Imágenes de páginas
PDF
EPUB

algunos mulatos y mestizcs, raza que habian dejado en el pais, los buzos de perlas y algunos otros barcos, ya españoles, ya estrangeros que solian llegar á aquellas playas. De estos habia dos singularmente revoltosos é indomables á toda la dulzura y celo de los padres Carranco y Tamaral. El primero era el gobernador del pueblo de Santiago, cargo que el padre Carranco le habia solicitado, y de que fué forzoso deponerlo, sin que ni aquella tal cual honra, ni la afrenta y el castigo hiciesen mas que empeorar su condicion altiva y licenciosa. Causó bastante turbacion, y aun intentó deshacerse del misionero; pero no pudiendo conseguirlo, solo trató de retirarse á algunas rancherías, todavía gentiles, de S. José. Encontró allí un 'socorro poderoso en ctro de su color y de su génio á quien llamaban Chicori, nuevamente irritado con el padre Tamaral por haberle procurado apartar de ura india que poco ántes habia hurtado del pueblo. Entre los dos deter. minaron sacudir un yugo tan pesado como les parecia la nueva religion, y deshacerse de los padres que miraban como fiscales de sus acciones. Junta una cuadrilla de mal contentos determinaron acometer primero al padre Tamaral á su vuelta de Santiago, donde poco ántes habia ido; pero noticioso el padre de su mal intento, no volvió sino bien escoltado de sus fieles indios, quedando burlados los designios de Chicori y su tropa. Ellos, para asegurar mejor el tiro, lo dilataron á mejor ocasion, y entre tanto se dieron de paz al misionero, pidiéndole doblemente perdon de sus delitos pasados, y prometiendo vivir suje. tos entre los demás catecúmenos. Pasaban estas cosas á principios del año, y un nuevo accidente que embargó por muchos dias la atencion de los misioneros y de los indios, hizo olvidar cuasi del todo las turbaciones pasadas. Vino al padre Tamaral la noticia de que habią pasado por el cabo de S. Lúcas, y que proseguia rayendo la costa un navío. Envió prontamente indios que lo siguieran por la playa, y habiendo entrado á hacer aguada en la bahía de S. Bernabé, supieron ser el Galeon de Filipinas á cargo del capitan D. Gerónimo Montero, El padre Tamaral pasó personalmente con cuanto socorro pudo recoger de su mision y las vecinas, en frutas, carne fresca &c., único remedio al verbén (6 sea mal de loanda) de que venia, como suele, inficionada mucha gente. El capitan dió muchas gracias al caritativo padre, y valiéndose de su favor dejó en tierra tres enfermos muy agravados, y prosiguió su viage á Nueva-España. De los tres que queda. ron en tierra, asistidos cuanto permitia la pobreza de la tierra, sanaron

dos, que fueron el padre Fr. Domingo Orbigoso (ú Orbegoso), del ór den de S. Agustin, y D. Francisco de Baytos, capitan de guerra de la nao. D. Antonio de Herrera, que era el otro, á pesar de todo el cuidado con que se le procuró asistir, murió de un nuevo accidente que le sobrevino á pocos dias, y fué enterrado con la mayor solemnidad que permitia aquel desierto, en la iglesia de la mision. A los dos convalecidos procuró el mismo padre barco en que pasasen á la Paz, y de allí á Matanchel, dejándolos no menos admirados de su caridad que de su apostólico desinterés, principalmente en no haber querido admitir para sí, para su mision ó sus indios lo mas mínimo de los bienes del difunto, que hizo se entregasen luego por un muy prolijo inventario que habia formado delante de los demas desembarcados. El reverendo Orbigoso quedó tan edificado de toda la conducta del misionero, que quiso formar y formó un muy honorífico testimonio de todo, firmándolo de su mano para memoria de su agradecimiento, en 24 de febrero de 1734.

