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muchos de ellos fugitivos á buscar el asilo de aquellas inaccsesibles quebradas. Los capitanes D. Miguel Caldera y D. Bartolomé de Arisbaba llegaron hasta Guazamota, que hoy queda fuera de los límites de la provincia. El segundo, con la buena acogida que le hicieron los nayaritas, y aun ayuda que le dieron para castigar á los apóstatas y donacion de sitio para el pueblo y mision de franciscanos que allí dejó fundada, se creyó bastantemente autorizado para hacer grabar en una piedra esta inscripcion, mas llena de jactancia que de verdad.

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‚Gobernando el reino de Nucva-Vizcaya el Sr. D. Gaspar Alvarez y Salazar, por su órden el capitan D. Bartolomé de Arisbaba, mandó hacer estos borrones, y conquistó esta provincia de Sr. S. José del Gran Nayar, la atrajo y redujo á la obediencia de S. M., año de 1618."

men.

Por los de 1668, de vuelta de California, salieron de Sinaloa á la provincia de Acaponeta los reverendos padres Fr. Juan Caballero y Fr. Juan Bautista Ramirez, del órden seráfico, y de ahí pasaron á la vecindad del Nayarit, aunque no penetraron en lo interior del pais. De esta jornada hablamos de paso á su tiempo, ni pide aquí mas largo exá. Desde esta época hasta el año primero no se tomó providencia alguna para la reduccion de estas gentes. El primero que la emprendió por órden de la audiencia real de Guadalajara, fué D. Francisco Bracamonte; pero con tan poca advertencia ó tanta confianza en la aficion que le habian mostrado algunos de aquellos indios, que con solos once hombres se entró cuasi hasta las puertas de sus sierras. Bien presto esperimentó que la benevolencia interesada de los nayaritas no llegaba hasta quererlo ver en sus tierras, Muertos él y siete de sus compañeros, solo escaparon de su furor dos eclesiásticos que le acompañaban y otro mal herido que pudo ocultarse en la maleza. Segunda vez con cien hombres de armas envió la misma real audiencia á D. Francisco Mazorra. No fué la espedicion tan desgraciada; pero igualmenEste caudillo, llegando á aquellas fragosísimas quebradas, juntó consejo de guerra en que de comun acuerdo se resolvió no ser posible con tan poca gente reducir aquel pais tan defendido de la misma naturaleza. Vengada así la muerte de su antecesor, volvió á Guadalajara. Empeñada aquella real audiencia y el Exmo. Sr. duque de Alburquerque en apartar de en medio de la cristiandad aquel refugio de la idolatría y de la impiedad, se valieron por dos ocasiones de los reverendos padres franciscanos, y por otras tantas de la esperiencia y valor de algunos capitanes. Todo lo impedia la fiereza y obstinacion de

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los indios y la aspereza del terreno. Por los años de 1711, ruegos de la real audiencia, y por real cédula espedida en 31 de julio de 1709, se encomendó la reduccion de la provincia al celosísimo y venerable padre Margil de Jesus, misionero apostólico. Intentó el venerable padre la entrada por el pueblo de Guazamota, antigua mision de los padres seráficos de la provincia de Zacatecas con otro compañero sacerdote y algunos indios de los pueblos vecinos que le sirvieron de intérpretes. Desde la Guazamota les envió á los nayaritas un cacique declarándoles el fin de su venida. La respuesta fué que no querian ser cristianos, que sin los padres y los alcaldes mayores estaban en quietud, y que primero se dejarian morir que hacerse cristianos. Sin embargo, se puso en camino el hombre de Dios para penetrar la sierra; pero hallaron mas de treinta indios armados para rechazarlos. El venerable padre corrió á abrazar amorosamente al que capitaneaba la tropa, y luego, por medio del intérprete, les hizo un breve, pero patético discurso del grande bien que venia á procurarles, sacrificando su sangre y su vida, sin otro interés que el de su eterna felicidad. Les propuso las condiciones mas ventajosas, perdon de lo pasado, alivio de toda carga, y que vivirian bajo el gobierno de sus caciques. Nada bastó: respondieron con la misma resolucion que no querian ser cristianos, y que tenian órden de no dejarlos pasar de allí. Que si vinieran los españoles á querer entrar por fuerza, ellos sabrian defenderse, y no les faltaria socorro de muchos pueblos cristianos.

