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Y cuando vuelve á los queridos lares,
Se halla en los brazos de su dulce esposa,

O de una madre tierna y cariñosa;
Sin conocer los bárbaros pesares
Que causa la tormenta

De la cruel ambición, nunca contenta.

Todo en el campo á disfrutar convida
Las horas celestiales de la calma,
¡Oh grato bien de la apartada vida
Embellecido por la paz del alma!
Goza de gran ventura

Aquel que admira y ama la natura.

F. J. BALMASEDA.

Á LA NOCHE.

(ROMANCE.)

Salve, ó tú, noche serena,
Que el mundo velas augusta
Y los pesares de un triste
Con tu obscuridad endulzas.

El arroyuelo á lo léjos
Más acallado murmura,
Y entre las ramas el aura
Eco armonioso susurra.

Se cubre el monte de sombras

Que las praderas anublan,

Y las estrellas apenas

Con trémula luz alumbran.

Melancólico ruido

Del mar las olas murmuran,
Y fatuos, rápidos fuegos
Entre sus aguas fluctúan.

El majestuoso río

Sus claras ondas enluta,
Y los colores del campo
Se ven en sombra confusa

Al aprisco sus ovejas
Lleva el pastor con presura,
Y el labrador impaciente
Los pesados bueyes punza.

En sus hogueras le esperan
Su esposa y prole robusta,
Parca cena preparada

Sin sobresalto ni angustia.

Todos suave reposo

En tu calma ¡oh noche! buscan,

Y aun las lágrimas tus sueños Al desventurado enjugan.

¡Oh qué silencio! ¡oh qué grata Obscuridad y tristura! ¡Cómo el alma contemplaros En sí recogida gusta!

Del mustio agorero buho
El ronco graznar se escucha,
Que el magnífico reposo
Interrumpe de las tumbas.

Allá en la elevada torre
Lánguida lámpara alumbra,
Y en derredor negras sombras,
Agitándose, circulan.

Mas ya el pértigo de plata
Muestra naciente la luna,

Y las cimas del otero
De cándida luz inunda.

Con majestad se adelanta
Y las estrellas ofusca,
Y el azul del alto cielo

Reverbera en lumbre pura.

Deslízase manso el río,
Y su luz trémula ondula
En sus aguas retratada,
Que, terso espejo, relumbran.

Al blando batir del remo
Dulces cantares se escuchan
Del pescador, y su barco
Al plácido rayo cruza.

El ruiseñor á su esposa
Con vario cántico arrulla,
Y en la calma de los bosques
Dice él solo sus ternuras.

Tal vez de algún caserío
Se ve subir en confusas
Ondas el humo, y por ellas
Entre-clarear la luna.

Por el espeso ramaje
Penetrar sus rayos dudan,
Y las hojas que los quiebran,
Hacen que tímidos luzcan.

Ora la brisa suave

Entre las flores susurra,

Y de sus gratos aromas
El ancho campo perfuma.

Ora acaso en la montaña
Eco sonoro modula
Algún lánguido sonido,
Que otro á imitar se apresura.
Silencio, plácida calma
Á algún murmullo se juntan
Tal vez, haciendo más grata
La faz de la noche obscura.

¡Oh! salve, amiga del triste,
Con blando bálsamo endulza
Los pesares de mi pecho,
Que en tí su consuelo buscan.

JOSÉ DE ESPRONCEDA.

EL ASNO Y LOS MOLINEROS.
De un molinero se cuenta
Que á otro vendió su molino
Y como anexo, en la venta
Entró también el pollino.
Era algo cruel, iracundo,
Por lo que, con gran contento,
Entró á servir el jumento
Al molinero segundo.

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