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Division in

den la vigésima, es la primera en que hallamos entablada pretension tentada de la para con N. M.. R. P. general acerca de la division de la provincia. En provincia. efecto, aunque no en congregacion provincial, era ya muy antiguo este deseo, y que cuarenta años ántes siendo provincial el padre Andrés de Rada, se habia juzgado ya necesario proponerlo á Roma, como lo ejecutó dicho padre, esponiendo en un pequeño libro las razones que favorecian esta pretension.. En la ocasion de qué tratamos, fuera de siete de los vocales, todos los demas convinieron en la necesidad de la division, aunque discordaron en el modo. La mayor parte, fué de sen. tir, que las capitales de provincia fuesen México y Guadalajara, dejan. do á esta segunda los colegios de Zacatecas, Durango, Sinaloa, con las residencias de Parras y el Parral, y todas las misiones septentrionales. A algunos de los padres parecia muy desigual esta division, y juzgaban mas oportuno que México y Puebla fuesen las dos capitales de provincia. A México le asignaban los colegios de Querétaro, Valla. dolid, Pátzcuaro, S. Luis de la Paz, Potosí, Guadalajara, Zacatecas, Durango, y las misiones del Norte. A la provincia de Puebla, deja. ban los colegios de Tepotzotlán, Veracruz, Mérida, Oaxaca, Guatema. la y Ciudad Real, en cuyo territorio tenian tambien bastante gentilidad en que trabajar los operarios, estando muy propenso el Sr. obispo á encomendar á la Compañía la reduccion de los lacandones, de que ya se habia tratado en otro tiempo. Con esta distribución, á una y otra provincia le quedaba establecido noviciado y colegio de estudios sin nuevos costos que pudieran retardar su pronta ejecucion. Las grandes dificultades que se ofrecieron por entonces, desbarataron todo este hermoso proyecto; pero estas habian de aumentarse necesariamente con el tiempo, y tanto, cuanto con las nuevas fundaciones de nuevos y muy distantes colegios, se han aumentado tambien las causas que hacen necesaria la division.

tulados.

Otros dos pos- A este postulado se agregaron otros dos de bastante consideracion. En Guadalajara, á fin del año antecedente habia muerto el Lic. D. Simon Conejero Ruiz, canónigo de aquella Sta. Iglesia, dejando en su testamento otorgado á 4 de noviembre de 1668 ante José Lopez Ramirez, catorce mil pesos, de cuyos réditos se sustentasen tres maestros, uno de filosofía y dos de teología que las enseñasen en aquel colegio, y el padre provincial Bernabé de Soto habia solemnemente admitido y aceptado dicha fundacion y dotacion por instrumento otorgado en la misma ciudad ante Miguel Tomás de Ascoide en 7 de enero de 1689,

Con esta ocasion pareció proponer al R. P. general Tirso Gonzalez, que su paternidad reverendísima se esforzase á conseguir del rey católico D. Cárlos II real cédula, para que usando en dicho colegio de los privilegios pontificios, pudiesen darse en él los grados de bachilleres, licenciados y doctores, á los que cursasen nuestras escuelas del modo que S. M. lo tenia concedido en Sta. Fé, Manila y Mérida de Yucatán. Favorecia á esta pretension la distancia de Guadalajara á México, mayor de lo que requieren nuestros privilegios para ereccion de Universidad, la muy numerosa juventud de toda la Nueva-Galicia, Nueva- Vizcaya, Nuevo-México, que allí pudiera fomentarse, y á quienes por lo comun no sobran caudales para cultivarse en los estudios tan lejos de su pais. Allegábase el esplendor de aquella ciudad, cabeza de un nuevo reino, silla de un obispado y corte de una real chancillería. El padre general, aunque inclinado al principio, ofreciéndose despues mas graves negɔ. cios, no halló á propósito empeñarse en un asunto tan importante y de no pequeña dificultad. Se pretendió igualmente ya que no habia po, dido lograrse la ereccion de un nuevo asistente para las provincias de Indias Occidentales, como últimamente lo habia repugnado la décima. tercia congregacion general, que á lo menos hubiese en Roma un sugeto de procurador de sus negocios para con el padre general y el padre asistente de España.