Esta respuesta orgullosa dió á conocer á los misioneros lo que podian prometerse de aquellos obstinados. Trataron, pues, de volver á Guazamota é informaron al acuerdo de oidores del poco fruto de su jornada, y que solo con el terror de las armas podrian sujetarse los serranos. En consecuencia de estos informes, la real audiencia cometió la ac. cion á D. Gregorio Matias de Mendiola, quien con mas de treinta sol. dados españoles y cien indios amigos pasó á Guazamota en principios de noviembre de 1715. En esta espedicion le acompañó, como dejamos notado á su tiempo, el padre Tomas Solchaga, por órden del Illmo. Sr. D. Pedro Tapiz, obispo de Durango, por no estar aun decidido á cuál de las dos mitras debia pertenecer la provincia. Desde Guazamota se les envió una embajada, á que respondieron pidiendo diez dias de término para juntar el grueso de la nacion, y deliberar sobre el negocio. Antes de espirar este plazo, pidieron otros diez dias, y finalmente vinieron en conceder la entrada á lo interior de la sierra, que se ejecutó con el

mayor órden y precaucion, como en tierra enemiga, el 14 de enero de 1716. Despues de varias visitas, habiendo venido al Real los caci ques y ancianos, se les propuso el fin de la jornada, que solo era atraerlos por todos los caminos de suavidad y dulzura al conocimiento del verdadero Dios, y obedieneia de los reyes católicos. En cuanto á lo segundo, dijeron estar prontos; pero que admitir una nueva religion, no podian hacerlo sin degenerar de los ritos y costumbres de sus mayores y sin desagradar al sol, y esponerse á los mas graves castigos de este y los demas dioses que habian venerado hasta entónces. En todo el tiempo que se mantuvo allí el campo, tanto por parte del general, como del padre, se les habló muchas veces sobre el asunto, sin poder sacar otra respuesta. Esto, y el contínuo peligro en que estaba la tropa, especialmente en la noche, en medio de una multitud de ébrios, que como se tuvo noticia, no anhelaban sino por tener algun leve motivo de rompimiento, determinó á D. Gregorio Mendiola, á volver á Guazamota, despues de haberles hecho prestar obediencia á S. M. católica. El padre Tomás Solchaga, informando de la jornada al Sr. obispo de Durango, dice así con fecha de 25 de febrero de 1716: „En cuanto á la reduccion de los nayaritas á nuestra santa fé, juzgo que nunca lo harán espontáneamente, porque entre ellos viven muchos cristianos apóstatas de todos colores, y esclavos fugitivos, y estos, por conservar la libertad de conciencia les inducen á que no se conviertan, ponderándoles las vejaciones que han de padecer de los justicias seculares, y de los ministros evangélicos. La obediencia que han dado al rey no pasa de pura ceremonia, pues jamás obedecen sus mandatos ni dejan de admitir á los apóstatas rebeldes de la corona; ni quieren entregarlos, ni admitir sacerdotes que administrasen á los cristianos allí refugiados. Esto, y el haber no solo hecho daño en los lugares vecinos, sino el estar siempre prontos á admitir á los apóstatas y otros delincuentes, parece que basta para hacerles guerra muy justa. Los indios de este pueblo, apenas reconocen sujeción por el refugio que tienen en estos barrancos, y esto les da osadía, no solo á los indios, sino á mulatos y españoles para cometer muy enormes delitos; y no solo vimos entre los nayaritas tres hermanos españoles, sino que nos aseguraron que fuera de los muchos que viven desparramados en las rancherías, hay una por el Sur que sale á Tepic, donde viven mas de trescientos apóstatas de todos colores, y la facilidad y seguro de este asilo, ha dado ocasion á las sublevaciones de estos años pasados. Por tanto,

