Imágenes de páginas
PDF
EPUB

plaza millares de piedras hácia la casa y balcones, y determinados á defenderse hasta el último estremo, tomaron las armas de fuego que tenian, para dispararlas contra los amotinados y resistir su insulto: pero detúvolos el mismo dueño, D. José de Endeiza, sugeto de vida ejemplar, quien conociendo era inevitable la muerte de todos, les hizo el siguiente razonamiento, lleno del celo cristiano que le animaba. "Ea, amigos y compañeros, no hay remedio: todos morimos; pues se ha verificado ser la sedicion contra nosotros: no tenemos mas delito que el ser europeos, y haber juntado nuestros caudales, para asegurarlos á vista de los criollos. Cúmplase en todo la voluntad de Dios: no nos falte la confianza de su misericordia, y en ella esperemos el perdon de nuestras culpas, y pues vamos á dar cuenta á tan justo tribunal, no hagamos ninguna muerte, ni llevemos este delito á la presencia de Dios; y así procuren UU. disparar sus escopetas al aire, y sin pensar en herir á ninguno: quizá conseguiremos con solo el estruendo, atemorizarlos y hacer que hu"De esta suerte con lágrimas en los ojos, tiraban de la conformidad prevenida, lo que comprueba no haber herido á ninguno de los criollos con mas de 200 tiros que dispararon, y aunque despues se quiso asegurar lo contrario, fué una invencion de los autores del motin.

yan.

Enfurecidos los tumultuantes y llenos de rabiosa cólera, unos despedian hondazos contra los balcones, y otros procuraban incendiar la casa. Las mujeres se empleaban en acarrear piedras las mas sólidas y fuertes que encontraban en las minas, cuidando no faltase á los hombres esta provision. Pasaban ya de 4,000 los amotinados: crecía el peligro de los europeos, encerrados en casa de Endeiza, y se aguardaba por instantes fuesen víctima del populacho. Para evitarlo, salió de la iglesia de la Merced el Señor Sacramentado, cuya diligencia no sirvió de otra cosa que aumentar el delito de aquellos bárbaros con el mayor sacrilegio; porque desprendidos de toda humanidad, faltaron tambien á la veneracion y respeto debido al Dios. de los ciclos y tierra, pues no hicieron caso de su presencia real, y continuaron el asalto de la casa. El correjidor antes que oyese tiro alguno, pasó á casa de D. Manuel de Herrera, y le rogó encarecidamente saliese con él por las calles á apaciguar el tumulto, para ver si con su respeto conseguia lo que no habia podido lograr despues de haber empleado muchos medios: á que le respondió no era ya tiempo, y siguió jugando tranquilamente con el cura de Sorasora D. Isidoro Velasco y otros, á quienes interesaba poco la consternacion en que estaba el pueblo. Viéndose el correjidor desengañado, y cerciorado que procuraban quitarle la vida, se vió precisado emprender la fuga para salvarla, y desde la misma casa de Herrera salió al campo sin llevar prevencion alguna para el camino, y tomando el de Cochabamba, logró asilarse en la villa, capital de aquella provincia.