.

dor de

la

Pocos dias despues de celebrada la congregacion, á fines de noviem. Padre Salva. bre se abrió el nuevo pliego de gobierno en que venia nombrado pro- Puente. vincial el padre Antonio Oddon, y prepósito de la Casa Profesa el padre Salvador de la Puente, que sin tomar posesion de su oficio, falleció á 1. de diciembre. Fué rector de varios colegios y maestro de novi. cios seis años. Mostró no ménos la firmeza de su vocacion que el fervor de su espíritu, cuando siendo aun novicio, solicitado de su padre á salir de Tepotzotlán y volverse á España, desde donde habia venido á buscarle, no solo se mantuvo constante en la obligacion que habia hecho al Señor de sí mismo, sino que con la eficacia de sus razones le persuadió á dejar el mundo y entrarse á servir en la Compañía en el humilde estado de coadjutor. El padre Salvador fué hombre de muy alta oracion en que ocupaba por lo menos cuatro horas al dia, fuente de donde bebia mucha luz para la direccion de las conciencias, y para su propia perfeccion, estremado en la pobreza y en la circunspeccion y modestia virginal; virtud que premió Dios con suavísima fragrancia, que aun los niños inocentes percibieron de su cadáver.

1690.

Por este tiempo las fronteras de Sonora, ácia el Oriente, y las de Taraumara ácia el Norte, padecian mucho por las hostilidades de los en janos, yumas y otras naciones coligadas. El motivo y principios de

Hostilidades de los confederados Taraumara.

esta conspiracion, dejamos referido desde el año de 84. Desde este
tiempo hasta el de 90, no habian cesado las juntas y los rumores sedi-
ciosos de los confederados con algunas muertes y robos en los lugares
mas distantes. Los misioneros franciscanos y jesuitas de conchos, ta-
raumares y sonoras, no dejaban de dar contínuos avisos á los capitanes de
los presidios; pero ó no eran oídos de los que veian aun muy léjos á
los enemigos, ó se despreciaban como terrores pánicos, ó confiados
unos en otros se dejaban de tomar las providencias necesarias. Con
este descuido tomaba cada dia mas cuerpo y engrosaba el número de
los conjurados. Solicitaban ya libremente por sus emisarios á los pue-
blos de Batopilas, Yepomera, Tutuaca, Maycoba, Nagrurachi y otros
circunvecinos. El cacique Corosia, de quien hemos hablado ántes,
primer autor de esta liga, procuraba agregarles los chinipas, los tuba-
ris
y los conchos serranos, con algunos taraumares de la cercanía del
Parral, ácia el Mediodia, entre quienes no dejaba de tener bastante au-
toridad, y no dejaron de lograr su efecto sus persuaciones. Los chini-
pas llegaron á inquietarse en bastante número, y su apostasía estuvo
para costar la vida al padre Juan María de Salvatierra, que allí se ha-
llaba de paso, y que hubiera sido la primera víctima, si no lo hubiera
impedido la mayor parte de la nacion, á quien no habian podido cor-
Entre tanto se proseguia en la inaccion de parte de los que
debian impedir tantos males. Despues de seis años se iba todo en
viages y mensageros inútiles, ó en proyectos imaginarios, hasta que el
dia 2 de abril se dejaron caer en copiosa avenida los bárbaros sobre
haciendas, reales de minas y misiones sin alguna resistencia, talando
los sembrados, quemando los edificios y robando cuanto hallaban á la
mano hasta la jurisdiccion de Ostimuri, y aun hasta las fronteras sep-
tentrionales de la Nueva-Galícía. Al ruido de estos atentados, des-
pertaron como de un profundo letargo los capitanes de los presidios.
El gobernador y capitan general de la Nueva-Vizcaya, D. Juan Isi-
dro de Pardiñas, caballero del órden de Santiago, que se hallaba en el
Parral, dió órden de que los capitanes D. Francisco Ramirez de Sala-
zar, del presidio de Casas Grandes, D. Juan Fernandez de la Fuente,
del de Janos, y D. Juan de Retana, del de conchos, saliesen en busca
de los enemigos. Allegáronse cerca de cuarenta soldados á cargo del

romper.

capitan D. Martin de Cigalde, de los presidios del Gallo y Cerrogor. do, y la compañía de la campaña del capitan Antonio de Medina. Fuera de estos se enviaron los capitanes D. Juan de Salaises, con ciento y dos arcabuceros, y D. Pedro Martinez de Mendivil para asegurar los caminos de Casas Grandes y de Sonora, impedir las juntas de los confederados, y cerrarles el paso á los pueblos fieles que por todos los medios posibles procuraban atraer á su partido. El gobernador en persona salió del Parral acompañado de pocos españoles con la esperanza de agregarse muchos indios amigos en el camino de allí á Papigochi, donde determinaba poner sus reales, y hacer plaza de armas. Desde aquí informó del estado de sus armas al Exmo. Sr. conde de Galve, virey de México; pero conociendo que por la distancia y demora del camino, ni su S. E. podria tomar con tiempo las medidas necesarias, ni podia tampoco dejar de cobrar nueva fuerza la liga de los bárbaros, tenida una junta de guerra, se determinó á pasar á Yepomera sobre que cargaba el mayor peso de la guerra.

