las buenas costumbres y ejercicios que dos caballeros y una tan hermosa dama merecian, viviendo la bella Laura con el recato y honestidad que á mujer tan rica y principal era justo, siendo los ojos de su padre y hermanos alabanza de la ciudad. Quien mas se señalaba en querer á Laura era don Cárlos, el menor de los hermanos, que la amaba tan tierno, que se olvidaba de sí por quererla; y no era mucho, que las gracias de Laura obligaban, no solo á los que tan cercano deudo tenian con ella, mas á los que mas apartados estaban de su vista. No hacia falta su madre para su recogimiento, demás de ser su padre y hermanos vigilantes guardas de su hermosura; y quien mas cuidadosamente velaba á esta señora eran sus honestos pensamientos, si bien cuando llegó á la edad de discrecion no pudo negar su compañía á las principales señoras, sus deudas, para que Laura pagase á la desdicha lo que debe la hermosura. Es costumbre en Nápoles ir las doncellas á los saraos y festines que en los palacios del virey y casas particulares se hacen, aunque en algunas tierras de Italia no lo aprueban por acertado, pues en las mas de ellas se les niega ir á misa, sin que basten á derogar esta ley que N-11,

ha puesto en ellas la costumbre las penas que los ministros eclesiásticos y seglares les imponen. Salió, en fin, Laura á ver y ser vista, tan acompañada de hermosura como de honestidad, aunque á acordarse de Diana no se fiara de su recato. Fueron sus bellos ojos basiliscos de las almas, su gallardía monstruo de las vidas, y su riqueza y nobles prendas cebo de los deseos de mil gallardos y nobles mancebos de la ciudad, pretendiendo por medio de casamiento gozar de tanta her

mosura.

Entre los que pretendian servir á Laura se aventajó don Diego de Piñatelo, de la noble casa de los duques de Monteleon, caballero rico y galan. Vió, en fin, á Laura, y rindióle el alma con tal fuerza, que casi no la acompañaba sino solo por no desamparar la vida; tal es la hermosura mirada en ocasion; túvola don Diego en un festiu que se hacia en casa de un principe de los de aquella ciudad, no solo para verla, sino para amarla, y despues de amarla darla á eutender su amor tan grande en aquel punto como si hubiera mil años que la amaba. Usase en Nápoles llevar á los festines un maestro de ceremonias, el cual saca á danzar á las damas, y las da al caballero que le parece. Valióse don Diego en esta ocasion del que en el festin asistia; ¿quién duda que seria á costa de dinero? pues apenas calentó con él las manos al maestro, cuando vió en las suyas las de la bella Laura el tiempo que duró el danzar una gallarda; mas no le sirvió de mas que de arderse con aquella nieve, pues apenas se atrevió á decir: Señora, yo os adero, cuando la hermosa dama, fingiendo justo impedimento, le dejó y se volvió á su asiento, dando que sospechar á los que miraban, y que sentir á don Diego, el cual quedó tan triste como desesperado, pues en lo que quedaba del dia no mereció que Laura le favoreciese siquiera con los ojos. Llegó la noche, que don Diego pasó revolviendo mil pensamientos, ya animando con la esperanza, ya desesperando con el temor, mientras la hermosa Laura, tan ajena de sí cuanto propia de su cuidado, llevando en la vista la gallarda gentileza de don Diego, y en la memoria el yo os adoro que le habia oido, ya se determinaba á querer, y ya pidiéndose estrecha cuenta de su libertad y perdida opinion, como si en solo amar se hiciese yerro, arrepentida se reprendia á sí misma, pareciéndole que ponia en condicion, si amaba, la obligacion

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garse
á sí misma el gusto, y á la gente de su casa la
conversacion, deseando ocasiones para ver la causa de
su descuido; y dejando pasar los dias, al parecer de
don Diego, con tanto descuido, que no se ocupaba en
otra cosa sino en dar quejas contra el desden de la ena-
morada señora, la cual no le daba, aunque lo estaba,
mas favores que los de su vista, y esto tan al descuido
y con tanto desden, que no tenia lugar ni aun para po-
derle decir su pena, porque aunque la suya la pudiera
obligar á dejarse pretender, el cuidado con que la en-
cubria era tan grande, que á sus mas queridas criadas
guardaba el secreto de su amor. Sucedió que una no-
che, de las muchas que á don Diego le amanecia á las
puertas de Laura, viendo que no le daban lugar para
decir su pasion, trajo á la calle un criado, que con un
instrumento fuese tercero de ella, por ser su dulce y
agradable voz de las buenas de la ciudad, procurando
declarar en un romance su amor y los celos que le
daba un caballero muy querido de los hermanos de
Laura, y que por este respeto entraba á menudo en su
casa. En fin, el músico, despues de haber templado,
cantó el romance siguiente:

