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1722.

la provincia ácia el Norte. Cerca de estos, se fundó cuasi inmediatamente el del Rosario, cerca de Tecualoyan, á quien divide el de S. Juan el rio Coyonqui.

Tal era el estado de la provincia del Nayarit á la mitad del año de 1722. Poco ántes se habia abierto en la provincia el nuevo pliego de gobierno en que venia señalado provincial el padre José Arjoó. Uno de sus primeros cuidados fué enviar á la Habana algunos sugetos para la fundacion de aquel colegio. Despues de cuasi tantos años de pretension, como llevaba de fundada la provincia, no habia podido la Compañía condescender á la constante aficion de aquella ciudad. Ella fué la primera en esta América, donde tuvieron residencia fija los jesuitas despues de desamparada por la indomable fiereza de sus naturales la península de la Florida. En ella se mantuvieron por ocho años, mientras se hacian repetidas instancias al rey y á los superiores de la Compañía para la licencia de fundacion. No permitiéndolo entónces la pobreza del vecindario, se resolvió el padre Pedro Sanchez á sacar de allí á los padres, no sin grande sentimiento de toda la república. Se puede decir con verdad que no pasó en estos ciento cincuenta años jesuita alguno por aquel puerto sin que se procurase detenerlo y darle algun establecimiento. Por los años de 1643, con ocasion de pasar á Roma el padre Andrés Perez de Rivas, significando por órden del padre provincial Luis Bonifaz lo agradecido que se hallaba su reverencia y toda la provincia, á los esfuerzos con que solicitaba la Compa. ñía aquella noble ciudad, se junto cabildo, en que á 30 de marzo se instó de nuevo á S. M. por la licencia. Por los de 1656, habiendo el padre Eugenio de Loza renunciado á favor de nuestra religion unas posesiones de casas que en aquella ciudad tenia frente de la iglesia parroquial, el padre Andrés de Rada, señalado para visitar el colegio de Mérida, tuvo órden de pasar á la Habana. En cabildo junto en 6 de abril propuso el procurador general los gravísimos motivos que habia para solicitar de nuevo la fundacion de un colegio, estendiéndose en diversos capítulos muy honoríficos á la Compañía, y promoviendo el grande interés y utilidad de toda la isla. En atencion á esto, se resolvió suplicar al padre Rada quisiese detenerse en el puerto mientras se tenia respuesta de la corte y del padre provincial de México, á quien al mismo tiempo escribian. En efecto, con fecha de 5 de julio represen. taron á S. M. la importancia de la fundacion, ofreciendo, fuera de las limosnas ya prometidas, competentes tierras para la fábrica de un in

génio de azúcar. Fueron, tanto de Madrid, como de México, favorables las respuestas; sin embargo, no siendo suficientes las rentas, el maestre de' campo D. Juan de Salamanca, caballero del órden de Calatrava, gobernador y capitan general de la isla, en 4 de noviembre de 1658, propuso al cabildo que destinase dos comisionados encargados de cobrar las limosnas prometidas y juntar otras de nuevo. Hízose así; pero por mucho calor que intentó dar al negocio aquel noble caballero deseoso de que en su gobierno se fundase el colegio, no pudo conse. guirse la renta suficiente. Repitióse esta diligencia por los años de 1682; pero tuvo siempre el mismo éxito. No por eso desmayaron los conatos de la ciudad, ántes crecieron mucho mas á fines del siglo, animados con el ejemplo y aprecio singular que hacia á los jesuitas el Illmo. Sr. D. Diego Evelino de Compostela.

Habia ya juntos para la fundacion como diez y seis mil pesos, en virtud de lo cual, determinó el celoso pastor escribir al padre general Tirso Gonzalez. Su paternidad muy reverenda, con fecha de 11 de julio de 1699, respondió agradeciéndole, como debia á su ilustrísima, la singular estimacion con que miraba á nuestra misma Compañía; pero representándole que la cantidad prometida, aun cuando llegari á cobrarse, no era suficiente para la fundacion: que un colegio en la Habana tan distante de cualquiera de las provincias de México ó Santa Fé, á que pudiera agregarse, no se podia mantener en observancia y disciplina religiosa sin competente número de sugetos, ni estos conservarse con el decoro y desinterés que en sus ministerios observa la Compañía sin rentas suficientes. Estas mismas razones movieron al padre general para no condescender con su ilustrísima en la súplica que tambien le hacia de que se fundase un hospicio. No era hombre el Sr. Eveli. no que pudiera desconocer el peso y fondo de estas razones. Sin embargo, firmemente persuadido á que la obligacion de su cargo pastoral le acompañaba á pretender la fundacion de un colegio y á procurarse unos coadjutores fieles que le aliviasen el peso de la mitra, intentó de nuevo que á lo ménos en mision de tiempo en tiempo se enviasen algunos jesuitas, ó cuando así no fuese, se le concediese siquiera alguno de los padres á quien tener siempre al lado para confesor y consultor de sus dudas. Esto último, pareció que no se podia negar al afecto y ruegos de prelado tan venerable. Por tanto, se enviaron de México á principios del año de 1705 los padres Francisco Ignacio Pi. mienta y Andrés Resino. Cuando llegaron, habia ya fallecido el vene