Ortiz de Fo

nuel Sanchez

D. Juan Isido de Pardiñas, no tomó esta resolucion sino por la no- Muerte de los ticia que tuvo de la desolacion de aquel pueblo y fuga de sus habitado- padres Juan res, despues de la muerte sacrilega que dieron á su ministro el padre ronda y MaJuan Ortiz de Foronda. Con todas las prévias noticias que se tenian de la sublevacion, el buen pastor no habia podido resolverse á desam. parar su rebaño, no ignoraba los muchos de aquel partido, que habian accedido á la liga; pero confiado en los muchos que habia leales á Dios y al rey, creyó ser de su obligacion acompañarlos y protejerlos hasta el último aliento. Los apóstatas, luego que acometieron aquella poblacion, pusieron fuego á la pobre choza del misionero. Salió el padre á la puerta á inquirir las causas de aquella desacostumbrada algazara; pero apénas quiso comenzar á exhortarlos, cuando cubierto de una nube de flechas envenenadas, cayó en el mismo, umbral, pidiendo á Dios perdon para los que tan indigna y sacrílegamente le herian. Fué su muerte el dia 11 de abril. En este dia mismo, volviendo del real de S. Nicolás, donde habia ido á predicar á su mision de Tutuaca, dieron el mismo género de muerte al padre Manuel Sanchez, y al capitan D. Manuel Clavero, que lo acompañaba en el viage. Intentaba este persuadir al padre que no pasase adelante; pero nada pudo conseguir de su celo, protestando que no podia dejar su grey y las alhajas mas as sagradas de la iglesia á la discrecion de aquellos impíos. Uno y otro habian sido compañeros en la vocacion y navegacion á las Indias del ve

Visita del padre Salvatier

ra.

nerable padre Juan Bautista Zappa, y muy semejantes á él en el fer. vor y espíritu apostólico. Despues de esta invasion, sabiendo los preparativos que hacia el gobernador de Nueva-Vizcaya, los amotinados huyeron á los montes, no sin pérdida de algunas cuadrillas que cayeron en mancs de españoles; pero aun mas que las armas de estos pudo el fervor y la suavidad del padre Juan María Salvatierra.

Hallábase con el cargo de visitador de misiones que se le habia encomendado a principios del año, y ya desde mucho antes trabajaba el buen padre en sofocar las primeras centellas del motin que comenzaba á prender en los indios de su mision, y otros circunvecinos. Fué cosa digna de notar, que estando los guazaparis, cutecos y husaronés, tan cerca de los taraumares emparentados con muchos de ellos, y en una situación ventajosa por la aspereza de la sierra para emprender cualquiera hostilidad y servir de asilo á los delincuentes, ninguno de aquellos nuevos cristianos se dejase corromper y pervertir de las persuaciones de los apostátas; pero aun es mas de admirar que los tubares, cuyo agravio tomaban por pretesto especioso los alzados, acaricia. dos por el padre Juan María, no solo no tomasen las armas, sino que aun entonces con mas fervor que nunca tratasen de reducirse al gre. mio de la Iglesia. Habia el padre bautizado ya muchos después de su jornada á la barranca de Zurich, y los demas pasaron tan adelante en sus deseos, animados de su gobernador ya cristiano, que el padre Pedro Noriega, ausente en su visita el padre Salvatierra, hubo de encargarse de visitarlos y escribir al padre provincial pidiéndole ministro para aquella nacion, y ofreciéndose á tomar sobre sí aquella nueva conquista.

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Entre tanto, el padre Juan María comenzó su visita por aquellos mismos pueblos en que habian muerto á los dos misioneros, persuadidó como era casi en realidad, que muchos inocentes habrian tomado la fuga por temor del castigo, no sin manifiesto peligro de perversion. Los neófitos de la alta Taraumara, aunque desconfiados al principio, despues conocida la sinceridad y benevolencia del padre visitador, se pu sieron enteramente en sus manos, volvieron á sus pueblos, y aun de los verdaderos apóstatas se redujeron é indultaron muchos. Debemos advertir dé paso, que aun que en los impresos y manuscritos antiguos, se llama este alzamiento unas veces de taraumares, y otras de pimas; pero en realidad, no fué sino de los janos, xocomes, chinarras, yumas y otras naciones cercanas, que o perecieron enteramente, ó han perdido»

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