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En el mes de Julio, había sido substituído en el ministerio de Hacienda, el señor Salaverría, por don José García Barzanallana. Otra modificación sufrió ahora el Gabinete. El señor Calderón Collantes, pasó á Gracia y Justicia, ocupando la vacante de Estado don Manuel Silvela; de Gracia y Justicia, pasó á Ultramar el señor Martín Herrera. Quedó fuera del Ministerio, el señor López de Ayala.

En medio de general malestar, pues la situación económica del País no podía ser más deplorable, como lo demuestra el que el consolidado interior se cotizase á 10'87 y el exterior, emisión de 1867, á 12, celebráronse las elecciones municipales y las provinciales, elecciones de que

hubieron de retraerse en general todos los partidos de oposición, incluso los constitucionales; á tanto llegaron las coacciones y los abusos ministeriales.

Las Provincias vascongadas, ofendidas por la reforma de sus fueros, negáronse á hacer elecciones. El Gobierno envió comisionados especiales que practicaran las necesarias operaciones.

Siguieron, pues, los gobernantes dueños absolutos de ayuntamientos y diputaciones.

Deseoso el Gobierno de popularizar al Rey, aconsejóle un viaje por las provincias. Pasada la segunda decena de Febrero, salió de Madrid el Rey acompañado de numeroso cortejo y algunos mi nistros, y después de detenerse algunas horas en Albacete y Murcia, llegó á Car tagena, donde tomó el mando de la es cuadra. Desembarcó en Alicante, en Valencia y en Tarragona. De Tarragona llegóse á Reus. Volvió luego á Tarragona y siguió á Barcelona.

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Fué este viaje beneficioso para Don Alfonso, pues contribuyó mucho à la organización de los partidos monàrquicos, y le ganó bastantes simpatías personales por su carácter afable y comunicativo y sus condiciones de ingenio y regular cultura.

Pronunció durante este viaje algunos discursos, demostrándose quizá más afi cionado á la oratoria de lo conveniente en un Monarca.

Sólo en Barcelona pudo oir Don Alfonso alguna manifestación de desagrado á su paso. Algunos grupos le silbaron.

Continuó su viaje á Mahón, visitó la Palma; hizo rumbo á Santa Pola, des

embarcó en Alicante, siguió á Málaga, ancló en Cádiz, recorrió los puertos y descansó en Sevilla, donde se le unió su hermana la Princesa de Asturias. Con ella fué á Granada, se detuvo en Loja y en Antequera, y por Córdoba, donde también se detuvo, volvió á Madrid el 5 de Abril.

En Barcelona había el Rey sentado á su mesa al contralmirante Jouquieres, jefe de la escuadra francesa, allí anclada para saludarle, y en Cádiz comió á bordo del Minotauro, buque almirante de la escuadra inglesa.

Llegado apenas á Madrid, hubo Don Alfonso, por exigencia del señor Cánovas, de firmar la destitución del gobernador de Madrid, señor Elduayen, que fué subs. tituído por el Conde de Heredia-Spínola.

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CATALUÑA (Barcelona). - Antigua fachada de la Casa de la Ciudad.

El suceso fué muy comentado y muy alabada la energía del señor Cánovas. Era el señor Elduayen hombre de gran predicamento en Palacio por los indudables servicios que á la Restauración había prestado. Dábale tal condición cierta independencia que se avenía mal con el carácter dominante del señor Cánovas. Disgustado además Elduayen por entenderse preterido al substituir con el señor Barzanallana al ministro Salaverría, venía no desaprovechando ocasión de mostrar su desvío hacia el Gobierno. Como vicepresidente del Congreso contrarió más de una vez los deseos de Cánovas.

Cuestión más grave fué la de la renovación del Senado, con arreglo á la nueva Constitución. Por ella había de componerse el Senado de senadores por derecho propio, senadores vitalicios, nombrados por la Corona, y senadores elegidos por las corporaciones del Estado y mayores contribuyentes.

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No pudiendo el número de senadores, por derecho propio y vitalicio, exceder de 180, antojábase evidente que el Gobierno que interviniese en su designación podía asegurarse una mayoría, sino perpetua, muy duradera, lo bastante para hacer imposible la vida parlamentaria de otra situación política.

El peligro parecía grave para los liberales monàrquicos. Puede suponerse cuánto no extremaron su oposición para impedir que fuese el señor Cánovas quien presidiese la renovación del Senado. No les valieron sus esfuerzos. Verificadas las elecciones, el Gobierno, dueño de las corporaciones populares y de las demás representaciones, arzobispados, academias, etc., todas conserva

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doras por su espíritu, obtuvo gran mayoría. Cedió, sin embargo, á los constitucio. nales hasta treinta puestos, pero dió á los moderados cuarenta. Nombró luego el señor Cánovas 106 senadores, de ellos sólo seis liberales. Completaron el resto hasta los 180, los por derecho propio.

El 25 de Abril, convocadas por Decreto del 10, inauguraron las Cortes sus tareas: el Congreso en segunda legislatura, en primera el nuevo Senado.

Reuniéronse antes las diversas fracciones de las Cámaras: la de los conservadores, presidida por el señor Cánovas, y la de los constitucionales por el señor Sagasta.

Soberbio se mostró el señor Cánovas, esperanzado entonces con la ilusión de

Томо ѴІ

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