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CAPÍTULO III

SUMARIO: Efectos de la victoria sobre los ingleses.-Los patriotas y el partido español.-Sucesos de la metrópoli.-Invasión francesa á Por tugal.--Fuga de la familia reinante.-Abdicación de Carlos IV y de Fernando VII.-José Bonaparte, rey de España.- Alzamiento popular. Llegada á Buenos Aires de las noticias de lo ocurrido en Espa. ña.-Confirmación de Liniers.-Emisario napoleónico.-Revolución del 1o. de Enero de 1809.-Baltasar Hidalgo de Cisneros sustituye á Liniérs. Situación económica.-Representación de los hacendados.--Franquicias comerciales.-Sucesos interiores: Chuquisaca y la Paz.-Nieto y Goyeneche.-Resultados.

Las victorias de la reconquista y de la defensa infundieron en la vida colonial una agitación inusitada. El elemento nativo empezó á tener conciencia de su fuerza, y á preocuparse, por primera vez, del papel que le correspondía en la gestión de la cosa pública. El elemento reaccionario, bajo la dirección de D. Martín de Álzaga, se aferraba á la tradición colonial y á mantener incólume el respeto y el prestigio de la monarquía. «Estos dos partidos-dice Estrada - estaban ya animados por alguna noción más clara que los instintos vagos que años atrás los agruparan por afinidades que nadie confesaba. El contacto con los conquistadores dejaba dos hechos en germinación: la confirmación de los pensadores en sus doctrinas sociales y la gene

ralización de los principios económicos que venían desarrollando la revolución, por una parte; por la otra, la seguridad del pueblo en su fuerza y un ensayo ruidoso y triunfante de su soberanía originaria. De esta manera, la Inglaterra, vencida en los campos de batalla, infiltraba en su generoso enemigo de ayer, ideas y ejemplos que debían contribuir á su emancipación y derrotaba á la España en el terreno de los hechos trascendentales»'.

Por sus condiciones personales y hasta por su origen francés, Liniérs encarnaba en aquellos momentos, mejor que nadie, las aspiraciones populares. Había una poderosa seducción en su carácter franco y caballeresco y en sus ma neras de gran señor democrático. Elevado por el pueblo, hacía gala de vivir con él y para él. Estas dotes excepcionales del caudillo de la defensa, despertaban la emulación ardiente de sus adversarios, y especialmente del alcalde Álzaga y del coronel Elío, que gobernaba en Montevideo, y cuya aspereza de carácter sólo era comparable con su ridícula fatuidad.

En el exterior, se desarrollaban acontecimientos que debemos recordar, aunque sea de una manera sumaria. En España había estallado una nueva guerra, directamente provocada por la política comercial de Napoleón. Portugal mantenía abiertos sus puertos á los navíos británicos, y en consecuencia el monarca francés hallaba imposible evitar la introducción de artículos ingleses

J. M. ESTRADA, Lecciones sobre la Historia Argentina.

en la parte sudoeste de Europa, porque ellos pasaban, merced al contrabando portugués, por las fronteras de España y, merced al contrabando español, por las fronteras de Francia. Para cortar de raíz esta violación que se hacía de sus decretos, en 1807 formó un plan para conquistar á Portugal en unión con España; y Junot, uno de sus generales favoritos, fué enviado á través del norte de la península con el objeto de ocupar el mencionado país. Cuando Junot llegó á Lisboa, encontró que la familia real de Portugal se había refugiado á bordo de su escuadra y se había dado á la vela con rumbo á su colonia del Brasil. Con esta fuga, el plan de Napoleón, de apoderarse de la escuadra portuguesa, quedó completamente frustrado; pero los franceses trataron á Portugal como á país conquistado, saqueando sus monasterios y apoderándose de numerosas obras de arte.

Sin embargo, era evidente que las intenciones de Napoleón respecto á la península, estaban lejos de quedar satisfechas con la conquista de Portugal. Con el pretexto de enviar refuerzos á Junot, consiguió que las tropas francesas quedaran en posesión de las fortalezas de San Sebastián, Burgos, Ciudad Rodrigo y otras situadas en el norte de España. En seguida, puso en juego toda una red de intrigas destinadas á dividir la familia reinante y á arrojarla del trono. Hemos dicho ya que Carlos IV estaba bajo la influencia dominante de su esposa María Luisa de Parma, la que á su vez era manejada por su favorito Godoy, duque de Alcudia, más generalmente

conocido por su título de príncipe de la Paz, que recibió después de negociar el tratado de 1795 entre Francia y España.

El hijo mayor de Carlos IV, Fernando, Príncipe de Asturias, tenía una antipatía invencible por Godoy, y sus mutuas desavenencias dieron una oportunidad á Napoleón para desarrollar sus planes é intervenir en el reino. Después de una serie de acontecimientos y de maquinaciones que sería largo reseñar, la situación entre Fernando y su padre Carlos IV llegó á hacerse insostenible. El país entero tomó parte en la contienda, mostrando su oposición á Godoy y su simpatía por el joven príncipe. Madrid fué teatro de agitaciones y motines populares, que al fin provocaron la abdicación de Carlos y la coronación de Fernando. Aprovechándose de esta coyuntura las tropas francesas, ocuparon á Madrid y Napoleón indujo al monarca y á su hijo á dirigirse á Bayona, para conferenciar con él y tratar de zanjar sus diferencias. Allí convenció á ambos que debían abdicar, y nombró rey de España á su hermano José Bonaparte, haciéndolo reconocer por una junta de notables, en Junio de 1808. De esa manera, la metrópoli y sus colonias quedaron virtualmente bajo el dominio del emperador de los franceses, en cuyas manos era un simple juguete José I.

El nuevo rey había gobernado á Nápoles desde 1806, mostrándose un excelente soberano. Con su elevación al trono se ofreció á los españoles todas las ventajas de la revolución francesa, invitándoseles á romper con los sistemas de feu

dalismo, de teocracia y de corrupción que durante tan largo tiempo habían dominado en España. Sin embargo, la mayoría del pueblo se negó á aceptar el nuevo orden de cosas. La violación de la ley y de la justicia, de que Napoleón se había hecho culpable, ocasionaron una excitación terrible entre los españoles. Espontáneamente, todas las provincias de la altiva nación se alzaron en masa contra el usurpador extranjero. Napoleón había soñado en una conquista pacífica, y se despertó en medio de una conflagración. Hasta entonces, en todas sus campañas había tenido que habérselas con monarcas y ejércitos regulares, y había estado acostumbrado á ver que pueblos enteros se le sometían, sin protesta, cuando sus de fensores profesionales habían sido vencidos. Por primera vez en su vida tenía que hacer frente á una resistencia nacional. En campo abierto y en igualdad de número, los españoles no tenían probabilidad de vencer á sus enemigos, y sus tropas fueron en efecto completamente derrotadas por Bessières en Río Seco; pero la ciudad de Zaragoza desafió todos los esfuerzos de los franceses para tomarla, y Dupont, uno de sus más bravos generales, habiéndose separado de su base de operaciones, se encontró envuelto por una fuerza abrumadora y tuvo que rendirse en Bailén.

Toda la población española estaba en pie, empeñada en una terrible campaña de guerrillas contra los invasores. José Bonaparte, que no tenía el alma de un soldado, se vió obligado á evacuar á Madrid y á retirar sus ejércitos hasta

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