Continuaron los amotinados sus dilijencias, y para que no des

mayasen de la empresa, gritaban algunos por las calles:-"Ea, criollos y criollas, acarreen piedras para matar á los chapetones, pues ellos han sido nuestros enemigos:" y para irritar y conmover los ánimos, decian unas veces; "ya le quitaron la cabeza á D. Jacinto Rodriguez"; otras, "han muerto 30 paisanos nuestros." Pero entre ellos, quien sobresalia mas que todos era D. Juan Montesinos que decia á grandes voces:-"Vayan hombres y mujeres á mi casa, y saquen leña y paja para pegar fuego y acabar con estos traidores chapetones:" lo que practicaron inmediatamente incendiando los balcones y tienda principal, con lo que, obligados á salir por los tejados aquellos infelices europeos se pasaron á las casas inmediatas. Luego que lo advirtieron tomaron todas las avenidas, y no hallando otro recurso que el de salir huyendo por la puerta de la calle, se resolvieron á ejecutarlo; pero acometidos de un furioso tropel de criollos, los iban matando así como iban saliendo, hasta dejarlos despedazados é inconocibles. Mientras los unos se ocupaban en estas crueldades y en quemar la casa, otros juntamente con las mujeres, saqueaban las tiendas y viviendas altas, donde se atesoraron hasta 700,000 pesos de los mismos europeos, y otros que persuadidos los tendrian seguros, los depositaron en su poder, en las especies de oro, plata sellada, barras, piñas, efectos de Castilla y de la tierra: habiendo ya saqueado antes la tienda de un criollo llamado Pantaleon Martinez, con el pretesto de que era cómplice en el supuesto intento de los europeos, por cuyo motivo debia perder todos sus haberes morir con ellos.

y

A las cinco de la mañana del dia 11 se veia ya el lamentable espectáculo de muchos muertos tendidos por las calles, desnudos y tan despedazados, que era preciso examinarlos con gran prolijidad para conocerlos. No contentos con esta venganza, los mandaron llevar al sitio afrentoso del rollo, y de allí los pasaron á los umbrales de la cárcel, donde los mantuvieron dos dias, siendo los mas de ellos pasto de los perros. Se comprendieron en esta desgracia D. José Endeiza, D. Juan Blanco, D. Miguel Salinas, D. Juan Pedro Jimenez, D. Juan Vicente Larran, D. Domingo Pavia, D. Ramon Llano, D. José Cayetano Casas, D. Antonio Sanchez, D. Francisco Palazuelos, otros que no se conocieron y cinco negros. Siguieron los asesinos llevándose en dia claro los robos que ejecutaban, diciendo públicamente lo habian ganado en buena guerra y que por derecho les tocaba; y dirijiéndose despues á la cárcel, abrieron las puertas, echaron fuera todos los presos, y luego salieron diciendo en altas voces:- Viva nuestro Justicia Mayor D. Jacinto Rodriguez: caminando juntos con grande algazara y alegría, tocando cajas y clarines lo sacaron de su casa, le hicieron dar vuelta por la plaza mayor y repitiendo las aclamaciones, lo volvieron á ella; y habiendo subido el cura vicario á los balcones de la casa capitular á preguntarles que era lo que solicitaban para sosegarse, respondieron todos á una voz; Queremos por justicia mayor á D. Jacinto Rodriguez, y que el

correjidor y demas chapetones salgan luego del lugar, desterrados á vista nuestra.

