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« que se me han de recrecer grandes inconvenientes, escribiendo << al Sumo Pontífice impido el concilio provincial; recibirélo, si « viniesen, con buen ánimo, como cosas padecidas por defender «la justicia en servicio de mi rei i señor natural, que me levan« tó del polvo de la tierra, aunque el obispado sea por ahora de ningun provecho; pero ya se me hizo merced que yo no mere«< cia i, aunque se me hiciese mas, obligaciones conforme a mi « estado son defender la justicia de mi rei. »

A principios de 1601 llegó a Lima el obispo de Quito, i el arzobispo pudo, en fin, reunir el concilio el 11 de abril de ese

año.

Solo dos sesiones celebró. En la primera, se limitaron los padres a hacer la profesion de fe i a estatuir lo conveniente para evitar competencias en el órden de precedencia de los obispos asistentes. La segunda i última se celebró siete dias despues de la primera, el 18 de abril. En ella se nombraron jueces i testigos sinodales; se designaron las materias sobre que debía recaer la informacion que se manda al papa de la vida i costumbres de los obispos presentados; se renovaron todas las disposiciones del concilio celebrado en 1583; i, sometidos estos decretos al Soberano Pontífice, se declaró concluido el concilio de 1601.

Los padres de esta asamblea fueron el arzobispo presidente i los obispos de Quito i Panamá.

El señor Lizarraga estaba en Lima; sin embargo, no asistió a las reuniones ni se hace de él la menor mencion en las actas: es, pues, indudable que mantuvo i llevó adelante su oposicion i a eso tambien debe atribuirse el que durara el concilio solo una semana i no tratara asunto alguno de importancia: los padres quisieron concluir cuanto ántes una asamblea, que, por las circunstancias que la habian precedido, era casi un conflicto con la autoridad civil.

CAPÍTULO XX.

EL SEÑOR LIZARRAGA EN CONCEPCION.

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Tristes noticias de Chile.-Frustradas esperanzas del señor Lizarraga.-A lo que estaba reducida su diócesis.-Resuelve renunciar.-Avísalo su amigo el virei a Felipe III.-Propone la reunion de los dos obispados chilenos. - De cuán diverso modo mira el rei este negocio.-Ordena al virei que persuada al obispo para que venga a su diócesis. Concluido el pretesto del concilio, alega el Beñor Lizarraga la pobreza.-Cómo paga sus buenos oficios al virei.-A qué atribuye los quinientos pesos que le da don Luis de Velasco.-La venganza de Santo Toribio. Mejóranse las cosas de Chile. Llega a Chile el señor Lizarraga.-Piensa en trasladar a Concepcion la sede de La Imperial.-Triste estado del coro.-Auto de traslacion de la Iglesia.-Aprobacion real.Lo que esperaba encontrar el obispo en Chile i lo que encontró.-El producto de los diezmos en 1602. Subido precio de los artículos mas necesarios.— Renuncia el señor Lizarraga el obispado.-Digna i severa respuesta del rei. -La conducta del obispo fué mui otra de lo que debia de esperarse en vista de lo pasado.-Testimonios en favor del señor Lizarraga: Alonso de Rivera i Alonso García Ramon.

Concluido el concilio, se le acabó al señor Lizarraga el pretesto para permanecer alejado de su diócesis; pero no por eso se vino a ella.

Las noticias que cada vez llegaban al Perú del estado de la guerra de Chile, no podian ser mas desalentadoras i dolorosas. Una a una habian ido sucumbiendo las prósperas ciudades australes; las fortalezas, poco ántes tan numerosas, habian sido destruidas hasta los cimientos; las peticiones de refuerzos i socorros se sucedian a cada instante con mayor rapidez; soldados i capitanes, que venian llenos de ilusiones i seguros de la victoria, veian marchitarse antiguos laureles i desvanecerse lison

H.-T. II.

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jeras esperanzas ante el denuedo i la constancia del indómito

araucano.