Con tan virtuosas obras se preparaba el padre Tamaral para el glorioso fin que le destinaba el cielo. Poco tiempo despues de esta novedad que entretuvo algunos dias la grosera curiosidad de los indios, volvieron los dos perversos gefes de las turbaciones pasadas á conmoverse é inquietarse para otras mas ruidosas. Comenzaron por unas rancherías situadas entre las dos misiones de Santa Rosa y S. José, en que los mas eran gentiles aun, Al nombre de libertad y exencion de todą autoridad con que los persuadian, se fueron agregando insensiblemente al partido muchos nuevos cristianos que entre tanto no dejaban de vivir en la mision, y asistir á la doctrina para no causar la mas leve sospecha á los padres. Hallábanse estos repartidos en las cuatro misiones del Sur, sin mas escolta que tres soldados en Santa Rosa por ser la mas nueva, dos mestizos con nombre de soldados en Santiago, uno en la Paz y ninguno en S. José. Aun de estos pocos procuraron deshacerse con doblez y alevosía los cobardes indios antes de acometer á los misioneros. Hallando solo en el monte á uno de los que acompañaban en Santa Rosa al padre Taraval le dieron muerte, y pocos dias despues al único que habia quedado en la Paz. No faltaron á todos los padres vehementes sospechas y aun espresas noti cias de lo que tramaban los bárbaros. El padre Clemente Guillen habia avisado como visitador á todos que se retirasen á los Dolores ó á Loreto, y aun despachado una canoa con 17 indios que no llegaron ó

Matan los

llegaron tarde. Al padre Tamaral dió aviso un soldado de Loreto que vino por aquellos dias á sangrarlo, y aun el mismo padre Carranco le envió algunos indios que de su parte le llamasen á Santiago y le escoltasen en el camino. A estos mensajeros, ya de vuelta, salieron al encuentro los mal contentos preguntándoles donde y á qué habian ido. Respondieron que á Santiago á traer al padre Tamaral, porque ya sa. ben los padres que los quereis matar. Habian ellos siempre pensado comenzar por la mision de S. José por ser la mas remota, y menos defendida; pero con esta noticia mudaron de dictámen, y resolvieron acometer primeramente al padre Carranco, porque ó no se les escapa. se ó tomase otras providencias que les impidiesen despues la ejecucion. No les fué dificil hacerlo así, por hallarse el padre solo á la hora sin la corta defensa aun de aquellos dos mestizos, que habian salido al monte. Hallábase el padre Lorenzo Carranco hincado de rodillas en su pequeña choza, dando gracias despues de haber dicho misa. Los mensageros que venian de S. José, ó engañados por los amotinados, ya unidos con ellos, entraron á la pieza, y el padre se levantó pensando viniese con ellos el padre Tamaral: no viéndolo les preguntó si traian carta: entregáronle un billete, y estándolo leyéndolo entraron en tropel los sediciosos, y arrebatándolo en brazos lo sacaron con algazara facciosos al al campo; dos le tienen de la ropa mientras que los demás, cercándolo padre Lorenpor todas partes, le atraviesan con innumerables flechas, pronunciando él incesantemente los nombres dulcísimos de Jesus y de María: al ruido y alboroto concurre todo el resto del pueblo. Algunos á la primera vista fueron tocados de la compasion no estando aun pervertidos; pero bien presto, ó por no declararse del partido opuesto, ó porque hallándose sin testigos no tenian que temer, se revistieron como fieras vueltas al bosque de toda su barbaridad. Con piedras y con palos acaban de dar la muerte al sacerdote de Dios: desnudan al venerable cadáver, y vengando en él las reprensiones que el padre les habia hɛcho de su sensualidad y torpeza, le mofan, escarnecen y profanan con execrables é impuras abominaciones, y despues lo arrojan al fuego. Entre tanto corren otros al despojo de la casa é iglesia, quemando y destrozando los vasos sagrados, cruces, imágenes, misales y cuanto no podia servirles de alimento y vestido. En la casa hallaron llorando á un indiezuelo que acompañaba al padre, y para mas delito lo acabaron á golpes y arrojaron á las llamas. La misma fortuna siguieron poco despues los dos soldados que acaso en esta sazon volvian ignorantes del campo.

zo Carranco.

Los sedicio.

ral.

