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baron cumplidamente en sendos discursos los señores Romero Robledo y Labra. Cánovas estaba de ello convencido; pero comprendiendo el patriotismo con la temeridad, extremó la nota de intransigencia. Empezad, decía á los autonomistas cubanos, antes de formular peticiones, por llevar á todo el mundo el convencimiento de que no os queda el menor resquicio de separatismo, é inspiradnos con. fianza. No comprendía Cánovas que es en política mal consejero el amor propio. Terminó aquel debate con la declaración de Cánovas de que España emplearía la sangre de su último hombre y quemaría su último cartucho y gastaría su último céntimo en conservar aquellas provincias, con la seguridad del buen éxito, porque éste «va siempre con los más, cuando á la superioridad de la fuerza añaden la del derecho y la razón y la mayor cantidad de sangre que derramar». El 15 de Julio terminaron las sesiones de Cortes.

Nota á registrar respecto á la política republicana, fué la unión de las minorías republicanas, excepto la posibilista del señor Castelar, de aquellas Cortes. Realizóse esta unión cuando la discusión del Mensaje, y ella hubiera debido ser, por lo menos, base para la de todos los partidarios de la República de España. La unión de los diputados se realizó en forma de enmienda, que decía:

AL CONGRESO

Los diputados que suscriben tienen la honra de proponer al Congreso la siguiente enmienda al dictamen sobre el proyecto de contestación al discurso de la Corona:

Es tan persistente el estado de lamentable atraso en que se encuentra la nación española, tan inveterados los abusos del poder central, á la vez que deficientes sus medios de acción, por el desacertado empleo que de ellos se hace, y hasta tal punto insoportables las cargas impuestas sobre el contribuyente, que tal situación no puede continuar, sin grave detrimento de los más transcendentales intereses del pueblo español.

A males que provienen de causas múltiples, contrariando en su origen la ex· pansión de nuestras fuerzas, es necesario poner remedios eficacísimos.

La reintegración de la soberanía popular;

La autonomía del Municipio y de la región para todo lo que concierne á sus peculiares fines;

El desarrollo de la educación popular, como un interés político, al par que un interés social;

La equitativa distribución de los impuestos sobre toda clase de riquezas, suprimiendo la injusta contribución de consumos;

Una severa economía en los gastos públicos,

Y la nivelación de los presupuestos, pondrían seguramente á la nación española en el camino de su regeneración.

La situación de nuestras Antillas es cada vez más alarmante, debido, no sólo

á causas económicas de distinta índole, sino también á la política centralizadora, de desconfianza y desigualdades, allí dominante, que urge rectificar, así por reformas que abaraten la vida y aseguren la producción colonial, como por otras de diverso carácter, entre las cuales figuran la plena identidad de los derechos políticos con la Metrópoli, el sufragio universal, el mando superior civil y la organización insular autonomista.

El mismo espíritu debe inspirar la progresiva reforma del estado de nuestras colonias de Oceanía y de Africa, donde debe asegurarse desde luego el goce de las libertades públicas y organizar el gobierno con arreglo á las particulares y distintas condiciones de cultura y riqueza de aquellas comarcas.

El problema social requiere en los presentes tiempos atención especialísima. Redobla el trabajador sus esfuerzos para mejorar el estado de penuria en que vive, y es deber de todo Gobierno coadyuvar con solícito afán al perfeccionamiento de los medios que más eficazmente conduzcan á elevar el nivel social del trabajador.

Palacio del Congreso, 27 de Abril de 1891.- MANUEL PEDREGAL. — RAFAEL M. DE LABRA. AZCÁRATE. BECERRO DE BENGOA.-MURO.-PI Y MARGALL. — VALLES Y RIBOT.»

Poco después, el 29 de Mayo, dirigieron las mismas minorías al País un importante Manifiesto, en que decían:

Sienten hace tiempo los partidos republicanos la necesidad de concertarse para vencer la Monarquía. Han hecho, con el fin de conseguirlo, una serie de coaliciones que, si por de pronto han producido entusiasmo, no han satisfecho del todo las esperanzas que despertaron. Se han convencido al fin de que sólo en la identidad de principios podían adquirir la fuerza que buscaban, y han ido aproximándose. Afortunadamente han llegado ya en las Cortes á una comunidad de ideas suficiente para que marchen unidos. Sólo el posibilista, cosa muy de sentir, ha rehuído tan saludable concordia.

