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bian solicitado un indizuelo cristiano que los enseñase.

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Con estos y otros semejantes sucesos, endulzaba el Señor las amarguras que causaban al celoso operario la rebeldía é ingratitud de algunos caciques que varias veces intentaron darle muerte. Fueron estos singularmen. te dos, de quienes por último triunfó la mansedumbre del padre Juan. Luyando, reduciéndolos á vida cristiana, y asistiéndolos hasta la muerte, que les sobrevino poco despues en la general epidemia que este año se padeció en toda la Nueva-España.

sarampion.

México, como la ciudad mas populosa del reino, fué la que princi. Epidemia de palmente sintió el estrago del sarampion. En esta, como en todas las ocasiones de igual naturaleza, se hizo muy digno de notar el celo, fervor y actividad con que sin perdonar á trabajo alguno, ni aun á la misma vida se sacrificaron los jesuitas á la salud del público. Celebrado ántes de la hora regular el santo sacrificio, se repartian nuestros ope. rarios por los diversos cuarteles de la ciudad á asistir á las confesiones de los enfermos y ayuda de los moribundos, de donde el que mas temprano se restituia al colegio, era despues de medio dia. Tomada una ligera refaccion y algun tiempo para el oficio divino, volvian otra vez á la tarea hasta muy entrada la noche, y no pocas veces hasta la mañana siguiente, sin que en medio de tan continuada y penosa fatiga en el incesante comercio de enfermos y moribundos, enfermase y muriese alguno. No contentos con el socorro espiritual, repartian al mismo tiempo largas limosnas en alimentos, medicinas, en ropa para el abrigo de innumerables pobres, en reales, que parte de los mismos colegios se les daba para distribuir por sus manos, y por su medio las repartian muchas ricas y piadosas personas. A pesar de todas las precauciones que el Exmo. Sr. marqués de Casafuerte y todos los principales suge. tos de la ciudad tomaban para apagar el incendio, no parece sino que le ministraban pábulo para nuevas creces. Agotados todos los remedios humanos, procuraron algunos devotos, por medio del Illmo. Sr. D. Cárlos Bermudez de Castro se sacase en procesion por toda la ciudad la imágen de nuestra Señora de Loreto, que se venera en nuestra iglesia de S. Gregorio. Salió efectivamente con extraordinario concurso y solemnidad. En el camino pasó el venerable dean y cabildo de la Santa Iglesia Metropolitana, un oficio al padre provincial pidiéndole su beneplácito para conducir á la Catedral la Soberana imágen, y hacerle allí un solemne novenario. No pudo el padre Andrés Nieto dejar de condescender á la súplica del cabildo eclesiástico, que lo era de to

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1729.

da la ciudad, ni la piadosísima Madre de Dios dejar de manifestar cuanto se agradaba de aquel obsequio. Desde aquellos mismos dias se comenzó á hacer muy reparable la diminucion del mal, que á poco tiempo sc acabó enteramente. En agradecimiento de tan señalado favor, determinó la ciudad asistir anualmente en cuerpo de cabildo á la fiesta que el dia 8 de setiembre se le hace en dicho seminario. Las sagradas religiones tomaron á su cargo los nueve dias antes, venir á hacer á su costa un dia de la novena, como hasta ahora pocos años se ha practicado con edificacion de toda la ciudad y grande aumento de la devocion para con la santa Casa de Nazaret. †

A 1. de abril del siguiente año de 1729 falleció en el colegio del Espíritu Santo de la Puebla el padre Andrés Montes, natural de Foncarral, lugar vecino á Madrid. Se crió en México en la casa de un rico hermano suyo, que á su ejemplo convirtió muy en breve en un observantísimo convento, sobre el que derramó el Señor copiosísimas ben. diciones. El hermano, despues de tolerada pacientísimamente la mor. tificacion de la ceguera en los últimos años de su vida con anticipa da noticia de su muerte, que de mucho ántes comunicó á sus corresponsales en España, falleció con singular opinion de santidad. La suegra y la muger de dicho caballero, acabaron ántes que él con la misma fama de virtud. Una hermana de dicha señora, que antes de comenzar el padre Andrés sus estudios, le destinaban para esposa, murió en el convento de S. Bernardo con la singularísima prerogativa de haber segun pudo congeturarse por los dichos de dos confesores de uno y otro de haber conservado su integridad virginal en el estado del matrimonio en que vivió muchos años. Ejemplo maravilloso, y que en pocos santos casados lo venera la Iglesia; quien con tanto celo promovia las almas á la virtud en el estado seglar, bien se deja conocer con cuanto fervor se aplicaria al ministerio de las almas llamado de Dios á la Compañía ya ordenado de sacerdote. El padre Andrés Montes, trasplantado á la casa de Dios, se hizo luego muy singular en el fervor y aplicacion al confesonario y al púlpito. Es verdad que este camino por donde quizá la Compañía se habia prometido mucho fruto de sus trabajos, no era el que le tenia trazado la Providencia para nuestra edificacion. Des. pues de haber sido un apóstol en el siglo, no parece haberlo traido el