Si el dueño que elegiste,
Altivo pensamiento,
Reconoce obligado
Otro dichoso dueño,

Que es amigo piadoso
Siempre agradecimiento;
Tambien preso le miras
En ese ángel soberbio,
¿Cómo podia ayudarte
En tu amoroso intento?

de su estado, y si aborrecia, se obligaba al mismo pe- | lenguas de la poesía y en las cuerdas de esa laud, y lo ligro. Con estos pensamientos y cuidados empezó á ne- que peor es, en boca de ese músico, que siendo criado, será fuerza ser enemigo; yo no os olvido por nadie, que si alguno en el mundo ha merecido mis cuidados, sois vos, y seréis el que me habeis de merecer, si por ellos aventurase la vida. Disculpe vuestro amor mi desenvoltura y el verme ultrajar mi atrevimiento, y tenedle desde hoy para llamaros mio, que yo me tengo por dichosa en ser vuestra. Y creedme que no dijera esto si la noche con su oscuro manto no me excusara la vergüenza y colores que tengo en decir estas verdadesPidiendo licencia á su turbacion, el mas alegre de la tierra quiso responder y agradecer á Laura el enamorado don Diego, cuando sintió abrir las puertas de la propia casa y saltearle tan brevemente dos espadas, que á no estar prevenido y sacar tambien el criado la suya, pudiera ser que no le dieran lugar para llevar sus deseos amorosos adelante. Laura, que vió el suceso y conoció á sus dos hermanos, temerosa de ser sentida, cerró la ventana, y se retiró á su aposento acostándose, mas por disimular que por desear de reposo. Fué el caso que como don Alejandro y don Cárlos oyesen la música, se levantaron á toda prisa, y salieron, como he dicho, con las espadas desnudas en las manos, las cuales fueron, si no mas valientes que las de don Diego y su criado, á lo menos mas dichosas, pues siendo herido de la pendencia, hubo de retirarse, quejándose de su desdicha, aunque mejor fuera llamarla ventura, pues fué fuerza que supiesen sus padres la causa, y viendo lo que su hijo granjeaba con tan noble casamiento, sabiendo que era este su deseo, pusieron terceros que lo tratasen con el padre de Laura. Y cuando pensó la hermosa Laura que las enemistades serian causa de eternas discordias, se halló esposa de don Diego. ¿Quién viera este dichoso suceso y considerara el amor de don Diego, sus lágrimas, sus quejas y los ardientes deseos de su corazon, que no tuviese & Laura por muy dichosa? Quién duda que dirán los que tienen en esperanzas sus pensamientos: ¡Oh quién fuera tan venturoso que mis cosas tuvieran tan dichoso fin como el de esta noble dama! y mas las mujeres que no miran en mas inconvenientes que su gusto? Y de la misma suerte, ¿quién verá á don Diego gozar en Laura un asombro de hermosura, un extremo de riqueza, un colmo de entendimiento y un milagro de amor, que no diga que no crió otro mas dichoso el cielo? Pues por lo menos siendo las partes iguales, ¿no es fácil de creer que este amor habia de ser eterno? Y lo fuera, si Laura no fuera como hermosa desdichada, y don Diego como hombre mudable; pues á él no le sirvió el amor contra el olvido, ni la nobleza contra el apetito, ni á ella la valió la riqueza contra la desgracia, la hermosura contra el remedio, la discrecion contra el desden, ni el amor contra la ingratitud, bienes que en esta edad cuestan mucho, y se estiman en poco. Fué el caso que don Diego, antes que amase á Laura, habia empleado sus cuidados en Nise, gallarda dama de Nápoles, si no de lo mejor de ella, por lo menos no era de lo peor, ni tan falta de bie

¿Por qué te andas perdido,
Sus pisadas siguiendo,
Sus acciones notando,
Su vista pretendiendo?
¿De qué sirve que pidas
Ni su favor al cielo,
Ni al amor imposibles,
Ni al tiempo sus efectos?

¿Por qué á los celos llamas,
Si sabes que los celos
En favor de lo amado
Imposibles han hecho?