Estas noticias tenian consternados a cuantos se interesaban por la suerte de la colonia; pero mas que a nadie debieron de consternar al señor Lizarraga. Habia esperado, probablemente, que se restableciera pronto la paz, gracias a los refuerzos que venian del Perú, i debia de aguardar con ansias el momento que le permitiera partir sin peligro a una diócesis que era la suya i que aun no conocia a su pastor. Léjos de restablecerse la paz, veia su Iglesia despedazada; sumidos en espantoso cautiverio a gran número de sus diocesanos; cristiandades de indios, ayer florecientes, destruidas hoi al soplo ardiente de la insurrec cion jeneral i espuestos los nuevos cristianos al peligro de apostasía; profanados los templos i vasos sagrados; muertos, cautivos o dispersos los sacerdotes; todo, todo en la ruina i desolacion mas completa que hayan visto en los últimos siglos los anales del mundo.

¿Qué hacer? El señor Lizarraga no tenia razon ni pretesto para quedarse en Lima; no se resolvia tampoco a partir para Chile; el único arbitrio que le quedaba era renunciar el obispado.

Mas ¿cómo renunciar por el estado miserable del pais, siendo así que habia conocido ese estado ántes de consagrarse? ¿A qué recibió la consagracion episcopal si no se encontraba cou fuerzas para cumplir los grandes deberes que ella impone?

Sea lo que fuere, el obispo de La Imperial se resolvió a adoptar ese partido i, no atreviéndose a elevar directamente su renuncia, se valió de su amigo el virei para poner esa determinacion en conocimiento del monarca i sujerirle una idea por cuya adopcion habia de trabajar despues, idea que lo sacaba de su azarosa situacion: reunir a la diócesis de Santiago la de La Imperial.

En carta de 5 de mayo de 1692 cumplió el virei con los deseos del señor Lizarraga: «Escribí a Vuestra Majestad en dias « pasados, dice al rei, que el obispo de La Imperial de Chile

« estaba en esta ciudad aguardando sus bulas. I aunque vinie«ron i se ha consagrado, no se va; porque las cosas de aquella « tierra i en particular las de su obispado han venido en tanta « ruina i quiebra como es notorio, de mas que no pasaba su <«< cuarta de docientos pesos cuando estaban en mejor estado i asi «no se puede sustentar no haciéndole Vuestra Majestad merced « de los quinientos mil maravedises ordinarios. I por esta causa <«< me ha significado que pretende renunciar. I si lo hiciese pare« ce que se podria anejar ese obispado al de Santiago i con vica«rios que allí pusiese el de esta ciudad hasta que aquello se pacificase habria el gobierno que basta. El de La Imperial es << honrada persona i mui relijioso i benemérito de la merced que << Vuestra Majestad fuese servido hacerle, sobre que él informa«rá mas en particular. »

Pero el rei no miró el asunto como don Luis de Velasco, i lo creyó de suma gravedad; conoció cuánto dañarian a la causa de los españoles las vacilaciones i los temores del obispo i, al contrario, cuánto contribuiria su presencia en Chile a la deseada pacificacion de los naturales i al aliento de pobladores i soldados. En consecuencia, escribió inmediatamente al virei para que animara i persuadiera al señor Lizarraga a verificar pronto su viaje a Chile i escribió tambien al obispo, exhortándolo a venirse (1). Ya antes habia mandado se le enterasen por la tesorería de La Imperial, i si en ella no habia fondos, por la de Charcas hasta la acostumbrada suma de quinientos mil maravedises, caso que su parte en el producto de los diezmos no alcanzara a esa cantidad (2).

Cuando el monarca enviaba aquella respuestą, don frai Rejinaldo de Lizarraga habia llegado a Chile.

Concluido el pretesto del concilio, empezó el obispo de La Imperial a dar por razon su gran pobreza para no venirse a su

(1) Reales cédulas de 16 de enero de 1603, publicadas entre los documentos de Los ORIJENES DE LA IGLESIA CHILENA, bajo los números XVI i XVII.

(2) Real cédula de 8 de marzo de 1601.

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