+ No ha mucho que se conservaba en México la memoria del razonamiento al pueblo, que en esta vez hizo el padre Parreño, primer jesuita, promovedor del buen gusto en la Oratoria sagrada.-EE.

Señor á la religion, sino para un ejemplar de sufrimiento como á Job y un varon de dolores. De cuarenta y ocho años que vivia en la Compañía, cuasi los cuarenta fueron de habituales enfermedades en que su tolerancia, su obediencia aun á los mozos enfermeros, su mortificacion, pobreza, devocion y su modestia, fueron copiosísima materia á la edificacion de todo aquel colegio.

Al partido de S. Ignacio, del rectorado de Piaztla, en las misiones de la sierra de Topía, faltó tambien este año un insigne operario, y grande ejemplar de toda virtud en el padre Juan Boltor, á quien los misioneros en vida (vecinos) y en muerte dieron siempre el título de ve. nerable. Lo merecia efectivamente, no tanto por su respetable anciaridad, que segun se creia, pasó de cien años, y cuando no, se acercó á ellos, cuanto por sus religiosas virtudes. Hombre siempre hambriento de la perfeccion, vigilantísimo en la observancia de las mas menudas reglas, aun en mas de setenta años de misionero, donde faltaron los ejemplares de hermanos fervorosos, y el cuidado de los celosos prelados, amantísimo de los pobres, con quienes repartia aun lo necesario para su persona, sustentándose de solo las limosnas que le ofrecian voluntariamente los indios. Sus conversaciones con los prójimos eran siempre de Dios, ó de cosas de espíritu. Daba muchos ratos á la oracion mental, los que le dejaban libres la administracion de sus pueblos, y sus espirituales ejercicios los daba á la poesía y pintura en que tenia absolutamente materia, y no otro objeto que las alabanzas á Dios, los misterios de la vida de Jesucristo y de María Santísima, ó las heróicas acciones de los santos, las que tan no apagaban, sino que servian de fomento á su meditacion. En estas piadosas ocupaciones, amado de Dios y de los hombres, lleno de dias y de merecimiento, pasó al Señor en 19 de julio. Ni es de omitir ya que hemos tocado las misiones de Topía, lo que poco ántes habia acontecido con un piadoso cacique. Hallábase este muy cercano á la muerte; pero con tal tran. quilidad y regocijo de ánimo, que su serenidad y lo risueño de su semblante, dió no poco cuidado á los que le asistian. Un yerno suyo, lle.. gándose á la cabecera, le dijo con respeto:,,Señor y padre mio, no es esta la hora de reirse, estando para dar cuenta á Dios: apartad la memoria de las cosas frívolas del mundo, y ponedla en las eternas de la otra vida." A este prudente aviso....,,No, hijo mio, respondió el buen anciano, no es el motivo de mi risa y gozo la memoria de las co. sas de esta vida, que presto he de dejar, sino ántes la esperanza de los

eternos gozos que me prometo con tanta seguridad por los cortos obsequios con que segun mis fuerzas he procurado honrar y servir á la Santísima Vírgen, y tambien á los sacerdotes y ministros de Jesucristo, dejándome gobernar, por sus santos consejos. Haz tú otro tanto si quieres sentir semejante consuelo en esta hora."

