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Empero, ¿quién no vé que aún en nuestro siglo son demasiado palpables los frutos de la divina promesa, los que jamás han faltado ni faltarán? Ellos por cierto se manifiestan claramente en la invencible estabilidad de la iglesia; en medio de tantas acometidas de sus enemigos, y en la propagación de la religión; entre tantas turbulencias y peligros; é igualmente en la consolación con que á este fin el Padre de las Misericordias y Dios de todo consuelo nos consuela en toda nuestra tribulación: cuando, pues, por una parte debemos romper nuestro llanto sobre las ruinas que ha padecido y padece en algunos países la religión católica, por otra, nos conviene regocijarnos de los contínuos triunfos que se sabe ha conseguido y consigue ella allí mismo por la insuperable constancia de los católicos y sus pastores; disfrutamos asimismo del gozo grande que nos producen sus felices y maravillosos progresos en medio de tantos embarazos; en términos que sus propios enemigos miran que las violencias y opresiones con que es maltratada la iglesia, contribuyen no pocas veces á su gloria, y á confirmar más y más á los fieles en la religión católica.

Al hablar de las misiones apostólicas, ¿qué motivo de júbilo no presentan á Nos y á toda la iglesia los abundantes frutos de las mismas misiones y los progresos de la fé en la América, en las Indias, y señaladamente en otros países de infieles? No ignoráis, tampoco, venerables hermanos, que también en nuestros días se derrama extensamente por aquellas partes un número de varones apostólicos de infatigable celo, los cuales no apoyados en la abundancia de dinero, ni en el estruendo de las armas, sino fortificados únicamente con el escudo de la fé, no trepidan de combatir en la causa del Señor, ya de palabra y por escrito: ya privada y públicamente contra las herejías y la incredulidad, y ciertamente con buen suceso; y no contentos, y ardiendo en caridad, buscan por mar y tierra, sin que les arredre la fragosidad de los caminos ni la gravedad de los trabajos-á los que están sentados en tinieblas y en sombra de muerte, para trasladarlos á la luz y á la vida de la religión católica. De aquí es, que impertérritos á cualesquiera peligros, penetran con generoso ánimo los bosques de los bárbaros y sus grutas, les ganan poco á poco la voluntad con suavidad cristiana, los instruyen en la fé y en la verdadera virtud, y, en fin, por medio del santo bautismo los arrebatan de la servidumbre del demonio, y los elevan á la libertad de hijos adoptivos de Dios.

No podemos dejar de recordar aquí las gloriosas hazañas de los recientes mártires en las lejanas regiones del Oriente sin lágrimas ya de dolor, al contemplar la excecrable fiereza de los perseguidores y verdugos; ya de consuelo al mirar la heroica constancia de los confesores de la fé, cuyas alabanzas hemos celebrado poco antes en discurso consistorial. Humean aún las regiones de Tongking y de Cochinchina, con la sangre de

muchos sagrados prelados, presbíteros, y de otros fieles habitantes de aquellos lugares, los cuales, renovando los ejemplos de los mártires cristianos que honraron gloriosamente la antigüedad, y ostentando en los tormentos su fortaleza, han sufrido por Cristo una muerte sobremanera cruel, en testimonio de la fé. ¿Qué triunfo, pues, más esclarecido para la iglesia y para la religión; y qué mayor confusión para sus perseguidores, que ver cumplidas en nuestros tiempos las divinas promesas de protección y auxilio, siguiéndose: que ningún género (para usar de las palabras de San León) de crueldad puede destruir la religión de Cristo establecida con el Sacramento de la Cruz? [1].

Lo hasta aquí referido es, por cierto, venerables hermanos, consolatorio y glorioso para la religión católica; pero todavía hay más cosas que alivian las innumerables angustias que afectan á la iglesia; á saber: el acrecentamiento de aquellas piadosas instituciones que tienen por objeto el bien de la religión y de la cristiandad, sirviendo muchas de ellas de auxilio y socorro á las mismas sagradas misiones apostólicas. En efecto, ¿qué católico no se gozará al considerar la providencia del Dios Omnipotente, que asistiendo y protegiendo perpetuamente su iglesia conforme á su promesa, suscita en ella, según la oportunidad de los tiempos, lugares y otras circunstancias, sociedades que todas y cada una de ellas, á su modo, se consagran con todas sus fuerzas y diligencias bajo la autoridad de la misma iglesia-á los oficios de caridad, á la instrucción de los fieles y á la propagación de la fé?

