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que aseguraban tener en el ejército grandes elementos y no menos simpatías. ¿Cuáles eran las condiciones que para esta coalición exigía? Las que habíamos formulado con los Sres. Salmerón y Figueras. No podían, como V. verá, ser más racionales ni más sencillas.

1.a Ir todos á la Revolución con el grito de ¡Viva la República! ¡Vivan las Reformas!

2. Tener todos, después del triunfo, completa libertad para la defensa y la propaganda de nuestras respectivas ideas.

a

3. Convocar juntos Cortes Constituyentes para que decidieran si la República había de ser federal ó unitaria y constituirla con arreglo al sistema que triunfase. 4. Comprometernos todos si fuésemos vencidos á no recurrir á las armas para imponer las ideas que tuviéramos ó concibiéramos mientras estuviésemos en el libre ejercicio de los derechos individuales.

Deseo que puesta la mano en el corazón me diga V. si sin mengua de la dig. nidad y el decoro de nuestro partido, podíamos renunciar á más ni pedir menos, si podía rechazar estas condiciones ninguna persona que blasonase de liberal y quisiera de buena fe nuestro concurso. Fueron rechazadas, sin embargo, por el jefe de los radicales. Enemigo de la federación, más aún que el actual Gobierno, tuvo la insensata pretensión de que nos comprometiéramos á callar sobre nuestros principios hasta después de convertidas las Cortes Constituyentes en Ordinarias, es decir, hasta que estuviese organizada sobre la base unitaria la nueva República.

Dije yo, desde luego, que jamás consentiría en una abdicación de este género. En honor de la verdad, otro tanto decían entonces mis dos compañeros. Estaba yo segurisimo de que permaneciendo firmes los federales, habían de acceder los radicales á nuestras justas pretensiones. Desgraciadamente la impaciencia de algunos de nuestros mismos correligionarios, iba retardando el logro de mis esperanzas. De buena fe unos pocos, con segunda intención los más, escribían al Sr. Zorrilla, diciéndole que aceptaban lo que él quería y estaban dispuestos á marchar á la revolución bajo la bandera que había levantado. Creyó con esto el Sr. Zorrilla que el partido liberal se nos escapaba de las manos y se iba á las suyas, y se obstinó en su injusto y antiliberal propósito.

¿Qué era sin embargo esto para lo que han venido á hacer después los que hoy se llaman reformistas? Aquéllos no pensaron jamás en dejar de ser federales; ni en abandonar una bandera á cuya sombra no habían recibido más que sinsabores y disgustos. Aquellos no habían tratado nunca de mistificar nuestra doctrina, dando apariencias de federal à un programa unitario.

Al llegar aquí declaro con toda la sinceridad de mi alma, que si en este programa no viese menoscabada la dignidad y amenazada la existencia del partido, no vacilaría en aceptarle y firmarle, aun cuando le hubiese escrito, no un amigo, pero el mayor de los enemigos. Le rechazo por considerarle una abdicación yergonzosísima.

TOMO VI

7

En este programa se deja el nombre de federal por el de reformista; se declara en perpetua tutela á los Ayuntamientos y las Diputaciones de provincia y se las pone bajo la inspección y la autoridad de los delegados del Gobierno, que podrán, como hoy, suspender sus acuerdos; se amenaza con una división territorial, que ni dejaría en pie las actuales provincias, ni restablecería las antiguas, que fueron en otro tiempo naciones; se limita el poder de las futuras Cortes, obligándolas á hacer en una sola proposición la reforma de la Constitución de 1869, que descansa en el principio unitario, y habría de volver de arriba á bajo, si se la quisiera dar por base el federalismo; se cambia en la organización del ejército el servicio voluntario, que fué siempre nuestro principio y aún uno de nuestros gritos de guerra, por el servicio militar obligatorio; se centraliza la enseñanza primaria en el Estado, cuando ha corrido siempre y no puede menos de correr, según nuestras doctrinas, á cargo de las provincias y los pueblos; se aumenta con esto en más de doscientos millones de reales los gastos de la Nación, cuando atendido el constante déficit de los presupuestos y el estado ruinoso de nuestra Hacienda, se ha de pensar en reducirlos. No sólo se niega en ese progra ma el sistema federal; es además la negación de los principios liberales, que jamás pusieron limite à las facultades de las Cortes Constituyentes.

