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ca en 16 de marzo con el dicho capitan Juan Mateo Mange, y veinte indios carpinteros, de los que habia enseñado el mismo padre, con hachas, sierras y demas instrumentos necesarios, y alguna madera labrada de prevencion, segun las medidas y galibos que daba el mismo misionero, único constructor y carpintero de ribera. En 21 de marzo, despues de celebrado el santo sacrificio de la misa, se dió principio á la fábrica cortando un grande álamo, que sirviese de quilla, de 38 piés de alto; mientras se desvastaba y cortaban las demas maderas, se reconocieron muchas nuevas rancherías de pimas en los contornos de Caborca, y se descubrió en 31 de marzo el pequeño puerto de Sta. Sabina. Entre tante, se reconoció no poderse seguir la fábrica del barco hasta que oreasen y secasen enteramente las maderas. Así dejando muchos materiales prevenidos, volvió el padre Kino á su mision hasta el mes de junio, en que pareciéndole estarian ya á propósito para poderse trabajar, volvió á Caborca. Entre tanto que la prosecucion de su obra le detenia en aquel sitio, persuadió á su compañero el capitan Mange, que con dos indios pimas, antiguos cristianos del pueblo de Uris, por intérpretes penetrase ácia el Norte. En este viage tuvo no. ticia del rio Gila, y de los grandes edificios que se ven en sus cercanías, de las gentes guerreras que en gran número poblaban aquellos paises, opas, cocomaricopas y otros bárbaros. Esta fué la primera ocasion en que se oyó hablar de estas gentes. El capitan, desamparado de sus guias, que por temor de aquellas naciones no quisieron seguir por aquel rumbo incógnito, se vió precisado á retroceder á Caborca. El padre Kino, que allí le esperaba, cuando vencida la mayor dificultad se hallaba en estado de esperar salir con su intento, recibió carta del padre Juan Muñoz de Burgos para cesar enteramente en la construccion del barco. El religioso y obediente padre, aunque se hallaba con órdenes del padre provincial, y conocia la mucha utilidad de aquella obra, no pensó sino en obedecer ciegamente, y alzando desde luego mano, dió vuelta á su partido de Dolores. Con las noticias que le dió de su jornada el capitan Juan Mateo Mange, se encendió el padre en deseos de reconocer aquella gentilidad y anunciarle el Evangelio. Creció mas el ardor cuando viniendo poco despues á visitarle algunos indios de S. Javier del Bac, le confirmaron las mismas noticias, y se ofrecieron á servirle de guias. Salió efectivamente con ellos por el mes de noviembre, y caminando mas de cien leguas al Norte, llegó al Gila, vió los grandes edificios de que ya hemos dado noticia mas difu.

Alzamiento

samente en otra parte. Celebró en uno de ellos el santo sacrificio de la misa, y habiendo encontrado por todo el camino innumerables genti. les, no tan fieros como los figuraba el temor de sus neófitos, los acarició y procuró darles algunas luces de nuestra santa ley. Así en mé. nos de un año hizo este infatigable jesuita cuatro penosísimos y di. latadísimos viages, caminando en todos mas de cuatrocientas leguas por sierras, por arenales, por desiertos incógnitos y poblados solo de bárbaros salvages, sin otro interés ni designio que el de propagar la religion y el culto de Dios, cuyo celo le consumia,

Todo el fervor y magnanimidad de este grande hombre fué menester de los pimas. para que no se sufocase luego al principio entre los pimas la semilla del Evangelio, y se arruinase enteramente aquella cristiandad. La conjuracion de los gentiles janos y sumas, no se habia enteramente desvanecido. A tramos, y como por represas se dejaba caer algun cuer. po de aquellos bárbaros, ya sobre uno, ya sobre otro, de los presi dios mas remotos. Estos repentinos asaltos habian ya asolado muchas estancias de ganado y siembras, de Terrenate, Vatepito, S. Bernardino y Janos, y en la actualidad habia mucho fundamento para temer que acometiesen los lugares de Nacori y Bacadeguatzi. Desde el principio de estas revoluciones, se imaginó que los pimas y sobas fuesen los principales autores, ó á lo ménos partícipes y cómplices de tantos robos y estragos. Ni el informe del padre Juan María Salvatierra, ni las repetidas representaciones del padre Eusebio Kino, de D. Domingo Gironza Petrus de Crussat, gobernador de Sonora, ni de su sobrino el capitan D. Juan Mateo Mange, habian sido bastantes para desvanecer aquella inícua nota que se habia puesto á los pimas. Persuadidos á ello, algunos capitanes de los presidios cercanos, pusieron por este tiempo en grande riesgo aquella provincia, y á una grande prueba la fidelidad y docilidad de los pimas. El teniente Antonio de Solis, hombre de génio altivo y arrebatado, en el Tubutama, mision del padre Daniel Tenuske, castigó cruelmente á muchos pimas, y aun dió la muer te á algunos por muy leves delitos. En S. Javier del Bac, hallando desierta una ranchería, y en ella alguna carne salada, se imaginó que seria de caballadas, que poco ántes habian faltado á los misioneros de Sonora. Sin mas fundamento que este su discurso, dando desde luego á los pimas por autores del robo, mató tres que pudo alcanzar en su fuga, y azoto cruelmente á dos. Por semejantes sospechas, el capitan Nicolás de Higuera, habia asolado algun tiempo ántes las rancherías