Entre las demás presentan al orbe católico con pasmo de los mismos sectarios un espectáculo de alegría aquellas tan numerosas y difundidas sociedades de mujeres piadosas, las cuales, bajo las reglas de San Vicente de Paul, 6 congregadas conforme á otros institutos aprobados, y resplandeciendo con las virtudes cristianas, se dedican, sin reserva y alegremente, ya á separar á otras mujeres de las sendas de la perdición, ya á instruir á las niñas en la religión, en una sólida piedad, y en los ejercicios propios de su condición; ya en fin á socorrer de todos modos las miserias del prójimo, sin que las detengan ni la natural debilidad de su sexo, ni el temor de los peligros.

No es menor el gozo de que á Nos y á todos los buenos nos llenan aquellas otras congregaciones que en muchas ciudades demasiado ilustres se ensanchan de la misma suerte, teniendo per blanco y fin el oponer sus provechosos escritos ó los de otros-á los perversos libros, la pureza de su doctrina á los monstruos del error; la mansedumbre y la caridad cristiana á las injurias é insultos.

[1] En el natalicio de los santos apóstoles Pedro y Pablo, serm. 32 al 80

¿Qué finalmente, debe decirse, sin tamaña alabanza, de aquella célebre sociedad que adquiere nuevas creces, no sólo en los países de los católicos, sino también en los de los heterodojos é infieles, y que abre para todos los fieles de cualquiera condición un camino fácil para favorecer á las misiones apostolicas y para que ellos misinos se hagan participantes de los bienes espirituales de las propias misiones? Ya entendéis que se trata de aquella sociedad muy conocida con el título de la propagación de la Fé.

Habiéndose hecho saber, venerables hermanos, no sólo las angustias que nos cercan por las pérdidas de la religión católica, sino también los consuelos con que nos alientan sus triunfos, resta ahora comunicaros también la suma solicitud que debemos tomar por la mayor prosperidad de sociedades tan favorables á la religión. Os exhortamos, pues, encarecidamente en el Señor, á fin de que procuréis fomentarlas en vuestras diócesis, protegerlas y dilatarlas.

Sobre todo, os recomendamos, con la mayor eficacia, la indicada sociedad de la Propagación de la Fé, que instituida el año de 1822 en la muy antigua y nobilísima Ciudad de León, se ha difundido desde allí por dilatados espacios con admirable celeridad y ventura.

Con igual interés, por cierto, recomendamos las otras sociedades de igual naturaleza, establecidas en Vindobon ó en cualesquiera otros lugares, las que si bien se distinguen con diferentes títulos, tienden, sin embargo, á portía á la misma obra de la propagación de la fé, que se sostiene también con el favor religiosísimo de los príncipes católicos. Obra grande y santísima en verdad, pues se mantiene, extiende y cobra fuerzas con las cortas limosnas y oraciones diarias que dirige á Dios cualquiera de los socios: ella misma, en nuestro juicio, es demasiado digna del amor y admiración de todos los buenos, porque tiene por blanco no sólo el sostén de los obreros evangélicos, y el ejercicio de la caridad cristiana para con los neófitos, sino también la libertad de los fieles de la violencia de las persecuciones. No puede concebirse que una empresa de tanta conveniencia y utilidad para la iglesia, se haya suscitado en estos tiempos, sino por una especial disposición de la Divina Providencia. Cuando, pues, el enemigo infernal acomete á la amada esposa de Cristo con todo género de maquinaciones, nada más conveniente podía acontecer en favor de ella, que el que los fieles de Cristo, ardiendo en el deseo de propagar el catolicismo, se empeñasen unánimes y solícitos en ganar á todos para Cristo

Por tanto: Nos, que á pesar de nuestra indignidad, estamos colocados en la suprema cátedra de la iglesia-no hemos perdonado coyuntura ninguna favorable, á fin de que, siguiendo los ejemplos de nuestros predecesores, no sólo testifiquemos

evidentísimamente nuestra buena voluntad en favor de tan insigne obra, sino también excitemos para ella la caridad de los fieles con oportunos estímulos. También vosotros, venerables hermanos, llamados á la parte de nuestra solicitud, trabajad con vigilancia para que institución de tan alta importancia reciba de día en día en vuestros respectivos rebaños más dilatados progresos. Tocad la trompeta en Sion, y con vuestras paternales amonestaciones y persuasiones, cuidad que los fieles que no se hubiesen alistado aún en tan piadosa sociedad, lo hagan gustosamente, y que los que ya lo hubiesen verificado, permanezcan en su propósito.