Si á tu dueño deseas
Ver ausente, eres necio,
Que por matar, matarte,
No es pensamiento cuerdo.
Si á la discordia pides
Que haga lance en su pecho,
Bien ves que á los disgustos
Los gustos vienen ciertos.
Si dices á los ojos
Digan su sentimiento,
Ya ves que alcanzan poco,
Aunque mas miren tiernos.
Si quien pudiera darte,
En tus males remedio,

Pues si de sus cuidados,
Que tuvieras por premio,
Si su dueño dijera:
De tí lástima tengo.
Mira tu dueño, y miras
Sin amor á tu dueño,
¿Y aun este desengaño
No te muda el intento?
A Tántalo pareces,
Que el cristal lisonjero
Casi en los labios mira;
Y nunca llega á ellos.
¡Ay Dios, si mereciera
Por tanto sentimiento
Algun fingido engaño,
Por tu muerte temo!

Fueran de purgatorio
Tus penas, pero veo
Que son sin esperanza
Las penas del infierno.

Mas si eleccion hiciste,
Morir es buen remedio,
Que volver las espaldas
Será cobarde de hecho.

Escuchando estaba Laura la música desde el principio de ella por una menuda celosía, y determinó á volver por su opinion, viendo que la perdía, en que don Diego por sospechas, como en sus versos mostraba, se la quitaba; y así, lo que el amor no pudo hacer, hizo este temor de perder su crédito, y aunque batallando su vergüenza con su amor, se resolvió á volver por sí, como lo hizo, pues abriendo la ventana, le dijo: Milagro fuera, señor don Diego, que siendo amante no fuerais celoso, pues jamás se halló amor sin celos; mas son los que teneis tan falsos, que me han obligado á lo que jamás pensé; porque siento mucho ver mi fama en

nes de naturaleza y fortuna, que no la diese muy levantados pensamientos, mas de lo que su calidad merecia, pues los tuvo de ser mujer de don Diego; y á este titulo le había dado todos los favores que pudo y él quiso; pues como los primeros días y aun meses de casado se descuidase de Nise, que todo cansa á los hombres, procuró con las veras posibles saber la causa,Į Y dióse en eso tal modo en saberla, que no faltó quien se lo dijo todo; demás que como la boda habia sido pública, y don Diego no pensaba ser su marido, no se recató de nada. Sintió Nise con grandísimo extremo ver casado á don Diego; mas al fin era mujer y con amor, que siempre olvida agravios, aunque sea á costa de opinion. Procuró gozar de don Diego, ya que no como marido, á lo menos como amante, pareciéndole no poder vivir sin él; y para conseguir su propósito solicitó con palabras y obligó con lágrimas á que don Diego volviese á su casa, que fué la perdicion de Laura, porque Nise supo con tantos regalos enamorarle de nuevo, que ya empezó Laura á ser eufadosa como propia, cansada como celosa, y olvidada como aborrecida; porque don Diego amante, don Diego solícito, don Diego porfiado, y finalmente, don Diego que decia á los principios ser el mas dichoso del mundo, no solo negó todo esto, mas se negó á sí mismo lo que se debia; pues los hombres que desprecian tan á las claras están dando alas al agravio; y llegando un hombre á esto, cerca está de perder el honor. Empezó á ser ingrato, faltando á la cama y mesa; y no sintiendo los pesares que daba á su esposa, desdeñó sus favores, y la despreció diciendo libertades, pues es mas cordura negar lo que se hace que decir lo que no se piensa. Pues como Laura veia tantas novedades en su esposo, empezó con lágrimas á mostrar sus pesares, y con palabras á sentir sus desprecios, y en dándose una mujer por sentida de los desconciertos de su marido, dése por perdida, pues como era fuerza decir su sentimiento, daba causa á don Diego para, no solo tratar mal de palabras, mas á poner las manos en ella. Solo por cumplimiento iba á su casa la vez que iba; tanto la aborrecia y desestimaba, pues le era el verla mas penoso que la muerte. Quiso Laura saber la causa de estas cosas, y no faltó quien le dió larga cuenta de ellas. Lo que remedió Laura fué el senfirlas mas, viéndolas sin remedio, pues no le hay si el amor se trueca. Lo que ganó en darse por entendida de las libertades de don Diego fué darle ocasion para perder mas la vergüenza, é irse mas desenfrenadamente tras sus deseos, que no tiene mas recato el vicioso que hasta que es su vicio público. Vió Laura á Nise en una iglesia, y con lágrimas la pidió desistiese de su pretension, pues con ella no aventuraba mas que perder la honra y ser causa de que ella pasase mala vida. Nise, rematada de todo punto, como mujer que ya no estimaba su fama ni temia caer en mas bajeza que en Ja que estaba, respondió á Laura tan desabridamente, que con lo mismo que pensó la pobre dama remediar su mal y obligarla, con eso la dejó mas sin remedio y mas resuelta á seguir su amor con mas publicidad. Per

