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lo á la obediencia del rey de España, prometiéndole á él y á todos los suyos en nombre de S. M. todo el favor que necesitasen sin perjuicio de la justicia. No tocó el prudente virey en esta primera audiencia el punto de religion; pero en la segunda, á los despachos favorables de sus pretensiones, añadió un papel mostrándoles el error en que vivian y que en vano esperarian en lo de adelante su proteccion y la del rey su amo, mientras no detestasen sus errores y se sujetasen al suave yugo de nuestra santa ley. El contenido de este papel, traducido fielmente por el cacique D. Pablo, sorprendió algun tanto al Tonati; sin embargo, el respeto, el agradecimiento y quizá el temor, le sacaron de la boca algunas espresiones en que pareció dar esperanzas de reducirse y de cooperar á la reduccion de los suyos. Delas turbadas palabras del cacique, que quizá sazonó mas á gusto del Exmo. virey el buen celo del intérprete, tomó ocasion el virey para proceder á tratar de conversion. Se sabia que en otro tiempo los mismos nayaritas habian de. clarado á la audiencia real de Guadalajara, que en caso de convertirse y entregarse á la direccion de algunos padres, habian de ser los prietos (así conocian á los jesuitas.) En esta atencion, el Sr. virey, despues de tratado el negocio con el Sr. arzobispo D. José Lanciego, á quien remitió también los caciques, mandó llamar al padre provincial Alejandro Romano, y le suplicó quisiese la Compañía encargarse de aquella tan dificil y peligrosa, cuanto gloriosa conquista, y proveer desde luego para ella dos misioneros.

ñía de la re

de

los nayaritas.

No pudo el padre provincial dejar de representar con la mayor ve- Se hace carneracion ciertos inconvénientes, los que desvanecidos por su excelen- go la Compacia, señaló luego el dia 19 de marzo á los padres Juan Tellez Giron, duccion que se hallaba en México, y á Antonio Arias de Ibarra, que adminis. traba la mision de Chinarvas. El padre provincial dispuso á los nayaritas un banquete espléndido en el Seminario de S. Gregorio, y con ocasion de darle á entender (á Tonati) lo que allí trabajaban los jesuitas por el bien de los indios, se introdujo suavemente á persuadirle y exhortarle á que diese á toda la ciudad de México un dia plausibilísimo, y á los suyos un grande ejemplo abrazando nuestra religion, y recibiendo el bautismo. Nada se pudo conseguir del Tonati, sino promesa de que lo haria en Zacatecas; promesa que creida por el virey, escribió al conde de la Laguna para que le apadrinase en su nombre; pero el cacique astulo, supo á su tiempo impedir la entrada en Zacatecas, y componer la palabra, con lo que no sin fundamento le dictaba su temor.

A D. Juan de la Torre se dió el título de gobernador de la sierra del Nayarit, con órden de reclutar en Zacatecas y en Jerez cien hom. bres de armas, que sirviesen de presidio y de escolta á los misioneros evangélicos y á los mismos nayaritas que quisiesen abrazar el cristia. nismo. Privadamente se le encargó al capitan, que con industria y modo detuviese consigo á Tonati, y no le permitiese entrar á sus sier. ras antes que pudiese seguirlo la tropa. Nada de esto se ejecutó como se habia pensado. El Tonati amedrentado por las amenazas de los suyos, que habian llevado mal su condescendencia en admitir misio. neros y soldados, luego comenzó á eludir la entrada en Zacatecas, donde habia prometido bautizarse. Se valió del especioso pretesto del tiempo de la siembra, que ya instaba á los suyos, y que por tanto, lle. varian pesadamente cualquiera detencion, y que su desabrimiento po. dia costarle la vida. Así hubo de apartarse para aquella ciudad el padre Juan Tellez Giron: mientras se juntaba la tropa y el capitan con los caciques, pasó derechamente á Jerez. Con toda la sagacidad y buenas artes de D., Juan de la Torre, no pudo conseguir que aun allí se detuviese algunos dias el Tonati, mientras se reclutaba siquiera alguna parte de los soldados. Comenzó á dudar de la mala fé de aquellos bárbaros; pero por no declararse, ó no perder del todo su amistad, hubo de dejarlos ir solos contra las órdenes del virey, esperando seguirlos muy presto. En efecto, dejando ordenada la recluta en Jerez, que fué de cincuenta hombres, á cargo del capitan D. Alonso Reina de Narvaez, partió á Zacatecas, donde en pocos dias se completaron los otros cincuenta al mando de D. Santiago de Rioja y Carrion. Se bendijo solemnemente el estandarte en nuestro colegio el dia 23 de julio: salió la pequeña tropa para Jerez, en compañía del gobernador y del padre Juan Tellez, á quienes alcanzó poco despues el padre Antonio Arias. En estos principios, dos diversos acontecimientos estuvieron para trastornar la empresa. El primero fué causado de algunos émulos del nuevo gobernador, que informaron al virey para que lo despojase del mando; mas su excelencia se lo confirmó de nuevo. El segundo fué un peligroso accidente, que parte la pesadumbre, parte el cuidado de la empresa acarrearon al mismo gobernador trastornándole el juicio, sin dejarle al dia sino muy cortos intervalos de razon. Se avisó prontamente á México; pero ántes de tomarse providencia algu.. na mejoró de modo, que pudo seguir la marcha á Guajuquilla. Aquí se comenzó á descubrir la mala fé de los naturales. Se observó que