Á las doce del dia empezaron á entrar algunos trozos de indios tocando sus ruidosas cornetas, y armados de hondas y palos. Con horror de la naturaleza se veía, que despues de rendir obediencia á D. Jacinto, para asegurarle con sus acostumbradas demostraciones de rendimiento, que eran venidos á defender su vida, cuyas espresiones gratificaba con generosidad, salian corriendo unidos con los criollos á ver los muertos, encarnizándose de modo que descargaban nuevamente su furia contra los cadáveres despedazados, dándoles palos, procurando todos ensangrentar sus manos y bañarlas en aquella sangre inocente. De allí pasaron á las casas de D. Manuel Herrera, del capitan Menacho y de su cuñado D. Antonio Quirós, á quienes distinguian con iguales honores. El resto de la tarde lo emplearon en examinar las casas donde presumian habia algun caudal para saquearlas y en reconocer los lugares mas ocultos, donde sospechaban se hubiese escondido algun europeo de los que se habian libertado la noche antecedente. Continuaban entrando en tropas los indios que estaban convocados en las inmediaciones. Venian con banderas blancas, y salian los criollos á recibirlos dándoles muchos abrazos, y les instaban para que entrasen á la iglesia matriz en busca de los europeos fugitivos, y cuando no pudiesen haberlos á las manos, á lo menos se hiciesen entregar las armas que habian escondido en ella. Consiguieron esto, porque el cura á fin de que no violasen el sagrado, les entregó varias pistolas y sables; mas no contentos con ellas, pedian otras con insolencias, y no teniendo el cura modo de contentarles, determinó subirse á la cima del rollo á predicar y darse una disciplina en público; cuyo acto, lejos de enternecerlos, les provocó la risa, é insolentándose mas, le despidieron algunos hondazos, con cuya eficaz insinuacion le hicieron bajar bien á prisa. A este tiempo habia sacado en procesion el prior de San Agustin, acompañado de las comunidades de San Francisco y de la Merced, la devota efijie del Santo Cristo de Burgos, llevándole en procesion por las calles, plazas y extramuros de la villa; pero solo le acompañaban las viejas: y sin hacer aprecio ni respetar tan sagrada imájen, se ocupaban los criollos unidos con los indios en saquear la casa del correjidor. Y habiéndole suplicado al Padre Prior se dirijiese por la calle del Tambo de Jerusalen, por ver si contenia á los indios que estaban derribando la puerta de la tienda de D. Francisco Resa, lo ejecutó, pero nada pudo conseguir; antes sí ocasionó que los indios empezasen á declarar su apostasía á la relijion católica, que hasta entonces se juzgaba habian profesado; pues dijeron en alta voz, que dicha imájen no suponia mas que cualquiera pedazo de maguey ó pasta, y que estos y otros engaños padecian por los pintores.

Ya empezaba á sentirse la consternacion que causaban los indios que habian entrado en la villa en el espacio de seis horas, cuyo nú

HISTORIA-5

pa

mero pasaba de 4,000, convocados por D. Jacinto Rodriguez y sus parciales: uno de ellos dijo al tiempo de entrar los de Paria, que venian de paz, pues el dia antes habian salido veinticinco sujetos para detenerlos y estorbar su venida, porque no eran ya necesarios cuando se habia conseguido el triunfo deseado. Pero la noticia que tuvieron del saqueo y caudal que todavía existia, fué incentivo ra que no obedeciesen la órden de retirarse, y se multiplicaron tanto, que se hace increible el excesivo número que andaba por las calles divididos en tropas, tocando sus cornetas y despidiendo piedras con las hondas: de suerte que toda la gente de cristiandad y distincion estaba refujiada en los templos, implorando la clemencia del Altísimo y esperando la muerte por instantes. Durante la noche se emplearon en saquear las casas y tiendas de los europeos. D. Francisco Rodriguez, el alcalde, el cura párroco y otros sacerdotes, intentaron el 12 por la mañana contener los robos que estaban ejecutando en la tienda y casa de D. Manuel Bustamante; pero nada pudieron conseguir, porque prorumpieron en estas voces: "Muera el alcalde, pues supo afrentar á sus paisanos:" á esto siguieron los indios gritando, comuna, comuna-palabra de que usaban cuando querian matar ó robar, como si dijeran todos á una. No se verificó este estrago, porque el alcalde logró ponerse en salvo por medio del mismo tumulto.

El dia 13 mandó abrir cabildo D. Jacinto Rodriguez, y cuando se presumia fuese para tomar alguna providencia, solo se dirijió á que le recibiesen de justicia mayor, empleo de que se habia posesionado con solo la autoridad de los sublevados. Antes de entrar en la casa capitular, se acercó á las puertas de la iglesia matriz, é hizo algunas demostraciones de querer contener á los indios que intentaban entrar y profanar el templo buscando á los europeos, lo que el cura habia resistido hasta entónces; pero persuadido por Rodriguez y por Don Manuel de Herrera, donsintió que entrasen doce de los mas principales. El pretesto era solo sacar al correjidor que creian estaba en la bóveda. El párroco les aseguraba que no habia tal, pero simple ó maliciosamente añadió que habia cuatro europeos ya confesados. Los indios que no deseaban otra cosa, se encendieron en ira, y llenos de furor entraron en la iglesia por fuerza, abrieron las bóvedas, y las indias mas atrevidas que los hombres penetraron lo mas oculto. No encontraron á ninguno, pero como era tanto el deseo de venganza contra el correjidor, sacaron el ataud en que se habia depositado el cadáver de D. Francisco Mollinedo, administrador de correos que pocos dias antes habia fallecido; mandáronlo desclavar creyendo estuviese dentro el correjidor, pero no encontrándolo, sacaron los cuchillos y descargaron sobre aquel cadáver sus furias, dándole muchas puñaladas. Pasaron despues á reconocer segunda vez la iglesia, y encontraron á D. Miguel Estada que mataron en el mismo cementerio: tambien hallaron á D. Miguel Bustamente, y llevándole á los portales de cabildo le presentaron vivo á D. Jacinto Rodriguez, le

