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todos los corazones, cuando por las calles y plazas, en la mujer del Evangelio, que convocaba á sus amigos, se daban los parabienes, por haber logrado ya la dracma que deseaban. El gobierno político inmediatamente que las vió, ordenó se publicase su contenido con el repique de campanas en toda la ciu. dad, cuya duración fué de tres horas: y la Religión de Predicadores, al día siguiente, dió gracias al Todopoderoso en el cántico del Te Deum, mezclado con las lágrimas de ternura y gratitud con que bendecía á Vuestra Santidad todo el inmenso concurso de fieles que asistieron. Oyendo el Jefe primero de la Nación (1) á su Consejo de Estado, procedió á librar el pase tan suspirado por todos; pero en términos tan piadosos, cristianos y afectuosos, que sólo su lectura provocaba la piedad, enternecía y hacía rebosar de júbilo los corazones: por mailera que en sus semblantes casi se leían las palabras del Profeta del Salmo 143: Feliz llamaron al pueblo que goza de estas cosas. Feliz aquel pueblo que tiene al Salvador por Dios. Y estas otras del Salmo 29: Trocaste, oh Dios mío, mi llanto en regocijo, rasgaste mi cilicio y me revestiste de gozo.

A este intento, en uso del cargo, que indignamente y por obediencia obtengo, para no retardar más tiempo las vivas. ansias de este pueblo por su publicación, procedí á señalar el día 19 de abril del presente año, en el que más purificados los espíritus por los santos ejercicios que uno y otro sexo hicieron en los días cuadragesimales, y en que la Iglesia, nuestra madre, celebra el augusto misterio de la Resurrección de N. S. J. C., depuradas las conciencias del mortífero veneno del pecado, contritos y humillados los corazones, la gracia de nuestro Salvador obligase á confesar que los designios del Señor permanecen eternamente: las disposiciones de su voluntad subsisten por todas las séries de las generaciones.

En la tarde de este día, el que se previno el anterior por un bando general, para que por tres días consecutivos [que no fueron sino cuatro] se hiciesen todas las demostraciones de júbilo, fueron conducidas procesionalmente, del Convento de los Frayles Predicadores á nuestra Iglesia Catedral, las Letras Apostólicas bajo de Palio y con el acompañamiento del clero, de todos los religiosos mendicantes, las autoridades civiles y de toda la gente del lugar y sus inmediatos suburbios.

El Cabildo, los señores Obispos de Alalia y de Mainas, (2) con el más humilde siervo de Vuestra Santidad, salimos á la puerta á recibirlas, y hechas las ceremonias de costumbre, fueron leídas por nuestro Notario Mayor [por enfermedad del señor Promotor Fiscal] en ambos idiomas, para la común inteligencia; y principiado el Te Deum, correspondieron el Coro, las

(1) Gran Mariscal don Agustín Gamarra.

(2) Dr. D. Francisco Javier de Luna Pizarro y Dr. D. José Maria Arriaga.

torres, los fuegos artificiales y de todas armas dirigidos por las tropas que acompañaron, y fueron contestadas por las fortalezas y demás armas de mar y tierra.

