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HISTORIA

DE LA

PROPIEDAD

INTELECTUAL

EN ESPAÑA.

Cualquiera que recuerde la organizacion social de la mayor parte de los pueblos de la antigüedad, habrá de reconocer, que en ellos fué desconocida la propiedad intelectual, llamada hasta nuestros dias, propiedad literaria. El sistema de castas atribuia toda la influencia social á los guerreros ó jefes militares, encargados de defender el suelo contra las invasiones extranjeras, y á los sacerdotes, que además de rendir culto a los dioses, monopolizaban el estudio de las ciencias y las letras. Los primeros se afanaban por conservar la importancia militar de la Nacion y su propia preponderancia, monopolizando el bárbaro privilegio de la guerra. Los segundos hacian misterio de su cultura, y reservaban egoistamente sus conocimientos para imponer la supremacía que atribuye el talento, y hacerse necesarios y poderosos en los pueblos sumidos. en la ignorancia. Así estaba organizado el Egipto, segun el testimonio de Herodoto, que fué bien acogido por la casta sacerdotal de su país; y la India y la Caldea tuvieron una organizacion semejante, cuyo espíritu se reflejó en los primeros siglos de Roma.

Los Pontífices, todos patricios, escusaban dar conocimiento á la plebe de los actos y de las fórmulas sacramentales de las acciones de la ley, y por esta política, conservaron preponderante su influencia en la república, en una época en que el derecho era verdaderamente la ciencia de las cosas divinas y humanas. Pomponio, en la ley 2.a del Digesto, De originis Juris, cuenta, que Cnæus Flavius, hijo de un liberto y secretario de Appius Claudius Cæcus, robó á éste sus preciosos secretos y por haber comunicado una copia al público, fué hecho tribuno, senador, edil curul por el pueblo, como recompensa de su deslealtad. La cultura de las ciencias y las letras fué por lo tanto infecunda, por lo mismo que estaba reservada á la aristocracia, representada por los sacerdotes, los altos magistrados ó los jefes militares, y en ningun caso se produjo en el pueblo, salvo Homero, que comenzó á vivir de su talento. Los escritores, y sobre todo los hombres de accion que relataban en verso ó prosa los acontecimientos militares que habian presenciado, no pensaron jamás ganar dinero con sus escritos, y de seguro creyeron que esta era la peor de las especulaciones; y cuando en la época de los Antoninos, la. cultura de las letras descendió de aquellas alturas sociales, los escritores de mayor renombre fueron los de más humilde condicion, á quienes la fortuna rehusaba las ventajas de una. proteccion generosa. La sátíra VII de Juvenal es el cuadro más vivo y más exacto de la triste situacion que en Roma tenian los que nosotros llamamos literatos.

Ardua empresa, jamás lucrativa y siempre costosa, era la. publicacion de un libro, y para dar á conocer una obra, alquilaba su autor un gran local y hacia una lectura pública, pagándose los aplausos, sino tenia amigos que los tributasen. Plinio el jóven cuenta de qué manera ingeniosa se organizaban en su tiempo los discursos públicos y que tempestad deaplausos amenizaban las sesiones. Cuando tales explosiones de entusiasmo no son gratuitas se pagan caras, y los autores no las obtenian á mejor precio que los oradores. La obra conocida y apreciada del público, se reproducia por medio de copias que sacaban los esclavos, porque era ruinoso dedicar

los hombres libres á este trabajo mecánico; y Orígenes, segun el abad Henry, tenia siete notarii, prontos á escribir todo lo que él les dictaba, y varios librarii, llamados antiquarii, para poner las notas en limpio, despues de lo cual otras personas ejercitadas en la escritura, trascribian sus obras. Pocos autores podian rodearse de un personal tan numeroso y encontrar algun provecho en la reproduccion de obras que exigian grandes desembolsos y auxiliares inteligentes.

Restábales el recurso de dirigirse á los bibliópolos, que eran como los libreros editores de esta época; y la historia, segun indica Thulliez, conserva aún memoria de los más importantes. Quintiliano coloca al frente de sus Instituciones oratorias una carta escrita al bibliópolo Tryphon, donde se le muestra muy reconocido. Mas á juzgar por los gastos que ocasionaba la publicacion de una obra, es de creer que los tales editores en vez de pagar su libro al autor, todavía le reclamarian algun salario por reproducirlo.

Los escritores recelosos del mérito literario de sus obras, ambicionaban el aplauso del público más escogido y delicado, aunque fuera poco numeroso, áun en las épocas más florecientes del gran Imperio. Virgilio y Marcial se gloriaban de la paternidad de sus obras y rechazaban cón indignacion los arreglos de los plagiarios, más la ley no intervenia en ello, pues la gran compilacion de Justiniano guardaba completo silencio sobre el derecho de los autores. Esto tiene su explicacion en que por aquella época, los autores recibian de los ediles un precio determinado por las obras dramáticas que se representaban en los teatros durante las fiestas públicas, recompensando por este medio el Magistrado al autor del trabajo que habia empleado en divertir á los espectadores. No habia por consiguiente ni venta ni explotacion de las obras del espíritu y todo estaba reducido á un arrendamiento de obras en que el autor desempeñaba el papel de un verdadero empresario de espectáculos, con lo cual se daban por satisfechos.