no habian enviado alguno que en nombre de la nacion visitase al gobernador y se sabia que desde la vuelta del Tonati no salian á comer. ciar fuera de las sierras: que hacian mucha prevencion de armas: que convocaban los pueblos vecinos, y determinadamente al de Cuameata: que á los caciques de este pueblo tenian citados y persuadidos á apode rarse de la persona de D. Pablo Felipe, y conducirlo preso á la Mesa. Entre tanto, dispuso el Sr. virey que el conde de la Laguna tomase el mando de la espedicion del Nayarit, caso de no poderla gobernar por su enfermedad D. Juan de la Torre. El conde, procuró prudentemente informarse de los padres y de los oficiales del estado en que se haHlaba el gobernador. Los primeros respondieron de modo que se conociera que no querian tomar partido: los segundos, no tan recatados, se esplicaban con mayor claridad, unos en favor y otros en contra, que fueron el mayor número. Por sus informes el conde de la Laguna se resolvió á venir á Guajuquilla y tomar posesion de su empleo, con mas brevedad de lo que permitia la cualidad del negocio. La tropa se dividió en facciones, se proponian diversos arbitrios, y ninguno se resolvia, hasta que el mismo conde, observando por sí mismo la regularidad constante de muchos en las conversaciones y operaciones del gobernador, tomó el partido de retirarse á Guajuquilla. En efecto, aunque cl accidente habia acometido diferentes veces á D. Juan de la Torre, en la actualidad parecia haberse retirado por la postrera vez. El habia despachado correos á todos los pueblos de las fronteras, solicitando gen, te y bastimentos, y otro cora de la nacion á los nayaritas para que les acordase sus promesas y los atrajese blandamente á su cumplimiento.

Por un raro efecto de la confianza del gobernador, despues de haber movido de Guajuquilla (su campo) el 26 de setiembre vino á alojarse el 1. de octubre en un incómodo y peligroso sitio que los mismos bárbaros quisieron señalarle. A pocos dias, obligado de la suma estrechez del alojamiento y de la falta de pastos, y desengañado tanto por su pro, pia esperiencia, como por avisos de los indios aliados de la obstinacion y mala fé de los nayaritas, hubo de mudar el campo á Peyotan, cinco leguas al Norte de donde se hallaba, y siete de Guazamota. En este puesto se mantuvieron del 11 al 19 de octubre. Entre tanto, venian á visitar al gobernador y á los padres muchos caciques, y en tre sí habian tenido diversas juntas sobre el partido que debian tomar para acabar con los españoles. Resolvieron enviar un principal cacique llamado Alonso, encargado de decir al gobernador, que habian

