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modelo de sensatez y patriotismo, tengo el honor de saludar á V. E. como al ilustre jefe del partido más liberal de gobierno dentro de la monarquía constitucional de don Alfonso XII. Nada más admirable ni más grandilocuente, ni más calurosamente aplaudido, que el discurso del señor Sagasta, programa de nues. tro partido.

La confirmación del sufragio universal, no era en realidad sino una ficción. Practicada honradamente la ley, no hubieran de seguro llevado la mejor parte en la contienda las nuevas instituciones.

Propúsose así desde el primer instante el Gobierno falsear la ley. El estado de sitio había permitido á los conservadores apoderarse en absoluto de diputaciones y ayuntamientos, juzgados y fiscalías.

Pronto hubieron de notarlo los constitucionales; pero aunque las quejas de los comisionados de provincias fueron acerbas y numerosas, prefirieron á todo otro camino el de la componenda. Al cabo, el papel que de acuerdo con los conservadores acababan de adjudicarse no les consentía otra cosa.

En la Gaceta del 21 de Diciembre apareció firmado por Romero Robledo, ducho en ardides electorales, una circular, anunciando que renunciaría á las facultades extraordinarias, respecto á las personas, así que se publicase el decreto de convocatoria. Consignaba además que ordenaría á los agentes y delegados del gobierno la mayor neutralidad, debiendo abstenerse de intervenir en la contienda electoral, siempre que se entablara entre partidos monárquicos y constitucionales.

Colmo de cinismo fué la promesa estampada en esa circular de producir algunas vacantes en las corporaciones populares para repartirlas entre los constitucionales, que no tenían un voto amigo en ellas, gracias á la desaprensión con que habían obrado los gobernantes.

El 26 de Diciembre, se dirigió el partido constitucional á sus comités, animándoles á tomar parte con decisión y entusiasmo en la contienda electoral.

El pacto estaba firmado. No había más españoles que los monárquicos constitucionales, esto es, conservadores y liberales, con derecho á acudir á los comicios. En realidad, no eran dos partidos los que iban á disputarse el gobierno del País; era uno solo que mantendría la ficción de puntos de vista contradictorios, á fin de monopolizar el mando é impedir que prosperase toda otra opinión que no fuera la suya.

Nacieron entonces los candidatos de oposición ministeriales, y el caciquismo halló su más completa consagración.

Celebraron Sagasta y Cánovas sendas conferencias, y en ellas se convino que el Gobierno apoyaría buen número de candidatos constitucionales y no extremaría sus rigores respecto de otros de igual filiación.

Próxima la convocatoria de Cortes, reuniéronse en casa de Pi y Margall los señores Figueras, Salmerón, Benot y Sorní, para acordar lo que debiera hacerse. El señor Salmerón manifestóse por acudir á la lucha electoral, hallando en la circular del Gobierno gran sentido político, porque parecía indicar en un párra

fo antiguo que era igual el derecho de todos los españoles. En igual sentido manifestóse el señor Sorní. Mantuvieron los demás el criterio del retraimiento. Prevaleció esta última opinión y todos juntos firmaron una circular, aconsejando el retraimiento á los republicanos.

Celebraron también los zorrillistas su reunión y comisionaron á Martos para que preguntase á Zorrilla su opinión. Contestó Zorrilla que quienes creyeran podían ser diputados, fueran á las urnas, pero que quienes pensaran como él, votaran el retraimiento, que no había de estimarse como regla absoluta de conducta, por ser sólo razonable en un país como España y en situaciones como las creadas por los conservadores».

Dijo además que había votado el primer retraimiento progresista, y opuéstose al segundo, por las razones consignadas en un folleto por él publicado, y que aconsejó y votó la coalición de los carlistas, alfonsinos y republicanos, contra los constitucionales, para evitar el retraimiento propuesto por Rivero, que sobre haber en 1875 más motivo que en las tres fechas indicadas para decidir el retrai. miento, existía la circunstancia de haberse marcado á los republicanos con el estigma de ilegales.

Concluyó manifestándose partidario de una reunión magna de cuantos demó. cratas aceptasen la unión de todas las fuerzas para su esfuerzo común, siendo para todos obligatorio lo que se acordase, y que si bien consideraba lo mejor y más conveniente adoptar el retraimiento, como esto no sucederá, debe hacerse constar, que los diputados que sean elegidos no se confundirán con los constitucionales que esperan el poder, ni con los posibilistas ó amigos del señor Castelar; que no quieren ayudarnos. No pienso ser candidato, y si me presentaran y fuera votado, no iría al Congreso».

