Imágenes de páginas
PDF
EPUB

OFICIO DEL OFICIAL REAL DE CARANGAS Á LA AUDIENCIA DE CHARCAS, EN EL QUE AVISA HABER MUERTO LOS INDIOS Á SU CORREJIDOR D. MATEO IBAÑEZ ARCO.

Muy poderoso Señor:

El dia 26 de Enero próximo pasado, á las cuatro de la mañana asaltaron los indios de las doctrinas y pueblos de Uringeco, Guaillamarca y Totora á vuestro correjidor de esta provincia de Carangas, D. Mateo Ibañez Arco, que se hallaba en el pueblo de Corquemarca, distante 30 leguas de este asiento de Carangas. Lo degollaron con la mayor ignominia: lo mismo hicieron con tres españoles familiares suyos: con los dos gobernadores del pueblo de Corque, y con el de la doctrina de Turco. De 15,000 y mas pesos que hallaron en el cuarto del Correjidor, como de los demas muebles y alhajas, hicieron repartimientos entre aquellos comunes. No contentos con esta insolencia nombraron un indio capitan, llamado Miguel, que dicen ser del pueblo de Andamarca, con órden de que pasase á esta doctrina de Guachacalla y Carangas, y degollase á los gobernadores de ella, y del pueblo de Sabaya, lo que verificó.

De allí pasó á este asiento de Carangas, el dia 2 del presente mes á las dos de la tarde, acompañado de mas de 400 indios armados de los pueblos de Sabaya, la Rivera, Todos Santos y Negrillos, juntamente con todos los españoles y mestizos vecinos de este dicho asiento, que se hallaban en el dicho pueblo de Sabaya, en donde se venera el devoto Santuario de Nuestra Señora de la Purificacion, habiéndoles hecho antes prestar obediencia, y vasallaje con juramento á Tupac-Amaru, que dicen otorgaron y firmaron de miedo, y por conservar la vida para mejor ocasion. Pasó este tumulto á buscar á D. Teodoro Ugalde, familiar del dicho Correjidor, a quien luego degollaron, dirijiendo su furia infernal á la casa del contador de estas reales cajas D. Juan Manuel de Güemes y Huesles; y habiéndola forzado, lo ataron de piés y manos, lo llevaron á la cárcel, y sobre el cepo lo degollaron, prohibiendo cuidase ninguno del cadáver, que en aquella noche comieron en parte los perros. Todas estas inícuas y violentas muertes se han ejecutado sin permitirseles á estos infelices ni aun el recurso de la confesion sacramental. Luego que tuve noticia del asesinato hecho en el Correjidor, para asegurar en parte vuestra Real Audiencia, pasé á la casa del contador con testigos, y de ella á la de aquel, á la que se pusieron sellos y llaves duplicadas, tomando cada uno de nosotros lo que le correspondia, para proceder al inventario, que no pudo hacerse desde el siguiente dia, porque no habia testigos españoles con quienes actuar, por la ausencia que habian hecho á las fiestas.

Incontinenti que concluyeron con los dos homicidios de Ugalde y el contador Guemes, me envió recado el dicho indio capitan, con

dos de los citados españoles, que lo fueron D. José y D. Juan Manzano, que me llegase á la casa del Correjidor, que así importaba. Entónces salí de la mia y reconocí la sublevacion y junta de pueblos: solicitaron que se abriese la casa del Correjidor. Con prudentes razones me opuse á su sin razon: persuadiles pidiese el comun las llaves del difunto contador que tenia su viuda, y las entregase á su satisfaccion, que con las que estaban en mi poder, y guardia que mandaria poner á aquellas viviendas, hasta que viniese juez competente, estarian seguros aquellos bienes. Al cuarto del difúnto D. Teodoro Ugalde tambien se pusieron dos llaves, de las que tomé una, y otra se dió al comun. De alli me llevaron á la casa del contador, y sacándose de ella aquellos bienes conocidos de su esposa se hizo la misma diligencia de embargo y duplicacion de llaves, reservándose una y entregándoles otra.

Quiso el citado capitan con esfuerzo, y aun el comun con violencia, que se abriese la real caja para saber lo que en ella habia existente. A costa de mi vida me opuse eon el mayor ardor, porque vista por la turba el dinero no les picase la codicia del pillaje: logré el fruto de mis persuasiones, unas veces producidas con razones, otras con amenazas, y se redujo la contienda á que las llaves del contador se entregasen á D. José García Manzano. En estos términos quedamos acordes, y todos los comunes me aclamaron con sus capitanes por Correjidor, Abogado y Defensor: condescendí con aquel furor popular. Al dia siguiente se fueron de este lugar para el de Sabaya, llevando á todos los españoles y mestizos, habiendo hecho algunos robos de poca consideracion. Tuve noticia querian llevarlos al pueblo de Corquemarca, y mandé órden de que luego incontinenti se restituyesen á este asiento á guardar vuestras cajas, como lo hicieron hoy dia de la fecha, y voy tomando algunas oportunas providencias, a fin de conseguir algun sosiego en la província que creo conseguiré en el interin, si Dios favorece mis buenas intenciones.

