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y muerte del

finitivo parecer mandaron ejecutar la real cédula en 16 del mismo mes, y dar á la Compañía posesion de dichas fincas para el deseado efecto de la fundacion.

Posesion de Juntamente con las dichas haciendas se mandó dar tambien posesion aquel colegio de las casas que habian sido del maestre de campo D. Juan de Valhermano Mi- tierra. Hemos hablado en otra parte de la aversion que habia conceguel Omaña. bido contra nuestra religion este noble caballero, y de los esfuerzos que en otros tiempos hizo para impedir que se estableciese en Ciudad Real la Compañía. La entrada en ella de su hijo el padre Fernando Valtierra habia sido, como dijimos, todo el motivo de su cólera, persuadido á que con él querrian apoderarse los jesuitas de gran parte de su hacienda. Le duró este temor hasta que el padre Fernando llegó á hacer la acostumbrada renuncia de su legítima materna. Viendo el desinterés con que en esta ocasion se portó la Compañía, y que en lugar de perder por la renuncia de su hijo, ántes le recrecia una gran parte de caudal por haberlo dejado todo á disposicion de su padre, no pudo ménos que desengañarse y abrir los ojos sobre la pretendida codicia de los jesuitas. Mudado ya en otro hombre, comenzó á patrocinarlos y á promover la fundacion á que hasta entonces habia sido tan adverso. En prenda de su amor, hizo en vida donacion á la Compañía de sus bellas casas, que fueron efectivamente el primer colegio de Ciudad Real. Se tomó posesion de dichas casas y haciendas en 18 de octubre de 1681, y á esta causa se celebró á los principios por algunos años la fiesta de la fundacion en el dia del evangelista S. Lúcas. Estaban en Ciudad Real desde los principios del año antecedente el padre Francisco Paez y el hermano Francisco de Leon, que á instancia de los mismos ciudadanos habian ido despues del fallecimiento del Sr. D. Márcos Bravo. Trató luego el padre Francisco Perez de disponer una pieza con la mayor decencia posible que sirviese de iglesia para comenzar á practicar de asiento los ministerios, á donde dispuesta en la mejor forma con solemne pompa y acompañamiento de lo mas luci. do de la ciudad, pasó de la Catedral el Augustísimo Sacramento el Sr. D. Juan de Merlo, arcedeano de aquella Santa Iglesia; pero esto aconteció á 18 de enero del año siguiente. En el de 1681, de que vamos tratando, falleció en México, recibido en la Compañía, y hechos los votos religiosos del angélico jóven Miguel de Omaña. Habia deseado desde algunos años ántes renunciar enteramente al mundo y entrar en la religion. No habiéndosele permitido, determinó vivir como religio

so en medio del bullicio del siglo. Observaba constante y exoctamente la distribucion del noviciado. Daba cada dia exacta cuenta de su conciencia, y su conversacion parecia ser enteramente en los cielos. Parece conoció con divina luz lo poco que le restaba de vida, esforzándose á consumar en poco tiempo muchos años de virtud. Aseveró mas de una vez la cercanía de su muerte, y entre fervorosísimos coloquios, gozosísimo de morir en la Compañía, pasó de este mundo víspera de la aparicion de Sr. S. Miguel, en cuyo dia, 29 de setiembre, habia nacido. Honróle Dios con una suavísima fragancia que exhalaba el cadáver, y que se persuadieron todos ser un efecto milagroso de su angélica pureza.

Entrada de

El año siguiente (1682) no ofrece cosa alguna digna de particular 1682 y 1683. memoria, el de 1683 fué calamitosísimo al colegio, no ménos que á la Lorenzo Jaco ciudad de Veracruz, y cuasi á todo el reino de Nueva-España por la me en Veracruz (alias Lo entrada y saqueo que hicieron de aquel puerto los piratas franceses (ó rencillo.) sea los llamados filiburstiers.) Lunes 17 de mayo, como á las cuatro de la tarde, se avistaron dos velas que parecia hacer por el puerto. El gobernador de la ciudad, persuadido á que fuesen dos que se esperaban de Caracas, ó acaso algunos de la flota, que segun se tenia noticia navegaba desde 1.° de marzo, no hizo de la novedad el aprecio merecido. Al obscurecer la noche, se hicieron fuera las dos embarcaciones y se perdieron de vista. Esta maniobra dió mucho que maliciar al castellano de S. Juan de Ulua y al sargento mayor, que comunicaron sus sospechas al gobernador de la plaza. Se dispuso que algunas compañías, que no eran de guardia, se acuartelasen en las casas de sus respectivos capitanes. Se avisó á los baluartes y centinelas, y se prepararon patrullas que rondasen aquella noche la ciudad con mayor número del acostumbrado. El mismo gobernador en persona rondó la mayor parte de la noche, y no reconociendo novedad, se recogió sin cuidico. Los enemigos, amparados de la oscuridad, y guia. dos de algunos buenos prácticos, que años ántes habian estado allí prisioneros: dejadas las dos embarcaciones fuera de tiro de cañon de la ciudadela y de la plaza, saltaron en piraguas y barcas pequeñas, y desembarcaron á barlovento de la ciudad, á una legua corta, donde despues se puso la Vigía que hoy llaman de Vergara. Venian en los dos barcos ochocientos hombres de armas, mandados por Lorenzo Jacome y Nicolás Agramont, nuevo pirata que el año antecedente se levantó con una urca del asentista de negros. Marcharon ácia Veracruz doscien

