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Tengo necesidad, dijo el muchacho con tono resuelto.

Pues me la llevaré de todos modos, añadió Rastrillo.

El muchacho le miró con expresión de angustia y de espanto; hizo después un gesto como para llorar, y se colgó, por fin, del brazo de Rastrillo.

¡ Démela usted, por su madre!

No la tengo.

Pues por la mía, señor, que se muere si no vuelvo pronto. . . .

-¡ Calla y lárgate!

¡ Démela, por Dios! Se lo pido de rodillas — gritó el muchacho.

Rastrillo le tapó la boca, temeroso de que oyeran los gritos en el cuerpo de guardia; pero como el chico gritaba y forcejeaba bravamente, puso la gallina en el suelo, pisó con un pie la cuerda con que estaba atada, y se dispuso a luchar con él para imponerle silencio. Trató de taparle 20 nuevamente la boca con una mano, y el muchacho se la mordió. Dióle algunos golpes en el rostro y en la cabeza, con el propósito de dejarle aturdido, mientras él ganaba la salida del foso por el lado de la Marina; mas viendo que el valiente muchacho se defendía y gritaba con mayor fuerza, 25 tuvo miedo de que acudiesen algunos soldados de la guardia vecina y le prendiesen. Le inspiraba horror el presidio con su severísima reclusión.

¡Ay, mi madre, mi pobre madre enferma ! — gritaba tristemente el pobre muchacho.

¡ Calla o te ahogo! — gruñía Rastrillo con voz sorda. -¡Caridad, caridad por Dios!

- Te estrangulo si das otro grito.

-¡ Socoooo...!

No pudo articular por completo la palabra, porque Rastrillo le apretaba la garganta con ambas manos. Forcejeó el muchacho vigorosamente; apretó más y más aquél en el enardecimiento del miedo, y en esta brega 10 siguieron algunos instantes, hasta que los gritos del muchacho se convirtieron en estertor.

Horrorizado al oírlo, el criminal siguió mirando en torno suyo con recelo, hasta convencerse de que nadie lo observaba. Después alzó en sus brazos al muchacho hasta la 15 altura del brocal, y lo dejó caer dentro del pozo.

Entonces ocurrió allí, según dice la leyenda, un suceso muy extraño. Aquella hermosa gallina negra, que había estimulado tanto la codicia de nuestro héroe, sufrió de pronto una espantosa transformación. Todas sus plumas se alza- 20 ron hasta ponerse de punta como las espinas de un erizo; brillaban sus ojos con el rojizo fulgor de dos ascuas de fuego, y se lanzó furiosa tras el criminal, dando chillidos penetrantes y lastimeros. Rastrillo ganó rápidamente la salida por una valla que había en el extremo sur del foso, 25 y se perdió por entre los bohíos de la Marina, aterrorizado y perseguido a picotazos por aquella especie de arpía.

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En los archivos judiciales no se encuentran noticias verdaderas de como llegó a descubrirse este suceso criminal, pero la tradición, aficionada siempre a lo maravilloso, hace un relato estupendo para explicar el hallazgo del asesino. 5 Según ella, desde aquel desventurado día, Rastrillo no volvió a tener sosiego ni reposo. Pasaba las noches atormentado por insomnios y pesadillas crueles, y al amanecer oía con espanto el furioso cacareo de la gallina, que corría y picoteaba en derredor de la choza, como en la madrugada misma en que él había cometido el asesinato. Por su parte los centinelas y vigilantes de la Puerta de Santiago oían diariamente, al amanecer, cierto ruido como de gritos exagerados de una gallina, allá en la parte más baja del foso. Les llamó la atención la insistencia de 15 aquellos gritos a una misma hora y en un mismo lugar; y, deseosos de averiguar qué causa los producía, bajaron una mañana hasta las inmediaciones del pozo. A medida que ellos se aproximaban, adquirían mayor viveza los movimientos de la gallina, y el cacareo parecía entonces más 20 enérgico y expresivo. Saltó repetidas veces sobre el brocal, y aleteando allí con insistencia, inclinaba el cuello y señalaba con el pico hacia el interior, acompañando estos ademanes con extraños alaridos.

Uno de los soldados, que llevaba una linterna, alumbró 25 con ella dentro del pozo y miró hacia el fondo con atención.

Otros soldados miraron también detenidamente hacia aquella parte; avisaron luego al cabo de guardia, que hizo

llevar una escala, y con auxilio de ella bajaron dos soldados al pozo y sacaron el cadáver del muchacho.

La noticia de este hallazgo se propagó rápidamente, y no tardaron en llegar al sitio del suceso varias personas, y entre ellas el juez y algunos alguaciles.

- Veamos esa gallina, dijo el juez, después de haber

oído con atención el relato de los soldados.

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Buscáronla en vano por toda aquella parte del foso, y ya se lamentaban los circunstantes de la desaparición del ave aquélla, que de modo tan extraño como eficaz había con- 10 tribuido al descubrimiento del crimen, cuando se oyó un ruidoso cacareo hacia el lado de la Marina.

¡ Ella! exclamó uno de los soldados. Y en unión de otro compañero suyo y de un alguacil, corrió hacia el sitio que indicaban los gritos de la gallina. Al verlos, el 15 ave esforzó sus chillidos y echó a correr por entre las casuchas de yaguas que había entonces en aquella parte de la Marina. Junto a una de ellas se detuvo, y empezó a gritar con mayor violencia.

Amanecía ya, y los soldados y el alguacil observaron que 20 la gallina escarbaba y aleteaba furiosamente, como si tratase de forzar la frágil puerta del bohío. Por fin logró apartar hacia un lado una de las yaguas mal seguras, y entró alborotando de una manera singular.

-¡Cállate, tonta, que ya me voy!- gruñó adentro 25 una voz temblorosa, que oyeron claramente el alguacil y los dos soldados puestos en acecho.

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Pocos instantes después abrióse la puerta, apareciendo Rastrillo en el umbral, visiblemente conmovido.

-¡ Alto a la justicia! exclamó el alguacil aproximándose.

Rastrillo no hizo demostración alguna de resistencia, y se dejó conducir sin dificultad hasta la entrada del foso. Allí se detuvo un instante, y miró como espantado hacia el interior. Después siguió andando como un autómata, hasta hallarse en presencia del juez. A la vista del 10 cadáver se inmutó notablemente, y declaró su delito, si bien alegando que había procedido sin premeditación y en defensa propia.

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Fué condenado a cadena perpetua, en uno de los presidios españoles de África.1

15 La gallina no volvió a aparecer ni a ser oída por ninguna

parte, y el pozo quedó allí por muchos años, como testigo mudo de aquel crimen, en tanto que grababa su relato en la memoria del pueblo, la Musa legendaria de la tradición. -MANUEL FERNÁNDEZ JUNCOS.2

1 Cuando fué escrito este cuento, era Puerto Rico colonia española. La isla fué anexada por los Estados Unidos en 1898, al fin de la guerra contra España.

2 Fernández Juncos, escritor portorriqueño, nació en España en 1846, pero su familia se trasladó a Puerto Rico cuando era niño todavía. Hace muchos años que es Fernández Juncos el literato más prominente de la isla. Conoce muy bien nuestra lengua, habiendo traducido varios poemas ingleses al castellano. Está incluida en este libro de lectura su traducción del Village Blacksmith de Longfellow (véase más adelante, página 92).

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