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LOS CONQUISTADORES TOMAN POSESIÓN DE LAS ORILLAS DEL PLATA EN NOMBRE DEL REY DE ESPAÑA

17. ¿Qué hizo su novio cuando vió que estaba en brazos de otro? 18. ¿Se quitó la vida su novio?

19. ¿Qué es este cuento?

20. ¿Quién escribió este cuento?

Translate. Jilma was to be united with a young man of royal family. But a bitter sorrow was afflicting her heart. It was not that her soul had been saddened on seeing near at hand the separation from her family. It was that she had asked her father to permit her brother to come back to the bosom of his family, and she was afraid he would not come. Her lover not only was unconscious that her brother was serving the king of Tunja, but was very far from suspecting that she had a brother. If Tilmaquín had not come back, Jilma and her lover would have been happy. But probably (see note to p. 67, l. 1) she is happy now (ahora).

XVI

SUCESO TRÁGICO DE LUCÍA MIRANDA 1

1

HABÍA entre los españoles una dama llamada Lucía Miranda, mujer del valeroso Sebastián Hurtado, y ésta

1 Es éste un cuento de la época de los conquistadores. En 1526 el explorador Sebastián Cabot, navegante veneciano al servicio de España, remontó las aguas del río de la Plata, penetró en el río Paraná, y fundó el fuerte del Espíritu Santo en el territorio de los indios timbúes. Cuando regresó Cabot a España, delegó el mando del fuerte en un hombre de distinguido mérito, don Nuño de Lara. Al momento de comenzar nuestro cuento, dos años habían pasado desde la partida de Cabot, durante los cuales la guarnición del Espíritu Santo mantenía pacífico trato con los indios. Pero el cacique de los timbúes, el cual se llamaba Mangora, se había prendado de la mujer de uno de los españoles. Había resuelto hacerla su esposa, y preparaba una horrible traición.

era la que inocentemente abría en el bárbaro una herida incurable. Con suma discreción procuraba ocultarse de sus codiciosas miradas y esconder unos ojos cuyas chispas habían producido tanto incendio. Aunque en el fervor de 5 su pasión daba Mangora a sus deseos cierta posibilidad que no tenían, no dejaba de advertir que no valdrían remedios ordinarios a un mal casi desesperado. Entre aquel torbellino de deseos, llamó a consejo a su hermano Siripo, no con la indiferencia del que duda, sino con el empeño del 10 que busca un compañero de su delito. Después de una porfiada disputa en que Siripo manifestó el despejo de su razón, por último, a fin de huir la nota de cobarde, la pérdida de los españoles, menos de Lucía, quedó entre ambos decretada. La fuerza abierta era inútil contra una 15 sangre tan fecunda de héroes. Una traición era lo único a que podía apelar, porque un traidor era sólo lo que en estos tiempos temía un español.

ΙΟ

Sabía Mangora que el capitán Rodríguez Mosquera, con cincuenta de los suyos, entre ellos Hurtado, se hallaba 20 ausente en comisión de buscar víveres para la guarnición extremosamente debilitada. Con toda diligencia puso sobre las armas cuatro mil hombres, y los dejó en emboscada cerca del fuerte, quedando prevenidos de adelantarse al abrigo de la noche. Él, entretanto, seguido de treinta sol25 dados escogidos y cargados de subsistencias, llegó hasta las puertas del baluarte; desde aquí, con expresiones blandas de la simulación más estudiada, ofreció a Lara, capitán

del fuerte, aquel pequeño gaje de su solícito buen afecto. Los nobles sentimientos del general eran incompatibles con una desconfianza, y por otra parte hubiera creído hacerse responsable a su nación enajenando con ella un buen aliado. Recibió este donativo con las demostraciones del 5 reconocimiento más ingenuo. Pero algo más se prometía el pérfido Mangora. La proximidad de la noche y la distancia de su habitación le daban derecho a esperar hospitalidad para sí y los suyos. No le engañó su deseo. Con suma generosidad Lara les dió acogida bajo sus techos; 10 y los indios y los españoles cenaron y brindaron muy contentos, como si ofreciesen sus libaciones al Dios de la amistad. Cansados del festín se acostaron. El sueño oprimió a los españoles y les dejó a discreción del asesino. Mangora entonces, comunicadas las señas y contraseñas, pegó fuego 15 a la sala de armas; abrió a sus tropas las puertas de la fortaleza, y todos juntos cargaron sobre los dormidos haciendo una espantosa carnicería. Los desgraciados españoles vendieron muy caras sus vidas. Lara con un valor increíble repartía en cada golpe muchas muertes; 20 pero en su concepto nada era, mientras quedaba vivo el autor de esta tragedia. Respirando estragos y venganza buscaba diligente con los ojos a Mangora. Al punto mismo que lo vió, se abrió camino con su espada por entre una espesa multitud, y aunque con una flecha en el costado, no 25 paró hasta que la había enterrado toda entera en su persona. Ambos cayeron muertos; pero Lara con la satisfacción

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