de Mototicatzi.

Unos tratamientos tan indignos, se creyó que hubie, ran agotado la paciencia de los pimas, y los hubieran hecho entrar en la liga de los jocomes y janos, con que se hubieran marchitado en flor las bellas esperanzas que se tenian de su reduccion. Sin embargo, ellos perseveraron fieles, como ántes, en dos campañas seguidas por setiembre y octubre de este año de 1694: auxiliaron gallardamente á los mismos capitanes D. Antonio de Solis y D. Juan Fernandez de la Fuente, con grande pérdida de los jocomes y apaches.

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Sin embargo de que el cuerpo de la nacion hasta entonces estaba muy ageno de la traicion y hostilidades que querian imputársele, no faltaron algunos desabrimientos entre los principales caciques, singularmente en el pueblo de S. Pedro de Tubutama, que bien presto die. ron motivo á una cuasi general sublevacion. El ministro de aquel partido, con ánimo de industriar en los ejercicios de campo á los pimas no acostumbrados, habia llevado consigo tres indios opatas de las antiguas misiones de Sonora con un mayordomo español llamado Juán Nicolás Castziocto, hombre duro y ágrio, mas de lo que permitia el estado de una nueva cristiandad. Por ligeras causas azotaba y maltrataba á los pimas, especialmedte en ausencia del padre; hacian lo mismo los tres indios opatas. El demasiado orgullo y aspéreza con que estos estrangeros abusaban de la paciencia de los pimas, y de la autoridad que les daba su ministro, los conmovió tanto, que resolvieron no sufrirlos mas. A la primera ocasion que estando ausente el padre, întentaron castigar á uno de los pimas, corrieron á las armas sus parientes, y vengaron el agravio con la sangre de uno de los opatas que dejaron atravesado de muchas flechas. Hubieran seguido la misma suerte el mayordomo y aun el mismo padre misionero, si se hallaran en el pueblo. Los agresores procuraron luego formar partido con los de Ugui. toa y algunos gentiles vecinos y pasar á Caborca.

1695,

Para este partido, á que se habia dado el nombre de la Concepcion, Muerte del habia sido destinado y conducido allí pocos meses antes por el padre padre Saetą. Eusebio Kino, el padre Francisco Javier Saeta. Al despuntar el sol, en sábado santo, 2 de abril de 1695, entraron á la pobre casilla del padre, que ignorante de todo, los recibió con su acostumbrada dulzura. No tardó mucho en conocer la mala disposicion de sus ánimos, é hizo llamar al gobernador del pueblo; mas este, temeroso de los bárbaros que habian venido en mucho número, no quiso esponerse al mismo riesgo. El buen padre, desamparado, hincó las rodillas en tierra, y recibió lue,

go dos flechazos. Viéndose así herido, corrió á abrazarse con una devotísima imágen de Jesucristo crucificado que habia traido de Europa, y á pocos instantes rindió el alma. El padre Kino, noticioso de esta desgracia, envió luego al cacique gobernador de Borna que dió sepultura al cadaver, y recogió algunas de las alhajas del padre. A la vuelta encontró el cacique al general D. Domingo Gironza, que con su teniente D. Juan Mateo Mange, los padres Fernando Bayesca y Agustin Campos, caminaba á dar el castigo á los sacrílegos, y les entregó el santo Crucifijo con que murió abrazado el padre, que hasta hoy se venera en la iglesia de la mision de Arizpe. Se hallaron el dia 15 de abril los huesos y cabeza del padre, y junto á ellos veintidos flechas con que lo habian herido ya moribundo. Mientras el general se empleaba en estos piadosos oficios, despachó la mayor parte de sus gentes á las serranías del contorno en busca de los agresores. Un indio que aprisionaron, declaró que los de Tubutama y Uguitoa habian sido los autores de aquella accion con sentimiento de todos los de Caborca, que no habian podido resistir á su furia y á su número. La tropa con sus capitanes marchó á Cucurpe, donde se hicieron á los hue. sos las exéquias con la mayor ostentacion que fué posible, cargando el pequeño cajon en que iban desde la cruz del pueblo hasta la iglesia el mismo general D. Domingo Gironza Petrus de Crussat.