No he podido antes dar cuenta a V. A. de estos acontecimientos, porque en todos los caminos tienen estos indios puestos espías y guardias, para que no pasen cartas de una ni otra parte; y esta la arriesgo por mano de un cura de la provincia, de cuyo celo y amor á vuestro real servicio, espero la haga poner en vuestras reales manos para el pronto remedio que exije una tan urgente necesidad, en que está peligrando vuestra real hacienda, la ruina total de esta provincia y la vida, no solo de vuestro fiel ministro (que con toda veracidad hace esta representacion), sino tambien las de muchos vasallos vuestros que estan con el cuchillo á la garganta, para que atendidas sériamente por V. A. las coincidencias de tantas provincias sublevadas, lo primero, y con la mayor anticipacion posible, se sirva destinar sujeto que gobierne esta, y contador interino que atienda a los asuntos de vuestra real hacienda, como así mismo formar por punto general una resolucion que obrase el deseado remedio de todas, pues unánimes conspiran en sus inquietudes á la abo

licion total de los repartimientos, cosa que las mismas leyes resisten: obliguescles á que paguen sus salarios á los correjidores respectivamente, segun el trabajo y latitud de las provincias; cargándose á cada uno de los indios, extra del tributo asentado, cuatro, seis ú ocho pesos, en que esté incluso el dicho salario, y la alcabala de tarifa, que yo aseguro le será muy general, porque así lo tengo oido de ellos mismos: teniendo presente que los correjidores, con sus excesivos repartimientos, les exijen cada año á cada uno de los indios 70 y aun 100 pesos en efectos que no necesitan, y para darles expendio vienen al cabo de mucho tiempo á perder aun mas de la mitad del principal. El amor y celo á vuestro real servicio, me ha hecho producir este dictámen, que corregirá el distinguido talento de V. A. dándole el mejor resorte para su acierto.

Nuestro Señor guarde la importante vida de V. A. muchos años. Real Caja de Carangas, 7 de Febrero de 1781.

Pablo Gregorio de Castilla.

OFICIO DEL CORREJIDOR DE ORURO

D. RAMON DE URRUTIA, AL VIREY DE BUENO SAIRES, NOTICIÁNDOLË LA REBELION DE AQUELLA VILLA.

Excmo. Señor:

La conmocion general de indios en todas estas provincias, especialmente en las de Pária y Carangas, donde habian muerto á sus corregidores, me movió justamente, como á tal que soy de la villa de Oruro, á reclutar el número de gente que fué posible en aquel vecindario, distribuyéndole las armas de lanzas, hondas y cuchillas, previniendo al mismo tiempo á dicho vecindario la presentacion de cuantas de fuego tuviesen, como lo ejecutaron sin descuidar un punto en la fábrica de doce pedreros que se hallan en sus moldes corrientes para fundirse la noche del dia 10 de Febrero del presente año, con las demas disposiciones que me dictó la prudencia y situacion de las cosas, todas consultativas á precaver el acometimiento de los indios comarcanos.

Así me me manejaba, cuando pensando que por ello tenia seguras las armas del Soberano contra los insurgentes, y aquella villa muy resguardada, acaece que la noche del citado 10 de Febrero nie ví en la mas estrecha confusion con la propia gente del pais levantada, quemando las principales casas de él, quitando la vida á los europeos, que hasta el dia 14 llegaron al número de 26 segun últimamente lo ha referido D. Santiago Fernandez Royo procurador de la villa, quien auh en aquel dia salió fujitivo de ella.

Los principios de este trágico suceso fueron, el que el mismo dia 10 corrió una voz vaga de que dichos europeos intentaban destruir y matar á los naturales de aquel lugar. Pero apenas llegó á mino

ticia la aprehension de ellos, cuando usando de la mayor sagacidad, hice comparecer aquella misma tarde á la gente acuartelada y demas voluntaria á la plaza mayor, para reprenderles con suavidad y cariño la falta del cuartel que habian cometido, y el vano temor en que habian entrado, concluyendo mis órdenes con que otra vez se reclutasen, desterrando toda sospecha, para lo cual les afianzaba su idemnidad, no solo con mi palabra y honor, sino con mi vida, trasnochando con ellos acuartelados.

