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entonces las chinelas de Ayaz son proverbiales en aquel país. Cuando un hombre es virtuoso, bueno y justo, se dice de él, que se puso las chinelas de Ayaz.

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Asuntos para una composición.

La transformación efectuada en Mirza por las palabras

de Ayaz.

La magia de las chinelas de Ayaz.

Quien tiene un buen amigo no se aburre.

El bien es más provechoso á quien lo hace que á quien lo recibe.

Las dotes del espíritu son superiores á las del cuerpo.

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LECCIÓN LVI.

EL TITIRITERO Y EL LUGAREÑO.

Juntóse en una gran plaza de cierta ciudad todo el pueblo para ver las habilidades que hacían unos charlatanes titiriteros. Entre ellos había uno que se llevaba los aplausos de todos. Este bufón, al acabar otros varios juegos de mano, quiso cerrar la función dando al pueblo un espectáculo nuevo. Dejóse ver solo en el tablado, cubrióse la cabeza con la capa, agachóse y comenzó á remedar el gruñido de un cochinillo con tanta propiedad, que todos creyeron que verdaderamente tenía escondido debajo de la capa algún marranito verdadero.

Comenzaron todos á gritar que se quitase la capa, hízolo así, y viendo que no tenía otra cosa alguna debajo de ella, se renovaron los aplausos la grande algazara del populacho.

y

Un lugareño que estaba en el auditorio, chocándole mucho aquellas expresiones de necia admiración, gritó pidiendo silencio y dijo: "Señores, sin razón se admiran ustedes de lo que hace ese bufón. No ha hecho el papel del marranito con tanta perfección como á ustedes parece. Yo lo sé hacer mucho mejor que él,

y si alguno lo duda, no tiene más que venir á este sitio mañana á la misma hora."

El pueblo, preocupado ya en favor del charlatán, se juntó al día siguiente más para silbar al paisano, que para divertirse en ver lo que había prometido.

Dejáronse ver en el teatro los dos competidores. Comenzó el bufón y fué más aplaudido de lo que había sido nunca. Siguióle después el labrador; agachóse cubierto con su capa, tiró de la oreja á un marranito que llevaba escondido bajo del brazo, y el animalito empezó á dar unos gruñidos muy agudos. Sin embargo, el auditorio declaró la victoria por el pantomimo, y atolondró al paisano con silbidos. No por eso se turbó el buen lugareño; antes bien, mostrando el lechoncillo al auditorio : "Señores," dijo con mucha socarronería, "ustedes no me han silbado á mí, sino al marrano. Miren ahora que buenos jueces son."

P. ISLA (Gil Blas).

LECCIÓN LVII.

EL LLANERO.

Estas cualidades eran comunes á los habi

tantes de la región de los bosques y del litoral.

Mucho diferían de ellos los de las llanuras, que en el país decían por esto llaneros; hombres cuyas costumbres y carácter, por una singularidad curiosa, eran y son aún bárbaras y árabes más que americanas ó europeas. El clima abrasador de sus desiertos y las inundaciones de sus territorios los obligan á adoptar un vestido muy sencillo, y moran ordinariamente en cabañas á las riberas de los ríos y los caños, en incesante lucha con los elementos y las fieras.

Sus ocupaciones principales son la crianza y pastoreo de los ganados, la pesca y la caza; si bien algunos cultivan pequeñas porciones de terrenos para obtener raíces comestibles. Esta vida activa y dura, sus marchas continuas y su necesaria frugalidad, desarrollan en ellos gran fuerza muscular y una agilidad extraordinaria. Pobres en extremo y privados de toda clase de instrucción, carecen de aquellos medios que en las naciones civilizadas aumentan el poder y disminuyen los riesgos del hombre en la faena de la vida. Á pie ó sobre el caballo, que ha domado él mismo, el llanero, á veces en pelo, casi siempre con malísimos aparejos, enlaza á escape y diestramente el toro más bravío, ó lo derriba por la cola, ó á usanza española, lo capea con

singular donaire, y brío: un conocimiento perfecto de las costumbres y organización de los animales del agua y de la tierra, les ha enseñado, no sólo á precaverse de ellos, sino á arrostrar sus furores.

Acostumbrado al uso constante de la fuerza y de los artificios para defender su existencia contra todo linaje de peligros, es, por necesidad, astuto y cauteloso; pero injustamente se le ha comparado en esto á los beduinos. El llanero jamás hace traición al que en él se confía, ni carece de fe y de honor como aquellos bandidos del desierto: debajo de su techo recibe hospitalidad el viajero, y ordinariamente se le ve rechazar con noble orgullo el precio de un servicio.

No puede decirse de él que sea generoso; mas nunca, por amor al dinero, se le ha visto prostituírse, como raza proscrita, á villanos oficios. Igualmente diestros, valerosos y sobrios que las razas nómades del África, aman, como ellas, el botín y la guerra, pero no asesinan cobardemente al rendido, á menos que la necesidad de las represalias ó la ferocidad de algún caudillo, no les haga un deber de la crueldad. Tres sentimientos principales dominan en su carácter; desprecio por los hombres que no pueden entre

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