En su amor anhelante Mi corazón extático la adora, Mi espíritu la ve, mis pies la siguen. De volver el pie atrás? Nunca las ondas Las impele bramando al Oceano. Llegó pues el gran día En que un mortal divino, sacudiendo De entre la mengua universal la frente, Con voz omnipotente Dijo á la faz del mundo: el hombre es libre; Y esta sagrada aclamación saliendo, No en los estrechos límites hundida Se vió de una región: el eco grande Que inventó Guttemberg la alza en sus alas: Y en ellas conducida Se mira en un momento Salvar los montes, recorrer los mares, Ocupar la extensión del vago viento; Y sin que el trono á su furor la asombre, Sonar de la razón: libre es el hombre. Libre, sí, libre; ¡oh dulce voz! mi pecho De tu sagrada inspiración henchido Y en sus alas flamígeras me lleva — Que mi canto escucháis? Desde esta cima Miro el destino las ferradas puertas De su alcázar abrir, el denso velo De los siglos romperse, y descubrirse Ambas gimiendo para siempre huyeron, No hay ya, ¡ qué gloria! esclavos y tiranos; Que amor y paz el universo llenan, Y el Dios del bien sobre su trono de oro Al orbe que defiende En raudales benéficos envía. ¿No la véis? ¿ no la véis la gran columna, El magnífico y bello monumento Que á mi atónita vista centellea? Del que renombre entre opresión granjea, El perdurable incienso Que grato el orbe á Guttemberg tributa; ¡Gloria al que en triunfo la verdad llevando Su influjo eternizó libre y profundo! ¡ Himnos sin fin al bienhechor del mundo! M. J. QUINTANA. LA AURORA. ¡Oh cuán risueña, hermosa, encantadora, Bañando en clara luz el horizonte Vierte sus rayos la encendida aurora Abre á la flor el perfumado seno! Salúdala feliz en la espesura, Hórrida niebla de la noche fría. De Guajabana la preciosa falda, El cielo borda en majestad velado. Del patrio río la esmaltada orilla Y turba su bramido en la floresta El verde tallo de las plantas mueve. Bate ligera sus pintadas alas La errante mariposa entre las flores: En busca de la miel su panal deja. En tanto el labrador (á quien no engaña Y el verde campo y las espigas mira, Pone á los bueyes el pesado yugo. Entonces huella mesurado y tardo Que allá en la infancia se grabó en su mente. El eco le contesta En el valie, en el monte, en la floresta. |