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ADVERTENCIA.

Las obras históricas impresas hasta hoy, presenttan comunmente al clero bajo de México como muy partidario de la guerra de Independencia, y hacen aparecer á los insurgentes, en lo general, como ignorantes fanáticos, á quienes sus jefes tenían que engañar con los gritos de «Viva Fernando VII,» y sólo podían guíar con imágenes religiosas izadas á guisa de estandartes.

Los documentos que ahora publicamos, vienen á demostrar, por lo contrario: Primero, que ese clero bajo, salvo raras excepciones, fué incondicio nalmente adicto á la monarquía española, porque predicaba acremente, en púlpitos y fuera de ellos, contra los insurgentes, cuando no los combatía con las armas en las manos ó los hostilizaba de otro modo, y porque agasajaba y hospedaba á los realistas, y les auxiliaba con dinero y cedía las campanas de las iglesias para que fundieran cañones, y también les alentaba y confesaba durante las ba. tallas. Segundo, que los insurgentes lucharon por cuenta propia y no por la de Fernando VII, á cuyas tropas precisamente combatían, y que, lejos de dar muestras de fanatismo, se distinguieron por su falta de escrúpulos religiosos, toda vez que con frecuencia amenazaban de muerte á los curas, los robaban, maniataban y apedreaban, saqueaban

las iglesias y las ensangrentaban, extraían el dinero que encerraban los cepillos, rompían los pomos de los Santos Oleos, y no les detenía ni el Santísimo, al que alguna vez llegaron á apedrear.

Estos documentos nos hacen oír hablar á los insurgentes, y verlos durante sus combates y después de ellos, cuando entraban en los pueblos en busca de elementos de guerra, ó para curarse ó enterrar á sus muertos.

Con excepción de los documentos I, II y anexos, IV, V y anexos, VI, VII y anexo, VIII, IX, XIV y anexo, XV y anexos, XVI, XVIII, XX, anexos A y E del XXXII, XXXVI y anexo, XLIII, XLVII, LI, LII, LIII y LV, que, impresos ó inéditos, forman parte de mi archivo particular, todos los restantes (ninguno de los cuales ha sido publicado hasta hoy) pertenecieron al archivo del Arzobispado de México, de donde pasaron á manos particulares, y hoy se conservan autógrafos en la Biblioteca del Museo Nacional, para la cual los adquirió nuestro eminente Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, Lic. D. Justo Sierra, que con grande entusiasmo, y competencia y acierto notorios, ha impulsado cuanto contribuye á desarrollar y perfeccionar la intelectualidad nacional.

México, 1o de diciembre de 1906.

GENARO GARCIA.

El Clero y la Independencia.

I

EXHORTACIÓN DEL ILMO. SR. ARZOBISPO DE MÉXICO, DR. D. FRANCISCO JAVIER DE LIZANA Y BEAUMONT, Á LOS HABITANTES DE SU DIÓCESIS, PARA QUE NO AYUDEN AL SR. HIDALGO EN LA REVOLUCIÓN.—24 DE SEPTIEMBRE DE 1810.

D. Francisco Javier de Lizana y Beaumont, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, Arzobispo de México, Caballero Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III, del Consejo de S. M., etc.

Mi amado Clero, mis dóciles ovejas y todos los que os gloriáis del nombre cristiano en este Reino tan feliz y singularmente favorecido con la paternal providencia de nuestro gran Dios:

Si los sentimientos del alma pudieran explicarse por la lengua, éste sería el momento feliz en que yo podría declarar el martirio que me oprime al oír que vuestros mismos hermanos preparan sus pies veloces, según la expresión de David,' para derramar vuestra sangre, no conociendo la infeli

1 Psalm. 13, V. 6, 7. Esta nota y las siguientes, en esta pieza, son del original.

cidad en que van á precipitarse por no seguir los caminos de la paz. Ayudad con votos y súplicas al Pastor que tanto os ama, como en semejante ocasión lo pedía á sus ovejas San León Papa,1 para que no falte de mí el espíritu de la gracia, ni de vosotros la unidad que estrecha á los fieles en vínculo de paz, conforme á la doctrina del Apóstol.2

Es tanto lo que el Señor ama la paz, que no quiso nacer sino cuando todo el orbe se hallaba en ella. Este es el glorioso nombre que le da Isaías,3 y así vemos que en aquel sermón que el mismo Jesucristo hizo sobre la montaña, á sólo los pacíficos llama hijos de Dios.4 Esta fué la rica herencia que dejó á los Apóstoles al despedirse de ellos, y en aquella oración que hizo al Padre, no sólo pidió que los conservase en paz, sino también que los hiciese uno, como el hijo y el padre lo son; y siendo vosotros llamados en una misma esperanza de vocación, ¿por qué no habéis de tener un mismo espíritu y sentimientos de paz? Entonces sí que seríais mi gozo y mi corona, porque vería en vosotros una idea de aquel feliz estado de la Iglesia primitiva, en la que toda la multitud de los fieles eran un corazón y un alma.5 Lejos de vosotros todo espíritu de partido: nadie diga yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Pedro; Cristo no está di

I In die asumptionis ad Pontificat.

2 Ad Ephes., cap. 4, V. 3.

3 Cap. 9, V. 6.

4 Matth., cap. 5, . 9.

5 Act. Apost., cap. 4, V. 32.

vidido. Sean enhorabuena diferentes los genios, las opiniones, y diversa la suerte y la fortuna: todo esto se debe olvidar cuando se trata de vuestro bien espiritual y temporal. Este es todo el fondo de nuestra religión; este es el espíritu de Cristo, y el que no lo tiene no es suyo, dice Pablo, sino del diablo.

Ea, pues, hijos míos, mis desvelos por vuestro bien eterno y temporal, y la confianza en vuestra docilidad, excitan mi celo, hoy más que nunca, para libraros de los desastres que os amenazan. ¿Qué espíritu malévolo, qué furia infernal quiere conmover las tranquilas moradas de los pueblos comarcanos, acaso con el fanático y atrevido pensamiento de acercarse á nosotros, sin conocer que vendría á buscar su sepulcro? ¿acaso porque la divina misericordia quiere compadecerse de tantos infelices extenuados con la escasez, allí mismo el demonio prepara el veneno á los sencillos habitantes? Tal parece su oculto designio. Y si la Divina Providencia nos quiere dar un nuevo testimonio de protección, congratulémonos, dándole las más sinceras gracias; pero si nuestra ingratitud no reconoce su benéfica mano, temamos su justa indignación.

Sí, amados habitantes, ya lo seais de mi diócesis, ó de otra cualquiera; yo no puedo prescindir de avisaros el riesgo que corren vuestras almas y la ruina que amenaza á vuestras personas, si no cerráis los oídos á la tumultuaria voz que se ha le

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