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ausilio. Si un militar tan esperto creia posible socorrerlas, teniendo a sus órdenes solo trescientos soldados, ¿cómo se resolvia él a dejarlas abandonadas a su tremenda suerte?

Para responder a esta pregunta de una manera favorable era preciso sostener que, como ya lo insinuaba Rivera, García Ramon no pensó jamas con seriedad en llevar a cabo la espedicion austral i que cuanto hizo fué una farsa urdida en la seguridad de la llegada del sucesor i en vista de adquirir prestijio ante la corte. Esto necesitaba probar Rivera i, necesitándolo, le suministrarian el medio de conseguirlo el odio i la adulacion; que siempre quien baja del poder deja enemigos deseosos de aprove char la primera oportunidad para vengarse i encuentra quien sube viles aduladores prontos a atestiguar cuanto convenga al poderoso.

En prueba de esta verdad, luego comenzó a susurrarse que el viaje de García Ramou habia sido una comedia i principió a hablarse de conversaciones sorprendidas por uno de los capitanes i repetidas por éste a Rivera.

El capitan que asi venia a servir los deseos del gobernador era don Francisco de Villaseñor i Acuña, a quien vimos entre los consejeros del virei del Perú, el cual, a lo que parece, deseaba subir i no se paraba en medios ni se detenia a considerar si era justo o injusto, honroso o deshonroso lo que emprendia.

No se le habian de presentar muchas ocasiones como la que aprovechaba: por una parte, el frustrado proyecto de García Ramon i, por otra, la forzada inmovilidad de Rivera: era preciso desacreditar al primero i complacer al segundo. El medio que ideó, si, como creemos, fué falso su testimonio, no honra a su imajinacion.

Se recordará que cuando Alonso García Ramon se hallaba en Quilacoya recibió una carta del capitan Hernando Cabrera, correjidor de Concepcion, en la que se le decia que Arauco estaba sitiado por los indios i en grandes apuros.

¿Fué cierto el sitio de Arauco? En la informacion, que sobre estas cosas levantó Alonso de Rivera el 14 de julio de 1601, se

prueba que no existió el mencionado sitio: todos, amigos i enemigos de García Ramon, convinieron en ello.

¿Fué entónces superchería? Tampoco se deduce eso de la informacion. Muchos de los testigos, i entre ellos mas de uno de los que se manifiestan adversarios del gobernador cesante, aseguran que, si bien no hubo cerco en Arauco, los defensores del fuerte pudieron creerse en gravísimo peligro, no solo por la falta de alimentos, sino tambien porque varias veces se presentaron los enemigos en son de guerra en los alrededores. Parece que tambien hubo pequeños ataques i que murieron en uno de ellos. dos araucanos. Si se atiende a lo amilanados que se encontraban los españoles i a lo abandonados que iban a quedar los defensores de Arauco con la ausencia de Alonso García Ramon i de sus tropas, no tiene nada de raro que el comandante del fuerte exajerara un tanto los peligros i aun supusiera ya efectuado un cerco esperado por momentos, a fin de obtener recursos que llegarian a ser imposibles una vez emprendido el viaje del gobernador.

Por lo demas, ya hemos visto que el propio Alonso de Rivera juzgó urjente socorrer a Arauco para librarlo del «< ordinario « cerco i asaltos » que sostenia contra los indios. I despues, cn mas de una ocasion repite que cuando, apénas llegado, socorrió el fuerte, lo encontró cercado por los araucanos: « Socorrí, escribe << al rei el 22 de setiembre de 1601, un fuerte que en el (Estado <«< de Arauco) habia de sesenta españoles cercados del enemigo, << con notable falta de comidas, sustentándose con algunas yer«bas del campo i el rio sin las prevenciones que eran mui nece

<< sarias. >>

Se esplica esta aparente contradiccion, recordando lo que eran los cercos puestos por los indios a las ciudades de Chile: sin estar en realidad sitiado, el fuerte de Arauco se encontraba en situacion mui semejante a la de un cerco, por los contínuos ataques de que era objeto: nada tiene de raro, por lo tanto, que no resultara efectiva i fuera dada sinceramente la noticia de tratamos.

que

Esto es lo natural i lo que probablemente sucedió; pero los

aduladores del nuevo gobernador empezaron a sostener que to'do habia sido farsa i don Francisco de Villaseñor i Acuña quiso dar fuerza a esta opinion con un aserto que probablemente es una calumnia, de seguro una villanía.

Segun contaba, dos o tres dias antes de emprender Alonso García Ramon la famosa espedicion al sur, estando Villaseñor « en la sala de la posada » del gobernador interino, vió que éste « apartó a una parte de la dicha sala al capitan Her<< nan Cabrera, correjidor de la dicha ciudad que en aquella <«< sazon era i le dijo que antes que pasase el rio de La Laja le « escribiese cómo la casa fuerte de Arauco estaba en grandes « aprietos i que convenia mucho la volviese a socorrer; que con « esta ocasion se volveria i en el entretanto llegaria gobierno « nuevo o el socorro de jente que se esperaba, i entónces, segun « lo que sucediese, tomaria nuevo acuerdo. I el dicho correjidor «<le respondió que le parecia buena traza. Lo cual oyó este tes«tigo mui bien por estar cerca de los susodichos »> (1).

