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PROYECTO DE LEY

El Congreso de la República Peruana.

Considerando:

Que la Sede Episcopal de Trujillo, necesita, para atender debidamente á sus servicios, contar con el mismo personal de dignidades y empleados que la servía hasta la erección del Obispado de Cajamarca;

Ha dado la ley siguiente:

Derógase el artículo 3 de la ley Núm. 299; quedando, en consecuencia, constituido el Cabildo Eclesiástico de la Diócesis de Trujillo, con la misma planta de dignidades y empleados que tenía hasta la expedición de esa ley.

Dése cuenta, etc.

Ministerio de Justicia, Instrucción y Culto.

Lima, 4 de Setiembre de 1907.

Señores Secretarios del H. Congreso:

Los miembros que forman el Coro Eclesiástico de la Diócesis de Trujillo, han dirigido á este Despacho un memorial, pidiendo que el Supremo Gobierno gestione, ante el H. Congreso, la derogatoria del artículo 3 de la ley Núm. 299, relativa á la erección del Obispado de Cajamarca.

Como el Gobierno, en vista de una solicitud que, con el mismo objeto, dirigió el Excmo. Señor Delegado Apostólico, con fecha 3 del mes próximo pasado, sometió á la deliberación del H. Congreso un proyecto de ley, para que se derogara el expresado artículo, me es honroso remitir á USS. HH., el me morial á que dejo hecha referencia, á fin de que sea agregado á sus antecedentes.

Dios guarde á USS. HH.

CARLOS A. WASHBURN.

SANTO DOMINGO

PROTESTA DEL gobierno deL PERÚ, CONTRA LA REINCORPORAción de la repÚBLICA DE SANTO DOMINGO Á LA MONARQUÍA ESPAÑOLA.

CIRCULAR Á LOS GOBIERNOS DE AMÉRICA

Ministerio de Relaciones Exteriores

Lima, 24 de Agosto de 1861.

El ataque que acaban de sufrir las instituciones democráticas y la seguridad continental de la República de Santo Domingo; el funesto ejemplo que, con su apostasía, ha dado el general don Pedro Santa Ana; el desdoroso y equivocado concepto á que puede dar lugar este hecho en Europa, respecto de la estabilidad del sistema político adoptado en América, por la circunstancia vergonzosa de haberse efectuado contemporáneamente con la tentativa, comprobada con documentos auténticos, del Presidente de otra República, que proyecta, tambien una transformación semejante, solicitando para ello á po tencias europeas; la agravante circunstancia de hallarse ocu pado en esa otra República una alta gerarquía, y ejerciendo toda su nociva influencia en los consejos del Gabinete, un personaje que años atrás pactó la reconquista y armó la expedición para efectuarla como lugar teniente de Cristina; to dos estos poderosos motivos han obligado á mi Gobierno, fiel á la honrosa tradición de la libertad,: y consecuente á la polí tica con que ha cooperado con los demás Estados del Continente, cada vez que la América ha corrido un peligro común ó su independencia ha sido amenazada, á dirigirse á ellos, después de uua madura deliberación, adoptada en Consejo de Ministros, protestando contra la reincorporación de la República

de Santo Domingo á la Monarquía española, por el principio común que se ha conculcado, y sería peligroso admitir, para lo futuro, y por el modo ilegal con que se ha hecho; y proponiendo la alianza defensiva para rechazar la reconquista, en el caso de que se pretenda, cualquiera que sea el nombre con que se le disfrace y la potencia que acometa realizarla.

Desde que las colonias, que en un tiempo pertenecieron á España, se emanciparon de la Metrópolí, su derecho para existir como Naciones libres y soberanas, fué reconocido mútuamente por todas, como que éste era el principio en que descansaba la independencia de cada una de ellas. Esta ha sido y es una de las máximas fundamentales del Derecho público americano y en la cual reposa su Código internacional, reconocido también por las naciones europeas. De aquí resulta, que al atacarse la independencia de cualquiera de ellas, se hiere á la vez á las demás, no solo porque levantando la misma bandera y aliadas en los motivos y en el objeto, lucharon por sacudir el yugo del coloniaje, sino también porque al desconocerse la existencia legal de una República Americana, que antes fué colonia, se desconoce virtualmente, el derecho de soberanía de las demás.

La apropiación de Santo Domingo por la Corona de España no ha sido tampoco, por el modo como se ha verificado, uno de aquellos actos que revelan las tristes veleidades é inconsecuencias que suelen afligir á los pueblos. Ha sido mas bien una alta traición, un crímen de lesa patria del mandatario á quien el pueblo dominicano confiara sus destinos, para que lo gobernara conforme á una Constitución republicana, pero á quien nunca revistió de poder bastante, para cambiar su condición de Nación libre, por la de colonia de un monarca extranjero. Un decreto del general Santa Ana, como Presidente de la República, es todo el fundamento de la transformación políti ca que ahora mismo se lucha por realizar. En virtud de este golpe de Estado, si puede merecer este nombre, se volvió á levantar el estandarte de Castilla en el sitio donde hacía cuatro siglos se plantó por primera vez en el hemisferio de Colón, y en donde estaba ya legitimamente sustituido con una bandera nacional. El Capitán General de Cuba, con la noticia del he cho, sin duda esperado, remite una escuadra, llevando á su bordo fuerzas de desembarco, y estas sorprenden con su presencia y actos hostiles á los habitantes de Santo Domingo, que no habían tenido tiempo de expresar libremente su voluntad; pero que la han manifestado después, bien clara, contra la dominación extranjera, defendiendo su nacionalidad y empeñándose en una guerra de independencia. El Gabinete de Madrid acepta las proposiciones que le hiciera el general Santa Ana; y fundado en ese írrito contrato, que carece de valor de un pacto internacional, y en el que el interés privado de una persona se ha sobrepuesto á los derechos de una Nación, se