dió de todo punto el respeto á Dios y al mundo, y si hasta allí con recato enviaba á don Diego papeles, regalos y otras cosas, ya sin él ella y sus criados le buscaban, siendo estas libertades para Laura nuevos tormentos y firmísimas pasiones, pues ya veia en su desventura menos remedio que primero, con lo que pasa ba sin esperanzas la mas desconsolada vida que decirse puede. Tenia celos; ¡qué milagro! como si dijésemos rabiosa enfermedad. Notaban su padre y hermanos su tristeza y deslucimiento, y viendo la perdida hermosura de Laura, vinieron á rastrear lo que pasaba y los malos pasos en que andaba don Diego, y tuvieron sobre el caso muchas rencillas y disgustos, hasta llegar á pesadumbres declaradas. De esta suerte andaba Laura algunos dias, siendo mientras mas pasaban mayores las libertades de su marido, y menos su paciencia. Como no siempre se pueden llorar desdichas, quiso una noche que la tenian desvelada sus cuidados y la tardanza de don Diego, cantando divertirlas, y no dudando que estaria don Diego en los brazos de Nise, tomó una arpa, en que las señoras italianas son muy diestras, y unas veces llorando, y otras cantando, disimulando el nombre de don Diego con el de Albano, cantó así:

¿Por qué, tirano Albano, Si à Nise reverencias, Y á su hermosura ofreces De tu amor las finezas; Por qué de sus ojos Está tu alma presa, Y á los tuyos su cara Es imágen bella;

Por qué si en sus cabellos La voluntad enredas, Y ella á tí agradecida Con voluntad te premia;

Por qué si de su boca,
Caja de hermosas perlas,

Gustos de amor escuchas,
Con que tu gusto aumentas;
A mi, que por quererte
Padezco inmensas penas,
Con deslealtad y engaños
Me pagas mis finezas?

Y ya que me fingiste
Amorosas ternezas,
Dejárasme vivir
En mi engaño siquiera.

¿No ves que no es razon
Acertada ni cuerda
Despertar á quien duerme,
Y mas cuando pena?

¡Ay de mi desdichada! ¿Qué remedio me queda Para que el alma mia A este su cuerpo vuelva?

Dame el alma, tirano', Mas ay! no me la vuelvas, Que mas vale que el cuerpo Por esta causa muera.

Mal haya, amen, mil veces, Cielo tirano, aquella Que en prisiones de amor Prender su alma deja.

Lloremos, ojos mios, Tantas lágrimas tiernas, Que del profundo mar Se cubran las arenas.

Y al son de aquestos celos Instrumentos de quejas, Cantarémos llorando

Lastimosas endechas.

Oid atentamente,
Nevadas y altas peñas,
Y vuestros ecos claros
Me sirvan de respuesta.
Escuchad, bellas aves,
Y con harpadas lenguas
Ayudaréis mis celos
Con dulces cantinelas.

Mi Albano adora á Nise,
Y á mi penar me deja;
Estas si son pasiones,
Y aquestas si son penas.
Su hermosura divina
Amoroso celebra,
Y por cielos adora
Papeles de su letra.

¿Qué dirás, Ariadna,
Que lloras y lamentas
De tu amante desvíos,
Sinrazones y ausencias?

Y tú, afligido Fenicio,
Aunque tus carnes veas
Con tal rigor comidas
Por el águila fiera;

Y si, atado al Cáucaso,
Padeces, no lo sientas,
Que mayor es mi daño,
Mas fuertes mis sospechas.
Desdichado Ixion,

No sientas de la rueda
El penoso ruido,
Porque mis penas sientas.

Tantalo, que á las aguas,
Sin que gustarlas puedas,
Llegas, y no alcanzas,
Pues huyen si te acercas;

Vuestras penas son pocas, Aunque mas se encarezcan; Pues no hay dolor que valga, Sino que celos sean. Ingrato, plegue al cielo Que con celos te veas Rabiando como rabio, Y que cual yo padezcas. Y esta enemiga mia Tantos te dé, que seas Un Midas de cuidados, Como él de las riquezas.

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