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de aquel horrible trastorno de la naturaleza a sus adoradores bajo la forma de un fiero dragon de enroscada cola, envuelto en fuego, i les ordenó con ronca voz que se precipitaran sin pérdida de tiempo sobre la Imperial, donde entrarian fácilmente, i que la entregasen al cuchillo i al fuego sin dejar

hombre a vida ni muro alzado.

En seguida, la atmósfera se despejó.

Al primer prodijio sucedió inmediatamente otro. Vióse venir por el firmamento en una nube una mujer cubierta de un hermoso i limpio velo, i tan resplandeciente, que en la mitad del dia la claridad del sol era delante de ella, lo que la de una estrella sería delante del sol.

La acompañaba un viejo cano i grave, un santo por las apariencias.

-Volveos a vuestra tierra, jente perdida, dice la mujer desde la nube a los araucanos con voz blanda i delicada; no lleveis la guerra a la Imperial; Dios quiere ayudar a sus cristianos para darles el imperio sobre vosotros.

La vision desapareció.

Los indios, segun el poeta, quedaron mirándose los unos a los otros como quien despierta atónito, i no se hablaban una palabra.

Inmediatamente, sin que nadie se lo mandase, tomaron el camino de su tierra, sin llevar ningun órden de marcha, lijeros como el viento; les parecia que un fuego sensible les quemaba las espaldas; i a fin de escapar a él, corrian con mayor ímpetu.

Aunque Ercilla no lo dice, el ardor que los araucanos aterrorizados sentian por las espaldas debian ser las lanzas de los soldados de la Imperial habian salido en su persecucion, i los dientes de una jauría de perros de presa adiestrados en la

que

caza de indios que los feroces españoles llevaban consigo, i azuzaban contra ellos.

Ercilla tiene cuidado de advertir como Olivares que es mui escrupuloso para prestar asenso a milagros, pues creia que en su tiempo no eran tan frecuentes como en la edad pasada, porque habia pocos santos, i porque la lei cristiana estaba ya autorizada.

Pero agrega que el portento contado no puede ponerse en duda desde que ocurrió a presencia de tanta jente, segun se ha informado de muchos para no escribirlo inexactamente.

Temiendo que aquello pudiera atribuirse a imajinacion de poeta, afirma por último que se ha esmerado en narrar solo la verdad tal como se sabe de los bárbaros, sin adornarla con finjimientos que no caben en semejante materia (1).

Sin embargo, otro escritor contemporáneo, el capitan Mariño de Lovera, que se hallaba a la sazon en Chile, a donde Ercilla aun no habia llegado, refiere de otro modo este maravilloso suceso. "Habiéndose aprestado el campo del capitan Lautaro, cuenta, fué marchando con mucho órden hacia la ciudad Imperial, pareciéndole que la tenia ya sumerjida debajo de la tierra, diciendo algunas bravatas semejantes a las que decian los portugueses que iban con el rei don Sebastian sobre las Molucas, cantando por aquellos caminos al son de las trece mil guitarras que llevaban (si es verdadera la fama): haga Dios otra Morería, que ésta ya está rendida. I mientras ellos caminaban con este orgullo, estaban los españoles de la ciudad puestos en consulta sobre si sería acertado salir al encuentro a los lautarinos, o estarse a pié quedo en defensa de sus

(1) Ercilla, La Araucana, canto 9.

