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gobernador cesante, se limitan a esponer los hechos, a saber, los quince dias que empleó García Ramon en talar las mieses, la duda que en jeneral se tenia sobre que se efectuase la jornada i lo relativo a la carta de Hernan Cabrera; en cuanto a la supuesta confabulacion, ni siquiera la mencionan i sobre las intenciones de Alonso García declaran con nobleza que no les toca juzgar pechos ajenos: tales son los capitanes Juan de Santa Cruz, Gonzalo Rodriguez, Juan de Quiroga, Juan de Godoi i, mas aun que los mencionados, Salvador de Cariaga.

Honra mucho al anciano teniente jeneral, Pedro de Vizcarra, no solo el haber dejado libertad a los declarantes para espresar opiniones, que no podian ser del agrado del gobernador, sino tambien el no haber buscado testigos que cargasen al que ya no podia defenderse, cosa tan comun en las informaciones de la época, i aun el haber llamado a declarar a hombres de cuyas simpatias hácia Alonso García Ramon no podia dudar.

En tal caso se encontraba don Luis Jufré, que, como sabemos, habia sido el de toda la confianza de García Ramon i su maestre de campo jeneral. Mui distinguido debió éste de considerarlo cuando le confió ese puesto, que lo colocaba sobre tan antiguos i valientes capitanes, a la edad de treinta i siete años; i si hemos de juzgar por la manera como se portó al dar su declaracion don Luis Jufré, Alonso García Ramon no se engañó al honrarlo con su confianza. Con toda enerjía afirma «que « cuando partió de la Concepcion el dicho Alonso García Ra«mon, i este testigo con él como maestre jeneral del reino, fué « con intento de socorrer las ciudades de arriba. I lo mesmo « quedó resuelto en los acuerdos de guerra que se hicieron i se « trató i le dijo el dicho Alonso García Ramon, como a persona << con quien comunicaba sus secretos, que los cabildos le pedian « que se entretuviese cierto tiempo hasta que se encerrasen las <«< comidas en la ciudad de Chillan i la Concepcion, en el cual « habia lugar de hacer la guerra i talar las comidas a Hualqui i «Quilacoya e otras muchas para dejarles necesitados i de suerte « que no pudiesen tener juntas para hacer daño a la Concepcion

«<e Chillan. E nunca este testigo conoció contrario intento a dejar de proseguir la jornada, ántes como su amigo en secreto « preguntado i hallando este testigo muchas dificultades para « hacer la dicha jornada de jente poca i desarmada, le dijo este testigo que iban perdidos; a lo cual respondió el dicho Alonso « García Ramon que aunque fuese hecho pedazos habia de ir, «que le iba su honor i que no habia de faltar desto. I lo demas « que contiene de la carta que dice haber tratado le escribiese «< con el dicho Hernan Cabrera, que no lo sabe ni otra cosa. »

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Por mas que Alonso de Rivera creyese perjudicar a García enviando al rei la mencionada informacion, dudamos que consiguiera su intento: los sucesos se encargaron de mostrarle que el antiguo i valiente militar no habia desmerecido ante los ojos del soberano. Don Juan de Villaseñor i Acuña debió de quedar entre los militares como un calumniador i bien claramente lo manifiesta el capitan Salvador de Cariaga cuando afirma «que no «sabe este testigo si ántes de partir trató (Alonso García Ramon) lo que dice la pregunta con el dicho capitan Hernan Ca«<brera. I aunque lo ha oido decir de un mes a esta parte en esta « ciudad de Santiago, no tiene memoria de que persona lo oyese « en la dicha ciudad de la Concepcion ni lo oyó a persona nin« guna,» lo que equivale a decir que Villaseñor inventó su relato solo cuando vió que podia medrar calumniando a Alonso García. I, en verdad, tenemos otro motivo mas importante para suponer que nadie acusaba de esa superchería a García Ramon cuando se separó del gobierno de Chile: cuando pidió Alonso de Rivera a los principales capitanes su opinion acerca del estado del reino i sobre si convenia o no por entónces ir en socorro de las ciudades australes, tuvieron éstos la oportunidad mas propicia para revelar que García Ramon no habia pensado en efectuar semejante jornada; i, sin embargo, nadie insinúa tal

cosa.