decide definitivamente á declarar á Santo Domingo, parte integrante de la Monarquía española, sin concederle, siquiera, derecho de representación en las Cámaras Legislativas. Asi, la España se presenta apegada á su retrógado sistema de coloni zación, dejando notar, de paso, que no ha abolido la esclavitud en principio, sino como medidas de circunstancias, que estas puede restablecer; y sancionando la doctrina del plebiscito, (que ha condenado en Italia) aun antes de ponerlo en juego, y plebiscito que no puede considerarse como la significación de la voluntad de los habitantes de la Isla de Santo Domingo, por que la reconquista se consumó de hecho con la invasión de fuerzas españolas que ocuparon militarmente el territorio, sin que de un modo previo y esplícito se hubiese apelado al sufragio popular.

El modo, pues, como ha verificado la reconquista de Santo Domingo, no ya con el título que le diera el inmortal descubridor del Nuevo Mundo; la circunstancia de haber proclamado la anexión el general Santa Ana, condecorado con la Orden de Isabel la Catolica, y dando á conocer las condiciones aceptadas por el Gabinete de Madrid, lo que pone en evidencia que se entendía con él secretamente de antemano; el procedimiento del Capitán General de Cuba, que revela instrucciones anticipadas de su Gobierno; la protesta del Comandante en jefe de las fuerzas dominicanas y los alhagos con que se quiso corromper su lealtad; las medidas violentas que tuvieron que adoptarse para reprimir las manifestaciones populares, mientras llegaban las fuerzas conquistadoras; las persecuciones y castigos de que han sido víctimas los patriotas que no han consentido en silencio la traición; la protesta del Presidente de Haití, que por el hecho de gobernar la parte de la isla que fué francesa, está en situación de que su testimonio acerca de los sucesos tenga los caracteres de la verdad; y, finalmente, la guerra que se ha encendido y que cualquiera que sea su éxito ha salvado la dignidad del pueblo dominicano y su fe en sus propias instituciones, son más que suficientes para deducir: que no ha sido libre, ni legal, ni arreglada al Derecho de Gentes, ni á la práctica de las Naciones, ni es conforme al espíritu del siglo, la manera como España ha recuperado una de sus antiguas posesiones de ultramar, en la que habían caducado todos sus derechos de descubridora y á la cual había reconocido los de independencia y soberanía por un tratado público que celebró en 1855.

El Perú no reconoce, en consecuencia, la legitimidad de este acto; protesta solemnemente cóntra él, y condena las intenciones dañadas que autoriza á suponer en el Gabinete de Madrid hácia la América repúblicana.

Los planes que la prensa le atribuye respecto de México y

otras secciones, confirmados, hasta cierto punto, por los grandes aprestos navales que hace, cuando España no está en guerra y ha declarado mantener su neutralidad en las cuestiones que actualmente se ventilan en Europa; su resistencia para reabrir relaciones con Venezuela, cuyo territorio estuvo amenazado por una expedición militar que, también debió partir de Cuba, como si éste fuese el arsenal contra los Estados libres del Continente; su tenacidad en mantener añejas fórmulas ofensivas á la dignidad de aquellos de los Estados Americanos con los cuales no ha querido firmar tratados internacionales; la irregularidad con que hoy viola los de Santo Domingo, consumando el propósito que tiempo ha elaboraba; y el énfasis con que algunos publicistas peninsulares, cuyas obras se han publicado bajo los auspicios de la Corte, excitan á España para que recobre sus antigus dominios, alhagándola con sus recientes triunfos de Africa; exigen que la Amériea democrática se presente unida y firme en la custodia de los principios que invocó en su gloriosa emancipación. Conviene que la Corte de Madrid se desengañe, si traiciones personales, pero nó de los pueblos, y el malestar interior de algunas de nuestras Repúblicas, le han hecho concebir que fácilmente recuperaría en ellas su perdido poder. La América se agita por desenvolver su libertad en todas las esferas: puede decirse que aun no ha concluido la grandiosa revolución que proclamó en 1810 y que, si ha realizado ya su primera parte, que fué sacudir el yugo extranjero, se esfuerza, ahora, por armonizar en su vida práctica la libertad con el órden, el progreso con la autoridad. Tal es el caracter de las discordias intestinas mal apreciadas generalmente en lo exterior; pero de allí á volver al régimen colonial, hay un abismo insondable que no bastaría á llenar toda la sangre que se derramó por alcanzar la Independencia Americana. Que España se aperciba de ello por la uniformidad de la política de estos Gobiernos, y se penetre de todo lo que le conviene estrechar sus relaciones con estas Repúblicas, tratándolas con la perfecta igualdad que la ley internaeional concede á los Estados libres y soberanos, le daña inspirar sospechas y desconfianzas con una conducta poco leal y que se resiente de una época que ya pasó.

Mi Gobierno, que está convencido de los sentimientos eminentemente americanos del Gobierno de V. E. por las pruebas solemnes que tiene dadas de que abunda en ellos, muy señaladamente cuando se destruyó la expedición española que se organizó en 1846 contra el Ecuador, y que fué desbaratada en las aguas del Támesis, á mérito de las reclamaciones diplomáticas que se hicieron, no duda encontrar, esta vez, su poderosa cooperación, para conjurar oportunamente el peligro que correría la América, si España, ó cualquiera otra potencia, lo que no deseamos suceda, desarrollase las pretensiones que se han

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