casas. I pareciendo ser mejor acuerdo el aguardar a los agresores, se pusieron en órden de pelea doscientos i cincuenta i dos hombres que se hallaron aptos para ello, entre los cuales habia muchos que habian tenido conductas, i otros caballeros de calidad i esperiencia en las cosas de consejo i armas, i en particular en este reino. I estando todos aguardando por horas a los contrarios con deseo de que llegasen para mostrarse quién era cada uno, sucedió un caso con que fué la obra bien mojada a fuerza de fuego; i fué que estando el ejército contrario cerca de la ciudad, cayó del cielo un copo de fuego, que anduvo un rato por entre los indios con no pequeña admiracion i espanto suyo; i comenzando los agoreros a adivinar dando en mil dislates i devaneos, sobrevino un animal de especie incógnita a manera de algalía, que hizo sudar mas gotas de algalía a los adivinos, viéndole zarcear entre ellos sin poderle cojer a manos; ni aun habia hombres que no las tuviesen caídas para cojerle. Con esto se dobló su temor, i cayeron en mas ansiosa perplejidad, así en acertar con el pronóstico, como en lo que dello resultaba, que era determinar si convenia retroceder desistiendo de la guerra, o pasar adelante a efectuarla. I fué tanto el miedo de los hechiceros, que lo pusieron a los demas, persuadiéndoles a que se volviesen a sus casas si no querian ser todos perdidos. Obedecieron los capitanes puntualmente i sin réplica a los hechiceros; i sin aguardar mas perentorias se volvieron en el mesmo órden que llevaban, sin otro fruto mas que el cansancio i gasto que habian hecho. Supo esto Pedro de Villagran, i salió tras ellos con cien hombres de a caballo, por ser tal el temor que llevaban metido en las médulas, que un escuadron de niñas bastaria a desbaratarlos. I alcanzándolos brevemente fué picando en

la retaguardia, de suerte que se fué huyendo cada uno por su parte, teniéndose por mejor soldado el que era mas lijero en este lance. Con esta victoria se volvieron los nuestros a la ciudad, habiendo muerto gran suma de enemigos, i dieron gracias a Nuestro Señor, animándolos a ello tres relijiosos de Nuestra Señora de las Mercedes, que fueron los primeros que entraron en el reino" (1).

V.

Pero ya sea que se acepte la narracion de Ercilla, o la de Lovera, el milagro no paró en esto.

Segun el poeta, los indios tenian por averiguado que a consecuencia de la vision de la Imperial, se habian seguido dos años de hambres, dolencias,

muertes i otros daños.

Efectivamente, jamas una insurreccion recibió un castigo mas tremendo.

Las atenciones de la guerra i los azares del alzamiento impidieron que los araucanos sembrasen, i trajeron el hambre.

Tras el hambre vino la peste.

Era imposible que hubiera podido tomarse una venganza mas terrible de la muerte del gobernador Valdivia i de la resistencia de los indíjenas a los cristianos.

A falta de otro alimento, los naturales tuvieron que recurrir a la carne humana.

Se mataban unos a otros para tener que comer. Hacian tasajo o charqui de cadáveres.

Llegaron a contarse especies tan espantosas como increíbles.

(1) Mariño de Lovera, Crónica del Reino de Chile, libro 1.o, cap. 51.

Se decia que los caciques tenian indios enjaulados para engordarlos i comerlos.

"Llegó la gula (el hambre debia decir mejor), refiere un cronista, a tal estremo, que hallaron los nuestros a un indio comiendo con su mujer, i un hijo suyo en medio, de quien iban cortando pedazos, i comiendo."

"I hubo indio que se ataba los muslos por dos partes, i cortaba pedazos dellos, comiéndolos a bocados con gran gusto."

"Estando un indio preso en la ciudad, se cortó los talones para poder sacar los piés del cepo; i con ser tiempo de tanta turbacion por ponerse en huida de los españoles, no se olvidó de los talones; ántes lo primero que hizo fué irse al fuego, para asarlos en él, aunque con insaciable apetito los comió ántes de medio asados."

Podemos halagarnos con la idea de que tamaños horrores eran hablillas del vulgo, puras exajeraciones; pero solo el que hubieran podido tener curso revela hasta dónde debió llegar la miseria (1).

VI.

I mientras tanto, el implacable gobernador de la Imperial, Pedro de Villagra, no cesaba en su sanguinaria persecucion, sin piedad ni a los estragos del hambre, ni a los de la peste.

I seguia admitiéndose que aquel inhumano conquistador era el ministro de la justicia i la cólera del Altísimo contra los miserables indíjenas.

Las señales visibles de la proteccion divina se multiplicaban a su paso.

(1) Ercilla, La Araucana, canto 9.-Góngora Marmolejo, Historia de Chile, capítulo 20.-Mariño de Lovera, Crónica del reino de Chile, libro 1.", capítulo 51.

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