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bispos, obispos y vicarios capitulares, una circular en que afirmaba que al Go· bierno ni á las Cortes, ni á cualquier otro poder civil del reino, asistía derecho para alterar, cambiar ó modificar ninguno de los artículos del Concordato, sin el necesario consentimiento de la Santa Sede, y, por tanto, con arreglo al 2.o artícu lo del convenio, hallábase bajo la inmediata inspección de los obispos y demás prelados diocesanos la enseñanza en las escuelas públicas ó privadas, de cualquier clase que fuera. Agregóse que el Gobierno debía apoyar á los prelados con toda su fuerza cuantas veces se hubieran de oponer á la malignidad de los hombres que intentaran pervertir los ánimos y las costumbres de los fieles, ó cuando debieren impedir la impresión, introducción y circulación de los libros malos y nocivos..

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Hecho ya todo lo posible para reducir al silencio à los enemigos de la Restau ración, fué la primera preocupación de los restauradores, dar á la nueva situación apariencias de legalidad. Era para ellos indispensable crear una normalidad que consolidase el atentado de Sagunto.

Divididos los partidos en legales é ilegales, à los primeros correspondía sólo disfrutar del poder.

Encontráronse los restauradores con que no había partidos como ellos los que rían. Había sólo hombres y grupos que aspiraban à repartirse el botín. Urgia, pues, organizar por lo menos los partidos: uno conservador y otro liberal. El moderantismo y el progresismo habían definitivamente pasado de moda. El nuevo partido conservador sería resueltamente constitucional y podría así llamarse liberal conservador. El liberal sería el encargado de atraer à la nueva legalidad á los revolucionarios poco firmes en sus convicciones ó fáciles à los halagos del poder.

A la tarea de la formación de estos partidos dedicó el señor Cánovas todos sus esfuerzos. Desde el primer momento acarició una plausible innovación en la nue. va política: la de substituir las direcciones militares por dírecciones civiles. Hombres civiles dirigirían en adelante la política. A Narváez y O'Donnell, substituirían Cánovas y Sagasta. Reconociéronse ambos reciprocamente como jefes de los respectivos partidos restauradores.

Halló fácil su camino Cánovas; no así Sagasta, á quien se intentó arrebatar el papel que se había adjudicado.

Vino á alarmar primero á unos y otros la inesperada visita del Duque de la Torre à Palacio. El Duque, sin consultarlo con nadie, se presentó sin ser llamado al Rey, y los pretendidos directores de la nueva política pasaron por el susto que les produjo el recelo de que el Duque desbaratase sus planes.

No fueron las cosas tan allá. El Duque no aspiraba sino á conservar su alta categoría en la milicia.

No quería Sagasta reunir á su partido, temeroso de que no resultase de la re

unión algo que contrariase el camino que se tenía trazado, y comenzó por ir difi riendo la convocatoria.

Impacientes algunos, como Alonso Martínez, Silvela (don Manuel) y Groizard (don Alejandro), lanzaron en 1.° de Mayo de 1876 una convocatoria, cuyos prin cipales párrafos decían así:

• No debemos disimularnos las mayores dificultades que en el día ofrece acertar con instituciones estables, propias á afianzar los cimientos del orden social, sin para ello ahogar ninguna de las manifestaciones del desarrollo intelectual y moral á que han llegado las naciones que están al frente de la civilización en Europa.

La medida que este desarrollo ha alcanzado en España, la caracterizan sufi· cientemente, en lo que tienen de racionales y legítimas, las manifestaciones de

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la opinión, puestas en relieve por la revolución de Setiembre de 1868; movimiento que, no obstante sus exageraciones y excentricidades, ha dejado inextinguibles huellas de adelantos, cuya adopción y franco reconocimiento han de ser la pren da de quedar condenados para siempre los llamamientos á la fuerza, generadores de la perturbable alternativa de reacciones autoritarias y de revoluciones populares ó militares, que han venido sucediéndose en nuestra patria.

La libertad necesita en España, harto lo ha demostrado la experiencia, de las garantías que ofrece el derecho monárquico hereditario, el cual á su vez sólo puede alcanzar estabilidad y gloria, tremolando muy alta la enseña de la libertad. La monarquía constitucional y las libertades que ella simboliza, no se verán

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aseguradas ni alejada la contingencia de venideras revoluciones, sino tornando la dinastía, los partidos políticos y la masa general del país, como en el breve período á que hemos aludido, al religioso respeto de la ley fundamental y de las condiciones esenciales del régimen parlamentario.

A la reconstrucción de esta obra, verdaderamente nacional, están llamados todos los partidos liberales que caben dentro de la monarquía constitucional, conservando cada uno de ellos su criterio político propio, y reservándose el empleo de los procedimientos peculiares á sus respectivas escuelas, para aplicarlo en su día por los medios legales, y tan luego como la desaparición del estado excep. cional en que nos hallamos nos haya devuelto á todos el expedito goce y el pleno ejercicio de nuestros derechos.

Bien hubiéramos querido deliberar sobre puntos tan trascendentales al porvenir del país y á la dinastía con todos nuestros colegas de la junta directiva del partido constitucional, para dar á éste una norma fija de conducta; pero hemos tenido que renunciar á tan sencillo y usual procedimiento, por la falta de los ge nerales (1) que perteneciendo á la misma no podían concurrir á ella; en justo acatamiento á una orden reciente del gobierno de S. M., y más que todo por la negativa de varios ex ministros liberales no militares, que no han creído conveniente acudir al llamamiento que, según costumbre, se les hizo, juzgando dudosa toda discusión acerca de la actitud del partido.

En tal estado, creemos cumplir un deber de patriotismo convocando, con permiso de la autoridad, á las dos de la tarde, en el salón del Consistorio, á aquellos de nuestros correligionarios que participando de nuestro espíritu y tendencias, hayan sido senadores ó diputados, á fin de acordar los medios y la actitud que mejor conduzca al afianzamiento del trono constitucional de Don Alfonso XII, y á la aceptación por todos los partidos monárquicos liberales, de instituciones acomodadas á la educación y á las costumbres de nuestro pueblo, que aseguren la sinceridad del régimen representativo, juntamente con las libertades y franquicias de que disfrutan los súbditos de las naciones de la Europa culta. »

Los firmantes de este documento (2) dirigieron al Duque de la Torre una carta en que, entre otras cosas, le decian: «la distinción que se ha inventado para quitar á los actos de usted toda importancia política, envuelve lógica y necesariamente la destitución de usted como jefe del partido constitucional».

Apresurose Sagasta á dirigir á sus amigos de provincias una extensísima cir. cular en que excomulgaba valientemente por indisciplinados á los firmantes de la convocatoria.

(1) Una Real Orden circular de 4 de Febrero anterior vino ȧ favorecer los propósitos de Sagasta. Por ella, ni el Duque de la Torre, ni el general Topete, que con Sagasta formaban el verdadero directorio del partido, no podían tomar parte, por su carácter militar, en manifestaciones políticas.

(2) Además de los indicados más arriba, los señores Santa Cruz, Bruil, Fernández de la Hoz, Aurioles, Martin Herrera y Candau.

TOMO VI

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