Falta ahora que los correligionarios todos sigan la conducta de sus represen tantes. Al efecto, nos permitimos dirigirles este Manifiesto, expresión sincera de nuestras comunes aspiraciones.

Nosotros pretendemos ante todo que, reintegrado el pueblo en su soberanía, sea la fuente y raíz de todos los poderes. Queremos por consecuencia la abolición de la Monarquía, donde por pretendidos derechos de sangre se arroga una fami lia el ejercicio del poder supremo. Rechazamos esta institución, no sólo porque es contraria á nuestro principio, sino también porque deprime la dignidad del hombre y deja á los azares del nacimiento la suerte de la Patria. En lo que va de siglo por más de cuarenta años han regido la Nación mujeres y niños; por más de veinticinco, hombres nulos ó de alma aviesa como Carlos IV y Fernando VII.

No basta, á nuestro juicio, suprimir la Monarquía; es preciso reducir la acción del Estado á los intereses generales y proclamar la autonomía de las regio. nes y la de los municipios dentro de la Patria. Sin esto consideramos imposible

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destruir la supremacía del Poder Ejecutivo, evitar las dictaduras, establecer la legalidad en los comicios, sacar las provincias y los pueblos del letargo en que viven, ordenar la administración, ajustar la política á la naturaleza.

Nos proponemos llevar ese mismo espiritu autonómico á la organización de las colonias. Queremos identificarlas en lo fundamental con la metrópoli, salvando su competencia para resolver directa y oportunamente sus particulares negocios.

Están todas regidas militarmente; se considera aún peligrosa la mera división de mandos. Tienen Cuba y Puerto Rico asiento en las Cortes; pero no el sufragio universal para la elección de sus representantes. Ni ésta ni otra representación han conseguido aún las Islas Filipinas. No es allí libre ni el pensamiento: existe la previa censura aun para los libros que van de la Península.

Esto, unido á males administrativos y económicos, que no por lo inveterados. dejan de exigir pronto remedio, traen inquietas á todas las colonias y mantienen en todas un fermento de rebelión que es para nosotros una constante amenaza. Queremos por de pronto en todas la prepotencia del poder civil, la identidad de derechos, la entrada en las Cortes, la enmienda de los muchos vicios de que la administración adolece, el severo castigo de cuantos cometan exacciones indebidas ó defrauden rentas.

En las colonias y la Metrópoli urgen además reformas de carácter económico. De una y de otras será siempre locura exigir más caudales de lo que sus fuerzas permitan. Conviene ante todo inquirir el alcance natural de los ingresos, y á los ingresos amoldar los gastos. Sin que se abrumara á nadie cabría, á no dudarlo, recoger pingües sumas para la Hacienda, como se aboliese todo privilegio y no hubiese un solo español que no contribuyera, según su haber, á las cargas del Estado. En punto á ingresos estamos por que toda exención desaparezca, porque haya igualdad ante los tribunales, equidad en el reparto y economía en el cobro. Los gastos creemos de toda necesidad corregirlos. Aun cuando no excediesen de los naturales ingresos, sería siempre indispensable cercenar los supér fluos para atender á los útiles. Reclaman mucho mayores sumas que las presupuestas la enseñanza y la justicia; sobre todo la educación popular, de suma urgencia hoy que las clases trabajadoras acometen la ardua empresa de mejorar su suerte é inician una revolución de ignorado término, movidas, más que por ideas claras y definidas, por vagos sentimientos. Conviene llevar la luz á los que sufren y á los que gozan: á los unos para que no los despeñe la ignorancia, á los otros para que no los lleve un mal entendido egoísmo á provocar catástrofes.

Como hemos indicado ya, queremos corregir los ingresos y los gastos para que se nivelen los presupuestos. Ruinoso es el déficit para todos los pueblos; mucho más ruinoso para los pueblos pobres. Alimenta sin cesar la deuda del Tesoro é impide que se la extinga. Nos lleva á que periódicamente la consolidemos y periódicamente, por lo tanto, aumentemos la ya enorme cifra de la deuda del Estado.