ciudad.

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tos hombres con algunos de los prácticos comandados por Lorenzo Jacome. Llegaron á estar sobre la plaza justamente á tiempo que el centinela del cuerpo de guardia tocaba las doce. A esta hora, fuera de las doce campanadas, es estilo tocar algunas otras pocas mas apresuradamente. Esta costumbre estuvo para salvar á Veracruz de aquellas manos impías. Los franceses creyendo haber sido sentidos, y que aquel toque era arrebato, dieron tumultuariamente la vuelta, y hubieran corrido hasta sus navíos, si los prisioneros que traian no les hubiesen desengañado de su error. Tomado aliento, volvieron á la marcha, y Lorenzo Jacome, con algunos pocus salvada la estacada, que entonces era aun mas baja de lo que es hoy, y á raiz del suelo, entró en la cudad hasta la plaza. Observó el cuerpo de guardia y las calles vecinas: un profundo silencio y una suma quietud reinaba en todas partes. Tona de la No dudó ser dueño de la ciudad, y mandó que se pusiesen en marcha los seiscientos hombres que habian quedado en la playa. A la misma hora que llegaron, se hubiera dado el asalto si los prisioner s no le hubieran aconsejado que esperase á la madrugada, tiempo en que suele ser mas pesado el sueño, que á causa del calor no suele lograrse á prima noche. Entre tanto, acordonaron la ciudad en la mejor forma que les permitia la escasez de su gente, y se mandaron disponer para el asalto al despuntar del dia; pero tuvieron que esperar, y á las cuatro ó poco mas de la mañana tenian ya repartidas sus tropas por todas las bocas calles. Nicolás Agramont, se encargó del asalto de la plaza principal y cuerpo de guardia en que verosímilmente debia estar la mayor fuerza: setenta de los suyos le acompañaban. Al ruido de la marcha salieron de sus casas el sargento mayor D. Mateo de Huidrobo, y el capitan D. Jorge Algara con espada en mano; entrambos con un soldado que tuvo valor de agregárseles, quedaron luego muertos á balazos con pérdida de un frances, y heridas de uno o dos. De los soldados de guardia, unos cuantos se retiraron á un cuarto bajo que les sirve de cuartel, otros subieron á avisar al gobernador, que viendo ya perdida la plaza, procuró ponerse en salvo; toda la faccion apénas duraria un cuarto de hora. Con la misma facilidad se apoderaron de los baluartes, que entonces no eran más que dos. Lorenzo Jacome, acometió el de la pólvora á sotavento de la ciudad, y á otro de los principales se le encomendó el de la Caleta. Dispararon sobre cada uno tres ó cuatro granadas y algunos arcabuces con que se rindieron al punto los pocos soldados que habia de guarnicion; así en media ho

fa ó poco mas se hallaron dueños de las vidas y haciendas de todos los vecinos. El espanto y pavor se habia apoderado de tal suerte de los ánimos, que ni aun pensaron en defenderse. Sobraba pólvora en los almecenes, sobraban mosquetes, de los cuales, despues de proveidos, despedazaron mas de cuatro mil en la plaza. En el número de la gente habia cuatro ó cinco hombres en Veracruz para aquel puño de franceses. Se tuvo aviso de los designios del enemigo, del presidente de Sto. Domingo, de Madrid y aun de Guatemala. Nada baştan las prevenciones y les diligencias humanas cuando Dios quiere castigar. Cerró el Señor todas las puertas por donde se pudiesen librar. Los barcos pescadores que todos los dias salen muchas leguas mar á fuera, no habian salido aquel lúnes. Los muchos estancieros que madrugan á traer a la ciudad todo género de hortaliza, no pudieron entrar, ni dar aviso alguno. La flota se esperaba de España, y que segun ciertas noticias, se habia hecho á la vela desde 1. de marzo sin contratiempo alguno, tardó noventa y cuatro dias, y llegó puntualmente cuando ni pudo socorrer á la ciudad, ni dar alcance al enemigo para recobrar el botin. Pero volvámos á la narracion.

ciudad.

