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CAPÍTULO XXXV.

LA GUERRA DURANTE EL INVIERNO DE 1604.

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¿Deberá irse a las provincias australes a libertar a las cautivas?-Quiere Rivera ponerse en guardia contra sus enemigos.-Reune un consejo de guerra er Santiago: quiénes lo ccmponen.-Preguntas que tomete a su deliberacionUnánime respuesta del consejo.-Males que los enemigos podian causar miéntras se les atacaba en el sur.-Ilusorias ventajas de esa jornada.-Cómo resume el consejo, sú opinion. Segunda parte de su respuesta: refuerzos de que necesitaba Chile.. Acepta Rivera las conclusiones del consejo. - Pedro Cortés en Arauco. - Dos encuentros con los indios.-La caballería i la infantería. - Otras entradas de Pedro Cortés. Inminente peligro en que se encontró el maestre de campo.. Prision del cacique Quintegüenu, toquí de Aranco: muere de pena.-Muchos caciques dan la paz.-Reúnense en número de cinco mil los de Tucapel.-Ignorándolo, manda Cortés una gruesa partida a hacer leña.-Atácanla dos mil indios, quedando los demas en embosenda. Combate i retirada de los españoles.Sale Cortés en persecucion de los asaltantes.-Conoce el ardid i se detiene. Precauciones que toma par seguir adelante.-Ataca i despedaza a los indios.Resuelve el araucano atacar de frente a Cortés. Doble traicion de un indio. — Abandonan éstos cl proyecto de ataque. -Desértanse diezinueve soldados del fuerte de Nacimiento. Las esperanzas de Rivera-Filiacion del sarjento López.-Los desertores se pasan at enemigo.-Buena voluntad de Rivera hacia los naturales. -Hace nuevas ordenanzas, que son aprobadas por el virei.-Noticia de la separacion de Rivera del gobierno de Chile. Envíasele a Tucuman. que todos se preguntan en Chile.

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Por mucho que los desgraciados sucesos i abusos narrados en los capítulos precedentes ocupasen a Rivera, no podia descuidar, ino descuidó, lo concerniente a la próxima campaña, cuyos preparativos alegaba como razon para venir a pasar el invierno en Santiago.

Siempre que se trataba de la guerra, el primero i gran problema era resolver si se la llevaria al corazon de las provincias rebeladas o se continuaria el plan hasta entónces desenvuelto

por Rivera, consistente en no avanzar con nuevas fundaciones hasta haber sometido por completo el territorio en que se habia situado la última fortaleza. Por mas que los grandes resultados ya obtenidos fuesen la mejor respuesta a las objeciones que contra tal sistema pudieran formularse, el gobernador conocia que sus enemigos, i sabemos que no se cuidaba de no tenerlos, se aprovecharian principalmente de la necesidad de rescatar a las infelices cautivas para censurar lo que ellos llamaban la cruel inaccion de Alonso de Rivera.

El medio de disminuir, por lo ménos, la responsabilidad en la resolucion que tomase ya lo conocemos bien i lo habia puesto en práctica hartas veces: reunir un consejo de personas autorizadas i suficientes, las cuales acostumbraban pensar en todo como el gobernador que las consultaba.

Eso fué tambien lo que en esta ocasion hizo Alonso de Rivera.

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El 18 de julio mandó « juntar en acuerdo e consejo de guerra al licenciado Hernando Talaverano Gallegos su teniente jeneral; e al licenciado Pedro de Vizcarra, su antecesor; e al jene«<ral don Luis Jufré, teniente de capitan jeneral e correjidor « desta ciudad; e a don Francisco de Zúñiga e al jeneral García « Gutierrez Flores, alcaldes ordinarios della; e a Bernardino Morales Albornoz, factor juez oficial real; e a don Francisco « de Ludueña, comisario de la caballería; e al capitan don Juan « de Quiroga, alférez jeneral; e a los capitanes don Bernardino « de Quiroga, tesorero de la real hacienda, Diego de Ulloa, Juan Peraza de Polanco, Alonso Cid Maldonado, Gregorio Sanchez, Martin de Irizar Valdivia, Juan de Mendoza Buitron e don Melchor Jufré del Aguila, que son de las personas mas « calificadas e esperimentadas en las cosas de la guerra, que hai << en este dicho reino » (1).