Estamos también por que el Gobierno debe, con solícito afán, ayudar á los obreros á redimirse y elevarse. Debe ante todo, á nuestro juicio, suprimir la odiosa contribución de consumos, que les encarece los alimentos, sobre crear en cada pueblo una especie de aduana; abrirles escuelas donde se instruyan y apren. dan oral y experimentalmente las ciencias de inmediata aplicación á las artes; admitir cuantas reformas los protejan contra los riesgos del trabajo y la insegu. ridad de la vida; levantarlos por la concesión de los muchos servicios á su cargo de la condición de jornaleros à la de contratistas; ir borrando de sus códigos cuanto alienta el ocio y la pereza; estimular y favorecer el espíritu de asociación, seguro medio de mejorar la condición de las clases trabajadoras. Entienden algunos que no puede el Estado intervenir en las cuestiones sociales, pero sin recordar que es el órgano del derecho, y por las leyes civiles se ha ido sin cesar transformando la manera de ser de la propiedad y la familia.

Estas son, en suma, las bases sobre que hemos asentado en las Cortes la unión de los partidos republicanos. Amplias, no impiden que cada uno de estos partidos las desenvuelva según su particular criterio. Esperamos ahora que nuestros respectivos correligionarios nos digan si las aceptan. Si las aceptan, únanse de pronto para todas las elecciones que en adelante ocurran. Mejor que por palabras, por actos, nos dirán si creen nuestra obra digna de censura ó de aplauso. » El día 1.o de aquel mes celebraron los obreros su fiesta con mayor entusiasmo que nunca y dando señaladas muestras de inteligencia y sensatez. Sólo el poco tino de las autoridades pudo ocasionar algunos incidentes desagradables en Cádiz, Zaragoza y Valladolid.

Celebráronse el 10 del mismo mes de Mayo elecciones municipales, y la coalición republicana triunfó en muchos puntos. Madrid, Badajoz, Castellón, Córdoba, Coruña, Teruel, Toledo, Tarragona y Valencia, fueron testigos de ello. En Madrid alcanzaron la victoria hasta 12 republicanos, por 11 conservadores y 4 liberales.

En aquel año se dedicó el general Weyler á realizar en Filipinas la campaña de Mindanao. Llegó el general, que había salido el 16 de Abril de Manila, á Parang Parang y el 20 estaban ya allí reunidas las fuerzas. Sostuvieron nuestras columnas diversos combates con los moros, con grandes pérdidas para éstos. Murió en uno de estos encuentros el Sultán de Benidel, que capitaneaba todas las expediciones que solían salir de Lanao y varios sultanes y dattos. Asegurada la Bahía Illana y todas las tierras ribereñas de la laguna Lanao, se juzgó que no serían ya de temer nuevas agresiones.

Combatido, á pesar de estos triunfos, el general Weyler por buena parte de la prensa, decidió volver á la Península, y fué substituído en 17 de Noviembre por don Eulogio Despujol y Lassay.

La política del general Weyler en Filipinas se resume en estas sus propias palabras:

Creo conveniente repetir que todo el que aquí grite Mueran los frailes y viva España, es filibustero. Como los frailes no pueden ser reemplazados por clérigos

peninsulares, porque no habría suficiente número que viniesen, ni conocerian los distintos dialectos, los que dan aquel grito tratan embozadamente de que la cura de almas quede entregada à clérigos indígenas. Lo que sucede en España con el clero de las provincias Vascongadas, sucedería en Filipinas, con la diferencia de que allí todos proclaman la integridad de la patria, y aquí la independencia. Léanse los periódicos filibusteros y se verá que los que comienzan combatiendo las órdenes religiosas, acaban negando el dominio de España en el Archipiélago.

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El que piense sin móviles egoístas y sin resentimientos personales, tiene que querer la existencia y el prestigio de las Ordenes religiosas. »

En la Memoria de entrega de mando, agrega el general este concepto:

Muy lejos, pues, de ser un inconveniente aquí (Filipinas) el fanatismo ó la exageración religiosa, es conveniente fomentarlo para que la influencia del pá

rroco sea mayor.»

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