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Las derrotas de Torata y Moquegua produjeron más irritación que desaliento en el pueblo. El triunfo definitivo de la independencia, era un hecho que estaba en la conciencia de los peruanos. La opinión hizo responsable al gobierno del mal éxito de la campaña. El ejército de Lima, situado en Miraflores, se puso en verdadero estado de insurrección contra el congreso, y especialmente contra el triunvirato, movido por el partido de Riva Agüero. Arenales fué invitado á ponerse á la cabeza del movimiento; pero este austero general, que no tenía más ley que la ordenanza militar, prefirió entregar el mando á su segundo, el general Santa Cruz, y se alejó por siempre del Perú. Los jefes del ejército unido, incluso los de los Andes y Chile encabezados por el general E. Martídirigieron una representación al congreso, en que protestando sus respetos y obediencia al cuerpo representativo, pedían que Riva Agüero fuera colocado á la cabeza del gobierno (26 de febrero de 1823). Las milicias de Lima apoyaron esta representación. El congreso tenía que optar entre su disolución ó acceder á las exigencias de la fuerza armada, que era su único apoyo, faltándole hasta el de la opinión pública. Riva Agüero fué nombrado presidente pretoriano de la República Peruana (27 de febrero). El primer acto del congreso, después de este nombramiento, fué nombrar Gran Mariscal de los ejércitos del Perú, á Riva Agüero, coronel nominal de milicias, que no había asistido ni siquiera á una guerrilla.

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La organización del poder ejecutivo era una necesidad de la época. Riva Agüero, rodeado de la popularidad, representaba el sentimiento nacional, y en él estaban depositadas todas las esperanzas de los aliados. El nuevo presidente, favorecido por las circunstancias y por el desprestigio de la administración anterior, correspondió á la espectativa en los primeros momentos, por su actividad y por las acertadas medidas que el instinto de la conservación indicaba. Su primer cuidado

fué reorganizar el ejército, dándole una base nacional, según la idea de San Martín. Santa Cruz, fué nombrado general en jefe, y Martínez de la división de los Andes y Chile. Reanudó las relaciones con Chile y se dirigió á Bolívar, aceptando su auxilio antes rehusado por el congreso. Ajustóse en consecuencia un tratado, por el cual el Libertador se comprometía á concurrir á la terminación de la guerra con seis mil hombres, que debían ser equipados y pagados por el Perú, quedando á su cargo el reemplazo de las bajas (12 de abril). El gobierno de Chile se prestó á dar un auxilio de 2,000 á 2,500 hombres equipados y listos y 1,500 fusiles á más de la división chilena que existía en el Perú (abril 26). San Martín desde Mendoza, activaba la organización de la división argentina, que debía operar en combinación por la frontera de Salta al mando de Urdininea. Al mismo tiempo llegaba la noticia de que los enviados del ex-Protector, García del Río y Paroissien, abandonado el plan de monarquización, habían realizado en Londres un empréstito de un millón doscientas mil libras esterlinas (valor nominal), que fué aprobado por el Con

greso.

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<< El nuevo presidente, dice el más autorizado y bien in>> formado historiador peruano, se encontraba, por sólo el >> natural desenlace de los planes de San Martín, en capaci» dad de disponer de dos ejércitos auxiliares, y con suficientes >> recursos para facilitar la marcha de los negocios. Él lo atri» buía todo á sus combinaciones y cálculos; y como el vulgo » sólo ve los resultados, creía que á Riva Agüero se debía el » mérito del buen aspecto que tomaban las cosas públicas. » La vanidad dominaba á este mandatario y ella lo derribó » bien pronto» (34).

(34) Paz Soldán : « Hist. del Perú Indep. » (2.o período), pág. 73.

VII

Antes de transcurrir dos meses, el Perú contaba con un ejército nacional de 5,000 hombres, pronto á entrar en campaña, además de las divisiones auxiliares de Chile y la República Argentina, que alcanzaban como á 2,500 hombres (35). Esto demuestra, que la confianza de San Martín en los recursos del país para salvarse por sí, al tiempo de su retirada, no era ilusoria, y que movidos oportunamente y con acierto, sobre la base de 11,000 hombres que dejó organizada, habrían bastado para cambiar el aspecto de la guerra; quedando además la reserva de Colombia para reparar cualquier contraste. Con igual confianza, resolvió Riva Agüero repetir la operación de puertos intermedios con arreglo al mismo plan, pero en más grande escala, contando con la eficaz cooperación de Chile y de Colombia. El objeto era ocupar á Arequipa y Puno, para llamar el grueso de las fuerzas realistas hacia el ejército de operaciones unido, y batirlas en detall, mientras otro ejército compuesto de las tropas de las cuatro naciones aliadas invadía por Jauja, y ocupaba Huamanga, con el triple propósito de posesionarse de la sierra del centro, destruir la

