Imágenes de páginas
PDF
EPUB

apóstol Santiago que velaba mientras todos dormían, mándale volver sobre las armas dándole por segura la victoria. « No necesitó el rey para esforzar su gente de más exhortación que la sencilla narración de este suceso; y todos se esfuerzan con superior aliento, y dan por suya la tierra, teniendo por sí al Cielo. Suena en lugar de las cajas, el clarín del invencible nombre de Santiago: pónese al frente de su ejército el invocado apóstol, vénle los Españoles de su parte en un caballo blanco, la espada en una mano, el estandarte en la otra, con una cruz encarnada en campo blanco y la rienda suelta contra el bárbaro. Poderosos con la palabra de Santiago y á ellos, y en la obra de sus brazos hecho el hijo del trueno rayo contra la Media Luna, degollaron setenta mil Moros en aquel día y tomaron á Albelda, á Clavijo y á Calahorra, quedando hasta el día de hoy monumentos del triunfo en aquel campo. Desde entonces resolvió el reino en cortes, que de los despojos militares se destinase una parte para el santo teniéndole presente, no sólo como á santo, sino también como á soldado. »

¿

de

Mas, & cómo explicarnos ahora el origen de la superstición entre los Indios? Para que éstos hayan podido tener la alucinación que les producía tanto espanto, era necesario que hubieran visto de antemano la efigie del apóstol, pues de otra manera no podríamos darnos cuenta de semejante fenómeno. La pintura que hemos encontrado en el estandarte de Pizarro nos resuelve el enigma y nos revela que la idea del guerrero, montado en un caballo blanco, tenía su origen en el lienzo conducido por las tropas de Pizarro. Es muy probable que en los gonfalones y estandartes de Cortés, y alguno de los muchos conquistadores de América se hallase igualmente la efigie del apóstol, y que ésta, sobresaliendo en medio de la pelea á los ojos de los Indios, contribuyera con la ayuda de los Castellanos á producir de una manera completa la alucinación entre las turbas indígenas. El inca Garcilaso, testigo de todos estos incidentes, viene en nuestro apoyo. Cuenta este cronista que asistiendo niño á una fiesta de Córpus en el Cuzco, pintaron sobre una de las paredes de un templo, al apóstol Santiago montado en su caballo blanco, con la espada flameante en sus manos, y muchos cadáveres á sus pies, y que los Indios al verle, exclamaron : « Un Viracocha o mo éste era el que nos destruía en esta plaza »; con lo que que

rían significar sin duda, la imagen dibujada en el estandarte de Pizarro. De manera que el estandarte que posee actualmente Caracas es el que llevó Pizarro al tomar á Cuzco, y la imagen del apóstol que tiene en una de sus caras, la misma que infundió entre los Indios del Perú en 1533 el pavor y la muerte; y el haber llegado hasta nosotros revela que no se halló en las guerras civiles que siguieron á la toma del Cuzco, y en las cuales cada vencedor se apoderó de las banderas y estandarte de su contrario.

Así debía suceder. Estaba escrito que el glorioso estandarte del primer conquistador de América fuera un trofeo histórico del primero entre los libertadores de América, y que de la Ciudad Sagrada de los antiguos Incas, en que se había conservado durante tres siglos, pas ase á lacuna de Bolívar que sabrá conservarlo con el justo orgullo que inspiran las nobles proezas y los sangrientos sacrificios. Cuando el estandarte de Pizarro llegó á Caracas, en 1826, los odios políticos contra España no habían todavía principiado á menguar; así fué que en la primera fiesta cívica que celebró la capital después del recibo de tan valiosa prenda, fué aquella arrastrada por las calles de la ciudad, queriendo significarse así, el odio contra nuestros antiguos mandatarios.

Diez y ocho años más tarde, 1842, cuando los restos mortales de Bolívar llegaron á su suelo natal, el estandarte de Pizarro fué colocado con veneración al pie del mausoleo que guardaba las cenizas del genio americano.

Treinta años después, 1872, el recuerdo histórico de la conquista española fué conducido al lado de la España oficial y privada y cortejada por las banderas unidas de España y Venezuela.

¡Cuántos contrastes! En la primera de estas épocas todo fué hijo de la pasión; en la segunda, la gloria de lo pasado que rendía su homenaje á la gloria de lo presente; en la última, la reconciliación de la familia, los recuerdos históricos de todas las épocas, sintetizando un mismo origen glorioso y el abrazo fraternal que ahoga todos los resentimientos y confunde todas las glorias.

El estandarte de Pizarro no es un botín de guerra; es un recuerdo de familia, es un orgullo de raza, es una época inmortal, es el símbolo de unión entre dos grandes pueblos de igual origen y de comunes glorias.

EL MEDALLÓN DE WASHINGTON1

A Cecilio Acosta.

Dos acontecimientos inmortales en la historia del mundo marcan el último tercio del pasado siglo la guerra de independencia en los Estados Unidos de la América del Norte terminada en 1782, y la revolución francesa que durante ocho años tuvo conmovida la Europa y fué el fiat lux de las nacionalidades suramericanas.

Washington no tuvo la dicha de sobrevivir á su grande obra sino por muy pocos años, y tan luego como ejerció por dos veces la presidencia de la noble nación que acababa de fundar, desapareció, días antes de terminar su siglo. Bien podría llamarse el siglo xvi, el siglo de Washington. Desaparecía sin el estruendo de los combates, sin el odio de sus semejantes, sin dejar la orfandad por trofeo, y por conquista el incendio hundíase en la tumba sin ruido, pero hermoseado por la luz inmortal que le acompañará en la historia hasta el fin de las edades, y por el himno de gratitud de sus conciudadanos, que pasará de una á otra generación, mientras imperen en el mundo la gratitud y la justicia.