preguntaron si lo habian de matar, y habiendo dispuesto lo entrasen en la cárcel para cargarlo de prisiones, no hicieron caso de la órden, y le dijeron á gritos: "vos nos habeis llamado para matar chapetones, y ahora quereis que solamente entren en la cárcel, pues no ha de ser así;" y usando la voz comuna, comuna, dieron muerte á aquel infeliz. Prosiguieron profanando el templo, escudriñando con luces los lugares mas ocultos de él, cercáronle, y sacaron á D. Vicente Fierro y D. Francisco Resa de una casa inmediata, á quienes tambien mataron.

Cebados ya los indios en profanar los templos y matar europeos, entraron en la iglesia y convento de San Agustin, encontraron en la calle con D. Agustin Arregui, criollo, y queriéndolo matar por que les pareció europeo, á fin de escapar, les dijo: "yo no soy chapeton sino criollo: entrad al convento, donde están cinco chapetones con sus armas." Pero para asegurarse, le llevaron con ellos, y despues de haber buscado los lugares mas ocultos, le dieron cruel muerte, porque no habiéndolos encontrado, se persuadieron queria escaparse con este engaño. No faltó quien poco despues les avisase el lugar donde se escondian los que buscaban, y volviendo á entrar con doblada furia, hallaron á D. Ventura Ayarza, D. Pedro Martinez, D. Francisco Antonio Cacho, y á un francés que una hora antes habia tomado el hábito de relijioso: los que perecieron tambien á manos de aquellos bárbaros.

El dia 14 amaneció cercado de una multitud de indios el convento de la Merced, y para asegurar la presa se subieron á los techos, y entrando con el mayor desacato en la iglesia, la reconocieron toda, y hallando debajo del manto de nuestra Señora de los Dolores á D. José Bullain, lo sacaron á empellones y le dieron muerte. Volvieron en tropel á la iglesia y hallaron que los que habian quedado sacaban á D. José Ibarguen vestido de mujer, traje que tomó para confundirse con el sexo, y estando rezando con las demas lo acusó un criollo. Acometiéronle furiosos conocido por los zapatos, y arrancándole por los brazos de su propia consorte, á quien el dolor obligó á salir en seguimiento de su marido, la consolaban los homicidas con decirle:-"no llores que nosotros no tenemos la culpa, porque esto lo ejecutamos por D. Jacinto Rodriguez." Corrió en busca del indulto, pero cuando volvió halló á su marido desnudo, despedazado. En aquel instante encontraron debajo de una anda á un negro esclavo de D. Diego Azero, y le dieron la misma muerte. Siguieron estas y otras crueldades que se aumentaron con la venida de 6,000 indios de la parte de Sorasora, quienes unidos á los demas, buscaban con igual furor y cuidado á los europeos: hallaron en un desvan á D. Pedro Lagraba, que habia libertado su vida la primera noche del tumulto, y le condujeron á la plaza donde acabó de la misma suerte que los demas. De este modo se vió atropellada por la ambicion y codicia de cuatro ó seis sujetos la grandeza del Todo Poderoso, profanados sus templos, despreciadas sus sagradas imágenes, usur

« AnteriorContinuar »