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mas, voi a limitarme a tres comprobantes, pero a tres comprobantes que valen por muchos.

Ellos serán sacados de tres obras maestras de la literatura española; de las cuales, la primera lleva la firma de Lope de Vega; la segunda, la de Francisco de Rójas i Zorrilla; i la tercera, la de Lupercio Leonardo de Arjensola.

Me refiero a los dramas titulados: La Estrella de Sevilla, i García del Castañar, i a la cancion: Al rei Felipe II, en la canonizacion de San Diego.

Lope de Vega ha presentado en su pieza a un valiente i honrado hidalgo sevillano, Sancho Ortiz de las Roelas, que por una órden del rei da sin piedad la muerte a su mejor amigo, de quien, en vez de agravios, habia recibido siempre solo pruebas del mas sincero afecto; al hermano de su hermosa novia, a la cual idolatraba con pasion, sacrificando así la amistad i el amor a lo que él creia ser su obligacion de leal i fiel vasallo.

Para que el sacrificio fuera todavía mayor, Sancho Ortiz de las Roelas sabía, o por lo menos sospechaba, que aquel mandato cruel tenia por causa haber el hermano protejido el honor de la hermana contra la lascivia del rei.

El público español aplaudia con entusiasmo este heroico servilismo admirando en el protagonista de la Estrella de Sevilla el modelo del buen vasallo.

Rójas se mostró todavía mas realista, si cabe, que Lope de Vega.

El personaje principal de su estraño drama es un noble de estirpe real a quien los juegos de la suerte han obligado a tomar la condicion de labrador.

Estaba casado con la mas bella i la mas virtuosa de las mujeres.

Cierta noche ve penetrar en su aposento, saltan

do por una ventana, a un cortesano, a quien equivocadamente tenia por el rei.

Al punto, i sin dificultad, comprende cuál es el objeto de semejante paso.

Pero sin embargo la lealtad a su rei i señor le lleva hasta el estremo de no osar castigar en él al que venia dispuesto a intentar arrebatarle el honor.

Léjos de ofenderle, se limita a rogarle con todo respeto que se retire, i le tiene con sus propias manos, para que el pretendido monarca descienda con seguridad, la escala por donde habia trepado al asalto de su honra.

Mientras tanto, García del Castañar, el mas pundonoroso de los castellanos, toma la determinacion de apuñalear a su jóven esposa, a quien ama perdidamente, i que sabe inocente, para libertarla de los agravios del rei seductor, a quien la veneracion mas profunda le ha impedido castigar.

La mujer escapa a la furia del marido como por milagro.

Mas tarde, cuando aquel tipo de fieles vasallos descubre que el ofensor es solo un igual suyo no repara en matarle a la presencia misma del rei, esclamando: "Mientras mi cabeza esté sobre mis hombros, sin que la corte el verdugo,

No he de permitir me agravie,

Del rei abajo, ninguno.'

Es imposible concebir un modelo mas acabado de fanatismo al soberano.

Pues bien, esta comedia, al decir de don Eujenio de Ochoa, ha sido una de las mas populares i representadas en España (1), lo que prueba que

(1) Ochoa, Tesoro del teatro español.

tal exceso de veneracion al rei no parecia antinatural a los que la oian o leian.

¡I cómo estrañar que tal cosa sucediera cuando otro de los mas insignes poetas españoles, Lupercio Leonardo de Arjensola, so pretesto de celebrar la canonizacion de San Diego, canta, dando de manos a un asunto que solo servia de pretesto, la de Felipe II, todavía vivo, a quien asegura que la Vírjen Madre de Dios ha de ofrecerle a su muerte la misma palma que al santo de Alcántara; i que los devotos irán reverentes a implorar su intercesion con el Altísimo!

¡San Felipe II!

¿Puede llevarse a mayor estremo la veneracion de un pueblo a su soberano?

Pero no es esto todo, por mucho que sea.