En la mision de Loreto en California, acabó su gloriosa carrera el padre Francisco María Piccolo, fundador en compañía del padre Salvatierra de aquella cristiandad, que cultivó con increibles peligros por espacio de treinta y dos años, despues de haber estado seis ú ocho en las misiones de taraumares altos, donde fundó la mision de Carichic. Fué siciliano de nacion, y vino ya sacerdote á la provincia, de un cclo verdaderamente apostólico é incansable en procurar por todos los me. dios posibles la salud de las almas, especialmente de los gentiles, de una mansedumbre admirable para sufrir las groserías de aquellas naciones salvages, de una maravillosa pureza de conciencia, que á juicio de sus confesores jamás contaminó con alguna culpa mortal. Murió el dia 22 de febrero: en su muerte dieron sus amados californios bastan tes pruebas de sentimiento y ternura con que le veneraban como á su mas antiguo padre y fundador. Por este tiempo se padecia mucho en todas las demas misiones de la California con la epidemia que habia ya cundido entre los indios, singularmente al Norte de la nueva mision de S. Ignacio. Entre estas penalidades, no faltaban al celoso misionero grandes motivos de consuelo. Tales fueron las sinceras conversiones y cristianas muertes de dos famosos bahamas ó hechiceros, que sus embustes y apostasías habian causado mucha inquietud á los neófitos y dado al mismo padre mucha materia de merecimiento. No fué de menor júbilo la reduccion de una ranchería llamada Walimea á la costa del mar del Sur. Un gentil de este pais, por la comunicacion de otros pueblos cristianos, tuvo alguna noticia de los misterios de nuestra religion y necesidad del bautismo. Era de una razon y entendimiento poco comun entre aquellos bárbaros, despejado, pronto y sagaz. La rectitud y santidad de las máximas cristianas aun ruda y groseramente propuestas por boca de sus paisanos, sin haber visto jamás alguno.de los padres, le hicieron tan poderosa impresion, que desde luego determinó bautizarse. No contento con hacerlo él, procuró traer otros muchos, haciéndose el predicador y apóstol de su nacion. No pudo conseguirlo de todos, singularmente de los ancianos con quienes tal vez estuvo para llegar á las manos en el calor de la disputa; pero con los

de su familia y tal cual otro pariente y algunos amigos, partió á S. Ignacio, donde á pocos dias, bautizados todos, se volvieron llenos de consuelo. No tardó mucho en volver con nuevos prosólitos, hasta agrogar al rebaño de Jesucristo toda su ranchería.

La prosperidad de estos sucesos con que se comenzó á abrir puerta al Evangelio por la playa del mar del Sur, se turbó en parte con una improvisa invasion de algunos salvages mas septentrionales, que ó por ódio del cristianismo, ó por antiguas enemistades con la nacion de los cochimies, cayeron de un golpe sobre la mision de S. Ignacio, con muerte de dos cristianos. Creyó el padre Luyando que la mansedumbre y paciencia cristiana triunfaría de la inhumanidad de aquellos bárbaros, y así no permitió á sus neófitos que se vengaran, como intentaban, por las armas; mas la impunidad les dió nueva osadía, y llegaron á intentar la muerte del ministro, y el incendio de la mision. Fué forzoso entonces desengañarlos de que no era miedo 6 cobardía la tolerancia de que habian usado hasta entónces. Se convocaron las vecinas rancherías cristianas en número de setecientos hombres de armas, de que se escogieron solo trescientos cincuenta. Se nombraron dos caudillos de valor y autoridad entre ellos: se les proveyó de toda clase de armas, todo con mucho órden, y cuanto mayor aparato fué posible, fabricado todo en la mision. A los dos capitanes se les dió órden de no matar á nadie, sino traer á cuantos se pudiesen tomar vi. vos, y acabada una novena á la Santísima Trinidad, llevando por ban. dera la Santa Cruz, marchó la tropa en busca del enemigo. Informado por las espías el capitan, gobernador del pueblo de S. Ignacio, que los enemigos descansaban en un aguaje cerca de la sierra, se acercó á ellos de noche, formando un cordon, que insensiblemente fué estrechándose hasta cerrarles todo el paso.

A la punta del dia, se levantó de todos un horrible alarido. Los enemigos que dormian sin el menor recelo, despertaron alarmados, y quisieron ponerse en defensa; pero los cristianos eran en mucho mayor número, bien armados, y les tenian cortado todo el paso. Era forzoso morir ó entregarse, no quedando arbitrio á la fuga: hubieron de poner los arcos en el suelo en señal de rendimiento. Pocos pudieron escaparse y dar aviso á otras cuadrillas mas distantes. Se trajeron en triunfo á S. Ignacio treinta y cuatro prisioneros, que fueron condenados á azotes. Se comenzó por el que habia cometido el homicidio; pero á pocos golpes los padres Sistiaga y Luyando, que se hallaban en

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