Y cuando vuelve á los queridos lares, Se halla en los brazos de su dulce esposa, O de una madre tierna y cariñosa; Sin conocer los bárbaros pesares Que causa la tormenta
De la cruel ambición, nunca contenta.
Todo en el campo á disfrutar convida Las horas celestiales de la calma, ¡Oh grato bien de la apartada vida Embellecido por la paz del alma! Goza de gran ventura
Aquel que admira y ama la natura.
Salve, ó tú, noche serena, Que el mundo velas augusta Y los pesares de un triste Con tu obscuridad endulzas.
El arroyuelo á lo léjos Más acallado murmura, Y entre las ramas el aura Eco armonioso susurra.
Se cubre el monte de sombras
Que las praderas anublan,
Y las estrellas apenas
Con trémula luz alumbran.
Melancólico ruido
Del mar las olas murmuran, Y fatuos, rápidos fuegos Entre sus aguas fluctúan.
El majestuoso río
Sus claras ondas enluta, Y los colores del campo Se ven en sombra confusa
Al aprisco sus ovejas Lleva el pastor con presura, Y el labrador impaciente Los pesados bueyes punza.
En sus hogueras le esperan Su esposa y prole robusta, Parca cena preparada
Sin sobresalto ni angustia.
Todos suave reposo
En tu calma ¡ oh noche! buscan,
Y aun las lágrimas tus sueños Al desventurado enjugan.
¡Oh qué silencio! ¡oh qué grata Obscuridad y tristura!
¡Cómo el alma contemplaros En sí recogida gusta!
Del mustio agorero buho El ronco graznar se escucha, Que el magnífico reposo Interrumpe de las tumbas.
Allá en la elevada torre Lánguida lámpara alumbra, Y en derredor negras sombras, Agitándose, circulan.
Mas ya el pértigo de plata Muestra naciente la luna,
Y las cimas del otero De cándida luz inunda.
Con majestad se adelanta Y las estrellas ofusca, Y el azul del alto cielo
Reverbera en lumbre pura.
Deslízase manso el río,
Y su luz trémula ondula En sus aguas retratada, Que, terso espejo, relumbran.
Al blando batir del remo Dulces cantares se escuchan Del pescador, y su barco Al plácido rayo cruza.
El ruiseñor á su esposa Con vario cántico arrulla, Y en la calma de los bosques Dice él solo sus ternuras.
Tal vez de algún caserío Se ve subir en confusas Ondas el humo, y por ellas Entre-clarear la luna.
Por el espeso ramaje Penetrar sus rayos dudan, Y las hojas que los quiebran, Hacen que tímidos luzcan.
Ora la brisa suave
Entre las flores susurra,
Y de sus gratos aromas El ancho campo perfuma.
Ora acaso en la montaña Eco sonoro modula Algún lánguido sonido, Que otro á imitar se apresura. Silencio, plácida calma Á algún murmullo se juntan Tal vez, haciendo más grata La faz de la noche obscura.
¡Oh! salve, amiga del triste, Con blando bálsamo endulza Los pesares de mi pecho, Que en tí su consuelo buscan.
JOSÉ DE ESPRONCEDA.
EL ASNO Y LOS MOLINEROS. De un molinero se cuenta Que á otro vendió su molino Y como anexo, en la venta Entró también el pollino. Era algo cruel, iracundo, Por lo que, con gran contento, Entró á servir el jumento Al molinero segundo.
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