Hecho esto, se dió órden al teniente Antonio Solis para que con la mayor parte de los soldados partiese otra vez á Tubutama y Uguitoa al castigo de los culpados. No se podia buscar hombre mas á propósito para revolver á toda la nacion, de quien era ya aborrecido. Hizo sin distincion algunos ejemplares castigos en los que pudo haber á las manos. A una cuadrilla que se entregó de paz se le concedió con la condicion de que habian de traer é indicar al capitan las cabezas del motin. Efectivamente, cumplieron su palabra, y á los tres dias volvieron con mas de cincuenta indios, mezclados muchos inocentes con algunos de los malhechores. Unos y otros dejaron las armas y caminaron de paz ácia el campo. Los soldados de á caballo é indios tepoquis y seris que los acompañaban, formando un gran círculo, los tomaron en el centro. En esta disposicion se comenzaron á indicar y asegurar los malhechcres, de quienes se habian amarrado tres, cuando los demas irritados de aquella traicion y perfidia, comenzaron á inquietarse, de suerte que la caballería trabajó mucho en contenerlos. ΕΙ bravo oficial contra aquellos infelices desarmados, en vez de apaciguar

fos con la seguridad de que nada se intentaba contra ellos sino contra los culpados, comenzó á degollar por su misma mano á unos cuantos. No tardaron en seguir este cruel ejemplo los tepoquis y seris, irreconciliables enemigos de los pimas, con lo cual en un instante quedó cubierto el campo de cadáveres. El teniente Solis, muy orgulloso de su victoria, y creyendo haber vuelto la paz á la provincia, marchó á juntarse con el general á Cucurpe. De aquí, juzgando no tener que hacer en la Pimería, se trató que quedando tres soldados y el cabo Juan de Escalante en la mision de S. Ignacio, y otros tres con el capitan Juan Mateo Mange en Dolores, el resto del campo marchase á Cocospera para proseguir la guerra contra los apaches, tecomes y janos que de nuevo y cada dia con mas atrevimiento y suceso hostilizaban la Sonora. Apenas emprendieron la marcha, cuando los pimas indignados de la alevosía é inícuas muertes de los suyos, se derramaron en varios trozos por las diversas poblaciones, quemaron los pueblos é iglesias de Tubutama, de Caboria, de Uguitoa y otras vecinas. Ahuyentaron el ganado á los montes y profanaron indignamente los vasos y vestiduras sagradas. El padre Agustin Campos, ministro de S. Ignacio, sabedor de sus designios, envió luego la noticia al general que se hallaba á catorce leguas de allí. Por mucha prisa que se dieron, no se pudo évitar el estrago. A fas ocho de la mañana entraron los amotinados en el pueblo de S. Ignacio. El padre Campos, con sus cuatro compañeros, se habia ya puesto en salvo, quemaron la iglesia y arruinaron la casa del misionero, y lo mismo continuaron haciendo en S. José de los Imeris, en la Magdalena de Tepoquis, y otros pueblos cristianos. La primera noticia que tuvo el padre Kinó, fué que los pimas habian quemado vivo al padre Campos y á los soldados de su escolta. Trató luego de ocultar en una cueva, no muy lejos de Dolores, las alhajas de la' iglesia, y prepararse para morir á manos de los salvages con una serenidad, que espantó á su compañero el capitan Juan Mateo Mange. La grande veneracion y amor con que todos lo miraban como á su padre, libró de las llamas á la mision de los Dolores. El general D. Domingo Gironza, habiendo dado parte al gobernador y capitan general de Nueva-Vizcaya, D. Juan Fernandez de la Fuente y D. Domingo Terán de los Rios con las gentes de sus presidios, revolvió sobre los alzados, les quemó algunas rancherías, taló las sementeras y dió muerte á algunos que alcanzó en su fuga, con tanta viveza y prontitud, que no hallando modo de librar las vidas, hubieron de rendirse á pedir la paz que se les concedió benignamente el dia 17 de agosto.

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