Para Arjensola, Felipe II no es un individuo cualquiera de la bienaventurada milicia; es un santo entre los santos. Su proteccion debia estenderse a todo: a la pazi a la guerra, a las naves que se esponen a los peligros del océano i a las doradas espigas que se cultivan en los campos, al gobierno del estado i al gobierno de la iglesia. Su nombre debia ser invocado en medio de las tempestades i en medio de las batallas,

Hé aquí algunos de los versos a que aludo.

El poeta se está dirijiendo a Felipe II, al Demonio del Mediodía; es preciso no olvidarlo; temo que si no lo repitiera una i otra vez, muchos lectores quizá estarian tentados a ponerlo en duda,

Mas ¿de cuál de tus hechos sobrehumanos
Te daremos entónces apellido?

¿Si lucirá la espada rigurosa,

O retorcido en tu corona hermosa,

Sus hojas tenderá el olivo sacro

Por propria insignia de tu simulacro?

O ¿si cuando la trompa horrible diere
Señal en los ejércitos, i tienda

La roja cruz el viento en las banderas,
I de la muerte la vision horrenda,
Envuelta en humo i polvo, discurriere
Por medio las escuadras i armas fieras,
Tu nombre ha de sonar en las primeras
Voces que diere la española jente,
Pidiendo por tu medio la victoria?
O ¿si querrás la gloria

De ser en los concilios presidente,
Donde se trate del gobierno humano,
Del cual nos dejas admirable ejemplo?
O¿si será mas propio que el piloto,
Cuando luchare con el Euro i Noto,
Prometa ronco visitar tu templo,
I allí colgar las velas por su mano?
O ¿que en tu protección el rubio grano
El labrador envuelva, i te suplique
Que por tu medio Dios lo multiplique?

Los conquistadores castellanos trajeron a la América este sentimiento relijioso de fidelidad exaltada al soberano. En todas sus empresas, en todos sus peligros, invocaban: primero, el nombre de Dios; i en seguida, el del rei Todo lo hacian, o por lo menos pretestaban hacerlo, para la mayor gloria de la majestad divina i de la majestad real.

En medio de los desórdenes consiguientes de la conquista, entre la multitud de jente desalmada que le dió cima, i a una distancia tan inmensa del centro del gobierno, hubo naturalmente alborotos, hubo rebeliones. Pero era tanto el prestijio de la corona, que los aventureros se apresuraban a agruparse espontáneamente en torno de la bandera real para castigar a los díscolos, i hacerlos entrar en la obediencia. Por lo jeneral, siempre que fué preciso hacer respetar la autoridad soberana, el rei, ya directamente, ya por conducto de sus ministros, se limitó a enviar un comisario con un título cualquie

ra, aun con una simple cédula en la cual espresaba su voluntad. I sin embargo, en todos los casos, sobraron en aquella turba desligada de toda fuerza coercitiva, i a la cual las circunstancias de la época i de los lugares ofrecian las mayores probabilidades de la mas completa impunidad, individuos que lo arrostraran todo para hacer cumplir los mandatos del monarca.

II.

El descubrimiento i conquista del nuevo mundo fortificaron sobre manera el profundo i sincero sentimiento de adoracion que los españoles desde los mas remotos tiempos habian tributado a sus reyes.

La posesion de tan vastísimo continente i de tan numerosas islas, i la ocupacion del Portugal i sus colonias en el curso del mismo siglo XVI, elevaron de un golpe la España a ser la monarquía mas poderosa que jamas hubiera existido.

Los escritores nacionales observaban con orgullo que ella era mas de veinte veces mayor que el imperio romano.

Se estendia a las cuatro partes de la tierra, ciñendo casi todo el orbe, de modo que el marino que emprendiese un viaje de circunnavegacion podia ir tocando siempre en costas españolas.

El sol no se ponia nunca en los dominios del rei. Habia todavía una circunstancia que halagaba intensamente la piedad de los súbditos del monarca católico: siempre, en algun punto de la monarquía, se estaban elevando a Dios los rezos que la iglesia tiene designados para cada una de las horas canónicas.

Para colmo de satisfaccion, Isabel de Inglaterra,

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