Al siguiente día, que fué el 20 de abril, guardando todo el rito de costumbre en semejantes solemnidades, á las once del día se celebró solemnemente el Santo Sacrificio de la Misa, sujeta á la Rúbrica, con la asistencia de S. E. el Jefe Supremo de la República, las Cortes de Justicia y las demás corporaciones del día anterior. El concurso de los fieles era extraordinario, un piadoso júbilo rebosaba en los semblantes de todos, las más tiernas lágrimas eran los nuncios de la alegría con que se rendía al Señor la más justa alabanza y la fé como que formaba nuevos hijos. Mientras que nuestra iglesia matriz era la región de los cristianos y el asilo de los que pudieran entrar, las calles y la plaza mayor, cubiertas de tropas que hacían sus fuegos en armonía con la artillería y fortalezas, interpoladas estas con el sonido de las campanas de todas las torres, eran el cuadro más expresivo del general contento y regocijo. El orador de la misma religión de Predicadores excitó las más vivas ansias de dar al Todopoderoso las gracias por el notable beneficio que se dignó dispensar á este país con la beatificación de sus dos hermanos. Propuso por tema las primeras palabras del Capítulo 60 de Isaías: Surge illuminare Jerusalem, quia venit lumen tuum et gloria Domini superte orta est; y dividiéndolas en dos partes tomo el cargo que se le confió. Luego que concluí de celebrar el Santo Sacrificio, salimos procesionalmente para el convento de Predicadores, conduciendo las imágenes del Beato Martín, á quien acompañaban las de Santo Toribio y Santo Solano, y del Beato Juan Masías, las de Santa Rosa y Santo Domingo, con todo el orden y concurrencia que había en el templo. Colocados allí entoné el Te Deum el que terminó con las oraciones de los Beatos, y quedó concluído así todo lo que era de nuestro cargo, El convento del Santísimo Rosario del Orden de Predicadores hizo sus más vivos y extraordinarios esfuerzos por celebrar á sus Beatos en dos fiestas que en los dos días siguientes practicaron, pontificando, en la primera, el señor Obispo de Alalia, y, en la segunda, el de Mainas. Yo no tendría cuando acabar Santísimo Padre, si fuera haciendo el detal de todos los acontecimientos que significaron la fé, la piedad y la religión en estos días; básteme sólo el asegurarle, que deseando ser el más puntual hijo de la obe diencia, y no viviendo sino mientras me considere unido á la cabeza visible que mi Redentor me dejó aquí en la tierra, libré inmediatamente las órdenes necesarias para que en todos los cuadernillos del rezo se insertaran los de los Beatos, según lo dispuesto por Vuestra Santidad,y permitiendo á nuestro Maestro de ceremonias la imprimiese para que por toda nuestra Diócesis circulen.

He aquí, Santísimo Padre, en lo que mi pequeñez, protegido por la autoridad temporal, he podido contribuir al desempeño de vuestros supremos mandatos; y os rogamos indultéis nuestros defectos, y os dignéis darnos vuestra Apostólica bendición.

En la ciudad de Lima, en 30 días del mes de abril de 1840. B. L. P. humildemente de V. S.

FR. FRANCISCO SALES DE ARRIETA.

ENCÍCLICA SOBRE PROPAGACIÓN DE LA FÉ CATÓLICA.

Al Ilustrísimo señor Obispo de Mainas.

Iltmo. Reverendísimo señor como hermano.

Tales son las ventajas del negocio católico, que nos congratulamos, que dimana de la muy piadosa sociedad que llaman de la Propagación de la Fé, que habiendo Nuestro Santímo Padre, sumamente cuidadoso de la Grey del Señor, expedido cartas á todos los prelados del mundo cristiano, con el fin de excitarlos, ha juzgado, con la mayor detención, añadir estímulos á los que de todas partes concurran á fomentar tan grande obra. Y así para que más felizmente se divulguen estos deseos de Nuestro Sacratísimo Príncipe, habiendo prestado nuestra aprobación para los tributos encomendados por él mismo á esta sagrada congregación de obispos y regulares, encargada de estos negocios, enviamos inmediatamente á V. Alteza estas letras circulares, confiando, ciertamente, que con vos, aquella piedad y autoridad que tenéis, habiendo también confiado este encargo á los cuidadores de las almas, de voz y por escrito, cuidaréis, con el mayor ahinco, que los pueblos que os están confiados, cada uno, según su condición, haga todo esfuerzo para coadyuvar, con todo auxilio y obra, á tan saluda

ble causa.

Las cuales cosas, para que, según nuestro deseo, surtan buen éxito, pedimos el auxilio celestial, deseando la más completa felicidad de Vuestra Alteza.

En Roma, el 30 de Septiembre, año de 1840.

Vuestro muy adicto, como hermano,

Fr. Anot Th.

C. CARDENALI PATRICIO PREFECTO.

Secretario.

CARTA

ENCÍCLICA DE NUESTRO SANTÍSIMO PADRE EL SR. GREGORIO XVI, DIRIGIDA Á TODOS LOS PATRIARCAS, PRIMADOS, ARZOBISPOS Y OBISPOS.

(TRADUCCIÓN)

GREGORIO PAPA XVI

Venerables hermanos, salud y apostólica bendición.