En efecto, llegado es el tiempo "de que por todo el mundo se arme para la lid el cristianismo, á pesar del furor del demonio" (1); y es igualmente llegada la época de consultar con todo cuidado, que llorando, orando y trabajando los sacerdotes por la fé, se unan los fieles para esta santa conjuración. Esperamos firmísimamente que Dios, cuya omipotente diestra no deja de sostener su Iglesia en tanto peligro de la religión, y en un tan cruel y prolongado combate con los enemigos, y que la regocija con la constancia, caridad y devoción de los fielesmovido de las multiplicadas oraciones de los pastores y de sus ovejas, como también de las obras de piedad, ha de concederle al fin misericordiosamente la deseada tranquilidad y paz.

Entre tanto, venerables hermanos, á vosotros, á los clérigos y á todos los fieles encomendados á vuestro cuidado, damos, con el mayor afecto, la apostólica bendición.

Dada en Roma, en Santa María la mayor, á 15 de Agosto del año del Señor de mil ochocientos cuarenta, y el décimo de nuestro pontificado.

GREGORIO, PAPA, XVI.

Lima, á 13 de Febrero de 1845.

Examinada la presente Encíclica de Su Santidad, dirigida al Reverendo Obispo de Chachapoyas, con el fin de avivar todo género de misiones, y particularmente las de la Propagación de la Fé Católica; y habiendo prestado su consentimiento el Consejo de Estado, concédese el pase para que surta sus piadosos efectos.

MENÉNDEZ.

MANUEL CUADROS.—(L. S.)

(1) De las palabras de San León M., serm. 49 al 48.

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PROVISIÓN DEL ARZOBISPADO DE LIMA.-BULAS EXPEDIDAS EN FAVOR DEL ILTMO. SEÑOR DOCTOR DON FRANCISCO JAVIER DE

LUNA PIZARRO. -CONSULTA DEL EJECUTIVO AL SENADO.—

PASE DEL GOBIERNO.

El Ilustrísimo señor Dr. D. Francisco Javier de Luna Pizarro, Obispo de Alalia y Vicaric Capitular de la Arquidiócesis, fué presentado á Su Santidad, en Mayo de 1843, por el Supremo Director General don Manuel I. Vivanco, para el Arzobispado de Lima, vacante por fallecimiento del Ilustrísimo señor Frai Francisco Sales de Arrieta.

Ministerio de Relaciones Exteriores, Justicia y Negocios Eclesiásticos.

Casa del Supremo Gobierno en Lima, á 31 de Julio de 1845.

Ilustrísimo Señor:

El Congreso facultó al Consejo de Estado, por ley de 14 del presente, para que formase la terna de eclesiásticos hábiles en quienes pudiera proveerse el Arzobispado. Verificada la elección, mereció US. I. ser considerado en primer lugar. Los antiguos servicios de US. I. á la Iglesia y á la patria, sus relevantes virtudes y su evangélica conducta, le han hecho acreedor á ocupar la silla que ilustró con sus méritos su glorioso y bienaventurado predecesor Santo Toribio de Mogrovejo. S. E., (1) que conoce ser un deber suyo conservar el lustre de la silla Arzobispal y proveerla con varones eminentes, ha juzgado que US. I. era digno de ocuparla. Por ello, en acuerdo de esta fecha, y en uso del patronato nacional, se ha servido presentar á US. I. para el Arzobispado de Lima, vacante por fallecimiento del Ilustrísimo señor Frai Francisco Sales de Arrieta, de buena memoria. Con la elección de US. I. quedan cumplidos

(1) General don Ramón Castilla.

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