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El cometido de esas personas era: «Que, teniendo consideracion al estado presente desta tierra e la jente que tiene en los

(1) Auto ya citado de 18 de julio de 1604.

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presidios della e a la que podrá sacar su señoría para campear, «viesen i confiriesen si convendria pasar la guerra a los térmi«nos de La Imperial a sacar los cautivos que se pudiesen de los enemigos o si seria mas conveniente hacerla en las provincias « de Arauco, Catirai e Los Anjeles; que son las que la hacen, inquietando los indios nuestros amigos de los términos de las «< ciudades de la Concepcion, San Bartolomé e ribera de Biobio, <«< con intento de levantarlos e llevarlos e a sus mujeres e hijos a <«<sus tierras, como lo han acostumbrado. I el número de jente «que scria necesario para presidiar i guarnecer los fuertes que « se hubiesen de hacer e cuales puestos serán convenientes para « poner de paz e reducir al dominio e servicio real toda la tie«rra e que tiempo será necesario que Su Majestad sustente los « dichos puestos de jente » (2).

Todos los consultados estuvieron, naturalmente, « unánimes i «< conformes» en la respuesta: el gobernador debia limitarse a combatir « a los enemigos mas cercanos, que están en media «frontera. » Constituian ellos la amenaza constante de los alrededores de Concepcion i Chillan i ya se habia visto, en la corta entrada hecha por Rivera en Puren, cuán imprudente i peligroso seria alejarse con el ejército de las posesiones españolas: aquellos enemigos se aprovechaban del alejamiento para dar muerte i cautivar a las mujeres e hijos de los indios amigos, para apoderarse de los ganados i destruir las sementeras i aun dar muerte a los españoles que encontraban desprevenidos o aislados. I por pequeños que fuesen los males que el enemigo lograra hacer, importaban ellos mas que el daño que se conseguiria causarle en una entrada. En realidad, llevando la guerra al interior se esponia a un gran peligro lo ya pacificado por buscar ventajas bien dudosas: era casi imposible librar en esas espediciones a los desgraciados cautivos; pues por los españoles rescatados se sabia que los indios los ponian a buen recaudo i bien custodiados, sobre todo cuando tenian noticias de que el campo se movia.

(2) Auto ya citado de 18 de julio de 1604.

H.-T. 11,

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contra ellos. El consejo resumia su dictámen acerca del particular diciendo que asi es mui conveniente no dejarse guerra a

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las espaldas sino que de hecho se vaya poco a poco ganando la « tierra, i, en habiendo reducido una provincia a paz, se le ponaga luego presidio suficiente para que nunca se pierda. E, con« forme a lo dicho, la guerra del verano venidero se haga a las provincias de Arauco, Catirai e Los Anjeles e, si el tiempo

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• ofreciese ocasion para otros efectos, su señoría usaria della coa mo mas viere que convenga» (3).

Esta primera parte de la respuesta se dirijia, pues, a aprobar el sistema adoptado por Alonso de Rivera i a compartir con el gobernador la responsabilidad en las acusaciones que contra él se hicieran; la segunda tenia por objeto apoyarlo en las peticiones de nuevos i poderosos refuerzos.