Tal fué la especie que comenzó a esparcir don Francisco de Villaseñor i Acuña cuando vió rotas las relaciones entre el gobernador cesante i su sucesor. Alonso de Rivera podia haber conocido cuánta inverosimilitud envolvia ese relato i cuán poca dignidad habia en bajarse hasta recojerlo; pero el interes i la pasion lo ofuscaron i juzgó que cuanto referia Villaseñor era la verdad i que le serviria para mostrar en García Ramon un intrigante. En consecuencia, el 14 de julio de 1601 proveyó un auto para mandar levantar una informacion, cuyas tres preguntas se dirijian a probar que, estando Alonso García de acuerdo con Hernan Cabrera para que éste lo llamase, habia sido un embuste el proyectado socorro de las ciudades australes.

El propio Alonso de Rivera comenzó a tomar las declaraciones. Naturalmente, fué la primera la de don Francisco de Vi

(1) Informacion levantada en Santiago el 14 de julio de 1601 por órden del gobernador Rivera para probar que Alonso García Ramon no pensó socorrer las ciudades australes. Esta informacion es la que principalmente nos guía en el presente capítulo.

llaseñor i Acuña, quien, bajo la fe del juramento, refirió cuanto llevamos resumido. Tomada esa declaracion que, en el ánimo de Rivera, era el fundamento del proceso, comisionó « al licen«ciado Pedro de Vizcarra para que prosiga i acabe esta causa « por estar Su Señoría ocupado en las cosas de la espedicion de « la guerra. »

¿Fueron realmente las ocupaciones de la guerra las que retrajeron a Alonso de Rivera de continuar por sí mismo la informacion o quiso separarse de un asunto que vió ya mal parado? Si habia dado importancia a lo que decia Villaseñor cuando lo habia oido aumentado por la chismografía, parece imposible que continuase dándosela, al condensar en una declaracion jurídica el mencionado relato. ¿A qué quedaba, en efecto, reducido? ¿Era creible que Alonso García Ramon cuando se confabulaba en su propia casa con Hernan Cabrera en un asunto que, descubierta la conspiracion, seria su ruina, llevara tan lejos la imprudencia que no aguardase siquiera a encontrarse a solas con él para hacerle en seguridad la propuesta? ¿Era creible que escojiese el momento ménos a propósito i que, al apartarlo de todos para hablar, cometiese la torpeza de no fijarse en que uno podia escuchar la conversacion? Nada de esto era aceptable i ninguna persona séria podia creer tal cúmulo de inverosimilitudes, fundadas solo en la palabra de un hombre que, segun propia confesion, habia sorprendido un secreto en casa de quien, siendo su superior, lo recibia como amigo. Habia sorprendido vilmente el secreto i se valia de él con mas vileza para hacer traicion al que ya no podia ni favorecerlo ni dañarlo.

De todos modos, el mismo Alonso de Rivera, que en sus cartas al rei parece dar entero crédito a don Francisco de Villaseñor i Acuña, nos suministra un dato mas para despreciar la patraña contada por este capitan. Se queja amargamente desde la ciudad de Córdoba, el 20 de marzo de 1606, de que hasta el capitan i el piloto del filibote mandado por Alonso García Ramon con socorros al fuerte de Arauco se hubiesen atrevido a entrar en la intriga para engañarlo: al llegar el nuevo goberna

H.-T. II,

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dor al fuerte de San Vicente, encontró allí el mencionado barco, i el capitan i el piloto pasaron « a mi navío i preguntándoles « por las cosas de la tierra me dijeron, entre otras, que habian <«< estado en la bahía de Arauco, donde fueron a socorrer aquel « fuerte por orden del gobernador i que el dicho fuerte estaba sitiado del enemigo i mui apretado i que no habian podido <«< entrar i asi se habian vuelto. I yo creí lo que me dijeron, pa« reciéndome que en hombres tales i en negocios de aquella cali« dad no dijeran una cosa por otra especialmente al gobernador. »

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i

I le sobraba razon para juzgar asi: es absurdo, en verdad, suponer que dos subalternos fueran a hacerse reos de semejante impostura, con la seguridad de ser inmediatamente descubiertos para servir a un hombre cuyo poder concluia i en contra del que entraba al mando; es absurdo suponer que Alonso García Ramon fuera a aumentar sin necesidad el número de sus cómplices i a hacer partícipe a toda la tripulacion del filibote de un secreto que tanto le importaba guardar.

Por lo mismo, a juicio nuestro, la relacion del capitan i el piloto, que Rivera cita en apoyo de lo declarado por don Francisco de Villaseñor, es perentoria prueba de la falsedad de éste: manifiesta que, con fundamento o sin él, se creyó en Arauco en la existencia de un sério peligro por parte de los indios i que se pidió de esa plaza el ausilio del gobernador.

A pesar de lo poco que probaba en contra de Alonso García la declaracion de don Francisco de Villaseñor i Acuña, ella fué la mas adversa de las que figuran en el espediente. Es cierto que algunos, como don Diego Bravo de Saravia, alférez del reino, el capitan Pedro Guajardo i el capitan Gonzalo Becerra, se muestran deseosos de apoyar, a costa del antiguo, al nuevo gobernador; pero, como no llevaron su servilismo hasta convertirse en perjuros i calumniadores a imitacion de Villaseñor, su testimonio se reduce a afirmar que ni ellos ni otros muchos habian prestado fe al proyecto, tan decantado por García Ramon, de ir en ausilio de las ciudades australes.

Algunos testigos, o mas independientes o mas favorables al

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