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tengo por necesario scan obligados los nayaritas á tres puntos. Pri mero: que no admitan cristiano alguno fugitivo en sus tierras. Se. gundo: que entreguen á todos los apóstatas que hubiese en ellas. Tercero: que en caso de que por haber contraido con ellos parentesco, ó haberles nacido allí hijos á cosa semejante no quieran entregarlos, admitan sacerdotes que instruyan, y que administren á dichos cristianos. Tal fué el dictámen de aquel docto y esperimentado jesuita; sin em. bargo, Dios dispuso de modo mas suavo lo que hasta entónces habia parecido imposible á toda humana industria. La osadía y orgullo de los nayaritas habia erecido tanto, que sus sierras no eran ya sino una cueva de ladrones y asesinos que tenian en contínuo susto á los pueblos vecinos. No pudieron sufrir mas este ultraje las poblaciones fron. teras al lado del Poniente y costa del már pacífico. Resolviéronse á castigar aquellos salteadores, y juntos en buen número, los acometie. ron y derrotaron con muerte de algunos pocos. Tomaron prisioneros algunos niños que repartieron entre si en varios pueblos, y dos adul tos que enviaron presos á Guadalajara. No era esto lo mas sensible á los nayaritas, sino que rota la guerra por aquella parte, se les escluia enteramente del comercio de la sal, que era á la nacion de mucha utilidad. Para tratar de alguna composicion en este punto y del resca. te de sus hijos, bajaron al pueblo de S. Nicolás á versé con D. Pablo Felipe, cacique de aquellas fronteras. Por este tiempo habia venido nueva cédula del rey al Exmo. marqués de Valero, muy apretante so. bre la reduccion del Nayarit. El diligente virey, fió la cosa á la prudencia y discrecion de D. Martin Verdugo, corregidor de Zacatecas, y este escogió para la empresa á D. Juan de la Torre y Gamboa, noble vecino de Jerez, y tan amado de los nayaritas, que le habian instado muchas veces que se pasase á vivir á sus tierras, obligándose á mantenerlo á sus espensas, si llegase á no poderlo hacer por sí mismo Este antiguo convite le pareció por abora aceptar á D. Juan de la Torre, y consultado el Sr. virey, que con el título de capitan protector le habia señalado el sueldo de cuatrocientos cincuenta pesos, se determinó para practicarlo con acierto, de escribir á D. Felipe para que de su parte procurara ir disponiendo los ánimos de aquellos gentiles. Justamente se hallaba con este encargo, cuando llegaron los nayaritas á proponerle sus quejas de los habitadores de la costa. El prudente y fiel cacique se mostró muy interesado en su desgracia: les prometió que haria cuanto estuviese de su parte para el feliz éxito de sus pre

TOM. III.

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tensiones; pero (añadió) el camino más breve y mas seguro, seria presentarse alguno de vosotros al virey de México, cuya autoridad sola podria libertarlos para siempre de semejantes agravios: que á ellos seria mas fácil la entrada, y mas pronto el favor en el palacio de México, con el amparo y proteccion de D. Juan de la Torre, de cuyo constante afecto para con ellos no dudaba que á la menor insinuacion que le hicieran, se avendria á acompañarlos y presentarlos á su excelencia. Pareció tan bien el consejo á los nayaritas, que sin ofrecerles dificultad alguna, resolvieron el viage, y para autorizarlo mas, quisieron que fuese el gefe de la embajada el cacique de la Mesa, que era el principal de la nacion, y á quien estaba vinculada la dignidad de sumo sacerdote del sol. Otros cincuenta caciques se nombraron que le acompañasen, y por fines del año de 1720 partieron á Jerez para persuadir á D. Juan de la Torre quisiese favorecerlos en una accion tan desusa-da. El capitan, aunque nada deseaba mas, sin embargo, pareció sorprendido de la propuesta, y mostró dificultad en emprender un viage tan molesto y prolijo, protestando que solo por el amor que tenia á la nacion, y por corresponder á su confianza, se esforzaria á vencer los mayores embarazos. Habiéndolos así empeñado mas, apresuró la jornada á Zacatecas. El corregidor D. Martin Verdugo y los mas distinguidos republicanos, se esmeraron en honrar á Tonati (este nombre daban al sacerdote del sol) * y á los demas de su caravana, á quien D. José de Urquiola, conde de la Laguna, proveyó de cincuenta iguales vestidos con que pudiesen parecer en la corte de México.

Llegaron á ella por febrero del año de que tratamos el cacique de la Mesa y otros veinticinco, (por haberse despedido los demas desde Zacatecas) acompañados del cacique de S. Nicolás, y de los capitanes D. Juan de la Torre y D. Santiago de la Rioja. Se les habia preparado un decente alojamiento por orden del virey, que en la sazon se hallaba en Jalapa. Luego que volvió, mandó hacer á Tonati un costoso vestido á la española, y'capa de grana con galon de oro, y le regaló una silla ricamente bordada, y todo ajuar de montar á caballo. En la primera audiencia, el cacique presentó al virey en señal de reconocimien. to el baston de que usaba con puño de plata, y su excelencia le volvió otro con puño de oro de China, curiosamente labrado, admitiéndo

* Tal era el nombre del sol. Al capitan Pedro Alvarado, porque cra rúbio, le llamaban los indios mexicanos el capitan Tonatiuh.—EE.

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