Rivera habia pedido al rei, por medio de su procurador Domingo de Erazo, el envío a Chile de mil quinientos soldados. Atendiendo al estado relativamente próspero de la guerra, podia creerse en Madrid escesiva tal peticion. Para destruir semejante idea i manifestar la necesidad del socorro, el consejo calcula las guarniciones que han menester las diversas ciudades australes i los fuertes, i opina por la urjencia de reedificar a Angol, La Imperial, Valdivia, Villarica i Osorno i de fundar nuevas poblaciones en Curaope i Tucapel. Repartidos en todos estos puntos los mil trescientos hombres de armas que habia en Chile i los mil quinientos que a España se pedian, la cuenta resultaba exacta (4). Como estaba en manos de los opinantes aumentar

43) Auto ya citado de 18 de julio de 1694.

(4) Id. id.

Segun la opinion del Consejo, Chillan debia tener cien hombres, sesenta le ellos de caballería; Concepcion, cien infantes i cincuenta de a caballo; Aranco, doscientos de caballería i cincuenta de a pié; Nuestra Señora de Alé, ciento cincuenta montados i cincuenta de infantería; Chiloé, ciento; Angol, doscientos de caballería i cincuenta de a pié; La Imperial, tresciontos do a caballo i ciento de a pić; Curaope, ciento de a caballo i ciento de a pié; Tucapel, trescientos de caballería i cien infantes; Villarica, doscientos a caballo i ciento de a pié; Valdivia, ciento de a caballo i ciento de a pić; i Osorno doscientos montados i ciento de infanteria.

1 total era, pues, dos mil ochocientos cincuenta hombres. Una observacion que salta a la vista, es la siguiente. Como, segun toda

los fuertes i las guarniciones de ellos, de seguro que cualquiera que fuese el número de los soldados habrian tenido ocupacion.

Diez dias despues de evacuado este informe, el gobernador acepta sus conclusiones i, en carta dirijida al rei, repite sus cálculos acerca de los proyectados fuertes i de las guarniciones que estos i los ya existentes debieran tener (5).

Mientras Alonso de Rivera preparaba en Santiago la próxi ma espedicion, el maestre de campo Pedro Cortés no estaba ocioso en Arauco. A pesar de los rigores del invierno hacia frecuentes salidas i obtenia una i otra ventaja sobre los indios de los alrededores, que, por su parte, no dejaban tampoco un momento de amenazar i hostilizar a los españoles. Ya en la citada carta de 27 de julio, el gobernador daba noticias al rei de dos encuentros importantes habidos entre los indios rebeldes i la guarnicion de Arauco: en el primero murieron algunos indios i salieron heridos algunos españoles; en el segundo « murieron << tres españoles i un mestizo i seis indios de servicio i se llevaron otros cuatro indios; murieron del enemigo treinta i dos « indios i entre ellos algunos de cuenta. »

En la reparticion de las proyectadas guarniciones en que se habian de ocupar los dos mil ochocientos hombres pedidos, mas del doble se asignaba a la caballería. Como esto era la mas completa refutacion de la opinion antigua de Rivera, que daba tanta mayor importancia a la infantería, el gobernador, en la carta en que repite esos cálculos, aprovecha la ocasion de los encuentros habidos en Arauco para enaltecer los servicios del arma que tanto preferia ántes: « I en este dia se echó de ver, dice, de la probabilidad, el Consejo no era en esta ocasion mas que el vocero del gobernador i no hab a de combatir lo que Rivera tan calorosamente habia sostenido ántes si éste no hubiera cambiado de parecer, 10sulta que el gobernador se habia desengañado por completo, como vimos que lo asegura el señor Lizarraga, acerca de la superioridad de la infauterfía sobre la caballería en la guerra de Chile. La esperiencia le habria mostrado que sus antecesores tenian razon al mantener número mucho mayor de la segunda de esas armas. No se esplica de otro modo que en ere informe los dos mil ochocientos cincuenta hombres estén repartidos, per lo menos, de la mane ra siguiente: novecientos caarenta de infanteria i mil novecientos diez de caballería: mas del doble de caballería.

(5) Carta escrita en Santiago el 27 de julio de 1694,

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