Ocupados los puestos en que pudiera haber resistencia, se dividieron Saqueo de la en pelotones por todas las casas de la ciudad. ¡Infeliz el hombre, muger ó niño que la curiosidad ó el espanto hacia salir á la calle 6 asomarse á alguna ventana! Pagaba infaliblemente con la vida. Un religioso anciano de S. Agustin fué la primera víctima en este género, á que siguieron después otros muchos. Los prisioneros, sus conductores, los guiaron desde luego á las casas religiosas y á las de los sugetos mas ricos. Entre los demas, llegaron á nuestro colegio. Los padres, desde la madrugada, avisados de los primeros tiros, habian tenido cuidado de consumir el adorable cuerpo de Jesucristo y ocultar cuanto pudieron de la plata de la iglesia, aunque todo inútilmente, como despues veremos. Lilamados al toque de la campanilla, que en otras partes eran balazos á las puertas, bajaron á la portería, y suplicaron les diesen buen cuartel, que se les prometió francamente, y se correspondió muy al contrario. Mientras los unos repartidos por la ciudad robaban las casas á los vecinos, sin distincion alguna de sexo, edad ó condicion, llevaban á la plaza y hacian sentar en el suelo, dejando

+ Puede decirse que se fué sin la carga que vénia á llevar, pues dinero y preciosos que se habian acopiado, todo se lo llevaron los piratas.-EE. 6

TOMO III.

frutos

Calamidades

en medio campo para amontonar el botin que allí iban recogiendo de los diversos cuarteles de la ciudad. Junta la mayor parte de la gente hicieron abrir por fuerza la iglesia parroquial, y puesta la tropa en dos filas á los lados de la puerta que mira á la plaza, hicieron entrar á todos. No puede ponderarse dignamente la opresion, el calor, la hambre, sed é incomodidades † que pasaron los infelices habitantes desde el martes 18 de mayo, en que fueron allí encerrados hasta el sábado 22. Mas de seiscientas personas entraron las primeras; número que á cada hora se fué aumentando con todos los demas vecinos, fuera de los que tuvieron la fortuna de escapar á los montes. Cada una de estas reclutas aumentaba considerablemente el mal de todos, hasta llegar á no caber sino de piés y apretados unos contra otros, sin libertad de mudar de situacion. Ahogáronse algunos niños y mugeres, y murieron algunos de hambre, pues para tanto número de gentes no se repartian sino dos costales de vizcocho durísimo, y algunas botijas de agua por dia. Tuvieron mejor fortuna mil y quinientos negros esclavos, de quienes necesitaban para la conduccion de la presa.

Al dia siguiente por la mañana se agregó á las demas penalidades de los presos. un peligro próximo de la vida en todos los presos de la iglesia. No contentos los piratas con toda la riqueza que habian juntado el dia antecedente, y la que sabian haber aun en las casas que registraran, persuadidos á que se hubiese ocultado mucha parte, quisieron descubrir con amenazas cuanto hubiese en esta parte. Para este efecto, introdujeron en la iglesia un cajon de pólvora, y poner en medio de ella una bandera roja. Lorenzo Jacome, con la espada desenvainada, y haciéndose lugar á costa de la opresion de la gente, se paseaba por el cuerpo con un aire de soberanía y de fuerza, gritando con voz ronca y espantosa que si no se descubrian los tesoros ocultos, allí moririan todos volada la iglesia y oprimidos de sus ruinas. Los gritos lastimosos de las mugeres y los niños, las voces de los hombres, ó para satisfacer á aquel bárbaro, ó para implorar la Clemencia Divina: los violentos movimientos de toda aquella pobre gente por alejarse del cajon á que se habia ya puesto una mecha, aunque á distancia grande; en fin, la confusion y el tumulto fué tal, que murieron ahogadas algunas personas,

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Debe añadirse el fetor asquerosísimo que despiden los cuerpos en Veracruz, como en toda tierra caliente, principalmente los negros. Yo crei morirme una noche en Veracruz asistiendo á la parroquia llena de ellos á un acto piadoso.-EE.

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