teria, salió resuelto por todo el claustro, se suplique á S. M. se conce. da á la Compañía y su escuela cátedra de teología, dejando á la justi. ficacion del rey, como dueño soberano de sus estados, y sobre ellos determinar la hora de la lectura, la obligacion de los estudiantes que deban cursarle, el grado, estipendio y turno del catedrático, &c. Añadieron los doctores D. Juan Ignacio Castorena, despues obispo de Yucatán, D. José de Soria y D. Juan Rodriguez Calado, que determina. damente se pidiese al rey cátedra del exímio Dr. padre Francisco Suarez; pensamiento que siendo rector D. Juan Miguel Carballido, ya se habia propuesto tratándose de la cátedra del sutil Escoto que preten. dió la seráfica religion de S. Francisco. Determinó asimismo el claustro que de esta pretension y determinacion se diese cuenta á la parte de la misma Compañía, para la cual nombró el Sr. rector por comisiona. dos á los doctores Castorena y D. Márcos Salgado. El éxito feliz de esta pretension se verá pocos años adelante. En el mismo mes de ene. ro, falleció en el colegio máximo el hermano Juan Nicolás, natural de Villaromancos, en la diócesis de Toledo. Ejercitó por treinta y ocho años el oficio de procurador con una exactitud y actividad, con un des. pego de todo lo temporal, y al mismo tiempo con una religiosidad y una observancia regular, que era la admiracion aun de las personas mas autorizadas, que se veia obligado á tratar por razon de su oficio. En los gravísimos negocios que manejó por tantos años, jamás se le notó alguna violencia ó alteracion en las palabras ó en el semblante; jamás se le escapó alguna que pudiese ofender la caridad. Dotóle el cielo de una rara espedicion para desenredar los negocios mas enmarañados, con tanta claridad y precision, que con pocos renglones no dejaba que hacer á los abogados, como ellos mismos lo confesaban. De esta suerte, jamás perdió pleito alguno de cuantos se le ofrecieron, porque no entraba en ellos sino cuando tenia entera y cabal satisfaccion de la justicia de su causa. En lo doméstico, su retiro, su aplicacion á los ejercicios humildes de su estado, cuanto se lo permitian sus ocupaciones, su constancia en la oracion, exámenes y leccion espiritual, era de suma edificacion. Murió con admirable quietud el dia 2 de

enero.

A 2 de diciembre del mismo año, falleció en el colegio del Espíritu Santo de la Puebla el padre Juan Carnero, natural de México, varon de extraordinarios talentos, y uno de los mas aplaudidos oradores de su tiempo. Debió á la Santísima Vírgen no solo la prontitud y viveza

