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chéis las seductoras voces de nuestros enemigos, que, bajo el velo de la religión y de la amistad, os quieren hacer víctima de su insaciable codicia.

¿Os persuadís, amados conciudadanos, que los gachupines, hombres desnaturalizados, que han rotó los más estrechos vínculos de la sangre—¡ se estremece la naturaleza!-que, abandonando á sus padres, á sus hermanos, á sus mujeres y á sus propios hijos, sean capaces de tener afectos de humanidad á otra persona? ¿Podréis tener con ellos algún enlace superior á los que la misma naturaleza puso en las relaciones de su familia? ¿No los atropellan todos, por sólo el interés de hacerse ricos en la América? Pues no creáis que unos hombres nutridos de estos sentimientos puedan mantener amistad sincera con nosotros: siempre que se les presente el vil interés, os sacrificarán con la misma. frescura que han abandonado á sus propios padres.

¿Creéis que el atravesar inmensos mares, exponerse al hambre, á la desnudez, á los peligros de la vida, inseparables de la navegación, los han emprendido por venir á haceros felices? Os engañáis, americanos. ¿Abrazarían ellos ese cúmulo de trabajos por hacer dichosos á unos hombres que no conocen? El móvil de todas esas fatigas no es sino su sórdida avaricia. Ellos no han venido sino por despojarnos de nuestros bienes, por quitarnos nuestras tierras, por tenernos siempre avasallados bajo de sus pies.

Rompamos, americanos, estos lazos de ignomi

nia con que nos han tenido ligados tanto tiempo. Para conseguirlo no necesitamos sino de unirnos: si nosotros no peleamos contra nosotros mismos, la guerra está concluída y nuestros derechos á salvo.

Unámonos, pues, todos los que hemos nacido en este dichoso suelo; veamos desde hoy como extranjeros y enemigos de nuestras prerrogativas á todos los que no son americanos. Establezcamos un congreso que se componga de representantes de todas las ciudades, villas y lugares de este Reino, que, teniendo por objeto principal mantener nuestra santa religión, dicte leyes suaves, benéficas y acomodadas á las circunstancias de cada pueblo. Ellos entonces gobernarán con la dulzura de padres; nos tratarán como á sus hermanos; desterrarán la pobreza, moderando la devastación del Reino y la extracción de su dinero; fomentarán las artes; se avivará la industria; haremos uso libre de las riquísimas producciones de nuestros feraces países, y á la vuelta de pocos años, disfrutarán sus habitantes de todas las delicias que el Soberano Autor de la naturaleza ha derramado sobre este vasto continente.

(Miguel Hidalgo y Costilla.)

Nota: Entre las resmas de proclamas que nos han venido de la península desde la irrupción en ella de los franceses, no se leerá una cuartilla de papel que contenga, ni aún indicada, excomunión de algún prelado de aquellas partes contra los que abrazasen la causa de Pepe Botella, sin que nadie

dude que sus ejércitos y constitución venían á destruir el cristianismo en España.

Valladolid, diciembre 15 de 1810.

ANEXO B.

Réplica del Tribunal de la Inquisición al Manifiesto anterior.-26 de enero de 1811.

Nos, los Inquisidores Apostólicos contra la herética pravedad y apostasía en la ciudad de México, Estados y Provincias de Nueva España, Guatemala, Nicaragua, Islas Filipinas, sus distritos y jurisdicciones, por autoridad apostólica, real y ordinaria, etc.

A todas y cualesquiera personas, de cualquier estado, grado y condición, preeminencia ó dignidad que sean; exentos ó no exentos; vecinos y moradores, estantes y habitantes en las ciudades, villas y lugares de este nuestro Distrito, y á cada uno de vos: salud en Nuestro Señor Jesucristo, que es verdadera salud, y á los nuestros mandamientos firmemente obedecer y cumplir.

Sabed que ha llegado á nuestras manos una proclama del rebelde Cura de Dolores, que se titula: «Manifiesto que el señor don Miguel Hidalgo y Costilla hace al pueblo,» y empieza: «Me veo en la triste necesidad de satisfacer á las gentes,» y acaba: «sobre este vasto continente;» sin lugar de impresión; pero sin duda la imprimió en Guadalaja

ra y la publicó manuscrita en Valladolid, en todas las iglesias y conventos, aún de monjas, después de la derrota que sufrió por las armas del Rey en Aculco. En ella vuelve á cubrirse con el velo de la vil hipocresía, protestando que jamás se ha apartado de la fe católica, y pone por testigos á sus feligreses de Dolores y San Felipe y al ejército que comanda: testigos que, para el pueblo fiel, deben hacer la misma fe que los ciegos citados para juzgar de los colores.

«¿Pero para qué testigos, prosigue en su capciosa proclama, sobre un hecho é imputación que ella misma manifiesta su falsedad? Se me acusa de que niego el infierno y de que asiento que algún Pontífice de los canonizados está en este lugar; ¿cómo se puede concordar que un Pontífice esté en el infierno, y negar, al mismo tiempo, su existencia?

«Se me imputa que sigo los perversos dogmas de Lutero, al mismo tiempo que se me acusa que niego la autenticidad de los Santos Libros. Si Lutero deduce sus errores de estos mismos libros que cree inspirados por Dios, cómo he de ser luterano si niego la autenticidad de estos libros? Os persuadiríais, americanos, que un Tribunal tan respetable, y cuyo instituto es el más santo, se dejase arrastrar del amor al paisanaje, hasta prostituir su honor y reputación?»

Mucho le escuece á este impío que el Santo Oficio le haya manifestado en su propia figura á todo el Reino, que, por su fidelidad y catolicismo, llena de maldiciones á un monstruo que abrigaba sin

conocerle; pero cuando copia para instrucción pública sus errores, no omite la contradicción manifiesta entre ellos mismos; porque este es el carácter y propiedad de todos los herejes mientras no bajan al último grado en la escala del precipicio, que es el ateísmo y materialismo, como le ha sucedido á este impío; y así, la contradicción será suya y respectiva á aquellos tiempos en que fué luterano, comparados ó contraídos con los de su decidido ateísmo y materialismo, como se manifestará en la lectura pública de su causa, fenecidos los términos que deben conseguirse para condenarle en rebeldía. Satisfacción que no da este Tribunal á su Manifiesto, porque la merezca, sino para que este sofisma no alucine á los incautos, y vuelvan sobre sí los que hayan llegado á debilitar su opinión en favor del Santo Oficio, persuadiéndose á que es capaz este antemural de la religión y del Estado de valerse de la impostura, como quiere persuadir este hipócrita, para degradar su opinión y quitar por este medio, indigno de nuestra probidad y carácter sacerdotal, la energía á su voz rebelde y sediciosa, y para que conozcan de una vez y teman todos los habitantes de este Reino la justicia de Dios por los pecados públicos, empezada á manifestar en este azote que han sufrido las provincias que este ateo cruel y deshonesto ha infestado con sus consejos, alucinando á tantos miserables que ha hecho víctimas del proyecto de trastornar el trono y la religión, y declarándose el más feroz enemigo de los que llama sus conciudadanos;

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