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que, si en un rato de mal humor llega a cometer esa injusticia, vuelve pronto sobre sus pasos i no regatea las merecidas alabanzas al que por error habia deprimido. Porque el carácter del señor Perez de Espinosa es, en toda la estension de la palabra, un noble carácter. Nadie, de seguro, podrá acusarlo de rastrera ambicion, de andar tras los honores, de haber dirijido al rei una sola frase que pueda calificarse de adulacion. Estos defectos, tan comunes en aquella época, no llegaron a manchar ni un solo instante su vida. Su correspondencia con el rei, a que acabamos de referirnos, manifiesta que el ilustre franciscano parece respirar atmósfera mui distinta de la que alentaba a sus contemporáneos.

Casi siempre, en las cartas dirijidas al rei por los gobernadores i obispos, fuera de la relacion de los sucesos públicos i de la espresion de las ambiciones personales, encuentra el investigador la defensa del que escribe, escucha a un abogado i oye la esplicacion de cuanto sin ella pareceria oscuro o contrario al personaje.

No sucede asi, por desgracia de la historia i para honra del obispo, en la del señor Perez de Espinosa. El enérjico i valeroso anciano se cuida poco de inclinarse ante el rei i de atraerse su benevolencia: si se trata de reparar una injusticia, de defender al desgraciado indíjena, de poner coto a los desmanes del encomendero, tendremos ocasion de oirlo hablar larga i calorosamente a Felipe III, único de quien podia aguardar remedio para esos males. Pero si el asunto mira al ejercicio de la jurisdiccion eclesiástica, al réjimen de la Iglesia, el prelado no va a pedir autorizacion ni consejos al rei: no habria sido él quien hubiera llamado al monarca, como años despues lo denominó su segundo sucesor, el señor Villarrcel, mi oráculo. Jamas lo veremos pedirle favor en sus conflictos con las autoridades; nunca se empeñaba tampoco el señor Perez en defenderse de las acusaciones o cargos que contra él se hubieran dirijido: parece haber despreciado los medios que todos ponian en uso i no haberse acordado sino de las armas de que él disponia, las cuales, ciertamente, no eran letra muerta en sus vigorosas manos.

En aquella época de absoluta sumision al rei, cuando todos los funcionarios del Estado, a cualquiera clase i categoria que pertenecieran, contaban en los mas insignificantes negocios con su voluntad casi omnipotente, el anciano obispo de este rincon del mundo, solo, sin relaciones i sin influencia, si hubiera elejido el mote que mas convenia a su escudo episcopal, habria escrito en él: «< para mis asuntos, me basto

yo.

De aquí nace, lo repetimos, que si el señor Perez de Espinosa proporciona en sus cartas al rei abundantes noticias de las necesidades de la diócesis que aquel podia remediar i del estado de la Iglesia, que el monarca se empeñaba siempre en conocer, rarísima vez i solo por incidente dice unas pocas palabras acerca de algunos de los muchos ruidosos conflictos en que hubo de figurar. Sin la correspondencia de los gobernadores i sin los otros documentos, seria imposible tener clara idea de aquellos sucesos: cuando de tales fuentes nazca la justificacion del prelado, ella lo honrará doblemente por venir del adversario o, por lo menos, de estraños.

Para concluir el retrato del señor Perez de Espinosa, dejemos hablar al ya citado señor Villarroel, el hombre de carácter mas opuesto al de su antecesor. En el artículo que dedica a dilucidar «si son necesarias las audiencias, especialmente en las Indias » (8), comienza por hablar del señor Perez como del mas encarnizado enemigo de esos tribunales, se presenta a sí propio como su mas decidido amigo i termina con el siguiente parangon, destinado a mostrar la superioridad de su conducta sobre la del que representa el estremo opuesto, caracterizado evidentemente por el señor Perez de Espinosa: « No es tan bueno para obispo, especial<< mente en las Indias, un anacoreta, grande ayunador, mui dado << a la oracion mental, con mas celo que libros, con mas discipli«na que letras, a título de reformador opuesto al patronazgo <«real, que sin saber los límites de la jurisdiccion eclesiástica