Muerte del P. Juan Car

nero en Pue

de ingenio, siendo ántes tenido por estremamente rudo, sino la vocacion á la Compañía, despues de una aversion y fastidio tan natural, como innato á los jesuitas, que nunca habia podido tratarlos sin hacerse violencia. Se consagró enteramante al culto de la Santísima Vírgen en la prefectura de la congregacion del colegio de la Puebla, á la que agregó lá de la Buena Muerte, erigida con autoridad apostólica. Dejó en ella dote para tres huérfanas, que salen anualmente el dia de la Visitacion, y la enriqueció de otras muchas cosas, siendo en lo perso- bla, varon sin gular. nal tan pobre que llegaba á faltarle a veces aun el ordinario desayuno. Dirigió á la mas alta perfeccion muchas almas; aseguró en los monasterios y en honestos matrimonios la castidad de muchas doncellas pobres; y como aseguró un padre que lo acompañó por muchos años, jamás salió á otras visitas que á buscar dotes 6 capellanías para estudiantes pobres, á interceder por presos ó por esclavos fugitivos y otras obras de caridad. Llamábase frecuentemente para su abatimiento el hijo del pintor, contrapesando con este arte el grande aprecio que se le tenia en toda la ciudad por su virtud y literatura. Predijo muchas veces las cosas futuras con la luz de la oracion, en que tal vez le hallaron enteramente arrebatado. Entre ellas, habiendo comenzado á predicar la novena de S. Francisco Javier, que llamaba la mision, afirmó que el dia del Santo estaria en la iglesia, pero llevado en hombros agenos, como efectivamente aconteció. Hizo el oficio sepulcral el dia de su entierro el Sr. D. Francisco Javier de Vasconcelos, canónigo entónces, y dean despues de la Santa Iglesia de Puebla. La congregacion, fue. ra de la costumbre de la Compañía le hizo de allí algunos dias unas ruidosas exéquias, con elogios é ingeniosas poesías, y sermon que predicó el padre Joaquin de Villalobos. Autorizáronlas con su presencia el Illmo. Sr. D. Juan de Lardizabal, entrambos cabildos y religiones, y cantó la misa el Illmo. Sr. Dr. D. Diego Felipe Gomez, obispo de Oaxaca, y entonces arcediano de aquella Santa Iglesia.

En las misiones de California todo procedia con felicidad, adelantándose cada dia los pueblos en instruccion y policía. El padre Everardo Helen, misionero de Guadalupe, fué sin embargo, el que mas trabajó en este año y el antecedente por las calamidades de hambre y dos consecutivas pestes que affigieron á su rebaño. Al Nayarit, para la asistencia de las nuevas poblaciones se enviaron este año los padres Manuel Fernandez, que se encargó despues del pueblo de Santa Rosa, Urbano de Covarrubias y Cristóbal de Lauria. A fines del año, se

divulgó sin saber el origen ó motivo, un rumor falso de que se habian visto indios tobosos en las fronteras de la provincia. Fácilmente dieron crédito y aun mayor cuerpo á esta voz algunos mal contentos, ó por el deseo que tenian de aquel socorro ó por causar inquietud á los españoles, y ver si podian con este motivo sacar de la provincia al gobernador, que poco ántes habia vuelto de su casa. En efecto, consiguieron alarmarle, de suerte, que sin ser bastantes á desengañarlo las razones que se alegaban, hubo de ponerse en camino á reconocer las fronteras. Esta ausencia dió ocasion de nuevas juntas á los inquietos, y de forjar una conspiracion que pudo ser la ruina de toda aquella cristiandad, como veremos despues de haber referido lo que por este mismo tiempo pasaba entre los pimas. Acababa de llegar de vuelta del Nuevo-México el capitan D. Antonio Becerra, que habia muchos años comandaba el presidio de Janos. Confina con el NuevoMéxico por el Norte la provincia de Moqui, y se creia estenderse por Poniente hasta muy cerca de la Pimería. Este pais, desde ántes del año de 1681, en que se rebelaron las naciones del Nuevo-México habia sido el objeto de las ansias de muchos misioneros apostólicos del órden de S. Francisco. De parte de S. M. C. por medio de los Sres. vireyes se habian hecho cuantiosos gastos para reconquistar lo perdido, y atraer á la obediencia del rey aquella region de Moqui, que les servia de amparo y refugio. El capitan Becerra, estando sobre aquellos mismos lugares, procuró informarse de los motivos que tenia aquella nacion para no reducirse á la obediencia, y de los medios que pcdrian tomarse para hacerla entrar en su deber. Entre otras cosas, supo que los moquinos habian deseado desde mucho ántes misioneros prietos, (que así llamaban á los jesuitas) y que habiendo tenido tanta parte en la sublevacion del Nuevo-México, en que habian muerto tantos religiosos franciscanos, habian cobrado grande horror á los del mismo hábito, quizá por la memoria de su delito, ó porque temiesen irracionalmente que aquellos padres no habian de dejar de vengarse. Ello es cierto, que por los años de 11 y 12 habian estas mismas naciones por medio de otras mas vecinas, solicitado al padre Agustin Campos, misionero de S. Ignacio en la Pimería para que pasase á sus tierras. El obediente y celoso jesuita pasó la noticia á sus superiores; pero ni el padre visitador Andrés Luque, ni el padre provincial Antonio Jardon, lo tuvieron por conveniente por no entrar en controversias con los religiosos franciscanos, que de tantos años antes cultivaban aquellas re

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