(35) Según una carta del general en jefe de esta división, don Enrique Martínez, dirigida á Sucre con fecha 11 de mayo de 1823, publicada en la « Rev. de Buenos Aires », t. XIII, la fuerza argentina del ejército de los Andes á la sazón existente en Lima ascendía al total de 1,341 hombres y la chilena á 1,246, ó sea un total de 2,587 hombres. En un estado de fuerza oficial, de fecha 31 de octubre de 1823, se da el detalle de las tropas argentinas en esta fecha de la manera siguiente: Regimiento Río de la Plata, 622 plazas; batallón núm. once, 351 ídem; Regimiento Granaderos á caballo, 253, á que agregando 64 jefes y oficiales, suman 1,290 hombres (Véase << Hist. del Perú Indep. » (2.° período), pág. 9).

fuerza enemiga que allí quedase ó perseguirla en su retirada, y obrar de este modo en combinación con el ejército expedicionario. Bolívar, consultado, aprobó el plan, y se comprometió á enviar los seis mil hombres ofrecidos. Chile prometió poner en las costas del sud del Perú el contingente de dos mil hombres convenido, facilitando el envío de los caballos necesarios para la expedición. Los realistas, que después de sus triunfos en Torata y Moquegua habían vuelto á sus anteriores acantonamientos, ignorantes de estos planes y de esta aglomeración de nuevos elementos, se preparaban mientras tanto á atacar á Lima.

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La expedición de intermedios, fuerte de siete batallones, cinco escuadrones y ocho piezas de artillería, que sumaban más de 5,000 hombres, zarpó del Callao en los últimos días de mayo (14 al 25 de mayo). Componíase exclusivamente de elementos nacionales, para darle más cohesión, y evitar la rivalidad que se había despertado entre los cuerpos auxiliares los del país. Su mando fué confiado al general Santa Cruz, llevando por jefe de estado mayor al coronel Gamarra. Por la primera vez el Perú tenía un ejercito suyo, fuerte y compacto, mandado por generales peruanos. Esto exaltaba el sentimiento nacional, que era una nueva fuerza moral incorporada en sus filas. El general expedicionario, al tiempo de abrir su campaña, se presentó ante el congreso, y juró volver triunfante ó morir en la demanda. Ni triunfó ni murió.

Las primeras operaciones de Santa Cruz fueron más activas y acertadas que las de Alvarado. No se perdió tiempo. Á mediados de junio (17 de junio), estaba dominada toda la costa desde Iquique á Ilo, y el convoy expedicionario reunido en Arica. El mismo día, Canterac con un ejército de 9,000 hombres, bajaba de la sierra y se apoderaba sin resistencia de la capital. Todas las combinaciones quedaron así trastornadas por una y otra parte. El ejército del sud, encontraría

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menor resistencia; pero tendría que obrar aisladamente como en la anterior campaña. La expedición á la sierra no era posible; pero en cambio los realistas ejecutaban un movimiento falso que no les proporcionaba ninguna ventaja militar, y daba tiempo á los independientes para rehacer sus planes sobre la base de dos ejércitos dueños de las comunicaciones marítimas, que podían transportarse rápidamente de un punto á otro á lo largo de las costas. Quedaba todavía el refuerzo de Colombia y el auxilio de Chile, que inclinaba la balanza del lado de los independientes.

Bolívar no participaba de la confianza general. Sea que se diese mejor cuenta de la situación militar ó que no viese la victoria allí donde él no estaba presente, el hecho es que veía más claro que todos, y que sus pronósticos se cumplieron al pie de la letra, si bien es verdad que preparando él los acontecimientos en el sentido de sus designios. Después de la desgraciada campaña de puertos intermedios, escribió á Alvarado, á quien procuraba atraerse por la importancia que le suponía: - «La derrota de las tropas en Moquegua es >> una consecuencia del estado anterior de las cosas. No podía ser menos. Prueba de que yo había previsto este >> suceso, es que ofrecí anticipadamente 4,000 hombres, y » mandé retirar nuestras tropas porque las creía pérdidas en Lima. La revolución es un elemento que no se puede » manejar. En más indócil que el viento. Usted ha sido víc» tima de ella » (36). Combinada la nueva expedición, cuyo plan aprobó como el anterior formado por San Martín, dirigía á Sucre una de sus más notables cartas : « No son Can>>terac y Valdés los temibles: sus recursos, posiciones y » victorias, les dan una superioridad decisiva, que no puede

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(36) Carta de Bolívar á Alvarado de 18 de marzo de 1823. M. S. aut. (Arch. San Martín vol. LVII.)

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