Pero, si debió de dañar i mucho al buen nombre de don Francisco de Villaseñor i Acuña su calumniosa declaracion, le sirvió no poco para sus intereses: gracias a la influencia de Alonso

de Rivera lo encontraremos mas tarde en el codiciado puesto de veedor jeneral de Chile.

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En cambio, Alonso de Rivera no consiguió convencer ni al virei ni al rei de que habia obrado prudentemente dejando de socorrer a Villarica i no siguiendo la opinion de Alonso García. Don Luis de Velasco, escribiendo desde Lima a Felipe III el 28 de diciembre de 1601, reprueba el que Rivera no desembarcase en Valdivia i que no siguiera el consejo de García Ramon ni aceptase sus servicios. I con fecha 5 de mayo de 1602 agrega: «Como es ordinario haber competencias en los que son de « una profesion, no han faltado algunas entre don Francisco de Quiñones, Alonso García Ramon i Alonso de Rivera sobre el modo de hacer la guerra i gobernar aquel reino i cada uno «< sustenta su opinion. Entiendo que los dos primeros sirvieron << bien e hicieron lo que les pareció que convenia al servicio de « Dios i de Vuestra Majestad, de cuya grandeza esperan ser gratificados. I teniendo yo atencion a que el Alonso García no <«< tenia lo que habia menester, en nombre de Vuestra Majestad « le hice merced de mil pesos ensayados en una situacion de in«dios por dos vidas. Don Francisco de Quiñones aspira a un «hábito de las tres órdenes i, para suplicarlo a Vuestra Majestad, envia en esta flota a su hijo mayor, que tambien sirvió en « Chile en compañía de su padre: ambos merecen que Vuestra Majestad les haga merced i honre sus pretensiones. »

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Mientras los dos Alonsos discutian en Concepcion sobre la posibilidad o imposibilidad de socorrer las ciudades australes, el anciano Pedro de Vizcarra mandaba en Santiago en calidad de teniente jeneral i no tenia para qué tomar parte en el debate. Debemos advertir, sin embargo, que cuando, en carta de 1.o de febrero de 1603, habló al rei de este asunto, apoyó decidida i calorosamente a Alonso de Rivera. Segun él, el gobernador no socorriendo las ciudades del sur, habia obrado conforme al parecer de los hombres prácticos, pues con su ida se habria sublevado todo lo de paz.

CAPÍTULO VI.

CHILE A LA LLEGADA DE RIVERA.

Número de soldados enviados a Chile por el virei.-Minuciosa relacion de las fuerzas de cada uno de los fuertes i ciudades de Chile.-Diferencias de las cuentas de los dos Alonsos.-Apoya el virei a García Ramon.-En lo que estan de acuerdo: poco valor de los soldados venidos del Perú.-Inseguridad de Concepcion i sus alrededores a la llegada de Rivera.-La Serena i Santiago.-Cuanto mas apreciado era lo de la capital.-Hernando Vallejo de Tobar i Hernando Cabrera.-Escasez de víveres.-Cuán mal armados estaban los soldados. Lo que producian en Chile las contribuciones.-Cuántas i cuán diversas cosas pedia Rivera al rei.—Admira el gobernador la pujauza de los araucanos.-Grandes ventajas que elles habian obtenido.-Mas dificultades que la conquista, ofrecia la pacificacion del reino.-Número de indios de guerra. -Fuerzas que Rivera juzgaba necesarias para la dominacion del pais.

¿Qué número de soldados habia en Chile cuando Alonso de Rivera se hizo cargo de su gobierno? Despues de la muerte de don Martin García Оñez de Loyola, el virei del Perú don Luis de Velasco, en diversas partidas, habia mandado mui cerca de mil hombres. He aquí la enenta que de ellos daba García Ramon, contestando el 18 de febrero de 1601 a las preguntas que le dirijió su sucesor en el mencionado auto de 16 del mismo mes i año: «Es mui cierto haber Su Excelencia el señor don Luis « de Velasco enviado a este reino poco menos de mil soldados, « de los cuales la cuenta que yo puedo dar, poco mas o menos, « es la que se sigue: en Santiago i sus términos quedaron treinta «i cuatro hombres; en el hospital de la dicha ciudad, cuarenta « enfermos, que bajaron con don Francisco de Quiñones; en

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Chillan i fuerte de Talea, doscientos i dos; en la Concepcion,

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