Prescindiendo de las reformas administrativas y económicas del programa: V. sabe que las más están ya consignadas en el dictamen que presentó á la Asamblea Federal de 1872 la comisión encargada de estudiar los medios que pu diesen mejorar las condiciones de las clases jornaleras; que algunas fueron propuestas á nuestras Cortes; que otras llegaron á ser leyes. No son reformas del nuevo partido sino del nuestro. Haré sólo observar que entre las que hoy presentan los reformistas faltan dos esenciales: la abolición de la esclavitud y la de la pena de muerte, objeto antes para el Sr. Salmerón de caluroso entusiasmo. Ni una palabra dicen ahora tampoco esos hombres acerca de las colonias, acerca de esos apartados pueblos que no han gozado nunca de la libertad, y nosotros hemos querido siempre que fuesen otras tantas provincias de España.

He de hablar á V. con la ruda franqueza que acostumbro, cuando se trata de principios que son los de mi partido: no acepto de modo alguno ese programa en su parte política, y si mañana lo aceptaran todos mis correligionarios, seguiría rechazándolo. Yo no capitulo con mi conciencia. Tengo hoy más fe que nunca en la federación y no he de negarla ni mixtificarla por consideraciones de ningún género. He dicho hasta donde puedo ceder. De ahí no paso.

La palabra federal, no es una palabra vacía: no estoy dispuesto á cambiarla por otra alguna. Si como dicen los reformistas el nombre es indiferente ¿por qué cambiarlo?, ¿á qué decir que se viene á formar otro partido? ¡Ah! un cambio de nombre envuelve siempre un cambio de principios en los partidos: en ese mismo programa lo está V. viendo. ¿Qué queda en él de nuestro dogma?

Nosotros nos llamamos federales, porque queremos:

1.° Que el pueblo, la provincia y la nación sean igualmente autónomos dentro del círculo de sus respectivos intereses.

2.° Que los pueblos estén unidos en la provincia y las provincias en la nación por una Constitución, ó lo que es lo mismo, un pacto.

3.° Que las trasgresiones del pueblo fuera del orden de sus intereses caigan exclusivamente bajo la jurisdicción de los tribunales de la provincia; las de la provincia, bajo los tribunales de la nación; las de la nación, bajo la del Senado, como representación de las provincias y alto tribunal de justicia.

4.° Que sean exclusivamente de la competencia de la nación los intereses que afecten á la nación toda ó á dos ó más provincias; de la provincia los que afecten á la provincia toda ó á dos ó más pueblos.

Vea V. ahora el programa de los reformistas; fíjese V. sobre todo en el preám. bulo y la primera base; y digame si son estos los principios que en él dominan. Tienen esos hombres horror al pacto que no es, después de todo, más que una Constitución, desconfían de las provincias y los pueblos y las obligan á deliberar y resolver bajo la sombra del Estado y no temen las invasiones de ese Estado, á pesar de lo avasallador y lo absorbente que nos lo presenta en todos los tiempos la historia. Miran el Estado como algo sobrenatural y divino; y lejos de conside. rar iguales los tres organismos, le colocan en la cumbre de una jerarquía, cuyo último grado es el pueblo.

Ese programa de los reformistas es un verdadero cambio de frente: otra evo· lución como la de los cimborios en 1868, otra inconsecuencia como la del señor Castelar en 1874. Los cimbrios sacrificaron la República á la Monarquía demo crática; Castelar, la federación á la República conservadora; estos, más hipócritas, la inmolan cubriéndola con el manto de nuestras propias reformas.

¿Qué fin se han llevado en ese cambio? Para mí el de matar principios que nunca aceptaron de buen grado. Suponen que lo han hecho para facilitar y precipitar la revolución, pero nada más inexacto. Con su insensata conducta, no lo dude V., la han aplazado. Han dividido el campo radical y el nuestro, ó á lo me. nos lo han perturbado pasajeramente. En vez de allegar y congregar nuevas fuerzas, han disgregado las que se aseguraba que estaban dispuestas. ¿Podían ignorar que éste hubiese de ser el resultado de su intento? Un nuevo partido harto sabían que no se improvisa. Si lo creían necesario para la revolución, es evidente que habían de convenir en aplazarla. Esto es claro como la luz del día.

En situación tal, la conducta de nuestro partido entiendo que ha de ser la siguiente:

Afirmar una vez más nuestras ideas federales y replegarnos alrededor de nuestra antigua bandera;

Estrechar y extender la organización de que es V. núcleo, atrayendo á ella todos los elementos del partido;

Allegar y reunir por nuestra cuenta todas las fuerzas que podamos, sin ponerlas al servicio ajeno;

Secundar todo movimiento serio que se haga por cualquier otro partido, al grito de ¡Viva la República!

No consentir alianzas con otros partidos, sino bajo las condiciones expuestas al principio de esta carta;

Marchar, por fin, á la revolución sin menoscabo de nuestros principios.