A pesar de esta opinión, muchos radicales y zorrillistas publicaron un Manifiesto condenando enérgica y absolutamente el retraimiento como regla de conducta del partido, aunque aconsejándolo por aquella vez.

«El partido radical, decían, no se retrae de las elecciones, sino que se declara apartado de ellas por la voluntad del gobierno... Siendo el retraimiento una necesidad y no una regla de conducta, bien pueden, no obstante esta declaración, y sin perjuicio de esta actitud, aspirar al cargo de diputados ó senadores, aque. llos amigos nuestros, que por especiales circunstancias se consideren en el caso de mantener ó presentar sus candidaturas: en cuanto al partido radical, se re. signa con dolor à carecer de representación en las próximas Cortes. >

Declararon los amigos de Castelar, los posibilistas, su disconformidad con las declaraciones de Ruiz Zorrilla. Los más de los derrotados en la votación de la madrugada del 3 de Enero acudieron á sus distritos. Castelar fué proclamado candidato por Valencia y por Barcelona.

De la carta larguísima que Castelar dirigió á sus amigos de Valencia y Barcelona, importa recoger aquellos párrafos en que declara lo que ha restado de sus conocimientos políticos.

Decir cuáles son mis principios, es ofenderos. Todo el mundo sabe lo que represento, lo que representaré siempre. No lo ignora mi patria, y mucho menos mis amigos. Yo sólo he arrancado de mi programa histórico una parte resueltamente impracticable, una organización administrativa, que destrozaba nuestra nacionalidad, como lo prueban los cantones del Mediodía y las guerras del Norte, en el fondo unos y otros unidos por carácter común, por el carácter separatista. Y el ideal de mis principios

me impone esta línea de conducta: separación completa de todos los partidos demagógicos. Con aquellos que quieran retroceder más allá de una legislación que es nuestra honra, y de un gobierno del país por el país mismo, no transigiré jamás ni con aquellos que sus ideas co munistas y sus tendencias sepa. ratistas nos lleven derechamente, no á la anarquía, siempre pasajera, al más vergonzoso despotismo.

Esa política se encierra en la aspiración á una democracia liberal, defendida y amparada por un gobierno fuerte, que, recibiendo de las leyes su fuerza, las haga obedecer y cumplir con la misma regularidad con que se cumplen y se obedecen las leyes del universo. Dentro de este ideal no puede caber ni la reacción

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ni la demagogia; no puede temerse ni el retroceso á principios condenados por la cultura moderna, ni la complicidad con un federalismo ya conocido en la experiencia y condenado por atentatorio á la unidad y á la integridad de nuestra patria.>

Poco después de la reunión de que antes hablamos, celebrada por los prohombres del republicanismo, residentes en Madrid, excepción hecha de Castelar, que tanto se había distanciado de sus antiguos correligionarios, reuniéronse de nuevo los señores Salmerón, Pi y Margall y Figueras, en la casa de este último. Celebróse la reunión á instancia del señor Salmerón para exponer sus respectivas opiniones sobre la organización de la República y ver de llegar á un acuerdo. Pidió Pi y Margall à Salmerón un programa que pudiera servir de punto de par

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tida. El señor Salmerón formuló el suyo, que sobre proponer algunas reformas económicas y sociales en lo relativo á política, se condensaba así: «ir todos á la revolución sin prejuzgar bandera, al grito de ¡Viva la República! ¡Vivan las Re formas! quedar todos, una vez victorioso el movimiento, en la más amplia liber tad para defender sus ideales; convocar juntos Cortes Constituyentes que decidiesen cuál había de ser la forma de la República y comprometerse los que resultasen vencidos, á no recurrir á las armas mientras estuviesen en el libre ejercicio de los derechos individuales».

Los tres reunidos firmaron estas bases de coalición.

Hizo notar Pi y Margall que si abrigaban la esperanza de que Ruiz Zorrilla aceptara las bases, padecían error.

-Se engaña usted, respondió á esto el señor Salmerón, porque este programa ha sido hecho de acuerdo con don Angel Fernández de los Ríos.

El señor de los Ríos, vió, en efecto, á Pi y Margall y le dijo:

-He visto con mucho gusto el programa que han redactado ustedes, y yo habría ido aún más allá, porque creo que han estado ustedes algo tímidos en lo relativo á la federación.

Zorrilla desechó el plan en absoluto.

Celebradas, en vista de esta negativa, nuevas reuniones, propuso el señor Salmerón algunas concesiones en favor del pensamiento de Ruiz Zorrilla y las aceptó Pi.