Pero, cuando desaparece Washington, se asoma la primera aurora del coloso que debía conmover el mundo y llenarlo con el ruido de sus hechos. En 1800 aparece Napoleón y la Europa que había asistido al más sangriento drama del siglo xvi, iba á ser el actor y la víctima de otro drama fecundo en desastres, que debía representarse en los 15 primeros años del actual siglo.

Parece que el equilibrio del mundo político necesita de esas apariciones periódicas, de esos hombres providenciales que forman época y contribuyen con su genio á cambiar el destino de una gran parte del género humano. Cuando desaparece la estrella de Wáshington aparece la de Napoleón, cuando se eclipsa la de Napoleón se asoma radiosa la de Bolívar. Así van sucediéndose los genios y el mundo político en constante lucha, es como el mundo de la materia,

1. Este estudio y el precedente hacen parte de un volumen inédito que llevará por titulo CRÓNICAS Y ESTUDIOS HISTÓRICOS SOBRE VENEZUELA.

que necesita para su desarrollo de las evoluciones de sus partes constitutivas y del cambio de forma.

En 1812 principia la decadencia del coloso de Córcega — y entre las nieblas del Norte aparece eclipsado el sol de Austerlitz. La campaña de Francia en 1814 es la precursora de un gran desastre, y entre las ruinas de Waterloo queda al fin sepultada la corona de los Césares. Ya para entonces se asomaba en la América del Sur el genio de los Andes; era Bolívar que entraba en su gestación histórica y seguía con paso firme las huellas de Washington. Cuando sucumbe en Santa Elena el vencedor de Marengo, veinticuatro horas después, se reune en Rosario de Cúcuta el primer congreso de Colombia, y á los pocos días vence Bolívar en Carabobo, para seguir en triunfo á su cenit histórico.

Más, en la historia de América, Bolívar no venía sólo; como tuvo Washington á Franklin, así tuvo él á Humboldt. No fué éste el cantor de sus glorias sino el Homero de la naturaleza americana, imponente y sublime, cuya riqueza y comercio debía abrir á todas las naciones del mundo, el hombre privilegiado á quien le tocaba la misión divina de emanciparla. El genio de la ciencia se había anticipado al genio de la guerra; el uno había escalado las cordilleras, explorado los bosques, trazado el curso de los ríos para exhibir ante el mundo los ricos dones de la naturaleza andina; el otro, más tarde, luchaba en los bosques, en las llanuras y en los ríos, y cuando triunfante quiso completar su obra, escaló las cordilleras para ostentar á la vista de los dos grandes océanos el estandarte tricolor como un lábaro de sus proezas.

¡Qué destino tan diverso el de estos dos genios; mientras el uno sucumbía joven al terminar la obra de la redención americana, el otro continuaba para asombrar todavía al mundo con su ciencia! El uno sucumbe á la manera del árbol herido por el rayo, que siente marchitarse sus hojas, agostarse su savia y quedar como espectro del bosque, para deshacerse después en polvo al capricho del viento; el otro, en los días de la senectud se extingue cuando los átomos de la materia incapaces para albergar el espíritu, solicitan su emancipación, en tanto que aquel asciende á la fuente de donde toda virtud emana.

Napoleón había sido en su juventud un testigo lejano de las glo

rias de Washington, y Bolívar había asistido en la suya á la apoteosis, en vida, del vencedor en Austerlitz. Entre los dos capitanes de América existe un lago de sangre la revolución francesa - el imperio. ¿Quién podrá acercar los dos hombres á quienes pertenece por completo la emancipación de uno de los hemisferios de la tierra? ¿Quién será el Mentor que, salvando el tiempo, aproxime los dos países y funda bajo un solo nombre las glorias de América? Semejante misión no estaba destinada sino á un mortal, aquel que había sido en la revolución de la América del Norte, el primero después de Washington; aquél que había figurado como actor principal en el gran drama de 1793; aquel que desdeñó los favores de Napoleón el Grande, y asistió á la caída del imperio y á la restauración y á la monarquía de 1830, que debía de ser el complemento glorioso de su inmortal carrera. Nos referimos al general Lafayette, el hombre ilustre que durante cincuenta años tomó parte en todos los sucesos extraordinarios que ligan entre sí dos siglos. El hombre que había ayudado á crear las dos más célebres Repúblicas de los tiempos modernos, que había tratado á todos los hombres célebres de dos épocas, que había asistido al entierro de cuatro dinastías, y que se había sentado al lado de Washington, y frente á Napoleón, debía también tratar á Bolívar, unirse con él, para unir de esta manera dos hombres históricos dos pueblos limítrofes.

[ocr errors]

Bolívar no había tratado á Lafayette antes de la visita de éste á los Estados Unidos en 1824; mas, cuando comunes ideas despiertan un mismo entusiasmo, y los vínculos de acciones ilustres acercan los hombres históricos, la fraternidad amistosa tiene que comunicarlos como una necesidad moral.

En 1824 el Congreso de los Estados Unidos decreta por unanimidad investir al presidente Monroe para que á nombre de la nación invitase al general Lafayette á visitar la gran República. Lafayette, entonces en Francia, no titubeó ante tan honrosa y espontánea invitación, y rechazando el buque de guerra que le ofrecía el gobierno, prefirió uno mercante que le brindaba más comodidades, y se embarcó á mediados de julio del mismo año. El 15 de agosto, Lafayette, desembarca en Nueva York y pisa el suelo de sus glorias después de prolongados años de ausencia. ¡Qué ovación! ¿Puede haber pluma que tratara de describirla? Cuando los corazones de

« AnteriorContinuar »