Bien sabéis, venerables hermanos, cuán apretadas sean por todas partes las calamidades de esta desgraciadísima época, y cuán lamentablemente es afligida la Iglesia Católica: tampoco ignoráis, cuánta sea la avenida de errores de toda especie; cuál el desenfrenado atrevimiento con que los herejes combaten la religión santa; y cuál la astucia y los fraudes con que los mismos herejes y los incrédulos se esfuerzan en trastornar el corazón y el entendimiento de los fieles. En una palabra, sabéis que no hay casi trabajo ni artificio alguno, que no se tome para arrancar el edificio inconcuso de la Ciudad Santa, si posible fuere desde los cimientos. Mas para pasar en silencio otras cosas ¡oh dolor! ¿no somos obligados, por ventura, á ver que los astutísimos enemigos de la verdad, esparcidos impunemente por todas partes, escarnecen la religión, atrentan la iglesia, insultan y calumnian á los católicos; que invaden las ciudades y los pueblos; instituyen escuelas de error y de impiedad; publican por la prensa sus venenosas doctrinas, valiéndose aún del depravado uso de las ciencias naturales y de los nuevos inventos para engañar mas intensamente; y que penetran las chozas de los pobres, recorren las aldeas y se insinúan con el vulgo y con los labradores? Así, pues, nada omiten para que ya con sus biblias domésticas y corruptas, ya con sus pestilenciales libros y otros libelos de pequeño volumen, ya con capciosas conversaciones, ya con caridad fingida, ya finalmente, con el dinero, ó atraigan á sus sectas el pueblo ignorante, principalmente la juventud, ó les hagan abandonar la fé católica.

Insinuamos, venerables hermanos, hechos de que no solo tenéis noticia, sino de que vosotros mismos sois testigos; y si en verdad penetrados de dolor no podéis callar en fuerza de vuestro oficio pastoral; sin embargo, os véis estrechados á tolerar en vuestra Diócesis á dichos insolentes propagadores y pregoneros de las herejías y de la incredulidad, que andando

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á las veces con piel de oveja, son dentro lobos rapaces, que no cesan de asechar y destrozar la grey. ¿Para qué es más? Ya no existe en todo el globo país alguno, por bárbaro que sea, á donde las muy conocidas congregaciones centrales de los herejes y de los incrédulos, no hayan remitido sus corredores y mensajeros, sin perdonar gastos algunos, á fin de que por asechanzas, ó por una conjuración pública y descarada, declarando guerra á la religión católica y á sus pastores y ministros, arrebaten á los fieles del gremio de la iglesia, y embarazasen la entrada de esta á los infieles.

De aquí puede colegirse facilmente, cuáles sean las congojas que nos afligen día y noche, porque gravados con el cuidado de todo el redil de Cristo, y la solicitud de todas las iglesias, nos incumbe el deber de dar cuenta sobre todo al Divino Príncipe de los pastores. Por tanto, venerables hermanos, Nos, hemos juzgado, obligados á recordaros por estas nuestras letras, que los referidos motivos de zozobras son comunes á Nos y á vosotros, para que consideréis con suma atención cuán interesante sea á la iglesia el que todos los sagrados prelados redoblen sus diligencias, unan sus trabajos y se empeñen, con todo esfuerzo, en contener los ataques de tantos enemigos que braman contra la religión, y por embotar sus armas, avisando al mismo tiempo á los fieles de los astutos halagos que se usan muy frecuentemente, y fortificándolos contra ellos. Èsta conducta, como sabéis, ha sido la que hemos guardado siempre, ni nos separaremos de ella en lo sucesivo: así como no ignoramos, que también vosotros os habéis manejado de la misma suerte hasta aquí, y confiamos que en adelante será mayor vuestro cuidado en él particular.

Mas para que no desmaye vuestro espíritu en los medios, ni en dificultades algunas, importa á todos nosotros, venerables hermanos, estar prevenidos para no temerlas en tiempo alguro, como si hubiesen de ser vencidas con propias fuerzas, cuando todo nuestro consejo y toda nuestra fortaleza es Cristo, sin el cual nada podemos, y por él todo nos es posible; el cual confirmando á los predicadores del Evangelio y á los ministros de los Sacramentos: Ved aquí, dice, estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del siglo: y en otra parte: Os he hablado estas cosas para que tengáis paz en mí: en el mundo tendréis opresión: mas confiad, yo vencí el mundo. Por cuanto estas promesas son manifiestas, no debemos aflojar por ningunos escándalos, á fin de que no parezcamos ingratos á la elección de Dios, cuyos auxilios son tan poderosos, como verdaderas sus promesas (1).

(1) Casi de las mismas palabras usa San León M. en la epístola á Rustúo Narbonense.

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