Mandóse entonces á París al señor Chao con las bases reformadas. Ruiz Zorri. lla exigió que los federales renunciasen á la propaganda y defensa de sus principios hasta que las Cortes hubiesen votado la República, y se opuso á la formación de Juntas revolucionarias. En vano fué que Chao le hiciese observar que esto equivalía á pedir al partido federal que se suicidara. Insistió Ruiz Zorrilla en sus apreciaciones y agregó:

-No puedo aceptar de ningún modo esas condiciones, porque si dejamos la organización del país al arbitrio del pueblo, claro está que, como los federales son los más, ellos ganarían.

Volvió á Madrid el señor Chao indignado con Ruiz Zorrilla.

Acordóse no hablar más del asunto, pero á los pocos días, volvió el señor Sal merón á casa de Pi para manifestarle que, cuestión de tanta trascendencia, no podía ser tratada, á su juicio, por tres hombres solos, y que creía conveniente que se oyese la opinión de todos los que habían sido ministros de la República. Aunque Figueras y Pi lo juzgaban inútil, convinieron en que para hacer más fácil la reunión, se citase á todos los residentes en Madrid.

Celebrósela en casa del señor Sorní y concurrieron á ella, además de éste, los señores Figueras, Pi y Margall, Salmerón, Chao, González y Benot. Acudieron Pi y Figueras sin idea preconcebida y al solo fin de observar qué tendencia tomaba la Junta. Era la cita à las nueve de la noche, y cerca de una hora después aun no habían acudido los señores Salmerón, Chao y Fernando González. Iban ya á retirarse los demás cuando se presentaron los tres juntos.

-Señores, dijo Salmerón, sentimos mucho haber hecho esperar á ustedes; pero para ganar tiempo hemos acordado una fórmula que vamos á presentar á la consideración de ustedes.

Era la fórmula notoriamente unitaria, y la rechazó desde luego Pi y Margall. Fueron de su misma opinión los señores Figueras, Benot y Sorni.

Entonces Salmerón dijo:

-Ya suponíamos que ustedes no habían de aceptarla: quiere decir que ustedes y nosotros somos dos partidos.

Terminóse con esto el asunto.

Afirmó Salmerón que Ruiz Zorrilla aceptaría su fórmula. Repúsole Figueras que si tanta confianza tenía debía ir á París á conferenciar con el jefe de los radicales.

-Quien podría ir con verdadero fruto, dijo Salmerón á Figueras, serían usted ó Pi y Margall. Yo no puedo ir de ninguna manera.

Al día siguiente, sin embargo, hubo de cambiar de parecer, pues salió para París. Allí firmó con Ruiz Zorrilla el siguiente Manifiesto, que importa conocer integro.

Reunidos en París D. Manuel Ruiz Zorrilla y D. Nicolás Salmerón, con el fin de concertar y disciplinar las fuerzas políticas que el uno y otro tienen y la sig. nificación que cada cual representa, convinieron en reconocer y declarar la legitimidad de la revolución por detentación de la soberanía nacional y negación de las libertades públicas de que hoy es víctima la patria común, y en la necesidad de constituir, para antes y después del hecho revolucionario, un gran partido político que con sentido amplio y progresivo recoja y realice en el gobierno las aspiraciones y doctrinas de todos aquellos que anhelan ver fundidos en concierto común los intereses de las clases populares, cuya representación en la de la vida política se puede afirmar que ha llevado el antiguo partido republicano y la de la clase media en su parte más liberal, inteligente y laboriosa, cuyo representante más fiel ha sido el antiguo partido progresista y radical. Los que suscriben, deseosos de llegar à este resultado, que consideran de importancia capitalísima para el éxito de la revolución y señaladamente para el de la República, han reconocido la imperiosa necesidad de poner término, en lo que de ellos dependa, al estado de fraccionamiento y aun de disolución de las fuerzas políticas de España, donde parcialidades ó, mejor dicho, banderías engendradas y movidas más por miras y afectos personales que por ideas y tendencias diversas, corrompen la vida pública, introduciendo el desconcierto en el gobierno del Estado y se oponen constantemente á la formación de grandes partidos políticos que tengan los caracteres todos de verdaderamente nacionales.

Atentos á evitar estos males, no queriendo llevar a cabo con el presente acuerdo una mera agrupación de fuerzas políticas, que la desgracia común mantendría compactas para la lucha material, pero que se disolverían después de la victoria, al realizar, falta de unidad, de fin y de conducta, la obra de la Revolu.

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