Concluida esta horrible escena en Santiago, viernes 1. de octu→ bre de 1734, pasaron los sediciosos á S. José, donde entraron domingo 3 del mismo, consagrado á la solemuidad del Rosario y de especial devocion para el padre Tamaral, que acabada poco antes la misa se habia retirado á su cuarto. El número de los conjurados se habia ya aumentado considerablemente, y entrando todos cuantos cupieron en la pieza de tropel, comenzaron á pedirle diferentes cosas de las que solia repartirles........ Dame maiz, decia uno, dame sayal, dame un cuchi. llo, dame una frazada........ El padre, aunque en el aire y tono con sos matan al que le hablaban y en verlos armados, conoció bien sus malos designios, padre Tama. sin embargo respondió con mansedumbre.... Esperad, hijos, que como lo haya en casa, os contentaré á todos.... A esta voz, como si fue ra la señal de embestir, derriban al padre en el suelo, lo arrastran por los pies fuera de la casa, le tiran muchas flechas, y pareciéndoles tardo aquel género de muerte, lo degüellan, desnudan, y con las mismas inmundicias y vergonzosas obscenidades con que habian escarnecido el cuerpo de su bendito compañero, lo arrojan á la hoguera. La demora de los amotinados en acometer á S. José y celebrar su victoria, salvó la vida al padre Taraval que entre tanto, por un indio suyo que se halló en Santiago, tuvo noticia de la muerte del padre CarranCo. El padre Sigismundo, aunque envidioso de la suerte de sus dos compañeros, se vió obligado á poner en salvo con sus dos soldados, y así recogidos con cuanta prisa fué posible los ornamentos, vasos y al hajas sagradas, se embarcó la noche del 4 de octubre y pasó á la Paz. No tardaron mucho en caer sobre Santa Rosa, los rebeldes, y ha llándose sin la presa que deseaban, quebrantaron su cólera en veintisie. te indios de aquel partido, sin mas crímen que el de cristianos y catecúmenos, en que mostraron bien el motivo que les habia inflamado pa. ra tan escandalosos atentados, que no era otro que el ódio concebido contra los predicadores de la verdad y fé cristiana, y contra todos los que sencillamente la profesaban. El padre visitador Clemente Guillen con estas noticias dió luego cuenta al Exmo. Sr. arzobispo virey, y al padre provincial José Barba; pero estando en la actualidad S. E. I. mal impresionado contra el padre provincial de la Compañía, ni las muertes de los soldados, ni el peligro de los demás misioneros y misiones, ni del real presidio, ni de un reino entero en que los jesuitas ha bian ya descubierto y conquistado á Dios y al rey mas de doscientas leguas de tierra, fueron motivo suficiente para que se tomase pron

ta providencia en favor de la California. Cuanto se pudo conseguir fué (como respondió al padre Guillen).... Que su excelencia concurriria con los padres á dar el informé ó informes que se juzgasen convenientes.... esforzando con toda eficacia con el rey todos los medios conducentes al logro de tan grave importancia. §

Estas buenas palabras nada enfrenaban la insolencia y orgullo de Año de 1735. los alzados, ni impedian que cundiese el contagio á las demas misiones de la Península. A los primeros indicios de inquietud que se observaron en la mision de Dolores, partió allá el capitan con algunos presidiarios, con ánimo no solo de sosegar aquel partido, sino de pasar adelante ácia el mediodia al castigo de los inquietoš; pero habia ya cedido tanto su número y altivez, que los mismos padres, porque no peligrase todo, no le consintieron pasar de allí, mostrándole que harto haria en contener desde aquel punto á los bárbaros y cortarles la comunicacion para que no corrompiesen las demas misiones y rancherías del Norte; mas ni aun esto se pudo conseguir. En S. Ignacio, la mision mas septentrional y mas de doscientas leguas del cabo de S. Lúcas, se supieron bien presto las muertes de los padres, y comenzaban ya á sentirse las murmuraciones y quejas sediciosas de algunos mal contentos. De todas partes se ocurrió al real de Loreto pidiendo escolta. El padre Guillen entre tanto ordeno á los padres con precep to que se retirasen todos al presidio donde estarian hasta ver el semblante que tomaban las cosas. Esta órden, ejecutada con habilidad y prudencia, sin que sintiesen cosa alguna los mismos indios, salvó (sẻ puede decir) la cristiandad de Californias. Desamparadas todas las misiones se escribió á México representando el infeliz estado de aque Ila península; pero està representacion no tuvo mas efecto que la primera, y el padre provincial se vió obligado à recurrir derechamente al rey como lo hizo por un informe firmado en 26 de abril de 1735. Slä embargo, no eran solas las representaciones de la California y sus thi siones las que debieran haber movido al superior gobierno á favorecer aquella cuasi arruinada conquista. A los principios de este mismo año de 1735 se habia recibido en México carta de D. Mateo de Zu

§ He aquí una respuesta de oráculo, y cual no la daria la Pithia de Delfos para un asunto tan grave como urgente, y que aventuraba no menos que toda la concon. quista de California... ¡Bien se conoce que el Sr. Bizarron estaba amordazado con los jesuitas por el pleito de diezmos! ¡Con razón no quiso reférifló el padre Alegre! 35

TOMO III.

« AnteriorContinuar »