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análogas, en que se faltó por potencias extranjeras á las más elementales fórmulas de cortesía (ahora sucedió todo lo contrario) acogiendo nuestras protestas con repulsas secas.

Actualmente, la integridad nacional saldrá ilesa, y esa gloria es sin duda lo que duele que alcance el gabinete Cánovas, pero ya es tarde para impedirlo, de lo que la nación se felicitará grandemente.»

Aceptó el Papa el encargo de españoles y alemanes y nombró para estudiar el asunto á los cardenales Laurenzi, Ledochowski, Monaco, Valletta, Jacobini, Czaski, Bianchi y Parrocchi.

Antes de seis meses quedó firmado el correspondiente Protocolo.

Fijóse en él la cuestión afirmando que España fundaba sus títulos de soberanía en las máximas del derecho internacional invocadas y seguidas al ocurrir análogos conflictos, por cuanto alegaba el descubrimiento de las islas y una multitud de actos ejecutados en ellas en beneficio de los indígenas y en diversos tiem. pos, como constaba en varios documentos existentes en los archivos de la Congregación de Propaganda Fide; pero que Alemania no reconocía la soberanía sino iba acompañada de la ocupación efectiva, lo cual, tratándose de archipiélagos tan extensos como los de la Occeanía, equivalía á legitimar el despojo de la mayor parte de las islas que los componen, á no ser que las naciones que las descubrieron y civilizaron, desparramasen por ellas sus ejércitos de ocupación, en vez de limitarse á establecer un centro militar en el punto que les parezca más adecuado..

Señaló el Protocolo estos límites geográficos dentro de los cuales quedaba reconocida la soberanía de España: el Ecuador y el 11.° paralelo y los meridianos 133.° y 134.° de Greenwich.

Quedaban con esto descartados de nuestras reclamaciones los archipiélagos de Marshall, Gilbert y Mulgrave, lo que se avenía muy mal con la declaración antes transcrita.

Aun el artículo 5.o de aquel Protocolo facultaba al gobierno alemán para establecer en una de las islas Carolinas ó Palaos una estación naval y un depósito de carbón para la marinería imperial.

A últimos de Septiembre, ya en manos de León XIII el asunto, se presentó en las islas Palaos el buque de guerra alemán Albatros, tocando en Artingall y Korror, á cuyos reyes Arra Klaye y Abbadule, obligó el naturalista Kobaré, que iba en el Albatros, á arriar la bandera española, substituyéndola por la alemana, y á firmar un papel que les presentỏ.

Llegados estos hechos á su conocimiento (18 de Noviembre), encargó el Gobierno, el 6 de Diciembre, al comandante del crucero Velasco que los comprobase sobre el terreno procurando que no se enterasen de esta diligencia los ale

manes.

No llegó la opinión á enterarse de nada de esto. Favoreció el secreto en que se propuso mantener lo ocurrido el Gobierno, la muerte del Rey, acaecida por aque. llos días.

En Octubre habían muerto, el 9, don Cándido Nocedal; el 29, don Juan Topete. En Noviembre murieron, el 26, Don Alfonso XII; el 27, el general Serrano. Murió el Rey á consecuencia de una bronquitis capilar aguda, desarrollada en el curso de una tuberculosis lenta.

Años antes habíase presentado en Don Alfonso la terrible enfermedad. Precipitaron su final incontinencias del enfermo.

Creció ya en Septiembre tanto la gravedad, que dificultaba la celebración de Consejo de Ministros. Fué al Gobierno imposible ocultar como hasta entonces el mal estado de salud del Rey. Todavía, sin embargo, alternaron en la Gaceta

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con los partes alarmantes, otros en que se aseguraba que seguía el Rey sin novedad.

La Facultad de la Real Cámara decidió el 10 de Octubre el traslado del enfermo al Pardo.

Almorzó el Rey el 11 de Noviembre en el monte con su madre y su esposa, y á este almuerzo al aire libre se atribuyó el enfriamiento que fué última complicación de la enfermedad.

Comenzaron entonces los ataques de disnea. Días más tarde se celebró una

consulta médica. El dictamen reconoció la gravedad del caso; pero no anunció un desenlace tan próximo.

A fin de despistar á la opinión, afirmaban de continuo los periódicos ministeriales alivios que la realidad no acusaba. La propia familia del Rey aparentaba la mayor tranquilidad y asistía las más de las noches à diversos espectáculos teatrales. En la del 24, acometió al Rey un ataque de disnea violentísimo. Había sufrido otro aquella misma tarde, mas no tan duro. El ataque de la noche puso en inminente peligro la vida del Monarca.

Nada se comunicó del Pardo á Palacio hasta después de las ocho de la mañana siguiente, cuando ya el peligro había pasado. Apresur óse la familia real á acudir al Pardo.

En la noche de aquel día se pasó á los periódicos una nota así concebida:

« S. M. sufrió anoche un ataque de disnea que puso en peligro su vida. Repues

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to del segundo ataque, ha podido esta tarde tomar algún alimento, continuando à

las cinco en un estado relativamente satisfactorio ».

Esta noticia llegó al público cuando ya el Rey había muerto.

A las cuatro de la madrugada del día 26 acometió al Rey un fuerte acceso de disnea que le duró hasta las siete.

A esta hora pareció quedar dormido. Para que descansase le dejaron solo. Poco después un criado, observando la inmovilidad del enfermo, llamó alarmado. Acudieron la Reina y el doctor Camisón. El doctor comprobó la muerte de Don Alfonso XII.

Había reinado este Monarca once años menos unos días.

Está aún muy próximo el reinado de Don Alfonso XII para que, cualquiera que sea el juicio que sobre él se formule, parezca desinteresado é imparcial.

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MUERTE DE ALFONSO XII, EN EL PALACIO DEL PARDO.

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