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vantado en estos días en los pueblos de Dolores y San Miguel el Grande, y ha corrido hasta la ciudad de Querétaro. Algunas personas díscolas, entre las cuales oigo con dolor de mi alma el nombre de un sacerdote, digno de compasión y vitando por su mal ejemplo, parece son los principales fautores de la rebeldía.

Dime, dime, pobre engañado por el espíritu maligno, tú que lucías antes como un astro brillante por tu ciencia, ¿cómo has caído como otro Luzbel por tu soberbia? ¡miserable! no esperes que mis ángeles [así llama la Escritura á los sacerdotes] vayan tras de ti, como aquella multitud que arrastró el ángel cabeza de los apóstatas en el cielo; todos pelearán con el Prepósito de la Milicia Eclesiástica, y no se volverá á oír tu nombre en este reino de Dios, sino para eternos anatemas. Bendito sea el Señor que me ha consolado con la dicha de que ninguno de mi clero haya manchado hasta ahora la buena opinión, y espero contribuirá como hasta aquí á la conservación de la quietud pública.

Pero ya que al frente de los insurgentes se halla un ministro de Jesucristo [mejor diré de Satanás], preconizando el odio y exterminio de sus hermanos y la insubordinación al poder legítimo, yo no puedo menos de manifestaros que semejante proyecto no es ni puede ser de quien se llama cristiano: es contrario á la ley y doctrina de Jesucristo; y si el observar lo que él mismo nos manda sobre la caridad con nuestros hermanos, os conducirá al cielo, el practicar lo contrario os llevará infalible

mente al infierno. Mirad qué precursor del Anticristo se ha aparecido en nuestra América para perdernos.

Si yo tratara de probar esta verdad con la multitud de testimonios divinos que la autorizan, me dilataría mucho; pero os hago el honor ó justicia de creer que no dudaréis de las proposiciones que un Prelado ingenuo os dice con sencillez esperando le deis crédito.

Cuando tenía el mando político os hablé de la pueril rivalidad y necios partidos de europeos y criollos. El buen ciudadano no debe conocer otro que el de la religión que le honra y la razón que le ilustra; el buen cristiano, el que prefiere á todo la ley del Redentor, no solamente debe cumplir con los deberes de hombre civil, sino también debe mirar con amor á su prójimo, como Dios se lo manda. ¿Y será amarle inspirar odio contra él? ¿Será amarle afligir su persona y privarle de sus intereses, atentar contra su reposo y vida? Es claro que no. Pues á esto se dirige el plan inquieto de esos enemigos de vuestra vida é intereses. Vosotros mismos podéis conocerlo, pues no ignoráis que los capítulos principales de la ley de Dios, comunicada por los profetas, su Divino Hijo y los Apóstoles, son amar al prójimo como á nosotros mismos. No os dejéis, pues, alucinar de quien os proponga lo contrario; mirad que el interés eterno de vuestra alma es preferible á todos los temporales que falsamente os promete el principal agente de la insurrección, y que ciertamente no lograréis aún

en el caso no esperado de que los sediciosos llevasen al cabo sus perversas ideas, que todas se dirigen á perderos y arruinaros.

Se apoderarían entonces de las riquezas y del mando los más atrevidos, y lejos de lograr vosotros felicidad alguna, seríais víctima de la dominación nueva. Desengañáos, hijos míos, y creed á un padre que os ama con todo su corazón. Ese Diotrephes, que ha sacado de sus casas á los de San Miguel y Dolores, no busca la fortuna de éstos ni la vuestra, sino la suya; pretende obtener el Principado entre vosotros; el día menos pensado será vencido por otro espíritu peor y más fuerte, que halagará vuestra docilidad con promesas más lisonjeras; mudaréis de jefes, destruyendo mutua y sucesivamente la soberbia del poder de los hijos de Satanás, padre de la mentira; se dividirá el Reino, quedará desolado y será finalmente presa de algún extranjero advenedizo, no gachupín ó criollo, sino de nacimiento obscuro y dudoso, que no reconozca Dios ni prójimo, y se gobierne únicamente por las ideas y política particular de su ambición ilimitada. El que confía en hombre es maldito de Dios, como lo dice por su Profeta Jeremías;3 el Señor de la verdad y la paz abomina al varón sanguinario y doloso, 4 y le corta la vida

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aún antes de la mitad de sus días,' cayendo, sin saber cómo, en el lazo que armaba.2

¿No lo véis verificado en la revolución de Francia? Algunos pocos han sido ensalzados; todos los demás, ó han perdido hasta el número de dos millones de hombres en las campañas de veintiún años, ó han quedado en la misma indigencia y clase en que estaban colocados, si no han sido reducidos á otra de mayor penuria. Lo mismo sucedería á vosotros; trabajaríais para engrandecer al más intrépido, y quedaríais casi todos defraudados de vuestros deseos. El mejor gobierno de cada país es el que actualmente tiene, dijo, ya años hace, sin poder resistir á la fuerza de la verdad, uno de los mayores revolvedores de la Francia, porque son tales y tantas las desgracias que han de intervenir para mudarlo, que jamás podrá compensarlas felicidad alguna. ¿Qué deberá decirse ahora, después de haber aprendido lo que nos enseña el ejemplar de Francia? Es cierto que Napoleón domina, prospera y subyuga; pero este impío, ensalzado sobre los cedros del Líbano por su astucia infernal, dejará de experimentar, cuando menos lo piense, la muerte desastrada que ha sorprendido á todos los demás perseguidores de la Iglesia, como refiere individualmente Lactancio Firmiano en el libro De morte persecutorum: ¿se ha abreviado la mano del Señor, ó dejarán de cumplirse en algún tiempo sus palabras?

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¿A cuántos errores y extravíos os conducirá un hombre que, además de haber prostituído su carácter con odio condenado por nuestra Santa Ley, se ha asociado con algunos otros, publicando la rebelión contra su amante y augusto Soberano, en este suelo tan fiel? ¡Gran Dios! ¿qué mayor daño pudiera causarnos si hubiera venido á nuestro hemisferio el tirano Napoleón, enemigo de nuestra religión y de la patria? Si este diablo malo hubiese conseguido introducir en medio de nosotros un emisario y colocarlo al frente de un pueblo leal, ¿qué más hubiera podido maquinar contra el trono y vasallos de Fernando? Publicar una guerra civil, desobedecer á las potestades legítimas, autorizar el robo, promover el desorden y dar principio á una serie de males incalculables. Este es el resultado de lo que ahora parece á los incautos muy lisonjero; pero, ¡ah! ¡cómo lloraríamos todos la suerte infeliz que nos arruinaría, si prosperase tal proyecto tan acomodado á las miras de Napoleón! ¡Qué placer tendría el perseguidor de la Iglesia, si supiese que en la Nueva España un sacerdote había hecho tanto en su favor, cuanto no han podido alcanzar sus emisarios! No lo permita Dios, ni á la ejemplar y heroica lealtad de este Reino le caiga la mancha de faltar á la palabra que tantas veces ha jurado de ser fiel á su Rey y á las potestades que nos gobiernan en su nombre.

Por fortuna acaba de llegar un jefe que, penetrado del mayor amor á estos vasallos, desea, como á mí me consta por aviso suyo, evitar las fu

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