(8) Villarroel, Gobierno Eclesiástico Pacífico, parte II, question XI, ar

ticulo II.

quiere ser mártir por la libertad e inmunidad de la Iglesia, « pareciéndole que es un sagrado pundonor oponerse a los mi• «nistros.del rei; como un hombre docto, versado en los dos de« rechos, pacífico, que pone el honor en ser buen vasallo del rei, « que tiene bastante prudencia para convenir los sacros cánones « con las órdenes de su príncipe, que le arrastran las cortesías <«< con las reales audiencias, i que al consejo no envien los tribu«nales quejas sino alabanzas. » I si no sigue adelante el señor Villarroel es porque ha visto mui a lo vivo su retrato i « la mo«< destia, dice, me va embargando la pluma.

No tenemos que opinar ahora acerca de esta singular modestia. Queremos únicamente notar cuán rara cosa era, hace cerca de trescientos años, en pleno reinado del mas exajerado regalismo, cuando los monarcas de España llevaban la intrusion al estremo de ordenar quiénes habian de ser admitidos a la comunion eucarística, cuán rasa cosa era que un obispo de Chile intentara hacerse campeon de la libertad e inmunidad de la Iglesia.

Sean cuales fueren las apreciaciones que a los hombres de diversas ideas merezca ese hecho, él muestra a todos el carácter enérjico e independiente del señor Perez de Espinosa.

No lo olvidemos; pues es por demas natural que semejantes convicciones, que separaban al obispo de cuantos tenian autoridad en la colonia, contribuyeran a hacer mas frecuentes los conflictos i las luchas.

CAPÍTULO XIII.

LOS PRIMEROS ACTOS DEL SEÑOR PEREZ.

Males de la vacante.-El cabildo eclesiástico de Santiago a la llegada del señor Perez.-Francisco de Ochandiano.-El loco Francisco de Llanos.-Injustos cargos del señor Perez.-La fuga de Martin Moreno.-Elojios del señor Perez al clero de Santiago.-No debe juzgarse al clero por el cabildo.-Mala impresion que causan al obispo las cosas de Chile.-El obispo i los indios.Disminución de los indíjenas.-Multitud de servicios que se les imponian.Crueldad con que se les trataba.-Sentidas palabras del señor Perez de Espinosa. Falta de brazos para la agricultura.-Comienzan los vecinos a traer indios huarpes.-Protesta contra esto el señor Perez: lo que presenció en la cordillera Busca remedio en la venida de la audiencia.-Lo que, segun el señor Villarroel, pensó post riormente el señor Perez do los oidores.- Pide el nuevo obispo al rei la fundacion en Santiago de una universidad.

El nuevo obispo de Santiago necesitaba no poca enerjía para poner en órden las cosas de su Iglesia; la cual, como siempre i mas aun que otras veces, lamentaba entónces los males orijinados por una larga vacante. Puede decirse que esa vacante comenzó con la muerte del señor Medellin, acaccida a fines de 1592 (1); pues el señor Azuaga estuvo casi siempre enfermo,

(1) En LOS ORIJENES DE LA IGLESIA CHILENA, pájina 429, apoyados en la autoridad del sínodo de Santiago, dijimos que el señor Medellin habia muerto en 1593. Rectificamos este aserto, pues tenemos a la vista la presentacion que Оñez de Loyola hizo el 4 de diciembre de 1592 al cabildo en SEDE VACANTE para que proveyese la doctrina de Putagan, Longomila i Purapel en el dominico frai Juan Salguero. El cabildo así lo hizo el 10 del

mismo diciembre.

Debemos este dato a la amistad del presbítero don Miguel Domingo Cá

ceres.

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