Parece que por entónces de algun modo serenaron sns ánimos, porque habiendo comenzado á distribuirles el respectivo sueldo, lo tomaron demasiado contentos y satisfechos. Mas no acabé con esta diligencia, cuando se levantó una bulla extraordinaria de que entraban los indios, á la que luego acudieron los del cuartel, al paso que sin pérdida de tiempo me encaminé con el último resto de ellos por la parte que tiraron los primeros, donde á poco se nos embarazó el paso, avisándome que dicho alboroto era de los muchachos, sin que hubiese peligro alguno: con esto retrocedí á establecerlos otra vez al cuartel, pasando luego á mi habitacion á despachar algunos de á caballo, que reconociesen los campos y cerros.

Aun no habian vuelto estos, cuando se oyó mayor bulla, distinguiéndose en ellas las cornetas que acostumbran tocar los indios: esta accion ya pareció muy digna de ser temida, por la cual inmediatamente salí de dicha mi habitacion con 18 ó 20 europeos armados, que habian venido á fortificar la gente en la plaza y sus cuatro esquinas. Así lo verifiqué, cuando á poco rato D. Javier Velasco me espresó, que pasase á la casa de D. Manuel de Herrera, donde estaban divertidos varios vecinos en el juego, á ordenarles que saliesen, y que su presencia contendria aquel suceso.-Luego lo puse en ejecucion, iusinuándome con aquel cura de Sorasora y otros varios que allí concurrieron, mas mi autoridad y eficaz órden fué muy tibiamente mirada, porque despues de tanto alboroto no hicieron la menor novedad.

A mí que me consternaba en tanto grado esta, por el celo del Soberano, inmediatamente ví que se me traia un caballo dispuesto, monté en él y salí por la calle, donde al ir á la plaza, lugar en que dejé establecida la gente, ya no pude dar mas paso, no por los gritos ni las voces de que maten chapetones, ni las muertes que en ellos hacian, sino por el incendio de la primera casa de dicha plaza, que es en la que habitaba D. José Endeiza, con otros varios transeuntes, con un fuerte caudal de 200,000 pesos poco mas o menos, en que á este ejemplo iban derrotando las demas casas y robándolas, pues que parece ese habia sido el fin principal de aquella con

mocion.

En esta hora, que serían mas de las diez de la noche, ya me ví desamparado, sin haber persona que comunicase mis órdenes, por que los europeos unos iban muriendo, y los mas huyendo, ni tampoco quien las obedeciese ni oyese, porque el bullicio era tan grande,

la confusion y la ferocidad tan extraordinaria, que ya no me quedaba mas que esperar la muerte. Pero no obstante, supe contenerme toda la noche, buscando siquiera un solo vecino que me ayudase en aquel lance, y no lo hallé, porque la plebe con furia incendiaba y quitaba las vidas á cuantos encontraba, al paso que yo consolaba mi esperanza en que acabado aquel saqueo, se serenaria la gente, Mas no sucedió así, porque ya llamando aquellos delitos á otros, se mantuvieron en la misma ferocidad, ayudándose aun de las mujeres plebeyas para que alcanzasen piedras.

En este conflicto solo me ocurrió enderezar mis pasos fuera de la villa, en compañía de D. Ramon Arias, á auxiliarme á Cochabamba de la tropa necesaria para contener aquel increible alboroto y rebelion. Asi lo ejecuté con los indecibles trabajos que ofrece una extraviada y repentina marcha, con abandono de mi casa é intereses; y luego que fuí puesto en aquel lugar, la pedí á su correjidor D, Felix de Villalobos, quien me la denegó por el fundamento de que estaba resguardando aquella villa que tambien estaba amenazada; segun que con individualidad consta mi verdad del escrito y decreto manifestado á la Real Audiencia, que sin duda ha informado en esta ocasion á V. E.

De esta suerte me hallé en esta ciudad, habiendo puntualizado todo lo acaecido á la Real Audiencia por medio de una declaracion hecha ante el Sr. Juez Comisionado Oidor de la Plata Don Manuel Garcia, para la diligencia de la averiguacion. Yo, por lo que á mí toca, he hecho presente al Comandante D. Ignacio Flores, y aun á dicho comisionado la causa de mi trasporte que en pedir el auxilio necesario, viendo denegado el que solicité del Correjidor de Cochabamba y parece que contemplando que en el particular se tomarán otras providencias mas acordadas y prudentes, no han fomentado mi pensamiento, especialmente dicho comandante espresándome no ser necesario por ahora.

Esto es cuanto pasa, sin poder por mi parte averiguar los ulteriores acaecimientos de aquella villa, porque sus habitantes han cerrado la correspondencia á estos lugares. En este conflicto la superioridad de V. E. tomará aquellas providencias mas propias del ca¬ so, comunicándome cuantas órdenes fueren de su agrado, que protesto cumplirlas sériamente hasta rendir la vida y sacrificarla con el mayor honor por los fueros del Soberano.

Nuestro Señor guarde á V. E. muchos años.-Plata 15 de Marzo de 1781.

Ramon de Urrutia y las Casas,

Excmo, Señor Virey de Buenos Aires.

« AnteriorContinuar »