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pobre, de que la aspereza de la estopa le ocasione al cuerpo alguna molestia.

Está ocioso el rico, y el pobre trabajando todo el día; pero no observarás más triste al pobre en el trabajo, que al rico en el ocio; antes, especialmente si trabaja en compañía, pasa festivo, cantando y chanceando su tarea. Acabada ésta, el descanso no es un ocio insípido como el del rico, sino un dulce reposo; y después con blando y continuado sueño recompensa el trabajo diurno. El rico al contrario, como sobre miembros no ejercitados asienta mal el sueño, con inquietud impaciente da mil vueltas en la cama de modo que se puede decir que el pobre trabaja de día y el rico de noche.

Si se ofrece una jornada, el rico es verdad que la hace en caballo ó en carroza, y el pobre á pie; sin embargo, el rico tiene mucho que sentir en ella; ya la dureza del lecho, ya la incomodidad de la posada, ya la falta de regalo: el pobre, hecho á todo, nada extraña, y así de nada se duele. Pues añádase á esto el susto de los ladrones, á quienes el pobre no tiene por qué temer; cuando el rico, tras de cada tronco que hay en el camino, se le representa un salteador.

Si se quieren pesar los placeres de uno y otro

estado, verás á los pobres en sus conversaciones festivas, en sus rústicos bailes, ¡qué francamente risueños! ¡ qué sinceramente gozosos! Al contrario á los ricos, verás en los mismos festejos, no pocas veces fastidiosos. Á lo menos no brilla tan puro el placer en sus semblantes.

Todas estas desigualdades nacen de un principio general; y es, que la naturaleza dejada á su genio, se contenta con poco; pero si la hacen al melindre, se forma en ella una dama descontentadiza que todo lo apetece y todo lo desdeña. P. FEIJOO Y MONTENEGRO.

LECCIÓN LX.

LA CASA DE LOCOS.

Con esto salieron del soñado, al parecer, edificio, y enfrente de él descubrieron otro, cuya portada estaba pintada de sonajas, guitarras, gaitas zamoranas, cencerros, cascabeles, ginebras, caracoles, castrapuercos: pandorga prodigiosa de la vida. Y preguntó don Cleofás á su amigo: ¿qué casa era aquélla, que mostraba en la portada tanta variedad de instrumentos vulgares, que tampoco la he visto en la corte, y

me parece que hay dentro mucho regocijo y entretenimiento?

"Esta es la casa de los locos," respondió el cojuelo, "que ha poco se instituyó en la corte entre unas obras pías que dejó un hombre muy rico y muy cuerdo, donde se castigan y curan locuras que hasta ahora no lo habían parecido."

"Entremos dentro," dijo don Cleofás, " por aquel postiguillo que está abierto, y veamos esta novedad de locos."

Y diciendo y haciendo, se entraron los dos, uno tras otro, pasando un zaguán, donde estaban los convalecientes pidiendo limosna para los furiosos. Llegaron á un patio cuadrado, cercado de celdas pequeñas por arriba y por abajo, que cada una de ellas ocupaba un personaje de los susodichos.

Á la puerta de una de ellas estaba un hombre muy bien tratado de vestido, escribiendo sobre la rodilla, y sentado en una banqueta sin levantar los ojos del papel, y se había sacado uno con la pluma sin sentirlo. El cojuelo le dijo: "Aquél es un loco arbitrista que ha dado en decir, que ha de hacer la reducción de los cuartos, y ha escrito sobre eso más hojas de papel, que tuvo el pleito de don Àlvaro de Luna."

"Bien haya quien le trajo á esta casa," dijo Cleofás, "que son los locos más perjudiciales de

la república.

"Esotro que está en esotro aposento," prosigió el cojuelo, "es un ciego enamorado, que está con aquel retrato de su dama en la mano, y aquellos papeles que le ha escrito, como si pudiera ver lo uno, ni leer lo otro, y da en decir que ve con los oídos. En esotro aposentillo, lleno de papeles y libros, está un gramático que perdió el juicio buscándole á un verbo griego el gerundio. Aquél que está á la puerta de esotro aposentillo, con unas alforjas al hombro y en calzón blanco, le han traído porque, siendo cochero que andaba siempre á caballo, tomó oficio de correo de á pie. Esotro que está en esotro de más arriba con un halcón en la mano, es un caballero, que, habiendo heredado mucho de sus padres, lo gastó todo en la cetrería, y no le ha quedado más que aquel halcón en las manos, que se las come de hambre.

"Allí está un criado de un señor, que teniendo qué comer, se puso á servir. Allí está un bailarín, que se ha quedado sin son bailando en seco. Más adelante está un historiador, que se volvió loco de sentimiento de haber perdido tres

décadas de Tito Livio. Más adelante está un colegial cercado de mitras, probándose la que le viene mejor, porque dió en decir que había de ser obispo. Luego en esotro aponsentillo está un letrado que se desvaneció en pretender plaza de ropa; y de letrado dió en sastre, y está siempre cortando y cosiendo garnachas.

"En esotra celda, sobre un cofre lleno de doblones, cerrado con tres llaves, está sentado un rico avariento, que sin tener hijo ni pariente que le herede, se da muy mala vida, siendo esclavo de su dinero, y no comiendo más que un pastel de á cuatro, ni cenando más que una ensalada de pepinos, y le sirve de cepo su misma riqueza.

"Aquél que canta en esotra jaula, es un músico sinsonte, que remeda los demás pájaros, y vuelve de cada pasaje como de un parasismo. Está preso en esta cárcel de los delitos del juicio, porque siempre cantaba, y cuando le rogaban que cantase, dejaba de cantar. Impertinencia es ésta casi de todos los de esta profesión.

"En el brocal de aquel pozo, se está mirando siempre una dama muy hermosa, como la verás, si ella alza la cabeza, hija de pobres y humildes padres; que, queriéndose casar con ella muchos

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