Por medio de esta conducta, no sólo daremos cohesión y fuerza al partido, sino que también aceleraremos la revolución que tan imprudentemente han venido á aplazar los flamantes reformistas. No dude V., que tomando esta actitud hemos de ser pronto nosotros y no ellos los buscados y solicitados y rogados por los partidos que quieran verdaderamente la Revolución y la República.

Ríase V. de la acusación que nos dirigen, sobre que no acertamos á definir nuestros principios. Las cuatro bases que dejo formuladas en esta misma carta bastan para levantar todo el edificio federal. No formulan ni formularán ellos nunca otras más claras ni tan precisas. El desarrollo de las nuestras está, por otra parte, en los dos proyectos de Constitución, presentados en 1873 á nuestras Cortes Constituyentes. Bastaría que los corrigiéramos un poco para ajustarlos del todo á nuestras bases. ¿Qué determinan los reformistas en su programa? Atribuciones de los Ayuntamientos y Diputaciones de provincia, nuevas circunscripciones, reforma de la Constitución de 1869, todo lo dejan en la vaguedad y el misterio. Como que no podían hacer otra cosa para cumplir su propósito de matar la federación y alucinar al partido, fingiendo que se la realizaba por medio de sus bases. Pero dejémoslos que se agiten y trabajemos con fe por nuestra causa. El partido ha pasado antes por otras crisis y las ha salvado felizmente. Salvará la actual como salvó las otras. Se nos irán algunos hombres por ambición, otros por falta de fe en las ideas; el partido quedará, porque no mueren nunca los que tienen un ideal por realizar en las esferas de la vida. Váyanse en buen hora los que duden ó busquen en la política antes la satisfacción de sus ambiciones que los progresos de la humanidad y de la patria. Esos hombres son la carcoma de los partidos; ¡feliz el partido de que se desprenden! Ha llegado la hora de depurar el nuestro y no tener vacilaciones. Contémonos y formemos un haz los verdaderos federales: arrojemos con valor de nuestro seno á los tibios y los hipócritas.

Le saluda á V. cariñosamente y le encarga que con la debida reserva lea es· ta carta á sus colegas su afmo. amigo y correligionario,

F. PI Y MARGALL. » Castelar, por su parte, escribió desde Garrucha á sus amigos una larga carta, que por primera vez publicó el señor Morayta en su Historia, y en la que no faltaban los dicterios á sus antiguos amigos.

⚫Y á nosotros, decía, que tratamos de implantar en la realidad la democracia, se nos vienen ahora con estas coplas anticuadas y ridículas, sólo propias para aumentar el terror de las clases conservadoras, y para impedir ó retardar el triunfo de la libertad. Si yo fuera Cánovas, en vez de desterrar á éste ó perseguir á aquél, imitaría el ejemplo de Napoleón, el cual publicó en el Monitor la protesta de los Borbones contra su coronación; publicaría en la Gaceta el consabido manifiesto, y tiraría millones de ejemplares en la Imprenta Nacional.

Ruiz Zorrilla cae en el error en que han caído los desterrados más ilustres, en el error de desconocer á su patria. Luego para informarse, llama á Salmerón, el cual mira con telescopio la política ¡ay! la política que necesita del microscopio, del instrumento adecuado para ver lo infinitivamente pequeño. Impresionable Zorrilla como pocos, á mi última negativa, fundada sólo en su persistencia de fe deralizar y conspirar, responde con esta vuelta á la izquierda. ¡Y qué resulta! El programa de Pi es tangible y concreto. Pero su programa tiene lo peor que pueden tener los programas políticos, la indeterminación y la vaguedad. Resultado: que no sirve para nada, ni para nadie, que aumenta la confusión en todas partes.

A Salmerón le obligaba el ciego culto á sus teorías, como por ejemplo, la abolición de la pena de muerte, en el ejército, á quedarse en la región de las teorías.

Pa

Fragata blindada Sagunto.

Y ȧ Ruiz Zorrilla le obligaba su prosapia monàrquica, su historia progresista, su representación de las clases medias, toda su procedencia y toda su vida, á venir al seno del partido republicano que sostiene la tendencia más conservadora y que funda la idea de gobierno. Uno y otro han salido de su atmósfera, y uno y otro se encuentran hoy como el pez fuera del agua y como el hombre fuera del aire.

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Nuestros cafeteros de Madrid desconocen por completo la opinión pública. Yo tengo motivos para lo contrario, para conocerla profundamente. Veo donde quiera que voy, desde todos nuestros amigos hasta los jefes de los partidos contrarios al nuestro, y desde estos jefes hasta las autoridades. Y resumo la opinión públic

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