La admirable civilizacion romana no era la llamada á des

cubrir el arte maravilloso que multiplicaba con escaso gasto los ejemplares de una obra. No les faltó más que un paso para llegar á este precioso descubrimiento, porque los romanos grababan sobre madera, pero no se les ocurrió sacar pruebas de sus grabados, lo que les hubiese conducido á la impresion de los libros con cierta semejanza. Las obras del espíritu eran entonces inexplotadas y de valor improductivo, y la propiedad intelectual permaneció ignorada, no alcanzando lugar en la legislacion romana, que fué destruida por sucesos de todos bien conocidos. Sobre las ruinas del imperio se formó un mundo nuevo, pero jamás se destruyó la cultura de las letras y de las artes. Sonaban á la vez los cantos de los poetas y los gritos de la guerra y en medio de las ruinas que esta producia, se admiraban los recuerdos artísticos, hasta que restablecida la calma, el espíritu humano se tranquilizó, y los trovadores, como los rápsodas de los tiempos homéricos, fueron de castillo en castillo recordando los pasados sucesos, pero sin ocuparse más que de cantarlos, porque todos sabian pelear, pero nadie sabia leer. Ellos improvisaban, abandonándose completamente á los caprichos de su imaginacion; sus canciones, siempre nuevas, desaparecian con ellos sin dejar el menor vestigio en una sociedad que no tenia el gusto de las letras y que á pesar de ello no habia de perderlo por completo.

Como las ideas nacen del espíritu, que es de Dios, huyendo del estruendo de la guerra encontraron asilo en la morada del Señor, y las comunidades religiosas se hicieron depositarias de la literatura griega y romana. En tanto que toda la tierra venia largo tiempo ocupada por las invasiones bárbaras y no cesaba de ser contínuo campo de batalla, donde cada hombre solo se ocupaba de su espada y de pelear, haciendo gala de su ignorancia, ofrece para la historia un espectáculo curioso, que los religiosos que en la sombra y en el silencio de los claustros, solo viven una vida intelectual, se dedicasen á cultivar las letras y las ciencias, para salvarse del mas terrible de los naufragios. Parecian olvidar el mundo y eran ellos los que lo conservaban, guardando cariñosamente sus mas preciosas y

mas nobles riquezas, para que se recobrasen mas tarde. Tampoco aqui pudo existir la propiedad intelectual. Toda obra profana, no es en el fondo de los monasterios donde encontrará su origen; fuente fecunda de bienes temporales, no podia servir de estímulo alguno para quien comenzaba haciendo voto de pobreza. El número de los lectores era bien escaso y el procedimiento de reproduccion de las obras del espíritu no se habia perfeccionado. Muchos libros de esta época no llevan el nombre de su autor, y es que tambien renunciaban á esta gloria al realizar el voto de humildad, y creian que trabajaban por órden del prior, y sus obras pertenecian á la comunidad de que formaban parte, y que era la que los hacia copiar y vendia los ejemplares. Para ello los abades tenian un gran número de copistas que empleaban activamente, dando motivo para creer, que tales escritos eran obra colectiva de toda una comunidad y reflejaba las ideas enseñadas por ella, cuando eran sólo la creacion de un autor modesto.

Pacificado el mundo, las letras y las ciencias comenzaron á recorrerlo poco a poco, saliendo del asilo que siempre les prestó la religion, y refugiándose en las Universidades fundadas por nuestros reyes al reconquistar su poder del feudalismo. Las escuelas se abrieron por todas partes y se poblaron de discípulos ávidos de conocer los autores clásicos; se fundaron los establecimientos de copia y se multiplicaron los ejemplares; la librería nació y con ella un poderoso elemento de civilizacion y progreso, pero nació subordinada á la autoridad directa de la Universidad que corregia las obras, aprobaba su texto y hasta fijaba su precio, ejerciendo una autoridad superior sobre una industria especial. Las relaciones entre el autor y el editor no existian aun, y el precio de un manuscrito era siempre exhorbitante, en términos que Mr. Daunou lo evalnó en 500 francos. Forzosamente la obra era poco conocida y el trabajo del copista inmenso; de suerte que el autor se consideraba dichoso con ver copiada su obra y estaba muy léjos de reclamar un derecho de propiedad. Lo considerable del trabajo del copista lo hacia casi clandestino y la venta se realizaba de mano á mano sin poder hacer efectiva la represion de la fal

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