sentido mucho desamparase aquel sitio tan cercano á la Puerta donde ya habia llegado el Tonati y los ancianos de la nacion para dar solemnemente la obediencia á S. M. católica: que sin embargo estaban prontos á hacerlo en Coaxata, donde la habian dado ya en otro tiempo. El bárbaro embajador, para demostrar la sinceridad de su propuesta, añadió que aquella tarde misma enviaria dos de sus hijos que los condujesen por el mejor camino. Para llegar á Coaxata, habian de pasar forzosamente nuestras gentes por Teaurita, paso estrecho, montuoso y muy propio para acometer improvisamente, como lo tenian dispuesto. Marchó el campo el 26 de octubre: el gobernador tuvo la precaucion de ir dejando alguna guarnicion en los lugares mas estrechos y peligrosos, para que en caso de traicion no se le pudiese impedir la retirada; pero no tuvo la de asegurar á los dos hijos del cacique D. Alonso, que despues de haberlos conducido por sendas estraviadas y propias para destroncar las cabalgaduras, se pasaron impunemente á los suyos que aguardaban emboscados en Teaurita. Aquí repentinamente con un espantoso alarido, salieron de las breñas los bárbaros y comenzaron á llover de las alturas innumerables flechas. Esta primera descarga causó alguna confusion en nuestras gentes, y mucho espanto en los caballos. Se perdió todo el órden de la marcha, á que no estaban muy acostumbrados. Los salvages, cobraron con esto mayor aliento, y ya trataban de acercarse. Sus brios duraron mientras pudo hacer la compañía que marchaba por delante una regular descarga. El espanto y el estrago animaron á los soldados, y la esperiencia de la debilidad de las flechas, que tiradas desde léjos, ó eran llevadas del viento ó hacian muy poco daño. Dentro de poquísimo tiempo no quedó mas bárbaro en el campo que el cacique D. Alonso; pero aun este trató de retirarse bien presto. No se sabe el número de los muertos, y heridos entre los gentiles; seria poco mas ó ménos que entre los españoles que fué uno, y entre estos mas picados que heridos de algunas flechas. Los nuestros volvieron á Peyotan, con tanta quietud, como si caminaran por la tierra mas pacífica. De aquí se trató de acometer al cacique de la Puerta que tenia mucha parte en la traicion. Al primer alarido de los aliados, huyeron el cacique y sus gentes, no con tanta felicidad, que él con otros tres adultos, y como unos diez y siete, entre mugeres y niños, no cayesen en manos de los indios amigos por engaño de un cacique, á quien se dieron sin resistencia. El pago de este rendimiento, luego que estuvo en la presencia del cabo, fué quitarle un cin

to de plata con que sujetaba el pelo, y amenazarlo de mil maneras dife rentes para obligarlo á manifestar los tesoros que no tenia. Lo des mas de la tropa é indios confederados, se ocupaban en la fábrica de dos torreones de piedra y lodo con troneras de todos lados y de trincheras, aunque débiles, suficientes para asegurarse de algun susto re. pentino. Se enviaron algunos soldados por carnes y bastimentos, de que se comenzaba á padecer faltas; pero estos destacamentos la hacian tambien notable para caso que los indios (como se habia traslucido) intentasen acometer el Real. Se perdió la esperanza que se tenia de un buen número de soldados, que mantenidos á sus espensas habia pensa do traer el capitan D. Luis Ahumada.

Por tanto, se hubo de pedir socorro á Zacatecas y á Jerez, de don. de llegaron á fines de noviembre treinta hombres conducidos por el capitan D. Nicolás de Escobedo, y veinticinco á cargo de D. Nicolás de Calderon. Con la noticia de este refuerzo, los nayaritas y cuasi todos se habian retirado para mayor seguridad á la Mesa, trataron de ocupar un picacho mas cercano á Peyotan, Creian los españoles que esto lo hacian por impedirles el paso, ó por asegurarse de aquel punto ventajoso, pero no lo hicieron, sino por sacar de allí á un anciano que querian elevar al sumo sacerdocio en lugar del antiguo Tonati, á quien intentaban matar por creerlo no muy desafecto á los españoles. Tenida una junta, se determinó el gobernador á atacar á los indios en el nuevo puesto. Se enviaron dos compañías favorecidas de la noche; pero no pudieron ocultarse á las espías enemigas que levantaron luego el alarido. Los bárbaros se acogieron á lo mas alto y escabroso de la montaña, donde no podian ofender ni ser ofendidos. Algunos por prccipicios y quebradas tomaron el camino de la Mesa. De estos, se apresaron dos, con tal fortuna, que el uno de ellos era justamente el que pensaban y tenian ya destinado al sumo sacerdocio. Los españoles, no hallando subida proporcionada, se contentaron con reconvenir y requerir de paz á los salvages. Bajaron algunos de ellos sin la menor desconfianza, y entraron en conferencia con D. Nicolás Escobedo; pero su respuesta fué remitirse á la junta general de la nacion, sin cuyo arbitrio nada se atrevian á determinar.

Los padres Antonio Arias y Juan Tellez Giron, en medio del ruido de las armas no habian dejado de promover de su parte la obra de Dios. Entre neutrales, entre prisioneros, entre otros mas cuerdos, que, ó por docilidad de génio se dejaban atraer de sus caricias, 6 por un prudente

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